jueves, 31 de julio de 2014

EL MIEDO

-- EL MIEDO
Por Jorge C. Oliva Espinosa

Me ha llamado mucho la atención que Leonardo Padura haga presidir "El
Miedo" como factor infaltable y determinante en sus tres grandes
novelas. Un miedo del oprimido al poder que lo oprime y reprime;
miedo, en definitiva, a la represión. Ese miedo omnipresente es algo
que aplasta a los protagonistas principales, tanto en "La Novela de Mi
Vida", en "El Hombre que amaba a los Perros" y más recientemente en
"Herejes". El miedo condiciona el actuar de personajes positivos y
negativos; tanto Heredia como Del Monte, Trotsky como Mercader e Iván
su interlocutor cubano, al igual que los judíos de Los Países Bajos de
los 1600, el de Cracovia y sus descendientes en Cuba, todos son
víctimas del miedo, no se rebelan ni hacen nada por liberarse de ese
yugo y se mueven aguijoneados por este. Puede decirse que, en su obra
mayor, el gran escritor de Mantilla confiere al miedo un papel
relevante: el de conductor de la trama. Las motivaciones que ha tenido
para hacerlo, el porqué de estos mensajes suyos, se puede atribuir a
intenciones varias; admiradores y detractores brindarán sus pareceres
opuestos y no es objetivo de esta crónica dar mi opinión al respecto.
El miedo es una emoción primaria nacida de la aversión natural al
riesgo o la amenaza, tiene innumerables factores desencadenantes: la
oscuridad (provocó un temor atávico que se hace presente en el niño),
lo desconocido, lo diferente, el dolor físico, la muerte, las alturas,
el castigo proveniente de una poderosa entidad terrenal o divina y mil
causas más. Se manifiesta tanto en los animales como en el ser humano;
forma parte del sistema defensivo que nos protege y ha sido estudiado
desde ángulos disciplinarios muy diversos. Las distintas escuelas de
Sicología han elaborado sus tesis acerca del miedo y Freud enunció su
teoría, diferenciando el miedo real del miedo neurótico. Pero no se
asusten los lectores, tampoco voy a meterme en esas honduras que han
preocupado y ocupado a teólogos, sicólogos, filósofos y biólogos. Mi
intención es bien explícita al tratar sobre el miedo, desprovista de
todo subterfugio literario al estilo Padura. Sencillamente me voy a
referir al miedo, al miedo que siente un combatiente, ese que sentimos
todos y ante el cual puede primar el valor o la cobardía; porque,
repito, el miedo lo sentimos todos y el que niegue esta verdad, no es
más que un mentiroso. La diferencia estriba en cómo reaccionemos ante
este "estado anímico" que nos sobrecoge. Es bueno que la juventud de
hoy sepa que los héroes también sintieron miedo, no fueron
superhombres, ni semidioses, ni arquetipos inalcanzables; fueron
semejantes a cualquier joven actual, con iguales inquietudes, ansias
de vivir, de carne y huesos, no hombres de mármol y sus ejemplos
gloriosos son perfectamente alcanzables. Los historiadores cuentan que
a Maceo se le dilataban las aletas nasales y su voz se hacía casi
inaudible y ¿quién duda del valor de nuestro Titán de Bronce?...
La manifestación del miedo es tanto orgánica como síquica. Algunos
pierden el control de sus esfínteres, a otros los paraliza como le
sucedió a Ñico López en el asalto al cuartel de Bayamo, según nos
relató aquel héroe; igualmente, de acuerdo al testimonio de Carlos
("El Chino") Figueredo*, él tuvo que sacar de la parálisis a su primo,
Joe Westbrook, cuando se retiraban, tras el encuentro con un
patrullero, acción en que perdió la vida José Antonio. A mí, el miedo
me provocaba un temblor en manos y rodillas que, curiosamente, se
hacía más visible una vez pasado el momento de mayor tensión. En fin,
el miedo se manifiesta de muchas formas; sin embargo, en todas sus
variantes desde el ligero temor al más intenso terror, las
investigaciones científicas han demostrado que ese estado de ansiedad
eleva los niveles de adrenalina y otras sustancias que ingresan a la
sangre del sujeto sometido al experimento. Los que participamos en la
lucha, vivimos todo el tiempo bajo un miedo perenne; cada día podía
ser el último, cualquier hora la definitiva. No pocos de los
sobrevivientes padecieron secuelas tales como úlceras gástricas y
otros trastornos digestivos de origen nervioso. Mi entrañable
compañero Juan López, el primer exiliado menor de edad de aquella
gesta, me refería con jocosidad que el miedo se ponía a hacerle muecas
y él miraba para otro lado y no le hacía caso. La mayor prueba de
valor que dio aquella generación de combatientes, fue el sobreponerse
al miedo, esa emoción inherente a nuestra naturaleza que nos acompaña
para avisarnos del peligro. Los escritores, aunque sean brillantes o
geniales, podrán utilizar el miedo para adobar sus obras, para
cultivar un género literario o para filtrar algún mensaje subrepticio.
Yo he preferido tratar de su generalizada presencia, de sus efectos y
de la posibilidad de sobreponerse al mismo; es hora que devolvamos a
los héroes su verdadera dimensión humana y que todos, en la medida de
nuestras posibilidades, contribuyamos a desmitificar la historia.

Desde Regla,
Ayer, "La Sierra Chiquita"; ayer, hoy y siempre, bastión de rebelde
cubanía. agosto 1º de 2014.
*Él tuvo que meter su dedo dentro del guardamonte del M1 de Joe y
presionar sobre el de su primo a quien la parálisis le impedía
disparar; solo cuando el arma comenzó a funcionar, reaccionó el
después mártir de Humboldt 7.

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De la Revolución iniciada en 1868 y aún inconclusa, soy hijo; a ella me
debo.

Jorge C. Oliva Espinosa. Cubano, nieto de mambises, sobreviviente.
http://jorgecolivaespinosa.blogspot.com
jorgecoliva@gmail.com

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