miércoles, 16 de julio de 2014

¡POR AQUÍ!...

-- ¡POR AQUÍ!...
Por Jorge C. Oliva Espinosa

La huelga de abril, además de fracasar, tuvo un alto costo: el
movimiento en las ciudades quedó descabezado, pues los principales
jefes cayeron en la acción o fueron cazados y asesinados sin piedad
durante los días posteriores. Como remate, poco tiempo después se nos
ordenó que todo nuestro pobre armamento fuera enviado a la Sierra. El
cumplimiento de aquella orden nos dejó tan indefensos, que la posesión
de un simple revólver se convirtió en motivo de celo y envidia entre
los que habíamos logrado sobrevivir; aquel compañero que conservara un
arma, la ocultaba y negaba su posesión hasta a sus más íntimos
colegas. En el Cotorro, donde me encontraba temporalmente refugiado,
además de los uniformados, solo exhibían armas los personajes
identificados con la dictadura: el Alcalde, algún que otro matón y el
"garrotero" más famoso del pueblo, el que se jactaba de la protección
recibida. Este personaje tenía el poder del dinero y el que le
otorgaba la cúpula gobernante y, engreído, se pavoneaba por el pueblo,
haciendo ostentación de ambos poderes. Todo en él denotaba alarde: el
automóvil que conducía, sus inmaculados trajes blancos, el enorme
sortijón, las prendas, todas de oro, que adornaban su cuello y muñecas
y bien visible, artillando su cintura, un revólver con cachas de
nácar. Ya lo habíamos analizado como posible objetivo de requisa
revolucionaria y manteníamos sobre él una vigilancia discreta pero
cercana y constante. Donde quiera que el tipo fuera, uno de nosotros
le seguía como sombra; esperábamos el momento propicio para hacernos
del arma de la que alardeaba. Esta actividad permitió que fuéramos
testigos del hecho que voy a narrar:
Goyito, que así vamos a llamarle, detuvo su flamante convertible en
las llamadas "Cuatro esquinas" del Pueblo. Había detectado a uno de
sus deudores morosos, bebiendo en el bar "Las Avenidas" y después de
mal parquear el carro, entró como tromba al establecimiento e increpó
al individuo:
_Así que para pagarme no tienes, pero para beberte mi plata sí...
El aludido, con la resignación propia de un desahuciado, ni se inmutó,
lo que hizo que el garrotero se irritara más y elevara el tono, ya
amenazante:
_¡A mí no me jode nadie! _Vociferó, a la vez que desabotonaba el saco
y echaba mano a su revólver. Pero el amenazado había cruzado las
fronteras de todo miedo, tal debía ser su estado de desesperación,
porque agarrándose en puño la entrepierna, le gritó:
_¡Me vas a tirar por AQUÍ!
Sonó un disparo, el desorden y la alarma se hicieron dueños del lugar,
parroquianos y transeúntes corrían despavoridos, mientras un hombre se
desplomaba para retorcerse en el piso ensangrentado. El compañero
nuestro que seguía los pasos del garrotero, aprovechó la confusión
para desarmarlo; este entregó el arma sin ofrecer resistencia, quizás
creyó que algún amigo lo sacaba así del trance. Aquel hecho, como era
de esperarse, quedó impune, pero el movimiento logró un "yerro" para
su desnutrido arsenal. A Goyito le tocaría su turno de responder ante
la justicia, cuando sus protectores se dieran a la fuga, al amanecer
de un enero ya próximo; pero su víctima, pretendió cobrarle a la
Revolución su "sacrificio".

Desde Regla, como siempre, julio 17 de 2014

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De la Revolución iniciada en 1868 y aún inconclusa, soy hijo; a ella me
debo.

Jorge C. Oliva Espinosa. Cubano, nieto de mambises, sobreviviente.
http://jorgecolivaespinosa.blogspot.com
jorgecoliva@gmail.com

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