jueves, 17 de julio de 2014

LA SENCILLEZ Y LESTER

LA SENCILLEZ Y LESTER
Por Jorge C. Oliva Espinosa

En mi ya larga vida he tenido la suerte de conocer y tratar a muchos
revolucionarios verdaderos. Además de otras virtudes, en todos
encontré un atributo común: eran hombres sencillos, de una modestia a
flor de piel, ajenos a cualquier ostentación o engreimiento,
sensibles, naturales y espontáneos. Uno de los que, a mi juicio, fue
reservorio de dichas cualidades, exponente máximo de ellas y ejemplo
en su actuar cotidiano, se llamó Lester Rodríguez. Tuve el privilegio
de que fuera mi jefe inmediato, durante un breve pero inolvidable
tiempo; el suficiente para identificarnos, conocernos y cimentar un
recíproco afecto.
A raíz de la intervención y luego nacionalización de la "Antillian
Steel Co.", (Antillana de Acero) se produjeron en el Departamento de
Industrialización del INRA, que asumió funciones de un gran monopolio,
cambios vertiginosos que se sucedían unos a otros, sin tiempo para que
el anterior se asentara y decantase. El mismo Departamento se
convirtió en Ministerio, padre de otros cuatro. Al compás de la pasión
organizativa del Che, se creaban los "Consolidados", luego "Las
Empresas Consolidadas" y un poco después, estas se dividían o
multiplicaban. Como interventores o Directores de Antillana, ya nave
insignia del Consolidado de la Metalurgia Ferrosa, pasaron personajes
tan disímiles como el expedicionario del Granma Calixto Morales, el
Empresario privado Segismundo Pons, el comunista Osvaldo Fernández, el
ex jefe de la Marina Juan M. Castiñeiras y el funcionario Andrés
Yebra. Como yo me desempeñaba desde el principio como Jefe de
Despacho, me tocó trabajar con casi todos ellos y en uno de esos
cambios, inesperados y abruptos, llegó Lester. Venía precedido de su
historia: había participado en lo del Moncada, tomando el Palacio de
Justicia, fue de los pocos que no fueron ni capturados ni asesinados y
emigró. En Miami, tuvo la representación del M-26-7 en el pacto que se
firmó en dicha ciudad y recibió la tremenda desautorización del máximo
jefe. No se arredró por ello, regresó a Cuba para incorporarse al
Ejército Rebelde y terminó la guerra con el grado de capitán. Con esa
aureola de gloria, llegó Lester por muy corto tiempo, (se preparaba la
constitución de CESETA, un nuevo organismo que él dirigiría) y su
estadía fue provisional, sin embargo, fue el jefe con quien más
intimé. Su natural forma de ser, su inmediatez, su llaneza, me ganaron
de inmediato. Alguna vez, le recordé que yo lo conocía de "antes";
cuando un 10 de enero de 1953, los estudiantes universitarios,
inauguramos un monumento a Mella al pie de la Colina y él había
fungido de albañil en la construcción del obelisco. Con Lester me
tocaría compartir otro episodio más de mi vida y fue, cuando en 1975
me dediqué a filmar cortos didácticos para ilustrar mis clases de
ingeniería. Había llegado yo al complejo industrial de Santa Clara con
una carta de Pedro Miret que me autorizaba a filmar, pero la
burocracia de siempre me imponía hacer antesala. En eso, del despacho
del Director salió Lester y, al verme ataviado con toda la
parafernalia de un cineasta, me preguntó, riendo: "¿Flaco, te volviste
maricón y te metiste en el ICAIC?" Cuando le aclaré mi situación, echó
su brazo sobre mis hombros y siguió el diálogo, alegre del encuentro.
Ya me disponía yo a relatarle mis proyectos fílmicos cuando, de la
misma oficina, emergió la figura de su segundo, un ser que no quiero
designar con ningún nombre, un pobre diablo cuyo único mérito era ser
hijo de un mártir y que, sorprendido por la intimidad que me prodigaba
su jefe, me dedicó un saludo efusivo. Al ver que yo le respondía con
extremadas frialdad y displicencia, Lester, sin quitar su brazo sobre
mí, me musitó cómplice: "¿Flaco, qué mariconada te hizo éste?"... Él
me conocía bien y sabía de mis anteriores nexos con su subalterno:
aquel individuo, había sido nuestro compañero en el Departamento de
Tecnología de la Escuela de Ingeniería Mecánica, de donde lo
promovieron a un cargo empresarial, de cierto poder; convertido ya en
alto funcionario, al encontrarme un día en el Parque Lenin, después de
saludarme con altivez y comprobar que yo no contaba con transporte,
arrancó su auto asignado, dejándome allí con mis dos pequeños hijos,
sin siquiera ofrecerse para sacarnos del lugar. Así se lo conté a
Lester, como explicación a mi comportamiento y él se reía por aquel
pase de cuentas muy a mi estilo.
Desde Regla, como siempre, julio 18 de
2014______________________________________________________________
De la Revolución iniciada en 1868 y aún inconclusa, soy hijo; a ella me
debo.

Jorge C. Oliva Espinosa. Cubano, nieto de mambises, sobreviviente.
http://jorgecolivaespinosa.blogspot.com
jorgecoliva@gmail.com

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