lunes, 21 de julio de 2014

"EL OFICINISTA" * (I)

--"EL OFICINISTA" * (I)
Por Jorge C. Oliva Espinosa

Terminaba el año 71 y decidimos constituirnos en matrimonio. ¡Qué
locura! Aquel año parecía tragarse en crisis la Revolución y
nosotros, dos productos diferentes de ella, parecíamos ignorarlo y
decidimos unirnos, formar una familia estable, construir un refugio
seguro donde nada era seguro. Para empezar, no contábamos con un
techo, un lugar donde situar el hogar que proyectábamos. Ella vivía en
un albergue colectivo para profesoras solteras; yo, en el edificio de
becas de la CUJAE. Así de sencillo, no poseíamos una casa, ni
siquiera un humilde cuarto donde ubicar aquel hogar utópico, un
espacio físico mínimo y necesario, en que pudiéramos hacer vida en
común. Sin embargo, persistimos en nuestro empeño, cumplimos los
trámites establecidos y fijamos una fecha para la boda. Como en los
bufetes colectivos había colas de espera, nos agenciamos un Notario
particular cuyos honorarios sufragamos con gusto. Claro que nos fue
asignado "el derecho" a comprar nuestro ajuar de bodas: un blúmer para
ella, una camisa para mí y en cuanto a la habilitación del nuevo
hogar, una olla, un sartén y una espumadera. Para brindar en la
ceremonia, pagué por una botella de ron el equivalente de mi salario
de una quincena. De novios contrayentes, nos vestimos los dos gracias
al préstamo de amigos; a mí, el traje que me brindó Guillermo
Gutiérrez me quedó por los tobillos; a ella, el vestido de novia de
"Timbilla", le vino a la medida. Teníamos asegurado el hotel donde
pasar nuestra luna de miel: "nos asignaron" tres días y dos noches en
"El Flamingo", con envidiable localización, a una cuadra de la Rampa,
pero sin comedor, ni una miserable cafetería dónde desayunar. Ese
detalle, la ausencia de un sitio donde comer algo, fue lo que originó
el episodio que narro:
A la mañana siguiente de la boda, urgidos por nuestros estómagos
vacíos, salimos hacia la Rampa y entramos a la cafetería "Karabalí".
No habíamos acabado de pedir el desayuno que allí ofertaban, cuando
sucedió algo que estuvo a punto de terminar nuestro flamante
matrimonio: a la mesa que ocupábamos se acercó un individuo cuarentón
que, eufórico, trataba de abrazarme, mientras me decía: "Soy militante
del Partido y mi hija Mayra es militante de la UJC". La recién
desposada contemplaba, atónita, la escena, sin comprender; estaba más
que sorprendida, horrorizada por mi reacción ante el efusivo saludo:
yo rechazaba con violencia el abrazo que pretendía darme el cariñoso
intruso y le advertía lleno de ira: "Pues yo no soy ni pionero, pero
si no desapareces de aquí, te arrepentirás de haberme encontrado".
Ante tal salvajismo de mi parte, ella pareció arrepentida de haberse
casado con un cromañón, una bestia capaz de responder con amenazas al
afecto. Solo entendió mi reacción, cuando le conté que aquel señor tan
amistoso, era el mismo "Oficinista" que años atrás, durante la lucha
contra la dictadura, después de ofrecerse reiteradamente para
colaborar "en lo que fuera", me había negado refugio en su hogar,
cuando yo era perseguido. La Mayra a que hacía referencia, era la
criatura por nacer, entonces en el vientre de su mujer, que aquel
cobarde esgrimió como pretexto para negarme amparo. Desde entonces,
aquella muchacha con la que me casé en 1971, ahora con una casa y una
familia lograda mediante nuestros esfuerzos, sigue envejeciendo a mi
lado, enfrentando juntos todas las dificultades encontradas a lo largo
de estos ya cuarenta y tres años...
Desde Regla, como siempre, julio 22 de 2014
*Por no avergonzar a su descendencia, no revelo su nombre y apellido.

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De la Revolución iniciada en 1868 y aún inconclusa, soy hijo; a ella me
debo.

Jorge C. Oliva Espinosa. Cubano, nieto de mambises, sobreviviente.
http://jorgecolivaespinosa.blogspot.com
jorgecoliva@gmail.com

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