miércoles, 9 de julio de 2014

UN CONGRESO DE LA JUVENTUD

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Por Jorge C. Oliva Espinosa

No puedo precisar la fecha, pero sí que fue cercana a lo del Moncada,
no recuerdo si antes o después. La Juventud Ortodoxa se disponía a
celebrar su Congreso y al igual que el Partido al que pertenecía, se
hallaba fragmentada en dos corrientes principales: la electoralista y
la insurreccional. El acto tendría como sede el teatro Martí y se nos
había convocado a boicotear su sesión de clausura, haciendo
prevalecer, con estruendo de claque, el criterio de la tendencia más
radical presente allí. El momento estaba señalado para cuando hablara
"Armandito" (Armando Hart Dávalos); al proferir el orador la palabra
"Revolución" debíamos corearla y producir el suficiente ruido que
hiciera imposible continuar el acto. Ninguno de nosotros pertenecíamos
a la juventud del Partido Ortodoxo, éramos simplemente los muchachos
del barrio De la Punta que frecuentábamos el Liceo de aquel Partido,
situado en la calle Consulado y andábamos en trajines bélicos por la
Universidad. De ese Liceo salimos, formando un nutrido grupo que
aumentó al pasar por el de Prado; por encima de nuestras cabezas
sobresalía, debido a su notable estatura, la de Ñico(*). Las
instrucciones que recibimos fueron las de armar desorden sin agredir a
nadie pero, en caso de que se nos atacara, responder de forma
contundente y ejemplarizante.
Mi tensión me impedía atender a los oradores que se sucedían en el
escenario; como todos, esperaba con ansiedad el momento de entrar en
acción. Y llegó ese instante, cuando con el ceceo peculiar de quien
habla con la lengua pegada al cielo de la boca, Armandito, desde el
micrófono, nos electrizó con su verbo incendiario: "¡Y el único modo
de oposición que entendemos para acabar con la dictadura es
REVOLUCIÓN!" Al escuchar la palabra del conjuro, como un resorte,
todos a una, nos pusimos de pie y un clamor ensordecedor llenó el
teatro: ¡REVOLUCIÓN, REVOLUCIÓN, REVOLUCIÓN!... El grupo con el que yo
había venido, llenaba la fila de lunetas en que me encontraba. Algunos
comenzaron a cerrar y abrir los asientos abatibles, y pronto todo el
teatro los secundó, sumando más ruido al estruendo.
Una nota discordante se produjo dos filas más adelante. Un robusto
mulato, joven y afectadamente bien parecido, subió a su butaca y
comenzó a saltar sobre la misma hasta que, el peso repetido de su
cuerpo, destruyó el asiento y le hizo caer con las piernas trabadas,
pidiendo auxilio. Después me enteré que el histérico manifestante se
llamaba Luis Conte Agüero, de profesión periodista y locutor, quien se
hacía llamar "La Voz más alta de Oriente". La muchachada de "La Punta"
le adjudicó otro epíteto: "La Mulata de Fuego", con ese mote lo
caracterizaría la historia, al juzgar su comportamiento posterior,
cuando el aire olió a plomo y llegó la hora de la verdad...
Hoy, que los años han pasado y que acumulo la asistencia a numerosos
congresos, en que se repite la rutina de ponencias, mesas redondas y
plenarias, encuentros con viejos compañeros y almuerzos de clausura,
ninguno me ha dejado el recuerdo imperecedero de aquel que ayudé a
malograr.

Desde Regla,
Ayer, "La Sierra Chiquita"; ayer, hoy y siempre, bastión de rebelde cubanía.
Julio 10 de 2014
(*) Antonio (Ñico) López.

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De la Revolución iniciada en 1868 y aún inconclusa, soy hijo; a ella me
debo.

Jorge C. Oliva Espinosa. Cubano, nieto de mambises, sobreviviente.
http://jorgecolivaespinosa.blogspot.com
jorgecoliva@gmail.com

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