lunes, 7 de julio de 2014

YO, LEGISLADOR

--YO, LEGISLADOR
Por Sempronio, el de Regla

Me invaden deseos apremiantes de vestir la toga tribunicia, obedecer
el mandato histórico de mi nombre y, al igual que aquel Sempronio
romano, convertirme en legislador del pueblo, contribuir a la
promulgación de leyes que favorezcan a las mayorías desposeídas;
defender, desde el parlamento, los intereses de la plebe. Estas ganas
ya habían nacido al comprobar el comportamiento de la Asamblea
Nacional, donde todo es aquiescencia, sin voz discordante alguna, en
la que es costumbre aprobar por unanimidad los decretos que emite el
Ejecutivo y de donde no surge ninguna iniciativa de ley. Ahora, cuando
escucho la información tan clara y completa que rinden ante el
Legislativo, los que dirigen el país y su economía, mis deseos de
ocupar un curul allí, crecen incontenibles. Por lo que expusieron
distintos oradores, todos de altísimo nivel, supimos que todo anda
mal: que los planes no se cumplen, que debemos un carajal y que
tenemos un déficit presupuestario de mil millones. Eso fue lo
fundamental; lo del gas racionado, cuya cuota se reduce y lo del
"liberado" que se rebaja de precio (medidas que agrandan el hueco en
el bolsillo ciudadano), la extensión del experimento de Mayabeque y
Artemisa, porque dos años no fueron suficientes para sacar
conclusiones y otras minucias, quedaron en segundo plano. Una cosa sí
estuvo clara: la identificación del gran culpable, el totí por
antonomasia: El pueblo. Esa masa irresponsable e indisciplinada que no
entiende el momento histórico que estamos viviendo, ni los desvelos de
nuestros dirigentes por redimirlo; que no se esfuerza por aumentar la
productividad, que persiste en ilegalidades y que se corrompe con
facilidad, exhibiendo una contumaz "pérdida de valores", que aspira a
ganar más, a que su salario le alcance para vivir y no "percibe"(*)
que la electricidad se la subsidian "n" veces, al igual que los
productos de una libreta cada vez más flaca, pronta a desaparecer.
¡Qué ingrato y malagradecido es ese pueblo! Bastaba ver a todos los
que hicieron uso de la palabra: eran la imagen viva del desvelo y la
dedicación más abnegada, de la absoluta consagración; se veían
exhaustos, famélicos, demacrados, las ropas les colgaban, holgadas por
la evidente pérdida de peso. Ante tales y contundentes verdades, a mí,
a Sempronio, me da el arrebato de proponerles que disuelvan ese pueblo
tan ingrato y busquen otro a quien dirigir. Una vez aceptada mi
sugerencia, yo ocuparía mi escaño de legislador y promovería una serie
de leyes tendientes a sanar nuestra economía, tanto la nacional, como
la del bolsillo individual. Para zanjar la cuestión del déficit,
propondría la reducción del aparato administrativo, la desaparición de
algunos ministerios y la simplificación de ciertas estructuras. No
sería cosa nueva, ya se hizo con el Ministerio del Azúcar, sustituido
por un grupo empresarial que ha logrado mantener la tendencia
decreciente de las zafras. ¡Éxito inigualable! Así, la emprendería con
los ministerios y para el rescate de la Autonomía Universitaria,
comenzaría con el de la Educación Superior, para cuyas funciones
coordinadoras y metodológicas, un Consejo Nacional de Universidades
basta. Porque... ¿Cuánto cuesta un Ministerio? ¿Cuánto se
ahorraría?... Pero eso sería solo el comienzo y seguiría tijeras en
mano, recortando gastos superfluos.

Desde Regla,
Tierra bendita de Yemayá, cuna bravía de los abacuá. Julio 8 de 2014
(*) (Sic): para rectificarle su mala percepción, quizás el pueblo
necesite un optometrista.

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De la Revolución iniciada en 1868 y aún inconclusa, soy hijo; a ella me
debo.

Jorge C. Oliva Espinosa. Cubano, nieto de mambises, sobreviviente.
http://jorgecolivaespinosa.blogspot.com
jorgecoliva@gmail.com

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