miércoles, 2 de julio de 2014

-INFANCIA Y ADOLESCENCIA (I)

--INFANCIA Y ADOLESCENCIA (I)
Por Jorge C. Oliva Espinosa

1936-1953
En un continente dispuesto de norte a sur, con el norte expoliador
siempre arriba, yo nací atravesado, igual que esta isla donde vi la
luz primera: flaco y largo como ella, estirado entre el occidente
natal y el oriente del glorioso pasado, el del 68 y el del 95, el
mismo que, a su tiempo, me llamó a continuar la lucha. Semejante a mi
isla atravesada en El Caribe, mi situación social rompía la
uniformidad que caracterizaba a la mayoría: fui un hijo natural que
creció sin padre ni inscripción en el Registro Civil.
Desde temprano padecí dos hambres: la estomacal y la del cerebro. Una
me pedía carbohidratos y proteínas, la otra conocimientos; en resumen,
alimentos ambos que me permitieran crecer y ampliar mi comprensión del
universo. Hoy el estómago es menos exigente y se contenta con lo que
puedo darle; al parecer he vencido a una de las dos hambres; en
cambio, la otra se mantiene insaciable, siempre planteándome preguntas
y exigiendo más respuestas.
Como secuela, estos dos padecimientos míos me convirtieron en un ser
esmirriado y molesto, preguntón, de inconformidad constante. Así me
percibieron en mi casa, en la primera escuela y después en la otra: la
de la calle. Como en esta última, no contaba con los músculos
necesarios para defenderme, aprendí a afilar mi lengua como arma de
combate; fue así que algunos mayores al oírme, dictaminaban: "este
muchacho tiene más leyes que un abogado"; mientras que otros
auguraban, como futuro cierto, que me dedicaría al ejercicio de esa
profesión. No cumplí ni expectativas ni vaticinios al respecto y
malamente terminé de joven el bachillerato; ingeniero vine a hacerme,
ya cuarentón. Antes, mi endeble estructura física y mi inclinación a
la boconería me hicieron receptor de soberanas palizas. Mis riñas eran
más que frecuentes, yo era deslenguado pero desnutrido, y estas dos
características me acarreaban malas consecuencias. Los adversarios
siempre me vencían, pero yo ideé la bronca permanente (1): cuando me
levantaba del suelo, todo maltrecho, advertía al contrincante que
nuestra pelea era sin fin, que desde ese momento, donde quiera que nos
encontráramos, el duelo continuaría. Esto determinó que las tundas se
repitieran sin piedad, pero yo había creado una increíble capacidad
para asimilar y resistir golpes y aquello se convertía en una
pesadilla para mis rivales que, tarde o temprano, por cansancio, no
podían levantar los brazos, de tanto pegarme; entonces, llegaba mi
momento: como Fénix renacido de sus cenizas, pasaba a la ofensiva y
los derrotaba. Todo consistía en resistir y mientras tanto, asimilar
los golpes.
En el trayecto había visto convertirse en costumbre el abusar de los
débiles, pisotear leyes, violar legalidades y derechos; se repetían
tanto aquellas injusticias, que la situación llegó al extremo en que
verdaderos malhechores, asaltaron los poderes constituidos, amparados
por las sombras de la noche y la impunidad que les concedía la
indiferencia generalizada. A tres meses de unas elecciones, deponían a
un Presidente y aquí no ha pasado nada, ¡que siga la República!...
Con semejantes antecedentes, me alisté, desde el primer momento de la
asonada, entre los partidarios de oponer la fuerza insurreccional a la
fuerza usurpadora. Así, fui instrumento de farsantes que jugaban a la
Revolución, sin el menor interés por hacerla. Hasta que un 26 de
julio, desde allá de Oriente, un grupo de jóvenes demostraron cuál era
el camino a seguir. La demostración venía empapada con sangre
generosa, la que iluminaba el camino por el que, de inmediato,
emprendí la marcha...
(CONTINUARÁ)

Desde Regla, como siempre, julio 3 de 2014
(1) Aún no había oído nada sobre Trotsky y la Revolución Permanente

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De la Revolución iniciada en 1868 y aún inconclusa, soy hijo; a ella me
debo.

Jorge C. Oliva Espinosa. Cubano, nieto de mambises, sobreviviente.
http://jorgecolivaespinosa.blogspot.com
jorgecoliva@gmail.com

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