domingo, 9 de junio de 2013

UN MANUAL INUTIL (12)

UN MANUAL INÚTIL (12)
Por Jorge C. Oliva Espinosa

FERIADOS Y NOCHEBUENA
Como tradición heredada, el cubano celebró siempre con una comida
especial la noche del 24 de diciembre. La mesa en tal ocasión era una
prueba más de criollismo sincrético. En ella se avecindaban los
frijoles negros y los plátanos fritos con fiambres y postres europeos.
La yuca con mojo y el dulce de membrillo, los buñuelos y los cascos de
naranja, la sidra y el ron. La celebración constituía un testimonio de
nuestra identidad cubana: Alegre, pródiga y disparatera. Esa noche
era, más que costumbre religiosa, fiesta pagana de comilona
pantagruélica y pretexto para empinar el codo. La familia se reunía,
no importaba lo alejados que vivieran sus miembros, la abuelita de la
casa declaraba, patética, que ésa era su última cena con nosotros y
los muchachos probábamos el sabor exótico de nueces y avellanas, algún
que otro turrón español, y se nos permitía tomar un poco de vino. El
plato principal y típico era el lechón asado y las panaderías no daban
abasto prestando el servicio de asarlos. Era una ocasión de tirar la
casa por la ventana, y nadie escatimaba en gastos. Aunque después, o
quizás antes, hubiera que recurrir al garrotero en solicitud de un
préstamo de usura. Para los más escachados o arrancados, para los
desempleados de turno, estaban los puestos que vendían el lechón ya
asado por libras, y los turrones criollos de maní, sucedáneos del
jijona español. Eso sí, nadie dejaba de festejar. Ni el millonario
fabricado a costilla del erario público, ni el desempleado que acudía
al sablazo de fin de año o a la casa de empeños.
En la sala de mi casa se ponía un arbolito navideño, a cuyos pies se
armaba el retablo de un nacimiento con figuritas de yeso. Todo
adornado con la albura del algodón simulador de la, para nosotros,
desconocida nieve. Desde entonces, tenía que haberme percatado de que
era costumbre foránea. El abeto no era de nuestros climas, pero todos
lo aceptábamos. Hasta los dueños de los negocios, concedían el día
siguiente a la fiesta como día de descanso retribuido, y pagaban
religiosamente a sus empleados el salario no ganado con trabajo, como
Dios manda. Así se hizo ley no trabajar los 25 de diciembre. En fin,
una costumbre más injertada en nuestra sociedad, como el Aguinaldo
corruptor y la propina humillante. Pero de eso nos dimos cuenta
después. Cuando llegó nuestra liberación con el Socialismo.
Todavía en 1959 y 1960, acabadita de derrocar la tiranía, celebramos
con una cena gigantesca, en plena Plaza de la Revolución, el 24 de
diciembre. Miles de cubanos cenamos reunidos, junto a los líderes de
la Revolución triunfante, en una cena "familiar" de pueblo unido, sin
sombra alguna de festividad religiosa, como yo decía antes, igual que
se hacía en mi familia, por costumbre heredada. Fue un espectáculo
digno de verse y conservarse para la Historia. Toda el área de la
Plaza se llenó de grandes mesas con largos bancos a cada lado y a
todos se nos sirvió por igual el clásico menú. En la base del
monumento se montó la mesa presidencial y allí cenaron, en pleno, los
miembros del gobierno revolucionario. El hecho no tenía antecedente ni
siquiera parecido: Gobernantes y gobernados cenando juntos. Y como
reafirmación ampliada de una tradición heredada, impuesta más bien por
el colonialismo español. El día siguiente siguió siendo feriado.
Sin embargo, los días festivos del año cubano ya se habían ampliado
con las efemérides revolucionarias de julio. Y en diciembre había que
cortar caña. No era cosa de interrumpir la cosecha, más si queríamos
hacer los famosos diez millones de "que van, van". Así, en el
memorable año de 1970, se nos convenció que no era ajustado a nuestras
verdaderas y nuevas tradiciones, eso de festejar en diciembre. Ni el
25, ni el 31. La fiesta debía ser en los cañaverales. Ya no
esperaríamos un nuevo año despidiendo otro. Celebraríamos aniversarios
del triunfo, ocurrido precisamente un primero de enero. Y como tributo
a los mártires que todo lo dieron: ¡Trabajando! Para fiestas,
tendríamos los 25, 26 y 27 de julio. ¡Ese sí era el cierre de nuestro
año! Ya con la cosecha terminada. Hasta el día de reyes y los
Carnavales los trasladamos para ese mes caluroso, tan poco propicio al
trabajo.
Como habíamos empezado a recibir cada diciembre, una cuota adicional
de productos alimenticios, trasladamos esa distribución para julio.
Igual se hizo con los juguetes destinados a nuestros niños, y que se
vendían para la festividad cristiana de los Santos Reyes, el 6 de
enero. No era cosa de estar creyendo en reyes y mucho menos santos y
magos. Así instauramos el tercer domingo de julio como DIA DE LOS
NIÑOS. Cuando el cruel bloqueo yanqui se recrudeció, en la canasta
adicional vinieron los dulces, conservas, vinos y licores de nuestros
hermanos del Campo Socialista. El mes de julio se convirtió en nuestra
nueva y revolucionaria tradición y se llenó de fiestas y días
feriados. ¡Que otros pueblos festejen de acuerdo a sus climas y
tradiciones! Si el frío y la nieve les impide trabajar, que se
diviertan en diciembre. Nosotros, subtropicales y socialistas, tenemos
nuestras razones climáticas e ideológicas para fijar el calendario de
nuestras fiestas.
Desgraciadamente, nuestras dificultades empeoraron por el
recrudecimiento de la guerra económica que nos tiene declarada El
Imperio y por la caída del campo socialista y la desaparición de la
nunca bien llorada URSS. Y nos tocaron años duros, sin fiestas, ni
juguetes, ni carnavales. Ni en Diciembre, ni en Julio. En las casas de
algunos afortunados comenzaron a encenderse unos arbolitos por el mes
de diciembre. ¡Debilidades ideológicas de los acomodados de siempre!
Con el período especial y la reorientación de nuestra economía, las
Empresas Mixtas pusieron sus arbolitos navideños. En fin de cuentas,
había que respetar las costumbres de nuestros socios comerciales
extranjeros. Eso sí, en el Sector Estatal y Socialista, NO. ¡Nada de
Navidad! Para fiesta invernal teníamos el primero de enero,
aniversario del triunfo glorioso de nuestra Revolución. Ese año, como
cosa excepcional, y para premiar el esfuerzo ingente de nuestro pueblo
trabajador, se declararon feriados no sólo el primero de enero, sino
también los días 2 y 3. (El 4 cayó domingo). Así que tuvimos unos
cuantos días de jolgorio y holgazanería. ¡Y todos pagados por nuestro
único empleador: El Estado! La Navidad no. El 25 de diciembre seguía
siendo día laboral. A pesar de ello, en las Tiendas Recaudadoras de
Divisas se vendieron arbolitos y artículos navideños para los que
tuvieran dólares, y la carne de cerdo volvió a aparecer en el comercio
estatal. ¡Y rebajada de precio! Pero vino a visitarnos el Papa. Y
debido a la petición del Santo Padre y como deferencia a él, volvió a
ser feriado el 25 de diciembre, día de Navidad. A partir de 1997,
tenemos Nochebuena otra vez. ¡Cosas de la Dialéctica!
(CONTINUARÁ)


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De la Revolución iniciada en 1868 y aún inconclusa, soy hijo; a ella me
debo.

Jorge C. Oliva Espinosa. Cubano, nieto de mambises, sobreviviente.
http://jorgecolivaespinosa.blogspot.com.es
jorgecoliva@gmail.com

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