lunes, 17 de junio de 2013

EXTRANJIA CAP 4

IV
Saltillo, México 1980
Saltillo es una ciudad con el suficiente movimiento, pero del tamaño y
la situación adecuados para sus planes. Se halla lejos de la capital
mexicana, a más de ochocientos kilómetros y cerca de la frontera
estadounidense. Dentro de su población, que no sobrepasa el medio
millón de habitantes, él puede evadir los controles que aquí no son
muy efectivos. Allí se trafica con todo y nadie pregunta por el origen
de lo traficado. Es el lugar idóneo donde invertir y multiplicar su
dinero.
A pesar de ser la Capital del estado de Coahuila, Saltillo está a solo
75 kilómetros de Monterrey, una de las ciudades mayores y más
importantes de México, llamada también "La Capital del Norte". De esta
cercanía, ha sabido beneficiarse, como todo el pequeño que se protege
y crece a la sombra del grande y logra que aquel no lo asfixie. En su
ubicación, Saltillo parece cumplir un sabio adagio que reza: "Ni tan
cerca que te queme, ni tan lejos que no te de calor." Así, recibe de
Monterrey numerosos compradores que vienen atraídos por la oferta más
barata de sus productos; al mismo tiempo, los comerciantes locales
encuentran seguro mercado en la gran ciudad norteña. Por estas
circunstancias, Saltillo es próspera y goza de un tráfico comercial
denso y muy variado. De los numerosos talleres artesanales, se
destacan los dedicados a la confección de sarapes, las tradicionales
mantas aztecas; la manufactura textiles de lana y la cerámica,
completan la pequeña y mediana industria. Molinos de cereales y
fábricas de vino, elaboran los productos de las tierras circundantes.
Esto hace el comercio abigarrado y colma las calles de vendedores y
compradores en un perenne forcejeo de ofertas y demandas, de regatear
precios y proponer otras mercancías que se ocultan a la vista y de las
cuales no es necesario averiguar la procedencia.
El taimado emigrante dedica los primeros días a estudiar el terreno y
los negocios en que pudiera incursionar con mayores probabilidades de
éxito. Debe ser algo pequeño, que pase desapercibido, preferentemente
ya instalado y de competencia probada en el comercio local, porque lo
nuevo atrae la atención y la curiosidad no es conveniente. Todo lo
maquina, cuando aparenta pasear, curioseando, por algunas partes de la
ciudad. Se detiene aquí, allá, indaga, evalúa, descarta algún que otro
candidato a la inversión y, sin apresurarse, continúa su búsqueda. El
tráfico de estupefacientes y el contrabando, desde un primer momento,
los desecha, no por escrúpulos sino por conveniencia. Hay suficientes
hampones ya, que se reparten el terreno… No sería saludable correr
riesgos, recién llegado al lugar que piensa será su asiento
definitivo. Quizás más adelante… La producción textil, en la escala
que desea, ya está penetrada por norteamericanos y el resto lo
integran centenas de telares manuales, operados por sus propietarios.
Estos, al final, se convierten en simples suministradores de los
primeros que, a precios irrisorios, les compran todo lo que producen.
El negocio de cerámicas no le seduce, él no vino a México para ser un
alfarero, fabricante de cacharros por métodos artesanales. Así,
indagando, sopesando posibilidades, ha consumido la primera semana y
todo lo que ha visto hasta el momento, su fría maquinaria de pensar lo
ha descartado. Entonces se percata que lleva demasiado tiempo
recorriendo los lugares más concurridos, en un auto con matrícula
norteamericana. Esto es llamativo, los gringos siempre están de
pasada, y decide deshacerse del artefacto que le ayudó, además de su
ingenio, a penetrar en México. Ha visto en las afueras, al lado de una
pobre estación gasolinera, lo que parece un rastro de chatarras y
hacia allá se encamina con la intención de vender, por cualquier
precio, el vehículo que le prestó tan buen servicio. Si lo desarman y
desaparece convertido en piezas, tanto mejor. Él actúa así: se vale de
cosas y personas, mientras le son útiles y sabe deshacerse de ellas
cuando empiezan a estorbarle…
En el terreno que ocupa casi toda la manzana, al lado de una bomba de
gasolina, protegidas por una alambrada perimetral, se amontonan, como
amasijo de hierros retorcidos, un centenar de carrocerías en espera
del desguace. Sobre el portón de acceso, un letrero rústico intenta
desmentir la elocuente impresión: "COMPRA Y VENTA DE AUTOS Y PIEZAS DE
USO".
Ha pedido hablar con el dueño de aquel "negocio" y del fondo del patio
viene a atenderle el típico mexicano popularizado en las películas: de
tez curtida, chaparrito, barrigudo, con una sonrisa socarrona bajo el
espeso bigote.
_Genaro Cañizo, pa´ servirle a asté…
El recién llegado, corresponde con igual cortesía y se identifica como
portorriqueño, venido "del otro lado", que quiere vender su auto. La
inicial gentileza se troca en altivez de comprador exigente, tan
pronto conoce la oferta del visitante, a quien quizás tomó por un
inspector o gendarme en averiguaciones, para él, nada convenientes… Va
hacia el carro, lo rodea con mirada pesquisidora, abre el capó e
inspecciona el motor. Luego abre y cierra las puertas, comprobando de
paso el estado de las vestiduras interiores. Es breve y de menosprecio
la inspección, ni siquiera le pide ponerlo en marcha. Y ya cuando
piensa que allí no podrá venderlo, el mexicano lo sorprende al
ofrecerle, displicente, el doble de lo que él pagó por aquel cacharro:
seiscientos dólares. De inmediato, su cerebro va más allá de esta
venta provechosa y enhebra posibilidades y variantes, como un
consumado ajedrecista. Sin buscarlo, ha encontrado el negocio en que
desea invertir. Le ha salido así, de pronto, cuando no lo esperaba.
Finge breve titubeo y cierta inconformidad con el precio, para al
final cerrar el trato y aceptar el convite de un tequilita que le
brinda el comprador. En la conversación que sobreviene, éste se queja
de lo mal que le va el negocio y esa es la oportunidad que el cubano
esperaba para hacerle ver lo bien que le iría, si invirtiera en
reparar y remozar los vehículos comprados, para así venderlos a
muchísimo mayor precio.
_ Pos, pa´eso, manito, hace falta lana, lana que no tengo…
Él esperaba la respuesta que le daría Genaro y se apoya en ella para
hacer su proposición: Está dispuesto a poner lo que haga falta… Ya no
se limitarían a desarmar, para vender piezas y partes aún servibles y
el resto rematarlo como chatarra. En lo adelante, contarán con
talleres de mecánica, chapistería y pintura, de los que saldrán autos
relucientes, como nuevos. En repetidos brindis, ya han consumido el
tequila contenido en la botella inicial, y el que vino a vender un
auto viejo, es ahora socio del comprador, un socio salvador que
invertirá capital en la ampliación del negocio. Pero, un socio que se
muestra, desde el primer momento confiado, quizás en demasía. Él no
quiere aparecer en papeles, le dice, por su condición de extranjero
aún no residenciado. En cuanto a firmar acuerdo alguno, declara
bastarle, la palabra de un hombre cabal, de un puro mexicano, como lo
es el Señor Cañizo. Eso sí, él se encargará de las cuentas, porque la
cuestión de los números es su oficio.
No tarda en cambiar de aspecto aquel comercio. En una nave, al fondo
del patio, se instalan y equipan los talleres y un anuncio lumínico le
da un aire de distinción a lo que parecía un rastro de despojos. En
lugar preferente, se exhiben varios autos flamantes, tan relucientes
que parecen nuevos. Revitalizado con el dinero y la iniciativa del
forastero, el negocio prospera y al ver duplicadas las ganancias, el
mexicano amplía sus horizontes de ambición. Ahora pretende que el
nuevo socio invierta una cantidad mayor, la suficiente para comprar
"del otro lado", como llaman aquí a los Estados Unidos, todo un lote
de carros de uso. Sin dudarlo, lo cree en posesión del dinero
necesario. El desembolso inicial que aquel hiciera, y el haberse
identificado como portorriqueño, en definitiva ciudadano gringo, han
sido elementos suficientes para convencer de ello a Genaro. Al
principio, no entiende las negativas con que el forastero responde a
su proposición y termina sospechando que algo esconde del otro lado de
la frontera. Algo por lo cual no quiere regresar al país del que dice
venir y tener ciudadanía... Su renuencia a firmar papeles, a aparecer
en ellos, ni siquiera como empleado, antes tomada como gesto de
confianza excesiva, ahora acrecienta la suspicacia de un socio que
comenzó a tratarlo de "patroncito" y ahora le llama "cuate", pero con
frialdad. Pasan ocho meses en que a la par crecen las entradas del
negocio y las continuas contradicciones entre los dos empresarios,
cada uno con planes bien diferentes. A las proposiciones para ampliar
que hace el mexicano, el supuesto portorriqueño ofrece resistencia y
se niega repetidamente: él no desea ir más allá del volumen alcanzado
por las ventas. Las relaciones entre ambos se hacen tirantes. Hay
veladas amenazas de uno contra la sospechada ilegalidad del otro. El
conflicto amenaza con estallar en cualquier momento. Él lo sabía muy
bien. Sin embargo, explotó como no lo imaginaba.
Había aprovechado unos días en Monterrey para explorar las
posibilidades de mudarse allá, como a una segunda posición de
repliegue, y al regresar a Saltillo, en lugar de Genaro, encuentra a
un nuevo dueño, que le dice ignorar todo lo referido a su
participación y a sus pretendidas reclamaciones. Condescendiente, le
muestra la escritura de traspaso que le suscribiera su ex socio. El
muy ladino lo ha despojado, elegantemente, de su parte. A él, que lo
calcula todo y que no había pensado en aquella variante que, urdida en
silencio avieso, lo ha sorprendido. Se ha quedado, como se dice en
cubano: "en la calle y sin llavín". A él, que todo lo calcula y prevé,
que incluso planeaba madrugar al otro, lo ha madrugado este mejicano
con su desaparición. Sabe que encontrar al esfumado, es tarea
improbable; y si le encontrara, cualquier acción suya en su contra,
tendría como segura respuesta la denuncia de ser un ilegal. Es un arma
que el otro esgrime y que le da protección. Se siente continuamente
bajo aquella amenaza y decide que es la hora de abandonar México. Con
lo poco que le ha quedado, compra un pasaporte falso que lo identifica
como panameño, y emigra a otro país.


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De la Revolución iniciada en 1868 y aún inconclusa, soy hijo; a ella me
debo.

Jorge C. Oliva Espinosa. Cubano, nieto de mambises, sobreviviente.
http://jorgecolivaespinosa.blogspot.com.es
jorgecoliva@gmail.com

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