domingo, 19 de mayo de 2013

UN MANUAL INUTIL 3

UN MANUAL INÚTIL (3)
Por Jorge C. Oliva Espinosa

Estimados lectores:
En ocasión del "Día Internacional de la Familia", interrumpí el envío
de fragmentos de "INSTRUCCIONES PARA SOBREVIVIR EN CUBA" para incluir
los mensajes intercambiados por un tío cubano con su sobrino catalán.
Esa comunicación, más allá de cualquier frontera, me pareció el mejor
homenaje a la gran familia universal que es la humanidad.
Hoy, al retomar la divulgación de aquel manual inútil, me percato de
que, para muchos de ustedes, los envíos eran demasiado extensos y
abusivos para el poco tiempo de que disponen. Así que, acorté la
extensión de los fragmentos que hoy continúo, haciéndolos más breves y
ciñéndome a una sola temática. Les ruego disculpen las molestias que
pude ocasionarles. De ahora en adelante seré más sucinto.

EL AGUA, LOS ACUEDUCTOS Y NUESTRA CIUDAD
Imprescindible para la vida, el agua ha condicionado el surgimiento, y
la prosperidad o desaparición de los grandes asentamientos humanos.
Menos La Habana, que hasta en eso somos distintos los cubanos. Fundada
primero sobre la costa sur, cerca de la desembocadura del Mayabeque,
parecía seguir la regla universal. Pero dicen, que los mosquitos nos
la hicieron mudar en 1519 para su actual ubicación. Y aquí estamos,
donde nos pusieron los fundadores, sin una fuente suficiente de abasto
líquido para satisfacer nuestras necesidades y garantizar su
desarrollo. En cualquier otro lugar del mundo, San Cristóbal de la
Habana no hubiera pasado de ser un mísero caserío al que le bastaba
las escurridas pluviales que hinchaban los arroyos Tadeo y Melones. De
ahí no hubiera pasado. Quizás Matanzas hubiera sido nuestra Capital,
pues bahía tenía tan buena como la habanera y además, los ríos que le
faltaban a aquélla. Ah, pero desde entonces somos ilógicos y vamos
contra la corriente. Aquí surgimos, crecimos y nos extendimos
extramuros hacia el sur, al este y al oeste. Hacia el norte estaba y
está el mar. Y no éramos, ni somos holandeses, aunque ya montamos en
bicicleta más que ellos. Y gracias al comercio entre las colonias, no
obstante los repetidos ataques de piratas, corsarios y otras plagas
(los ingleses nos tomaron en 1762, los yanquis y los Aedes en 1898) y
a pesar de su falta ostentosa de agua, la Habana creció, creció y
creció hasta convertirse hoy en el asiento de dos millones de seres
humanos y algunos miles de animales. Que el problema del
abastecimiento hídrico fue desde siempre un agobio para los habaneros,
tenemos viejos testimonios en las artes plásticas y en la
Arquitectura, como EL AGUADOR de Landaluce, el callejón de El Chorro,
la calle Zanja y el acueducto de Albear. Por cierto, que en la misma
calle de Montserrat, muy cerca del monumento al genial ingeniero
español, constructor del primer acueducto con que contaron los
habaneros (y que aún sigue dando servicio), en una pequeña plazuela
frente al Hotel Plaza, se alza el busto de Supervielle, aquel alcalde
ingenuo y honrado, que se suicidó al no poder cumplir la promesa de
darle agua a sus electores. Así que, la escasez de agua que sufrimos
no es nada nueva. Viene desde nuestra propia fundación. Lo que sucede
es que el problema ha tomado, agravándose, nuevos y revolucionarios
matices. Veamos:
Hoy por hoy, no hay barrio o zona de la Capital que no sufra un
paupérrimo abastecimiento de agua. Hay zonas donde va una vez cada
tres días, siendo lo común recibirla un día sí y otro no. Y eso
solamente por dos o tres horas. ¡Pero, hay que ser justos y
comprensivos, compañeros! Si nuestros antepasados no pudieron resolver
este difícil problema para una población mucho menor, sería totalmente
injusto exigírselo a nuestro gobierno bloqueado y privado de recursos,
y de contra agobiado por una superpoblación cuya densidad demográfica
está casi al estallar por culpa de la emigración oriental masiva. Por
eso, para vivir en la Habana, es imprescindible contar en el núcleo
familiar con una viejita o un anciano jubilado. Ella o él se
encargarán de recolectar el agua (porque ésta la suministran en
horario de trabajo.) De lo contrario usted está frito. Así que ya
sabe. ¡Búsquese una abuelita, o una tía decrépita, o algo parecido!
Otro problema son los edificios múltiples. Allí siempre hay un
problema con el agua. Cuando no es el motor, es la cisterna, cuando no
el candado y la llave que no aparece para echarlo a andar. Y algunos
opinando que no dejen cerrada la caseta y otros que le ripostan, con
razón, que si no, se roban el motor, como pasó en tal lado. Y así las
cosas, hasta que todos se ponen de acuerdo en designar a un
"responsable del motor", vecino que asumirá la función de guardar la
llave y conectar el motor y velar porque sea en el horario acordado y
que los tanques de la azotea se llenen, etc. Y, ¡óigame! no hay muchos
con tiempo y con vocación para asumir semejantes tareas y
responsabilidad. A no ser, como en el caso que reseñaré, que medie un
interés particular en el asunto. Sucedió así: en un moderno edificio
de apartamentos del Vedado había una "encargada del motor", que
llamaremos Eulalia. Eulalia era muy eficiente y responsable, y gozaba
de estima y autoridad entre los vecinos. Ella se preocupaba de poner
el motor puntualmente a las horas fijadas, no tenía reparos en
madrugar los domingos para ponerlo temprano y que todos pudieran lavar
y atender las demás necesidades dominicales. Si el motor se averiaba,
allá iba Eulalia y conseguía el mecánico necesario, le pagaba y en la
próxima reunión de vecinos informaba de la reparación y su coste per
cápita. Es más, Eulalia siempre se mostraba comprensiva ante cualquier
solicitud extra que le hiciera alguna vecina y le ponía unos minutitos
extra el agua a Conchita porque iba a limpiar su apartamento de noche,
ya que al otro día tendría invitados, o a Fefa, porque el niño lo
tenía malito y no le alcanzaban los pañales. Y así, con todo el mundo.
En fin, que de Eulalia nadie podía tener quejas. Hasta un día. A
partir de aquella infausta fecha, vinieron épocas tormentosas en las
que nadie sabía cuándo iba a haber agua y cuándo no. Los motivos eran
muy variados, pero todos nuevos y desconocidos hasta entonces.
Aquellas dificultades, que anteriormente se resolvían por la acción
eficaz de Eulalia, ahora se agravaban y parecían insolubles. El
edificio comenzó a padecer lo que nunca antes. La fetidez invadía
escaleras y pasillos. Pero cuando la situación se hacía insoportable,
estos períodos felizmente terminaban y todo parecía volver a la
normalidad. Hasta que otra vez la crisis aparecía...
Nadie dudaba de las mil veces probadas capacidad y abnegación de la
"Encargada del motor". Y todos daban una explicación verosímil: "el
equipo está muy viejo", el mecánico engañó a Eulalia e hizo una
mierda", "ahora están suministrando menos agua", "Hay una rotura en el
acueducto", etc. Sin embargo, cuando la situación se repitió en su
ciclo de pestes y esperanzas, alguien notó que los períodos
problemáticos coincidían asombrosamente con las veces que Cacha, la
del tercero, alquilaba a extranjeros una habitación de su apartamento.
Con rigurosa exactitud pasaba así: Cacha alquilaba, todos veían al
foráneo huésped, e inmediatamente comenzaba la crisis. El visitante,
inconforme, se marchaba y, el problema tendía a normalizarse. No
tardaron en descubrir el misterio. Eulalia esperaba al visitante
portador de dólares, cuando éste ya no resistía el hedor y la
incomodidad, y le proponía otra habitación "aquí cerquita y que
siempre tiene agua, yo se lo garantizo... ¡Ah, y seguro más barata!"
No hay dudas que, la desleal competencia que hacía Eulalia era cosa de
nuestra escasez... de agua.
(CONTINUARÁ…)

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De la Revolución iniciada en 1868 y aún inconclusa, soy hijo; a ella me
debo.

Jorge C. Oliva Espinosa. Cubano, nieto de mambises, sobreviviente.
http://jorgecolivaespinosa.blogspot.com.es
jorgecoliva@gmail.com

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