miércoles, 15 de mayo de 2013

UN MANUAL INUTIL (2)

UN MANUAL INÚTIL (2)
Por Jorge C. Oliva Espinosa

Sistema Político
En Cuba sólo existe un Partido y sin embargo, no postula sus
candidatos (1). El derecho a postular candidatos y a ser postulados,
lo tenemos todos los cubanos, seamos o no militantes de ese Partido.
Claro, que cuando un Militante postula a alguien, usted no sabe si
está haciendo uso de ese derecho a título personal o está cumpliendo
orientaciones de su organización partidista. El Partido únicamente
elige su propia dirigencia, pues sus miembros de base son propuestos
en asambleas generales, y elegidos por la masa, en sus Centros de
trabajo. Si usted ve a todos los militantes concertados en una
proposición y votar en bloque por alguien, y piensa que "hay gato
encerrado", usted es muy suspicaz.
Cuando la masa de trabajadores propone para militante a Cheo y Cheo
resulta aprobado en Asamblea y elegido, Cheo será militante si,
finalmente, el Partido lo aprueba. Sólo el Partido podrá otorgarle y
revocarle la condición de miembro. Es decir, Cheo sale de la
jurisdicción de los que lo eligieron. También puede suceder que cambie
de centro de trabajo. Y al nuevo, donde nadie lo conoce, irá Cheo con
su condición de miembro del Partido. Por otra parte, un hombre puede
perder los méritos que, a ojos de sus camaradas, le hicieron merecedor
de la distinción. Todos podemos cambiar y ver melladas con el tiempo
las virtudes o perderlas de forma radical. (Lamentablemente hay muchos
casos que recordar.) Pero entonces, la masa no podrá proponer la
democión y tendrá que esperar que la Organización a la que pertenece
el deteriorado, lo estime oportuno.
Sigamos enumerando peculiaridades de nuestro sistema. Ninguna
agrupación de ciudadanos puede crear un Partido propio. Aun cuando en
su plataforma programática declare que su objetivo es construir la
sociedad socialista. Dicho de otro modo: los que no son del Partido,
se quedan sin partido. Así que la ciudadanía, comulgue con el
socialismo o no, se puede considerar dividida en dos grupos: los Con
Partido y los Sin Partido. En ambos bandos usted puede encontrar
revolucionarios y marxistas convencidos, politizados y gentes sin
opinión propia, ateos y creyentes de los más variados cultos, gentes
honestas y farsantes. ¿Qué los diferencia entonces? La posesión de un
carnet rojo y el estar sujeto o no a la disciplina partidista. No sin
razón se ha dicho que "ser militante del partido es un honor; pero no
serlo no conlleva ningún deshonor del que avergonzarse".
Los argumentos del monopartidismo, los argumentos oficiales declarados
por el gobierno y aceptados por una inmensa mayoría del pueblo, se
fundan en dos consideraciones harto poderosas. La primera: La creación
por el genio venerado de Martí en 1892 de un Partido único,
constituido para obtener nuestra independencia. El actual PCC se
considera heredero de aquel Partido y cómo nuestro Prócer máximo no
estimó necesario fundar más de uno para dirigir la guerra ineludible y
santa que nos sacaría del colonialismo... Ya usted sabe. Para tareas
tan grandes como aquélla, como son construir una nueva Patria y
edificar una sociedad más justa, no hacen falta más partidos.
Se olvida, al argumentar lo anterior, la unidad de mando sin discusión
que demandaba una guerra. Y se olvida también que el propio genio de
Martí declaró que la República que de aquella guerra emergiera sería
de todos, "con todos y para el bien de todos". Hasta para los
españoles, cuyo gobierno se había combatido, que deseasen vivir aquí.
Tampoco es de olvidar que al enemigo derrotado cuando se le da un
pedacito, aunque sea así de pequeñito, no lo desaprovecha y nos hace
la vida y la dirección del país imposibles. La experiencia nos sobra
con la revolución frustrada de 1933.
Pero eso de recurrir a la Historia para argumentar una idea es método
bien chueco, porque la Historia está plagada de ejemplos
contradictorios. Y al pasado siempre es peligroso tomarlo como
paradigma, pues entonces viviríamos como antes: en las cavernas.
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(1) Recientemente, en un Pleno del Comité Central, se hizo la
postulación de un candidato para Presidente de la Asamblea Nacional.
Cuando, con posterioridad, la Asamblea llevó a cabo la votación, el
mismo fue elegido, de forma unánime, por los asambleístas. (Nota para
la presente edición)

En favor de la pluralidad podrían aducirse, igualmente, razones
históricas como las siguientes:
Cuando apenas afloraba nuestra nacionalidad, eran ya válidas las más
disímiles formas de expresarla. Desde el esclavista José Antonio Saco,
pasando por autonomistas, anexionistas y separatistas, todos sentían
un criollismo igualmente anti-metropolitano y por qué no, también en
su momento revolucionario. Ah, y cuando aquellos gérmenes fraguaron y
se lanzaron a la conquista de una Nación independiente, en el
mismísimo 1868, Céspedes y Agramonte tuvieron, cada uno, ideas y
proyectos libertarios bien divergentes. Luego, en el 95, hasta Martí,
que quiso unificar todos los criterios, se encontró con proyectos
distintos al suyo, que no por diferentes pueden tacharse de
contrarrevolucionarios, ni de pro-imperialistas.¡Remember La Mejorana!
: (Allí Martí, acabado de desembarcar, enfrentó una oposición muy
revolucionaria. ¿O es que Maceo era contra?...)
El segundo argumento ya no es tan fuerte. Se nos pone de ejemplo a la
demokkkracia yanqui. También se nos habla de la mexicana donde hay
varios partidos y sólo uno estuvo siempre en el poder hasta que llegó
Fox. (Pero esto se dice más bajo, porque no hay que estar ofendiendo a
los amigos, metiendo las narices en sus asuntos. En el norte revuelto
y brutal que nos desprecia, existen dos Partidos que, cada cuatro
años, se disputan el gobierno (ellos le llaman administración). Sin
embargo, gane quien gane, es el mismo grupo de poder el que está en el
ídem. Porque, tanto Demócratas como Republicanos, representan los
mismos intereses clasistas.Y yo digo que este argumento no es tan
fuerte porque guiándonos por igual criterio, aquí podríamos tener
entonces varios partidos, siempre que los mismos representaran
igualmente los intereses del pueblo trabajador y se propusieran la
construcción de una sociedad socialista, libre de la explotación del
hombre por el hombre. Usted podría votar por los Agrarios o por
los Citadinos, o por el Partido Feminista, por los Comunistas
cristianos o por los ortodoxos, siempre y cuando, con los mismos
objetivos, cada uno prometiera ensayar métodos o estilos de gobierno
distintos. La cosa sería más variada y divertida. ¡Ah! y que cada uno
postulara sus candidatos abiertamente y explicara de antemano sus
planes de gobierno. Y se hiciera cargo de ellos desde luego.
En yanquilandia hasta un partido que se declara comunista va a las
elecciones con su candidato. Y a nadie en su pleno juicio (ni a los
mismos comunistas norteamericanos) se le ocurre que, como resultado de
esos comicios, puedan llegar a la Casa Blanca.
No, definitivamente, ese ejemplo que me ponen de los yanquis no me
convence. Si ellos se arriesgan a ese juego de aparentes opciones y
conservan su status quo, por qué ha de peligrar el nuestro si hacemos
lo mismo. ¿Es que es más fuerte la oposición de aquí que la de allá?
El ejemplo de la demokkkracia de USA me huele a silogismo. Es como si
me dijeran: -Mira, allá hacen distinto que aquí y les resulta igual.
Y como yo no quiero concluir con finales iguales, ni deseo coincidir
en fines con la Gran Nación del Norte, me dan ganas de responder:
-Oiga, entonces hagámoslo igual y que nos salga distinto.
Creo que todos estamos de acuerdo, aún los detractores del actual
gobierno cubano, en que la Revolución de la que emergió, se hizo
teniendo como objetivos la libertad política, la justicia social y el
bienestar económico de las grandes mayorías. Aquellas que se vieron
privadas históricamente de tales disfrutes. Alcanzar estas metas y
devolverle al cubano el decoro arrebatado por una odiosa dictadura,
fundamentaron la lucha heroica y justificaron el precio de luto y
sangre que hubo que pagar por ellas. Libertad política, bienestar
económico, justicia social. Es decir, tres adjetivos que parecen
predestinados al sustantivo en cuestión y encontraríamos absurdo,
intercambiándolos, hablar de libertad social o de bienestar político.
Estos tres matrimonios lingüísticos son las bases de un estado de
derecho. Y aún, cuando valoremos de forma distinta lo alcanzado en
cada uno de estos terrenos, los que nos decimos revolucionarios
estamos de acuerdo que en todos ellos, algo hemos avanzado. Sin
embargo, algunos piensan que no tenemos aún un estado de derecho. En
lo que coinciden con la gran mayoría de los opositores.
Todo lo anterior parece demostrar una gran verdad: Que todos estemos
de acuerdo en algo, no significa unanimidad. Y como la unanimidad no
implica falta de diversidad en cuanto a opiniones y puntos de vista,
llegamos a la conclusión que en Cuba existe la más amplia libertad de
criterios. Es parte consustancial de la libertad política. Sin
embargo, permítame una observación: Recuerde que, "... el Partido
es... la fuerza dirigente superior de la sociedad y del Estado..." Así
lo dice la Constitución:
El Gobierno representa el Estado. El Estado la Nación. La Nación y su
sociedad son la Patria. Y por extensión, aquel que disienta del
Partido, opinando que debía haber más Partidos, se opone, por carácter
transitivo, a los intereses sagrados de la Patria.
Así que si usted está por el pluri, no se le ocurra decirlo, pues lo
más probable es que lo acusen de antimartiano, antipatriota,
antipartido, proyanqui y otras lindezas que le harán imposible
permanecer en el territorio nacional. Mejor espere a emigrar. Quizás
entonces lo inviten a venir y participar en un DIALOGO... ¡Y entonces
sí podrá expresarse sobre el asunto!

(II) EL TRANSPORTE COLECTIVO
El transporte colectivo urbano del que ha dispuesto la población, ha
sufrido todos los vaivenes y furias de nuestros distintos períodos.
Fue General Motors en la época capitalista; Leyland en la de
transición; Ikarus y un muestrario de marcas socialistas, cuando
pertenecimos al CAME; Hino japonés cuando el azúcar subió de precio
y nos sentimos ricos derrochadores; Girón y Taíno, cuando nos dio
por desarrollar nuestra propia industria del transporte automotor.
Todas estas etapas no se sucedieron de forma ininterrumpida. Se
intercalaron entre ellas, tiempos de crisis en que, hasta el ómnibus
mismo, -nuestra popular GUAGUA- dejó de existir.
También las tarifas y formas de cobro han tenido sus variaciones ya
históricas. De seis y ocho centavos dados al conductor durante la
seudo-república, ( ) más el derecho de transferencia por dos centavos
adicionales, el triunfo revolucionario lo redujo al "medio" o
"níckel"( ) echado en la alcancía, después que fracasó el torniquete(
) ante la embestida del turbión de pasajeros enloquecidos por
dilatada espera. Estas dos formas de cobro, torniquete y alcancía,
eliminaban un tripulante de cada vehículo y significaban un
considerable ahorro en salarios, y en lo que los conductores
distraían del cobro para sus propios bolsillos. Como en la alcancía
llegaron a depositarse más arandelas, tuercas y otros objetos que
monedas, reapareció el conductor-cobrador, con su talonario de ticket.
Pero esta vez, había que entregarle dos monedas de a cinco o su
equivalente. Nadie protestó. Era necesario incrementar al doble el
precio del pasaje, si queríamos vencer al criminal imperialista que
nos quería dejar sin medios con que movernos y además, de algún lugar
debíamos sacar el salario del conductor.
Mientras, los equipos sufrían el paso del tiempo, la falta de
mantenimiento y piezas y el uso y abuso que les daba la ciudadanía. Es
decir, todas las secuelas del cruel bloqueo norteamericano. Y
aparecieron las "Aspirinas", pequeño ómnibus de construcción nacional
equipado con motor soviético, que consumía un galón de combustible
cada seis kilómetros. Se adjudicaron a fábricas y centros de trabajo,
bajo el rubro de "Transporte Obrero" y algunos se destinaron a
recorridos largos con pocas paradas que comenzaron a llamarse
"Ruteros". Usted podía viajar desde El Centro hasta Santiago de las
Vegas en 20 minutos por sólo cuarenta centavos. Y a nadie le pareció
caro aquel precio del pasaje, tomando en cuenta el alto consumo del
vehículo que, como su nombre popular, remediaba el dolor, pero no
curaba la enfermedad. Rutero venía de "ruta", ruta larga, casi
expresa. Entre tanto, los pocos ómnibus sobrevivientes, que resistían
el embate de las multitudes enloquecidas de las cinco de la tarde,
renqueantes, temblorosos, sin previo aviso, aumentaron el precio de su
pasaje a veinte centavos. Pero su final estaba cerca y cuando al fin
se extinguieron, solamente quedaron los ruteros y los cuarenta
centavos se universalizaron. Creo que esa fue la época en que nos dio
por rescatar todo lo que íbamos perdiendo. Y comenzamos por el
transporte. Salidos del basurero de chatarras donde yacían olvidados,
reaparecieron como muertos resucitados los viejos ómnibus dados de
baja. Pero, lo hicieron ya pintaditos de color vino y con el letrero
de RUTEROS y por supuesto, con el precio del pasaje de aquellos. De
los de veinte centavos no quedaba ningún ejemplar sobre la faz de la
tierra...
¡Y entonces, apareció EL CAMELLO! Ese aporte grandioso y cubanísimo a
las técnicas de transportación masiva. El Camello es la versión cubana
y terrestre del Súper Jumbo o del Galaxie. Capaz de albergar en su
vientre a más de 300 pasajeros que se exprimen, retuercen, estrujan y
comprimen hasta la asfixia, el Camello fue la respuesta tremenda a un
problema tremendo.
A las largas planchas de arrastre, destinadas al transporte pesado por
carreteras, se les construyó encima una improvisada carrocería, que
por adaptarse a la forma original, dio lugar a un diseño de dos
niveles. Al techar ambos, la forma superior externa del animal, digo
del invento, siguió con absoluto paralelismo a la línea del piso,
dando lugar a la aparición de dos "jorobas", que sirvieron para que el
ingenio popular lo bautizara. También sirvió para que Carlos Ruiz de
la Tejera hiciera, con ideas de un profesor de Física, un monólogo
fantásticamente humorístico.
Solamente la sección de arrastre, sobre la cual van los pasajeros,
cuenta con 16 ruedas equipadas con neumáticos de la máxima medida.
Ello constituye un ahorro no fácil de entender. Su peso, con máxima
carga, representa una dura prueba al pavimento de nuestras calles, o a
lo que queda de ellas y a las redes técnicas soterradas. Pero bueno...
¡Algún día había que comenzar a renovar las viejas conductoras de
agua, gas, electricidad y alcantarillado, que yacen bajo tierra! El
Camello, eso sí, es la solución al transporte popular y sigue
costando veinte centavos. Él continúa teniendo largos recorridos. Por
ejemplo, desde más allá del Cotorro hasta el Parque de la Fraternidad,
o desde el lejano y ultramarino Alamar hasta El Vedado. Más de una
hora experimentando sensaciones de locura irrepetible. Y todo por una
peseta. No es como las nuevas guaguas incorporadas al servicio de
Ruteros, que cada día tienen un trayecto más corto( . O como las
donadas por la solidaridad de otros pueblos, compadecidos de nuestras
penurias. Esas, por su significado internacionalista, para cuidarlas
les hemos puesto un rótulo que dice TAXIBUS y cobramos el pasaje a
peso.
Así y todo, nuestro transporte urbano no sólo ha mejorado, sino que ha
hecho un considerable aporte a nuestra cultura. De eso me di cuenta el
otro día, cuando abordé un ómnibus nuevecito, de los recién
incorporados, sin ventanillas, todo herméticamente cerrado, muy
apropiado para nuestro clima, con grandes cristales por donde entre
toda la escasa luz de nuestro sol. Y sobre todo, lleno de letreros,
escritos en un idioma, que no es alemán y que muchos estamos
enfrascados en descifrar. Con mensajes tan elocuentes e instructivos
como: "Verhobben inff fassen goven". O ése muy apropiado para las
puertas que dice: "Hebel nur im notfall umstellen und tür von hand
öffnen". También, -¿Quién lo duda?- nuestro actual transporte ha
contribuido a recoger el exceso de moneda circulante, esa que nadie
sabe en manos de quién está.

(III) DOBLE PRIVATIZACIÓN DEL TRANSPORTE EN CUBA
Una de las características más deleznables del Neoliberalismo es esa
tendencia obsesiva por privatizarlo todo. Desde los recursos
naturales, los servicios básicos, hasta el puesto de viandas. Ya se
sabe que todo lo que se privatiza termina por desaparecer. En los
bolsillos afortunados, por supuesto.
Y en Cuba tenemos últimamente, un ejemplo cabal de ello. Porque en
este país de las paradojas, HEMOS PRIVATIZADO EL TRANSPORTE. Como lo
está usted oyendo, o leyendo, mejor dicho. Y como aquí somos
hiperbólicos y nos viene de la vena andaluza la exageración, pues...
lo privatizamos por partida doble. Hemos hecho la reprivatización del
transporte colectivo. Me explico: lo privatizamos y luego lo volvimos
a privatizar.
Ya vimos que "El Camello" fue la solución tremenda para un problema
ídem. Aporte sui géneris nuestro, respuesta heroica a lo insoluble.
Ante tal situación de emergencia, El Estado pensó con toda lógica: "La
masa importante a mover, la que necesita irrecusablemente
transportarse, es la que produce". E inventó "El transporte obrero".
Para ello, entregó a las empresas un número de ómnibus que se
encargarían de garantizar a sus trabajadores (a otros no) la ida y el
regreso a las fábricas y oficinas. Resuelto el asunto. Los escolares
tienen sus escuelas cercanas al hogar y no necesitan transporte. Los
de régimen interno, becados en el sistema "escuela en el campo", y
otros, ya tenían su "Transporte escolar". Los jubilados están muy
viejos para estarse moviendo, es mejor que se dediquen a descansar,
puesto que se lo merecen, en el seno del hogar y así no tienen que
salir a buscar nada. En cuanto a paseo y distracción, no estamos para
eso en estos momentos difíciles. Algún día podremos...
Al pasar a ser propiedad de cada empresa uno o dos ómnibus, estos
irremisiblemente dejaban de ser propiedad estatal y se convertían en
propiedad privada de la empresa en cuestión. Pura aplicación de los
términos de la economía política del socialismo. Ah, pero las
Empresas no estaban diseñadas para explotar y menos aún para mantener
un transporte propio. Su razón comercial u objetivos declarados eran
otros. Y vino una segunda privatización. Las empresas entregaron los
transportes a ellas asignados a... los chóferes.
Este era un nuevo cargo en las plantillas: el de chofer. Su contenido
de trabajo se concentraba en las primeras horas del día y en las
últimas. En efecto, ellos tenían que levantarse más temprano que nadie
(incluso que el cocinero), hacer el recorrido de recogida y traer la
preciosa carga productiva al taller o a la oficina. Después, todo el
día inactivo, durmiendo, o "resolviendo" por ahí. Al caer la tarde,
salir de la Empresa y devolver a cada cual al sitio donde lo recogería
al día siguiente. Como terminaban muy tarde y debían comenzar muy
temprano, se hizo hábito que se llevaran el transporte a sus casas,
para asegurar la puntualidad de uno que garantizaba la puntualidad de
todos. Solución justa y salomónica. A la Dirección de la Empresa no le
pareció mal. Así se evitaba el problema del parqueo, garaje o
estacionamiento a pagar, ya que en la mayoría de los casos, no contaba
con la instalación idónea para estos menesteres. También se quitaba de
encima el rollo de la custodia nocturna del vehículo, ahora presa
apetecida de los amigos de lo ajeno, que trataban de brindar al
mercado nuevas existencias de acumuladores, neumáticos y otros
accesorios. Poco a poco, los abnegados conductores del vehículo,
fueron disponiendo de los mismos a su entera voluntad y acorde a sus
intereses particulares. Los sábados y domingos, lo mismo podía usarlos
para pasear a la familia y amigos, que alquilarlos para viajes a la
playa o explotarlos en su provecho como transporte intermunicipal y
hasta entre provincias. A la salida de La Habana, se podían ver los
sábados y domingos muchos carros de las distintas empresas,
practicando el boteo que a veces llegaba a Pinar del Río.
Pero pasó el tiempo y pasó más de "un águila sobre el mar". Vino la
Contabilidad y su adjetivo "confiable" y pusieron las cosas en su
lugar. La Empresa no tenía una cuenta con la que asumir la reparación
y la adquisición de componentes automotrices, los elementalmente
necesarios para mantener a sus transportes trabajando. Y entonces se
produjo la segunda privatización, la que ya venía tomando cuerpo y
forma en la práctica diaria o de fin de semana. El Director o el sub.
Director encargado de las finanzas, llamó un día a los chóferes y les
dijo:
__De ahora en adelante, ustedes corren con los gastos que haya que
hacer para mantener en buen estado sus guaguas. Para ello, pueden
disponer de los ingresos que de las mismas obtengan. No me importa
cómo. Pueden dar viajes urbanos una vez que terminen de traer o llevar
al personal y cobrar el pasaje. Además, nosotros sabemos que ya
ustedes venían haciendo más de cuatro cosas...
Y así, con la vieja fórmula de que "yo te sé y tú sabes que yo sé", se
consumó la segunda privatización del transporte urbano en Cuba.
Ayer, después de esperar inútilmente mi camello, abordé una guagua que
cobraba un peso por igual recorrido. De la muchedumbre que aguardaba
desesperada en la parada, fuimos más de cien los que subimos a ella,
después de fiera disputa. En la carrocería mostraba el rótulo de una
Empresa, no recuerdo cual porque no me fijé, pero creo que era del
Tribunal Supremo de Justicia...
(CONTINUARÁ)


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De la Revolución iniciada en 1868 y aún inconclusa, soy hijo; a ella me
debo.

Jorge C. Oliva Espinosa. Cubano, nieto de mambises, sobreviviente.
http://jorgecolivaespinosa.blogspot.com.es
jorgecoliva@gmail.com

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