martes, 7 de mayo de 2013

SIGUIENDO A SEMPRONIO

Por Jorge C. Oliva Espinosa

Ocupado en terminar "EXTRANJIA", mi primera novela de ficción, y
enviando por partes YO LA HABANA, no le eché de menos hasta hoy, en
que termino esa tarea, al llegar a su final de 1959 con el envío
número 14. Entonces reparo que hace ya días que no sé de Sempronio. Y
eso es extraño, porque él siempre anda persiguiéndome como mi sombra,
muy pegado a mí, vigilando y criticando cada uno de mis pasos. Ante
esta ausencia inexplicable, decidí invertir los papeles y ser yo el
que lo persiga. Convencido de que mi socio debía estar en "algo", me
dediqué a buscarlo por toda Regla. Salí temprano y al fin, a media
mañana, lo encontré en el Parque de la Mandarria. Participaba en una
ruidosa mesa de dominó, alrededor de la cual se agolpaban numerosos
mirones que escandalizaban por encima del chocar de la baquelita.
Cuando él y su pareja fueron desplazados por otros dos jugadores que
esperaban turno, traté de que no me viera y seguí sus pasos. Todavía
comentando las incidencias del juego y protestando por las pifias de
su colega, Sempronio tomó por la calle Perdomo con rumbo al Palo de
Martí. Yo quería saber en qué asuntos tan importantes estaba dedicando
su tiempo, para abandonarme por tantos días. Lo dejé alejarse unos
treinta metros, Perdomo arriba, para que no se percatara de que lo
seguía y continué tras él. Ante un largo pasillo, Sempronio se detuvo.
Del fondo salía un toque de tambores y unos cantos yorubas. Mi amigo,
entró y yo tras él. En el centro del gran patio, lo vi participar en
un "bautizo" de santería, con asperjar de aguardiente y espolvorear de
cascarilla, de acuerdo a la liturgia de esa religión. Luego, muchos de
los asistentes le saludaban de la forma en que es ritual entre los
hermanos de tal fe. Allí Sempronio era reconocido como uno de ellos…
Al concluir la ceremonia, volvió a la calle y yo tras él. Cuando llegó
a la Loma del Recreo, lo vi bajar a la profundidad de Patilarga, cuna
de paleros y plantes abakuá. La fama de peligrosidad que ha ganado
esta parte de Regla, me hizo aumentar la distancia que nos separaba.
Sin embargo, en una esquina, de espaldas al acantilado, tres
individuos que exhibían una indudable facha de marginales le hicieron
un extraño llamado. Él respondió con las misteriosas palabras "Abasí,
Abasí" y fue a sentarse en el contén, al lado de ellos. Compartían
una botella de ron, de la cual brindaron a mi implacable crítico.
Sempronio se echó un generoso buche y pasó la botella a otro de sus
cúmbilas. Entre ellos se estableció un diálogo de hampones. Era claro
que se sentía en su ambiente… Ya el sol picaba más que mediodía,
cuando concluida la bebida, se levantó y, despidiéndose de sus
cófrades, continuó su camino. Esta vez, buscó el inicio (¿o final?) de
la Calle Céspedes, rumbo al Parque. A las dos cuadras, saludó a una
viejita que cargaba una pesada jaba y, caballeroso, le ayudó hasta
dejarla en la puerta de su casa, casi llegando a Maceo. Allí, tomó por
esa calle hacia El Emboque y yo, siempre a prudencial distancia, lo
seguí. A un vendedor ambulante, le compró unos girasoles, las flores
predilectas de Ochún, y pucha en mano continuó su recorrido hasta el
Santuario de nuestra virgencita. En la puerta lateral de la iglesia,
lo esperaba una monumental mulata, de esas que nos quitan la
respiración y nos la vuelven un inacabable suspiro. Se saludaron con
un beso delatador de relaciones más que amistosas. De inmediato,
solícito y galante, Sempronio le entregó el ramo de flores y juntos
entraron en el templo. Yo me quedé entretenido, admirando el paisaje y
embriagándome de tanta belleza femenina paseante. Cuando salieron, me
pareció que no había pasado el tiempo. Una vez en la calle y antes de
llegar al Parque de las Madres, el sorprendente Romeo se despidió de
su Julieta con una sonora nalgada, demostrativa de propiedad y
reiteración de señorío sobre aquella grupa espectacular. Ella tomó
rumbo a La Aceitera y Sempronio siguió por Martí. Al llegar a La
Mariposa, se comió cuatro frituras bien calientes de las que allí
venden; entró al establecimiento y, de pie, sin acodarse siquiera a la
barra, se bebió tres jarras de cerveza dispensada. Fue su tardío
almuerzo, pues ya el sol comenzaba a alargar las sombras que antes
había minimizado. Después, continuó su incansable andar por las calles
de Regla. Por dondequiera que pasaba, iba dispensando saludos y
recogiendo a cambio demostraciones respetuosas de afecto. Esta vez,
retrocedió por Martí hasta llegar a su esquina con Aranguren, dobló a
la izquierda y llegó al estadio Permuy. Allí, fue a ocupar el sitio
que le abrieron en las gradas ya repletas y, de inmediato, se
incorporó a la gritería de exhortaciones e improperios que la
fanaticada dedica a los jugadores. Por encima del coro vociferante,
podía oírse la inconfundible voz de Sempronio.
Lo dejo entusiasmado con el deporte nacional, regreso a casa a seguir
escribiendo, convencido que Sempronio está muy ocupado. Él y yo, por
ser jubilados, disfrutamos al ser dueños de nuestros tiempos y cada
uno lo dedica a distintos menesteres. Admirado de lo bien que él
emplea el suyo, le agradezco a mi sombra crítica, el sobrante de
tiempo que me dedica.

Desde Regla,
Ayer, "La Sierra Chiquita"; ayer, hoy y siempre, bastión de rebelde cubanía
Mayo 7 de 2013

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De la Revolución iniciada en 1868 y aún inconclusa, soy hijo; a ella me
debo.

Jorge C. Oliva Espinosa. Cubano, nieto de mambises, sobreviviente.
http://jorgecolivaespinosa.blogspot.com.es
jorgecoliva@gmail.com

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