viernes, 9 de noviembre de 2012

NUESTRO COMERCIO

Por Jorge C. Oliva Espinosa

No voy a tratar del comercio exterior, ni del mayorista interior, ni
del minorista particular que llevan a cabo los cuentapropistas, y
mucho menos, del eufemísticamente nombrado "sumergido", que no es otro
que la ilegal y por lo tanto, clandestina, pero principal
abastecedora, bolsa negra. No señor, no voy a escribir sobre ninguno
de ellos. Centro mi interés metafísico en uno que no existe y que
debía ser "el nuestro." Me refiero al Comercio Minorista Estatal.
Idílicos se tornan en la memoria, aquellos tiempos del "gallego"
bodeguero que nombraba a su establecimiento "La Complaciente" y que
repetía a sus dependientes: "El cliente siempre tiene la razón". Ni
que decir del "polaco," que podía ser alemán, húngaro, checo o rumano,
y que salía a la acera para ofrecer, insistentemente, las prendas de
vestir que vendía en la calle Muralla. Ellos, al igual que el zalamero
"moro " de la quincalla, han desaparecido para siempre. Y con ellos se
llevaron la figura de "el cliente". Porque ahora somos "usuarios o
consumidores", términos que no son muy agradables que digamos. ¿Cómo
ocurrieron esas desapariciones y metamorfosis?
Todo empezó cuando, en 1968, se cometió el Mega error de
"nacionalizar" toda actividad mercantil y de servicios. Fue absurdo
hasta ese término: nacionalizar. Porque la inmensa mayoría de lo
"nacionalizado" estaba en manos de nacionales. Ahora es muy fácil
señalar errores del pasado. Abundan los fiscales enjuiciadores de
nuestro proceso. No seré yo uno de ellos, porque en su momento,
estuvimos de acuerdo al creer que así, socializándolo todo,
acelerábamos la edificación del socialismo. Y fuimos muchos los
equivocados. En realidad, lo que se hizo fue estatalizar, es decir,
echar sobre los hombros del Estado una infinidad de minúsculas
actividades que, cual enanillos de Gulliver, ataban al gigante. Era
imposible abarcar aquel comercio, abastecerlo, controlarlo y menos
desarrollarlo. Para agravar más el error y hacer más profunda la
metida de pata, tuvimos el ejemplo de los hermanos del "Campo
Socialista encabezado por la gran Unión Soviética". Pero aún con su
enorme ayuda, desinteresada y fraterna, el desabastecimiento en tan
variadas actividades, dificultó el mantener con vida a muchos de
aquellos establecimientos y chinchales. La escasez de mercancías trajo
aparejado el racionamiento, la venta se convirtió en distribución y
nosotros, los que antes comprábamos, nos transformamos en usuarios y
consumidores. Personajes molestos, que venimos a perturbarle la
tranquilidad, el "dolce fare niente" en que se deleita aquel que debía
atendernos con amabilidad y respeto. Él tiene que soportar nuestras
impertinencias e injustas protestas. ¿Qué es eso de reclamar una onza,
diciendo que no es el peso de la cuota?... Por ese motivo y por mil
razones más, al vernos llegar, libreta de racionamiento en mano, nos
advierte con severidad y enfado: ¡Te tienes que esperar! No obstante,
tiene momentos de gozosa satisfacción: Cuando nos anuncia que NO HAY
el producto o artículo que inquirimos. Entonces, disfruta nuestra
frustración y nos grita "el no hay" como un clamor de victoria. Y todo
porque a ese dependiente de nuestro comercio inexistente, no le
interesa lo que recaude su tienda o bodega; sea mucho o nada, su
insuficiente salario no se afecta. Siempre lo tendrá seguro y su
insignificancia siempre será la misma. El desea con toda su alma el
desabastecimiento, porque así no tendrá que trabajar. Menos mal, que
el pobrecito, se las ha ingeniado para vivir muy por encima de su
nivel de ingresos, "ingresos visibles," quiero decir…
Cuando en 1992, "nos quedamos colgados de la brocha" y caímos de
cabeza en el mal llamado "Período Especial", nuestros salarios se
encogieron al compás de un alza de precios, que hubiera provocado, en
cualquier otro país, una revuelta social de incalculables
consecuencias. Pero nunca aquí, donde hay un pueblo revolucionario,
con una alta politización, veterano en penurias que han convertido "la
necesidad en virtud". Proliferaron desde entonces las TRD, tienditas
que luego se convirtieron en grandes tiendas por departamentos, donde
no se distribuía, sino que vendían. Pero en moneda libremente
convertible, no en nuestro mil veces depreciado y despreciado peso
cubano, el que Pedro Luís Ferrer llamó dinero mambí. Al principio, en
esos establecimientos nos atendían con solicitud y nos trataban de
"Señor". Tratamiento que declinábamos porque, aún en las pocas
oportunidades que poseíamos esa moneda, seguíamos siendo los
"compañeros" que hemos sido siempre. Con CUC o sin CUC, éramos el
mismo pueblo. Pero eso, lo repito, fue al principio. Muy pronto el
trato varió, quizás por contagio o por idéntica etiología. El síndrome
del mal trato, la respuesta hosca, el ceño fruncido hicieron su
aparición en los distinguidos dependientes del comercio en divisas,
ahora uniformados con elegancia. En estos establecimientos estatales,
suplantadores del antiguo comercio minorista, hoy desaparecido, reinó
también el desprecio por los impertinentes que vienen a comprar,
cuando los esforzados empleados están "cuadrando la caja" o dedicados
al placer de no hacer nada.
Ayer, reuniendo unos centavos, fui a efectuar una compra
imprescindible en la TRD esquinera de las calles Maceo y Céspedes. Me
extrañó la cola, cosa infrecuente en esta bendita y ultramarina Regla.
Los que aguardaban no eran ni diez, pero aún así, quizás por la falta
de costumbre, surgía de aquella fila una generalizada protesta. Era
que la venta estaba detenida. La empleada había sacado todo el menudo
de la caja y lo contaba con minuciosa calma. Alguien había reclamado
cinco centavos de su vuelto y, aunque había renunciado a recibirlos,
ella comprobaba, con aquel insólito arqueo de caja, si el reclamante
tenía o no razón. Las monedas a contar alcanzaban para llenar un
pequeño cofre pirata, ella impertérrita contaba y contaba con gran
parcimonia. Mientras, a dos metros de distancia, otras dependientas,
sin nada que hacer, contemplaban la escena cual hieráticas estatuas.
Era natural, ellas "atendían" otras cajas destinadas a la venta de
artículos diferentes; estaban ociosas porque no tenían compradores que
atender. Lo que pasaba al lado, en su misma tienda, no era asunto que
les incumbiera. Y cuando un impaciente le dijo a la ensimismada
contadora de monedas, que había diez personas esperando; ella, bien
molesta, gritó: ¡COMO SI SON CUARENTA, SE TIENEN QUE ESPERAR!
Cómo añoré los tiempos en que existía el comercio. Pero, no había por
todo aquel entorno ningún gallego bodeguero, ni un polaco tendero, ni
tampoco el sucedáneo socialista.
Regla, noviembre 8 de 2012




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De la Revolución iniciada en 1868 y aún inconclusa, soy hijo; a ella me
debo.

Jorge C. Oliva Espinosa. Cubano, nieto de mambises, sobreviviente.
http://jorgecolivaespinosa.blogspot.com
jorgecoliva@gmail.com

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