miércoles, 14 de noviembre de 2012

CONFLUENCIAS

CONFLUENCIAS
Por Jorge C. Oliva Espinosa

Nunca fui un catecúmeno fácil de adoctrinar. Guardaba grandes reservas
con respecto a los catequizadores y oficiantes. La historia de ellos,
su quehacer nacional, se alzaba como índice acusador en su contra. No
obstante, Fidel nos convenció de la necesidad de unirnos, aunque para
ello tuviéramos que olvidar algunos pecadillos de los viejos
camaradas. Sobre todo su oposición a la lucha armada contra Batista y
su incorporación a la misma, de forma sospechosamente tardía. Todo
podía achacarse al estalinismo y ya Stalin había muerto seis años
antes de nosotros triunfar. Dejé atrás prejuicios y resentimientos y
con honestidad comencé a pertrecharme en la nueva ideología.
Resumiendo: Me convertí en un buen y siempre atento alumno.
Me enseñaron que "La religión es el opio de los pueblos" y me
intoxicaron con otros estupefacientes. La historia del catolicismo en
Cuba, por otra parte, con su alianza anti pueblo, desde el pasado
colonial hasta su concubinato con la oligarquía nacional y lacaya,
digna sufragánea del oscurantismo medieval, de Torquemada y de los
Borgia, de un enlajado y ostentoso Papa que se decía infalible
representante en la tierra de aquel que nació en un pesebre, todo
aquel historial, era terreno fértil donde plantar la nueva fe. La fe
que, renunciando a "no más salvadores supremos, ni César, ni burgués
ni Dios", nos convertiría en nuestros propios redentores. Con el
entusiasmo propio del nuevo converso, del anticlerical que siempre
fui, me convertí en antirreligioso.
De esta manera me predispuse a ver en cada creyente un ser drogado por
la ignorancia, la que mata a los pueblos; y en cada sotana un pérfido
enemigo de mis ideas, seres que se oponían a la verdadera liberación
del hombre. Confieso que me sentí confundido al encontrar, entre estos
últimos, a personas con una formación cultural altísima. Y los
catalogué como farsantes, algunos capaces de engañarse a sí mismos,
que, en su interior, no aceptaban los credos que predicaban.
En cuanto a los anarquistas, me los habían presentado en mi niñez,
como responsables de la caída de la República Española, por su
renuencia a la unión necesaria frente al fascismo. En aquellos tiempos
se les caricaturizaba como seres disociadores, arma en mano, con una
bomba escondida bajo el capote, amantes del desorden y la violencia
extrema, verdaderos terroristas. Más tarde, en mi conversión, me
hablaron de Bakunin y su repudiable obra de escisión, la que le valió
ser expulsado por Marx y anatematizado por Lenin. Por mi cuenta,
llegué a la conclusión que, en definitiva, anarquistas y comunistas
perseguíamos un fin común, la desaparición del Estado. Ellos
utilizaban otros medios, en verdad destructivos, y nosotros teníamos
razón al sustituir al Estado burgués por la Dictadura del
Proletariado. Al final, los pobres anarquistas eran unos soñadores
presos de un idealismo irremediable… Eso los hacía enemigos
peligrosos.
Por último, aprendí un axioma: Trotsky era el demonio anti soviético,
el maldito, el renegado, agente al servicio de los enemigos de su
patria. Era difícil concebir, cómo tanta maldad podía albergarse en un
cerebro. Pero era un dogma de la nueva fe que planteaba: o
marxismo-leninismo o su enemigo acérrimo, el aborrecido trotskismo que
perseguía la división del proletariado mundial, acción tan disociadora
como la de los anarquistas, pero mucho más peligrosa, porque invocaba
a Marx. En fin, estábamos rodeados de enemigos por todas partes: El
imperio y sus servidores, las religiones y sus creyentes, los
anarquistas y trotskistas con sus respectivos seguidores. Poseedores
de la única verdad, los demás se apartaban y nos dejaban solos. Pero
el enemigo surgió por donde menos lo esperábamos: Los adoctrinadores
levantaron barreras sectarias y con una mal llamada "microfracción"
nos discriminaron y hasta pretendieron (y en algunos casos lograron)
expulsarnos del templo. En nombre de una falsa disciplina,
implantaban un autoritarismo que prohibía pensar por cuenta propia.
Pero ya habíamos aprendido a pensar con nuestras propias cabezas. Y no
hacía falta que nadie pensara por nosotros. Fidel volvió a intervenir
y los principales purgadores, fueron purgados. Eran los seguidores de
Stalin, los cultivadores de sus torcidos métodos, los que, después de
desaparecido aquel, persistían como continuadores de su nefasta obra.
No obstante que fueron paralizados en lo político, continuaron
haciendo daño en otras esferas, como en la cultural, donde implantaron
un quinquenio negro que se alargó más allá del decenio.
Y "pasó el tiempo y pasó un águila sobre el mar"… Y la Gran Unión
Soviética se desplomó con implosión causada por minas ocultas en sus
cimientos. Y hubo un preparar de maletas en Miami, y un clamor
pidiendo cabezas de convictos y conversos. Aquí cundió una epidemia de
"decepcionados," hipercríticos de ocasión y algunos farsantes fueron
desenmascarados. Y se volvió a hablar de Stalin y su régimen
sangriento. Y escribió Padura su "Hombre que amaba a los Perros" y nos
mostró a Trotsky y seguimos aprendiendo. Así comprendimos que en la
caída de la España Republicana, colaboraron los estalinistas con su
labor de zapa desde adentro y que se preocuparon, más que por la
República, por "resguardar" el oro republicano en las arcas del
moscovita templo. Ello eximía a los anarquistas, como inculpados del
desastre. Fueron estalinistas los que asesinaron a trotskistas y
anarquistas, valiosos en su tiempo, terminando su labor al estirar la
mano asesina hasta México y segar así la cabeza del "principal enemigo
del pueblo". Todo eso lo fuimos aprendiendo…
Y en ese decurso del inexorable tiempo, nos encontramos con creyentes
cultos y sinceros que, metían su hombro en la obra de todos,
dispuestos a inmolarse por su fe y por nosotros. Tenían fe religiosa y
fe en sí mismos, en los destinos de Cuba y fe en el Socialismo
verdadero, el nunca comenzado y que esperaba por iniciarse. Eran
dignos de respeto, habían sido discriminados en un primer momento, no
guardaban resentimiento alguno, sólo cicatrices de heridas que había
cerrado el tiempo y como valiosos hermanos, prestos al pie de obra los
hallamos. Otro grupo valioso nos salio al encuentro, lleno de
apremiantes reclamos: Los libertarios, que quizás habían hecho con
Bakunin, lo que Marx hizo con Hegel, y ahora proclamaban no la
abolición de todo gobierno, sino el gobierno donde todos gobernaran.
Me di cuenta entonces, que no eran enemigos los encontrados. Podíamos
conciliar criterios no siempre coincidentes, pero la proposición era
la misma: El socialismo soñado. Todos ellos, cristianos-marxistas, neo
marxistas, trotskistas y anarquistas, sin intención de convencerme,
expusieron sus credos respectivos y se reportaron a nuestro lado. Con
igual derecho expuse

MI CREDO
A Félix Sautié que me expuso el suyo.
Tal vez fui la hoja de un árbol, un fruto cualquiera, una semilla, que
mi padre metabolizó hasta convertirlo en semen. Quizás habité en un
ala, anhelante de vuelos, que mi madre soñó hasta madurarla en óvulo.
Luego, el deseo o el amor hicieron coincidir semen y óvulo para
engendrarme. Así llegué a este tránsito de batallar que, engreídos,
llamamos vida. Estoy seguro que cuando concluya, volveré a ser hoja de
árbol, fruto cualquiera, una semilla, acaso un batir de alas en la
penumbra…

No se alarmaron con el panteísmo que profeso, ni trataron de
convertirme en uno de ellos. Yo, a cambio, les hablé del credo que nos
legó a todos aquel Mesías cubano, que murió por redimirnos en pueblo
soberano y que nos mostró su fe inconmovible, cuando proclamó: "Tengo
fe en el mejoramiento humano, en la utilidad de la virtud…"
En fin, puedo decirles: ¡TENGO FE EN EL DESTINO QUE PODEMOS CONSTRUIR
JUNTOS, HERMANOS!

Regla, noviembre 14 de 2012


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De la Revolución iniciada en 1868 y aún inconclusa, soy hijo; a ella me
debo.

Jorge C. Oliva Espinosa. Cubano, nieto de mambises, sobreviviente.
http://jorgecolivaespinosa.blogspot.com
jorgecoliva@gmail.com

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