martes, 20 de noviembre de 2012

LA CLINICA DEL ESTUDIANTE

LA CLÍNICA DEL ESTUDIANTE
Por Jorge C. Oliva Espinosa

Hay sitios que merecen ser considerados monumentos; debían tener al
menos, una tarja de recordación contra el olvido y la destrucción que
traen los años en su imperturbable decurso. Uno de esos lugares es La
Clínica del Estudiante del Hospital Universitario Calixto García. En
la década de los cincuenta ocupaba un medio sótano al fondo de los
edificios frontales del hospital. Atravesando la calle, estaba el
recinto universitario. A ese frente, perimetrado por una alta verja,
se abrían el cuerpo de guardia, un edificio lateral de consultas
externas y los primeros pabellones para ingresados. Un poco más allá,
bajando por la calle J, unas naves para los solicitantes de turnos; al
fondo, por 25, la Escuela de Medicina y por G, el pabellón "Margarita
Núñez", reservado para las enfermeras y nido de preciosidades,
bellezas angelicales vestidas con el uniforme de alumnas de
enfermería…
En aquellos tiempos, la salud pública no era asunto que interesara a
los gobernantes de turno, a no ser que fuera para enriquecerse a costa
del erario público. Los hospitales eran un desastre, los ingresos se
compraban con votos y en las Casas de Socorro no había ni
mercurocromo. Para remediarnos estaban los grandes centros
asistenciales patrocinados por sociedades españolas: La Dependientes y
La Covadonga eran las más acreditadas, aunque habían otras. Pululaban
a la par, las clínicas mutualistas de diferentes tamaños y prestigios.
Claro que los pudientes tenían sus clínicas exclusivas, atendidas por
los mejores especialistas, pero la gran masa de pueblo acudía al
"Calixto", cuna de la medicina cubana, porque sabía que allí, a pesar
de la falta de recursos, podían hallar curación y en muchos casos
salvar sus vidas. Si esta era la calamitosa situación en la Capital,
mil veces peor era en provincias. Y de toda la isla, la gente acudía
al Calixto. De esta penuria, los estudiantes universitarios, parte del
pueblo, no estaban exentos. De ahí que contar con una clínica que los
atendiera, constituía una conquista social, que nuestra Universidad
había concretado, asumiendo problemas que ningún gobierno había sido
capaz de resolver. De acuerdo a su limitado presupuesto, el Hospital
Universitario no podía destinar mucho a la clínica estudiantil. Su
instalación era reducida en aquel sótano. A cada lado de la entrada
principal, tres o cuatro habitaciones para ingresados. Un ala
destinada a mujeres, la otra a nosotros, los feos. Un pantry, dos
cubículos de consultas, donde venían los mejores especialistas, y el
despacho del Director, distribuían el restante espacio. A pesar de sus
reducidas dimensiones, era una proeza mantener aquella instalación. Y
se mantenía, limpia y funcional, brindando sus servicios a los
estudiantes que los necesitaran. Mucho de aquellos logros se debían a
la labor pertinaz del Director de entonces: El Doctor Argudín.
En eso llegó marzo de 1952 y el día 10 de ese nefasto mes, se
subvirtió nuestro desprestigiado orden constitucional. Orden que todos
tiraban a relajo, empezando por el "Honorable Señor Presidente". En la
madrugada de ese día, Batista, un hombre de macabros antecedentes, en
contubernio con algunos mandos militares, depuso al "Honorable", sin
que éste ofreciera la menor resistencia. Parecía un "pacto de
caballeros": Tú me lo quitas, y yo te lo doy. Al mediodía, ya el
defenestrado estaba bajo la protección de una embajada. Pero desde
horas tempranas, ya la Colina universitaria era un hervidero de
rebeldía. No sólo estudiantes se concentraban allí, dispuestos a
enfrentar el golpe militar. El pueblo, con su infalible instinto,
acudía a buscar remedio a sus males, al único lugar donde podía
encontrarlo. Al igual que para sus enfermedades, acudía al "Calixto",
para remediar sus dolencias sociales sabía que en aquella colina
juvenil y rebelde, encontraría los médicos que requería la República.
Estuve allí aquella mañana. Barba, como Presidente de la FEU, encabezó
la comisión que fue a ofrecerle apoyo al Presidente constitucional.
Este prometió enviar armas que nunca llegaron. Por los altoparlantes,
el largo Juan Pedro, le hablaba a la policía, presta a cercarnos,
identificándose como el General Carbó y los invitaba a sumársenos. Un
gángster fanfarrón [1] emplazó una trípode en la azotea del Edificio
de Ciencias Comerciales. Sospechosamente, el impresionante armamento
estaba huérfano de municiones; quedó en traerlas el perdonavidas
pero, como las armas prometidas por el Honorable Señor Presidente, se
quedaron por el camino. No había llegado el mediodía y volvió el matón
para llevarse su bélico artefacto, ya había pactado con el golpista.
Sin embargo, la masa sana hervía y pedía acción. Sobresalían en
aquellas horas tempranas, quienes encabezarían la rebelión. Allí
estaban los futuros miembros del Directorio, Fructuoso, Carbó y
Machadito. Estaba Lester Rodríguez, futuro asaltante del Moncada, a
cargo de la toma del Palacio de Justicia, estaba Manolito Carbonell y
"el moro" Saud, prestos a integrarse a la Triple A y luego al
Movimiento Nacionalista Revolucionario, acaudillado por el Profesor
García Bárcenas. Aquello era un hormiguero enardecido y revuelto;
estaban muchos que no conocí en aquellos estrepitosos momentos. Con
su bata blanca y su sonrisa igual, iba de un lado a otro, el Doctor
Argudín, el Director de la Clínica del Estudiante.
Creo que desde aquel mismo día, la Clínica del Estudiante del Hospital
Universitario Calixto García, dejó de ser clínica para convertirse en
refugio de revolucionarios, hotel de tránsito de falsos combatientes,
charlatanes que en los primeros momentos nos engañaron con sus alardes
y poses fingidas de perseguidos. No tardamos en descubrirles su
identidad verdadera y como de un templo a mercaderes, los echamos. La
acción fue el juez supremo e inapelable para conocer a los verdaderos
hermanos y a los farsantes. Y en eso, la Clínica del Estudiante,
prestó su sede insustituible. En mi peregrinar pernocté en sus
habitaciones unas cuantas noches entre los años 53 y 54; de una de
ellas me llevé la Biblia bautista que aún guardo. Pero mi tesoro mayor
son los recuerdos, imágenes vívidas que perviven bajo mi cráneo: Son
cerca de las once de la noche. En la puerta, montan guardia El Moro y
otro que no conozco, de las habitaciones salen chasquidos metálicos,
la música de dos o tres radios. Dentro de un bolero que canta El Beny,
se escucha el rastrillar de armas, el repiquetear de balas que caen
como cascada, para golpear desperdigadas el suelo. Se entremezclan
voces, enardecidas discusiones, con murmullos de conversaciones. En
ninguna habitación reposa un enfermo ingresado, ni el convaleciente de
un simple catarro. Sin embargo, no hay una sola cama vacía. Hasta el
área reservada a las féminas ha sido, masculinamente, invadida. Los
ocupantes estamos sanos y pretendemos sanear la República. Entra Juan
Pedro, viene de 'Los perros", el cinódromo donde es veterinario;
parece que es día de cobro, pues a todos nos trae regalos. Como a Rey
Mago, lo aclama la turba. Manolito hace un chiste que estalla en
carcajadas múltiples, otro llama al orden imposible, "por favor,
hablen más bajo." De pronto, nos sorprende la entrada de Argudín,
todos callan, esperando el regaño merecido. Pero el Doctor sonríe
afectuoso y comprensivo, hay un suspiro generalizado de alivio, vuelve
la tumultuosa calma: No hay "proble". Todo está en orden. Esto es de
nosotros, compadre. ¡Viva la Clínica del Estudiante!...

Regla, noviembre 19 de 2012

[1] Rolando Masferrer



--
________________________________________________________________
De la Revolución iniciada en 1868 y aún inconclusa, soy hijo; a ella me
debo.

Jorge C. Oliva Espinosa. Cubano, nieto de mambises, sobreviviente.
http://jorgecolivaespinosa.blogspot.com
jorgecoliva@gmail.com

No hay comentarios:

Publicar un comentario