lunes, 5 de noviembre de 2012

INVOCACION AL COMANDANTE ERNESTO GUEVARA

Por Jorge C, Oliva Espinosa

Comandante: Fui combatiente de "El Llano," pero obedecí las órdenes
emanadas de la Sierra Maestra, más de mil kilómetros distante de mi
frente en el asfalto. Fui disciplinado, aún cuando discrepé con
algunas de aquellas órdenes, por no comprenderlas entonces. Sobre todo
con la que nos desarmó, dejándonos prácticamente inermes, para enviar
nuestro pobre y escaso armamento a la montaña. Hoy sigo combatiendo
por la misma causa y utilizo armas mucho más potentes: las ideas. Mi
obediencia a regañadientes y mis refunfuños de inmadurez, fueron las
contradicciones que Usted analizó certeramente en su artículo: "La
Sierra y El Llano". No obstante mi desacuerdo, obedecí y acatar la
disciplina de nuestro Movimiento, además de una necesidad impuesta por
la lucha, fue una de las enseñanzas que recibí. Practicar esa
disciplina, me permitió llegar al día de hoy como el aprendiz de
revolucionario que siempre he sido, pero modificado a cada paso en la
gran Escuela que hemos tenido: La Revolución cubana.
Estimo, Comandante, que puedo invocarlo, sin agraviar su memoria, en
esta hora crucial y convulsa. Crucial, porque nunca estuvo tan en
peligro de malograrse nuestro sueño. Convulsa, porque el enemigo se
esconde a veces tras el empaque y autoridad de un funcionario y otras
en la persona de un viejo compañero que se nos ha corrompido. Me
dirijo a Usted con el respeto de un combatiente a su superior. En este
caso, a un superior que ha sido más que jefe, maestro. En la guerra
no fue Usted mi Comandante, comenzó a serlo en el Departamento de
Industrialización del INRA y más tarde en el Ministerio de Industrias,
el que me envió a la URSS. Desde entonces, me sentí y comporté como un
soldado de su tropa. En todas esas etapas, Usted nos legó muchas
enseñanzas, la mayor fue su ejemplo; pero algunas, al parecer, no
fueron aprendidas por todos. No pretendo ser uno de sus alumnos
destacados; sin embargo, de Usted aprendí a exigir, pero a exigirme a
mí mismo primero; a ser fiel a los principios y asumir las
consecuencias de esa fidelidad; a amar la austeridad y no interesarme
por los bienes materiales; a valorar la crítica y su necesaria
función, como leyes de inexorable cumplimiento. Pero sobre todas estas
cosas, usted me inculcó este aferrarme a la verdad, sólo a la verdad.
Debo confesarle con pesar, que por practicar sus enseñanzas, me busqué
muchos problemas: fui mal visto y tildado de falto de humildad,
conflictivo y no confiable. Los empleos que se me asignaron estuvieron
siempre desprovistos del menor poder. Fueron cargos no codiciados,
donde sólo se requería trabajar y trabajar. Y en ellos empleé todas
mis energías y me sentí a gusto.
Hoy, en el ocaso de mi vida, reconozco que no he podido alcanzar su
capacidad de sacrificio y entrega. Además de no poseer su talla de
gigante, residuos del egoísmo primario y rezagos de soberbia
pequeño-burguesa, prevalecieron a veces en mis decisiones. No
obstante, a pesar de mis errores y de los contratiempos que me ha
proporcionado mi conducta, no me arrepiento de haberme conducido
acorde a sus lecciones. Al invocarle, en medio del combate actual,
puedo decirle que he sido fiel a su memoria, Comandante; y que, guiado
por sus enseñanzas, seguiré combatiendo hasta "mi hora definitiva."
Regla, noviembre 5 de 2012

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De la Revolución iniciada en 1868 y aún inconclusa, soy hijo; a ella me
debo.

Jorge C. Oliva Espinosa. Cubano, nieto de mambises, sobreviviente.
http://jorgecolivaespinosa.blogspot.com
jorgecoliva@gmail.com

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