lunes, 19 de noviembre de 2012

IDENTIDAD

IDENTIDAD
Por Jorge C. Oliva Espinosa

Nací marcado con un sino ineludible. No tengo duda alguna de esto. Que
me perdonen los partidarios del libre albedrío. No niego este
concepto, pero quizás fui la excepción. Porque yo no tuve más opción,
que ser quien soy. Vine de una familia de arraigadas tradiciones
mambisas. Es mi orgullo. Me trajeron al mundo en Cuba, en su Capital,
por añadidura en el Barrio de La Punta, donde habían fusilado a ocho
estudiantes de medicina, barrio de donde salieron compañeros míos como
Fontán, Ñico y Cabrerita [1]. Me había criado mi abuela, veterana de
guerras independentistas y mis cuentos infantiles no fueron los de La
Caperucita, ni los de Los Tres Cochinitos. Escuché, como relatos para
dormirme, las cargas al machete de Gómez y Maceo, y cuando fui más
grandecito, todavía me contaban de lo desmadrado de unos yanquis que
frustraron los sueños de abuelo, cuando castraron al nacer la
República por la que él luchó. Nací así, insurrecto e insurrecto me
criaron. Esa ideología mambisa me sirvió para nunca darme por vencido.
Para, en las extremas condiciones que imponía la clandestinidad,
quedarme aislado y no perder la fe en la certeza del triunfo. Para
estar dispuesto en cada instante, a rendir mi última batalla, hasta la
penúltima bala, porque la última la reservé siempre para mí. ¡A mí, no
me iban a coger vivo! En los momentos de flaqueza, que también los
tuve, las figuras de mis abuelos se erguían, exigiéndome fidelidad de
estirpe. Y, en los siete años que duró aquella guerra, quedé bien con
ellos.
En mi casa creían en todo y no eran practicantes de nada. Eso fue
hasta que repetidos "salvadores" políticos, mostraron su verdadera
cara, la de farsantes corrompidos. Entonces mi gente empezó a no creer
en nada. Hasta una madrugada, madrugada de la Santa Ana, en que unos
muchachos con sólo unos fusiles de entretenimiento, quisieron asaltar
el cielo y mostraron encrucijadas. Señaladora de rumbos nuevos, se
convirtió aquella sangre derramada. Clarín que retomar el combate de
mis abuelos, ordenaba. Y lo seguí sin vacilación, hasta ver la
dictadura descabezada. Después, a construir una nueva Patria fue la
llamada. La soñada por todos, la martiana, "con todos y para el bien
de todos", era la clarinada. Vigilante estaba el águila sobre la
madura manzana. El enemigo de siempre, el futuro nos cerraba. Y
volvimos al Apóstol las ansiosas miradas. Y él nos repitió que "con
los pobres de la tierra" quería su suerte echar. Así echamos nosotros
la nuestra y comulgamos con el credo marxista, credo de redención para
los desposeídos de siempre, los sojuzgados y oprimidos que fuimos
parias en nuestra propia patria, explotados por un imperio más
ambicioso siempre. Contra él nos alertó Martí y como fieles martianos
atendimos su alerta. No fui el único que escuchó esos reclamos. Por
eso, al final de los años, sin importarnos los choques y
encontronazos, adarga al brazo, montados en Rocinante, ¡aquí estamos!

Regla, noviembre 18 de 2012

[1] Nombres por los que fueron conocidos tres mártires de la
insurrección: Gerardo Abreu (Fontán), Antonio (Ñico) López y Carlos
Israel Cabrera (Cabrerita).


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De la Revolución iniciada en 1868 y aún inconclusa, soy hijo; a ella me
debo.

Jorge C. Oliva Espinosa. Cubano, nieto de mambises, sobreviviente.
http://jorgecolivaespinosa.blogspot.com
jorgecoliva@gmail.com

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