sábado, 17 de noviembre de 2012

NUESTRO BARRIO

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De la Revolución iniciada en 1868 y aún inconclusa, soy hijo; a ella me
debo.

Jorge C. Oliva Espinosa. Cubano, nieto de mambises, sobreviviente.
http://jorgecolivaespinosa.blogspot.com
jorgecoliva@gmail.com

NUESTRO BARRIO
Cuba es el gran barrio donde nacimos todos los cubanos
Por Jorge C. Oliva Espinosa

Todos tenemos un barrio, "nuestro barrio", el que nos vio nacer y
crecer. Un barrio que fue cuna y escuela. Un conjunto de casas
alineadas a lo largo y ancho de unas cuantas cuadras, con sus esquinas
preferidas, solitarias o concurridas; con su cine y con su parque, con
sus vecinos, con sus tipos, singulares allí y repetidos allá y
dondequiera: el bobo, la vieja loca, Chicho el barbero, el guapo, Cuca
la maestra, el chino de las verduras y el bodeguero. Nuestro barrio
fue el lugar de los encuentros y descubrimientos primeros. Donde
encontramos los primeros amigos, compañeros de juegos, travesuras y
escapadas, con los que, compartiendo meriendas y secretos, fuimos
creciendo. Algunos se mudaron de barrio, otros nos acompañaron por un
buen trecho en el sendero que llamamos vida. Con un puñado de ellos
iniciamos juegos que no eran ya de niños, travesuras peligrosas que
nos fueron transformando. Allí, en nuestro barrio, se nos revelaron
las "grandes verdades:" los reyes magos no existen, son los padres;
los hijos se hacen cuando el padre se acuesta con la madre. En aquel
barrio descubrimos el misterio del amor, y fue el lugar donde, por
primera vez, nos embobamos por una muchacha y si tuvimos suerte fue
nuestra primera novia. Amor fugaz, pero inolvidable de niño y de
adolescente. En el barrio, en el barrio nuestro de cada día, se nos
poblaron de pelos el pubis y las axilas, nos salió barba, y la voz se
nos tornó ronca. El barrio fue la porción más cercana que tuvimos de
la Patria, nos contenía y era nuestra envoltura identificativa, una
especie de piel urbana. Del barrio salimos un grupo, cuando fue
agredida desde adentro la Patria y la civilidad fue rota por una bota
cuartelaria.
Mi barrio natal fue El Barrio de la Punta, colindante con la "no
sancta" barriada de Colón, la del shhsss de llamada-convite tras
visillos y persianas, aquellas casas donde vivían las mujeres llamadas
"de la vida," ¡Como si todos no fuéramos de la vida! Mi barrio lindaba
con su trozo del Prado y con un collar de espumas que lo cercaba desde
los muros del Malecón. Era un barrio de gente humilde, pobre, pero
rico en parques y gentes. Su nombre lo heredó del Castillo de la
Punta, el que haciendo pareja con el Morro, guarda la entrada de la
bahía. Frente a ese castillo, se alza un monumento a los ocho
estudiantes de medicina, aquellos que fueron fusilados en 1871 para
que otros estudiantes los recuerden e igualen en hidalguía, desafiando
déspotas y tiranos, como reservorios de rebeldía. En ese, mi barrio
había dos Liceos Ortodoxos, los dos se declaraban herederos de Chibás,
tras cuya muerte se habían fraccionado. Uno estaba en Prado, el más
revoltoso; el otro en la calle Consulado, ocupando la casa marcada con
el número 26, ese número, casualidad de casualidades, estaba a dos
puertas por medio, de la casa que yo habitaba. Una cuadra más arriba,
en el 74, vivía mi hermano Juan López, "Juanito el Novato", con el que
subí la colina empinada del final de San Lázaro, para buscar armas con
que enfrentar la afrenta de un diez de marzo. Al doblar de mi casa y
del liceo de Consulado, en los altos de la caficola, vivía el negro
Gerardo, frente a él su amigo Mayito. A Gerardo la historia lo
conoció como Fontán, a Mayito como el desertor Mario Gil. Dos pérdidas
muy distintas, pero pérdidas las dos al fin, pérdidas que tuvimos en
nuestro barrio. En aquel barrio en que comenzamos nuestra carrera de
Hombres, tuvimos mentores varios, venidos de otros barrios, predicando
distintos credos y llamados. Nos visitaron con distintas miras, pero
todos para convencernos y reclutarnos, un Max Lesnik que apostaba por
las urnas, frente a un Armando Hart (Armandito) que planteaba como
única solución: la vía armada. También venia un flaco, desgarbado y
largo, tan largo que le decíamos "Siete Pisos", que asaltó el otro
cuartel, el de Bayamo; y que pudo escapar sin ser fichado, el mismo
día que el Moncada fue asaltado. Ñico nos contaba en la acera, de
espaldas al Prado, cómo la tensión lo dejó paralizado cuando los demás
corrían y le gritaban que los siguiera; y al no podía alcanzarlos. Por
eso le creyeron, en extremo, temerario y lo cierto fue que los nervios
lo inmovilizaron. Y se reía Ñico, ajeno al alarde, modesto siempre,
del equívoco, ignorando que, con talla de mártir y héroe, dejaría su
osamenta para fertilizar la historia nuestra, y que a una refinería
que fue extranjera, una vez recuperada, su nombre le daría.
En el Liceo de la Calle Consulado, conocí "muy dispuestos" a algunos
que cuando sonaron los primeros tiros, se esfumaron. Pero en el mismo
lugar, me encontré a Cabrerita para hacernos hermanos, compartir
camisas, versos y vasitos de cerveza, para luego separarnos. Cabrerita
que vino con Ñico en el Granma y que en una "Alegría" siniestra, de
sorpresiva emboscada, dejó la vida veinteañera en que había madurado.
Ese fue mi barrio. Mi cuna y envoltura primaria, porción natal de mi
Patria. De la Patria que es el gran barrio de todos los cubanos.
Después tuve, en barrios diversos, mis domicilios enclavados, algunos
habaneros, todos cubanos. Hoy vivo en un Pueblo provinciano que, por
paradoja, forma parte del casco capitalino urbano. A ese pueblo lo amo
y mis últimas fuerzas le consagro. Porque es el puerto de mi último
recalo. Porque es el pedacito de mi amada Cuba que me es más
inmediato. Desde aquí continúo mis sueños y por ellos combato.

Regla, noviembre 17 de 2012

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