lunes, 22 de abril de 2013

YO LA HABANA Segundo envío

YO, LA HABANA (Fragmentos)
Segundo envío

1520 –1536
En los primeros años no soy más que unos cuantos bohíos, agrupados al
final del estrecho canal de entrada de la bahía, a la orilla misma del
agua. Lo más parecido a un caserío aborigen. Ni siquiera era la
Capital. Ese título le pertenecía entonces a Santiago; allá vivía el
Gobernador y allá el Obispo con su Catedral. ¿Iglesia?... Sí, la
tenía. Otro bohío, diferenciado de los demás tan sólo por una cruz
alzada sobre el techo de hojas de palma. También tenía un espacio en
medio de aquellas míseras chozas. Andando el tiempo, ese espacio
sería mi Plaza de Armas.
Mi vida en la costa del Sur fue muy efímera. Apenas un año después de
establecida allí, empecé a despoblarme. Los mosquitos eran abundantes
y escaso el oro. A México, donde lo había de sobra, se iban mis
vecinos. Allá Cortés se le adelantó al Adelantado Velázquez,
birlándole el Virreinato que había ido a conquistar en su nombre. Era
necesario castigar la traición de aquel criadillo, protegido y mimado,
que había sido Alcalde de Santiago. Con esa encomienda partió el buen
Pánfilo de Narváez, tan diestro en eso de matar indios, como tan poco
esforzado cuando de enfrentar castellanos se trata. Marcha con tropa y
bastimentos suficientes para traer preso al fementido. Cortés tomará
como refuerzo el contingente que se le une. Otras dos expediciones,
despachadas con el mismo fin, siguen igual suerte. Me dejan sin
hombres, sin armas y sin dinero.
Como ya te dije, Velázquez me mudó a la banda del Norte, en la que era
su hacienda. Persistía en su afán de castigar a Cortés y, situándose
en un derrotero más favorable, esperaba reunir nuevas fuerzas que
enviar en su contra. Pero el Rey falló a favor de aquel, nombrándole
su Adelantado. Así que tuvo que quedarse con las ganas. Cuando en
1526, de paso para España, me visita Cortés, aquellos de mis vecinos
que decían tenerle tanta ojeriza, se desviven en recibirle con
homenajes y halagos. Diez días permanecerá aquí el otrora traidor y
hoy Trai oro poderoso, días llenos de convites y festejos.
Parezco una aldea indígena, pero no lo soy. En ese juego de aparentar
lo que no se es, por pura necesidad, me obligaron a ser falsa y
fingidora.

1538
Malamente podía llamársele castillo o fortaleza a aquello que Don
Hernando, Gobernador de Cuba y Adelantado de La Florida, mandó
levantar. En cuanto al nombre de "La Real Fuerza", prefiero pensar que
fuera fruto de vana ostentación, antes que dislate de soñador o
sarcasmo encanallado. Aquí llegó este Gobernador, desde su Capital
Santiago, para apercibir la expedición que saldrá a conquistar la
primera tierra del Norte Continental. Mientras prepara la partida,
saraos y justas, fiestas y juegos consumirán el tiempo y mis escasos
recursos.

1539
No se da cuenta que la tiene, la malgasta, la ignora. En realidad,
además de juventud, lo posee todo: riqueza, influencias en la Corte,
destino envidiado, poder... Hasta una mujer hermosa tiene, que lo ama
y que aguarda inútilmente en la alcoba, hasta que el sueño le borra la
desesperación y el deseo de hembra insatisfecha. Y aun así, aun
entonces, tiene los sueños de esposa fiel y buena cristiana, Señora de
su heredad y de su hidalga casa, que sueña con su dueño los más
honestos sueños... Pero él lo desconoce todo, lo dilapida dispendioso,
sin reparar en lo que desprecia. Agota sus energías en pos de la
energía inagotable. Consume sus noches y sus días en reunir, decidir,
fijar detalles de su proyecto; acopiar jarcias, bastimentos, contratar
cecina y aceites, algunas reses, fierros de forja, quesos, pipas de
vino, fanegas de harina y mil mercaderías necesarias más. No ve
siquiera, que me desguarnece, que puedo prosperar y crecer,
fortificarme y prometer. Él no vive sus momentos, porque sueña
eternizar el presente venciendo el futuro. No ve la eternidad del
instante, porque sueña el momento sin tiempo de la eternidad.
Sin percatarse de que aún es joven, en busca de la juventud eterna,
zarpa hacia La Florida, Hernando de Soto. Va en pos de la fuente
milagrosa, que detenga para él los pasos inexorables del tiempo.
Aquella que buscó y por la que murió Ponce de León. Sin embargo, en el
fuerte apenas terminado, ella ha de esperarle envejeciendo. Únicamente
en el momento en que se despiden, los dos son jóvenes para siempre.

1550
La piedra y las tejas, la cal y el canto, comienzan a entreverar mi
uniforme fisonomía de paredes de madera y techos de guano. Juan de
Rojas, vecino notable y uno de mis fundadores, ya no habita en simple
bohío. La envidia busca prosperidad para imitarle. También exhiben los
nuevos materiales, la Iglesia aún no terminada y el edificio de
Aduanas, donde sesiona el Cabildo y que convertirá en morada el Señor
Gobernador, Doctor Gonzalo Pérez de Angulo, último letrado que ocupará
este cargo. En lo adelante lo ejercerán hombres de armas, que
imprimirán el sello militar a sus mandatos y que se llamarán, con
razón, Capitanes Generales. Por cierto, que por los conflictos entre
este Gobernador y El Cabildo llegué a convertirme en Capital. Pero ésa
es otra historia ¿Para qué apresurarnos? Entretanto, se aprueba abrir
una zanja que me traerá el agua del Río La Chorrera. Ya está el
acuerdo tomado. Pero eso es en papeles. Todavía debo esperar mucho
para que comiencen a hacerla.

1553
Dicen que por intereses, yo sé que fue por atracción. Lo cierto es,
que desde que lo nombraron quiso vivir aquí y no en Santiago, la
Capital donde debía radicar. En eso imitaba a su antecesor que también
fijó en mí su residencia. Con mi Cabildo tuvo controversias y
dificultades mil. Como que trajo e hizo cumplir la Real Cédula que
suprimía las encomiendas y daba libertad a los indios. También disputó
con Alcaldes y Regidores el nuevo edificio de Aduanas, donde se
instaló con familia y criados. Fue acusado de apropiarse de los fondos
para la nueva e inconclusa iglesia y de atribuirse el inicio de su
construcción, que encontró ya comenzada. Tantas polémicas con los
Señores del Cabildo, hicieron a estos pedir a la Real Audiencia se le
hiciera volver a su oficial residencia en Santiago. A Santo Domingo
fue él a defender su derecho de vivir aquí. La Audiencia le escucha y
falla a su favor. Esto me hace de hecho Capital de la Isla. No lo seré
de derecho hasta 1602.

1555
Estamos en guerra con Francia y sus bajeles piratas no tardan en
aparecer frente a mis costas. Doscientos bandidos desembarcan por la
caleta de Guillén, que luego llamarán de San Lázaro. Llevan de Jefe al
hugonote Jacques de Sores. "Bastan para tomar La Habana". Juan de
Lobera me defiende con denuedo desde la mal llamada fortaleza. El
Señor Gobernador sale, los pies en polvorosa, y no para hasta un
pueblo de indios llamado Guanabacoa. Desde allá negocia el rescate, en
tregua que rompe con traición. Los franceses, al principio
sorprendidos, se recuperan y vuelven a poner en fuga al perjuro, que
esta vez va a dar a la lejana Bainoa. En represalia, muchos
prisioneros son pasados a cuchillo. A Lobera y los suyos se les
respetará la vida, por su bizarro combatir. Dando muestras de la
hidalguía que le falta al Gobernador, el pirata pone en libertad al
resto de los rehenes sin aceptar rescate alguno. Sus huestes tomarán
todo lo que encuentren de valor, saquearán a su antojo y durante
semanas serán mis dueños. Antes de partir me dan de pasto a las
llamas. Queman todo lo que no pueden llevarse, sólo quedan en pie
chamuscadas paredes de cantería.

1557
Con cargo a gastos de guerra, se nombra tambor-pregonero a Juan de
Amberes, quien recibirá 36 ducados por sus servicios. Obtuvo esa
merced porque llegó con dos tambores que ganó a los dados en Flandes.
Le dicen Juan de Amberes por ser flamenco y, por ende, sospechoso de
judería; cuando vuelva a España, ya sin tambores pero con mucho que
contar, lo llamarán Juan el Indiano.
Dentro de algunos siglos un habanero, descendiente de francés y rusa,
recreará el hecho en un cuento de lo real maravilloso. Se nombrará
Alejo Carpentier y titulará su relato "El camino de Santiago".

1560
Nunca apareció el oro, ¡qué decepción! Y tantos piratas codiciándome y
asolándome, total ¿para qué? Esta tierra era isla y no continente;
rodeada de aguas de donde le venían la fortuna y la desgracia. Por
aquí entraban a saquear e incendiar. Había que vivir sobre las armas,
con vigías permanentes y como en villa sitiada. Siempre mirando hacia
el mar. Así cuando se supo de tierra firme, con "casas de cal y
canto", y sobre todo con mucho oro, me quedé desierta, todos se fueron
a "conquistar y poblar". No obstante, como los piratas seguían
merodeando, hubo necesidad de fortificarme. Cada obra militar
significaba para mí, ingresos con que financiarla y contratas para
enriquecer a algunos. Negocios y fraudes, auge y prosperidad. Después,
las flotas se reunieron aquí y volví a ser importante. Nuevas rutas se
abrieron, más favorables para ir y volver a España y yo estaba en ese
camino que llevaba y traía. Vivía del comercio, casi siempre ilícito,
y de lo que pudiera sacarle a la gente de paso.

1562
Ya era "Llave de todas las Indias". No obstante, según decía el
Gobernador Mazariegos, era un "pueblo de pocos vecinos pobres, porque
no tenían otra granjería que sus casas que alquilaban y la venta de
sus bastimentos a los navíos que llegaban al puerto". El Obispo
opinaba que "el paso de flotas y armadas traía a La Habana mucha gente
de diversas naciones, que corrompían las buenas costumbres." Para
remediar este daño, desde principios de 1561 deseaba trasladar su
Catedral y residencia en Santiago de Cuba y traerlas para acá. ¿Sería
por eso?...
Por Real Cédula, el Rey ordena cobrar anclaje a los buques que entren
en mi puerto. Los vecinos se quejan y el Gobernador deja sin efecto
tal disposición. Se introduce, por primera vez, la fórmula "se acata
pero no se cumple", que caracterizará el orden jurídico y el desorden
en esta fidelísima posesión.

1566
Al fin comienzan los trabajos, largamente postergados, para la famosa
zanja que me traerá el agua desde La Chorrera. Se interrumpirán muchas
veces, haciéndome padecer, por ciclones y plagas, por falta de
recursos y presencia de piratas.

1567
En enero el cabildo prohíbe a tabernas y fondas la venta antes de misa
y fiestas de guardar. Seis meses después tendrá que repetir, en otro
bando, la incumplida orden. Es notorio que corre el vino antes que se
postren frente al altar los feligreses. También, y por el mismo
motivo, llegan tarde los sacerdotes que ofician el divino misterio.

1569
Es nombrado el Licenciado Gamarra, de Alcalá de Henares, como
boticario, médico, cirujano, sangrador y barbero, único que en lo
adelante podrá ejercer los dichos oficios. Mientras, los padres de la
Compañía de Jesús fundan un colegio donde adoctrinar en la santa fe a
los hijos de vecinos, de indios caciques y a quien lo necesitara. El
terreno que les dan queda detrás de una marisma, algo alejado del
centro, casi a la orilla de la bahía. El tiempo y mi crecimiento se
encargarán de que aquel lugar llegue a ser la importante Calle San
Ignacio y que la marisma se convierta en la Plaza de la Catedral. En
este año tengo un hospital para la asistencia de los expedicionarios
de la Florida y vecinos de la Villa.

1570
So pena de ser multados en cuatro reales, se ordena que todos los
vecinos barran y deshierben sus calles, así como que mantengan
cuidada la Plaza. El escaso tránsito de peatones y caballos no alcanza
para evitar que se cubran de malezas. En este primer trabajo
colectivo, unos trabajaron más que otros, y hasta hubo quien se fingió
enfermo para evadir orden y multa.

1574
Melchor Pérez Morillo instala su fragua, con licencia del Cabildo, en
un sitio de la playa, cerca de la cárcel. Ya tengo entre mis moradores
a un discípulo de Vulcano. Un poco más allá, hacia el interior de la
bahía, está la pestilente "Playa de las tortugas" donde, en tendales,
se seca y vende la carne de estos quelonios, mientras sus tripas y
despojos empuercan el aire y las aguas de esa parte de litoral. Tengo
cuatro calles y otras se van formando en desorden. Debido al declive
del terreno, cuando llueve, verdaderos torrentes corren hacia la
bahía, arrastrando inmundicias y desperdicios.

1576
Fray Gabriel de Sotomayor, franciscano, trae Cédula Real que le
autoriza a fundar un convento. Cuando lo edifiquen, será el más grande
y bien situado. Estará a la vera del puerto y a su costado se
extenderá una espaciosa plaza que denominarán "de San Francisco".
(CONTINUARÁ)

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De la Revolución iniciada en 1868 y aún inconclusa, soy hijo; a ella me
debo.

Jorge C. Oliva Espinosa. Cubano, nieto de mambises, sobreviviente.
http://jorgecolivaespinosa.blogspot.com.es
jorgecoliva@gmail.com

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