domingo, 14 de abril de 2013

L E Y E N D A Y ROMANCERO DE FELLO VALDES

L E Y E N D A Y ROMANCERO DE FELLO VALDES
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DEDICATORIA



A mi abuela materna,
"Longa", hermana de Fello,
que con sus cuentos
lo hizo revivir en mi memoria.

A "Vueltas", pueblo mambí
que, en su tradición oral,
aún lo mantiene vivo.

A España, raíz
de la que nos separamos,
por ser tan españoles.
























LEYENDA Y ROMANCERO DE FELLO VALDES




A D V E R T E N C I A

Estas raras historias,
como las oí las cuento.
Si os parecen Cantares,
o halláis en ellas versos
con asonantes rimas
de trovador incierto;
sabed que este Romance,
lo compuso el Pueblo.
Yo me limité a escuchar.
Tal como oí, les cuento...





INICIO DE LA MADEJA.
El que un hombre, que mató a otro, muera carbonizado por un rayo,
veinticuatro horas después de cometer el crimen, puede ser sólo un
hecho curioso, aunque incite a la creencia supersticiosa y a
controversias pueblerinas. ¿Justicia del Cielo?... ¿Simple
casualidad?... Pero que el asesinado, durante toda su vida, haya
anunciado que así ocurriría, hace unánimes la impresión sobrecogedora,
el asombro, y da pie a leyendas. O cuando menos, al relato fabulado.
Leyendas y relatos que sobreviven a generaciones, y haciéndose memoria
local, contribuyen a enriquecer eso que llamamos: Cultura de la
comunidad.
Estos sólo son fragmentos
de un manuscrito quemado,
encontrado en un ingenio,
uno de tantos, calcinado
testimonio de idos tiempos,
ruinas gloriosas del pasado;
templo por la tea mambisa
al patrio ideal levantado.
Allí hallé estos versos
bien sentidos y mal hilados.
Saga que nuestros abuelos
para orgullo nos legaron,
cuando Máximo arrasaba
la Isla de rabo a cabo,
convirtiendo en pavesas
todo el bien acumulado
por España, gran metrópoli
que oprimía a los cubanos.

Eran aquellas historias
que Abuela me había contado,
cuando niño cada noche
me dormía en su regazo.
Las que repetían en Vueltas
todos mis entrevistados,
al hablar como en otros tiempos
con un ritmo asonantado,
como trasmitiendo en versos
el culto mambí heredado.

Yo sólo reconstruí aquellos,
que el fuego había devorado.

RETROSPECTIVA AL FUTURO
Hay pasados que se niegan a pasar y que se superponen al presente,
superviviendo con él. Fueron una vez HOY y se negaron a dejar de
serlo. Son pedazos de la vida que nunca murieron, que se intercalan en
el HOY nuestro, porque se conservaron en la memoria de los hombres y
se trasmitieron a los hijos y luego a los nietos. Y siempre fueron
desde una voz que se volvía vieja a unos oídos jóvenes, en los que
hicieron aletear la fantasía. En sus mensajes va la hipérbole,
jineteando el ansia de trascender a la Inexorable.
Y ese deseo, de tal forma expresado, logra su realización cuando
contamos a nuestros hijos, las mismas anécdotas que nuestros abuelos
nos contaron. Entonces, no oímos la palabra que fue narradora
inolvidable; cobran cuerpo y color, se hacen vivas las imágenes,
porque ya son nuestras, como nuestra es la voz relatora que se hará
memoria. Así sucederá en el futuro, cuando nuestros nietos cuenten lo
que ahora les contamos.
Eso me pasó con las fantásticas aventuras de "Fello Valdés", una
figura al parecer extraída de la Leyenda. Un personaje que cobraba
vida al conjuro de la evocación devota, que de él hacía quien le
idolatró en vida y lo disputó, negándoselo, a la muerte. Del héroe me
hablaba su hermana, que era mi abuela, y sus historias se entretejían
con nuestra Epopeya independentista. Integraban, como parte
inseparable de ella, nuestra propia Historia familiar. Blasonaban
nuestro legítimo acervo mambí.
Casi cien años después de su mítica muerte, son muchos los que hoy
hablan, cuentan, transmiten la Leyenda. No todos coinciden, ni todos
lo exaltan. Cada cual tiene su versión, que da por verdadera. Pero ya
Fello Valdés rompió las minúsculas fronteras de su pueblo, San Antonio
de las Vueltas, un caserío perdido en el centro de la isla, y se hizo
oriental en los dibujos animados de Juan Padrón, que le cambió el
nombre por el de Elpidio; o lo vemos renacer en anécdotas contadas en
La Habana, donde lo dan por acaudalado propietario asentado en
Quivicán y muerto como lugarteniente de Manuel García, -"El Rey de los
Campos de Cuba" , el mismo 24 de febrero de l895, día que comenzó
nuestra última y frustrada guerra por la Independencia.
Por eso, AHORA, a los finales de marzo de l997, yo, que oí tantas
veces las historias de Fello Valdés, voy a su pueblo, a Vueltas, a ver
qué queda de él allá, donde protagonizó tantas aventuras
extraordinarias. Voy a sus raíces, a rescatarlo vivo. A oír lo que
contarán nuestros nietos a sus hijos. Voy, en contradicción con el
sentido lógico y común del devenir, en retrospectiva al futuro. Se
cuentan muchas cosas de Fello; tantas, que es difícil creer que fueran
realizadas por un solo hombre. Tal parece que una vida no puede
alcanzar para tanto. ¿Cuántas cosas fue? ¿Cuántas hazañas realizó?
¿Hizo todo lo que se le atribuye? ¿Qué fue realmente? He recibido a
estas interrogantes más de una respuesta contradictoria. De todas
formas, no importa. En definitiva los hombres pasan, el mito queda, y
yo no me propuse reconstruir una historia, sino transmitir la leyenda
que me llegó, como privilegio, de forma oral. Que al final, son los
relatos fabulosos los que precedieron, cantados por juglares, a la
historia. Y a diferencia de ésta, que fue siempre escrita por los
vencedores, las que cantaban los rapsodas bien pudieron ser las
verdades perdidas, supervivientes de la derrota.
Sé que, desde que tengo memoria, conservo una serie de crónicas
increíbles sobre este enigmático personaje que fue hermano de mi
abuela. Era ella la que me las narraba, cuando me adormecía en su
amplio regazo. Las historias de Fello, sustituían en mis oídos
infantiles, a los cuentos que, de la Caperucita Roja, Los Tres
Cochinitos o el Gato con Botas, otros niños oían a la misma edad. Era
lo último que escuchaba antes de caer dormido y mi fantasía, muchas
noches, poblaba con ellos, continuándolos, mis inquietos sueños. A mis
hijos conté estas historias. En ellas, ahora lo descubro, fueron a
mezclarse, con lo oído, mis sueños.
Abuela era una persona muy extrovertida. Sus estados de ánimo eran
ostensibles y manifiestos. Cuando estaba alegre cantaba, hacía
chistes, reía sola y bailaba, mientras trajinaba en la cocina; cuando
se irritaba hervía en cólera, sus mandíbulas se apretaban y sus ojos,
de un verde muy especial, refulgían con temible brillo; cuando la
melancolía la ganaba se tornaba callada y taciturna, parecía como
apagada. Era común que, de acuerdo con los sentimientos que la
embargaran, escogiera la naturaleza del episodio a relatarme cada
noche. Pero, de eso me di cuenta mucho tiempo después, cuando ya no
era niño, ni tenía nadie que me hiciera cuentos.
II
INOCENCIA

Fue muy al principio,
como inicio de relato.
Yegua cerrera la noche
que hubieran azotado,
surcando su negro lomo
con látigo de relámpagos.
Era la primera tormenta
que él había contemplado.
Fello tan sólo un crío,
su estatura cuatro palmos.
Natura en desenfreno
lo tenía fascinado.
Por el horizonte iba
como un monte rodando,
eco repetido de montañas
que se vinieran abajo.
Furias que se alejan
con un tronar apagado,
para resurgir en centellas
e iluminar el caos.

Araña eléctrica tejía,
con hilos iluminados,
una red tenebrosa,
sólo visible a ratos.
Erguidas palmas resisten
un cabalgar de rayos,
que caen sobre ellas
con relucientes cascos,
hiriendo los rectos troncos
como quemantes tajos.
En el umbral de su casa
el niño está parado,
queriendo beber la escena
que lo tiene hechizado.
Por la abierta puerta
entra telúrico espanto.
El canto vital de la tierra
sube por sus pies descalzos.
Con los sentidos alerta
permanece el muchacho,
todo el drama nocturno
él quiere disfrutarlo.
Lo aspira por los poros,
se le afina el olfato,
para percibir del aire
aquellos olores raros.

Y sale a la noche el niño
sin importarle nada.
En la casa todos duermen,
bien ajenos al drama;
él corre hacia el peligro,
que tan fuerte le llama.
La Muerte que ronda cerca,
acude presta y alarmada.
-Vamos mi niño, regresa,
regresa pronto a la cama;
es malvada la tormenta,
que un rayo ha poco te manda...
-¿Qué es un rayo, madrina?
-Es de fuego una espada...
-Yo quiero un rayo... ¡Qué lindo!
¡El rayo no me hace nada!
-Cierto, tú morirás
por traicionera daga.
-Pero tú harás que luego,
mi rayo después lo parta.
Tutea Fello a la Muerte
y para más asombrarla,
muestra la mano inocente
donde tiene atrapadas,
como en fulgurantes haces,
un millón de luces blancas.
Tiene en sus manos un rayo,
la Muerte se lo regala.
Insiste en su ruego el niño
que no teme a nada:
-Al que me mate Madrina,
¡que un mal rayo lo parta!
-¡Sea! -dice La Muerte
Y lo torna salvo a la casa.


¿1845 o 1875? ...
El férreo espolón del arado se hunde en la tierra que se abre femenina
y generosa. Firmes en la mancera tosca, las recias manos campesinas lo
hacen hundirse, cuidando de la rectitud del surco. La yunta obediente
sobrepuja en el tiro, y hombre y bestias, hermanados en el esfuerzo,
santifican con su sudor los campos de Cuba.
José María Valdés cultiva un paño de terreno contiguo a la casa. Sus
afanes de sembrador los consagra por igual a tierra y mujer. Con ambas
comparte vida y anhelos y las dos han premiado con generosidad sus
esfuerzos. A ello debe su prosperidad y desahogo económico. Por
idéntica razón allá, en la amplia casona de vivienda, juegan y
corretean hijos de todas las edades; mientras, a la esposa se le
empina de nuevo el fecundo vientre, cuando se afana ante el fogón. Que
para los Valdés-Morales, cosechas de trabajo y amor se suceden sin
interrupción.
Fello apenas tiene dos años y no es el menor; una hembrita berrea en
la cuna y la madre pronto parirá de nuevo. Los ya mayorcitos ayudan,
de acuerdo a sus posibilidades, en las más disímiles tareas.
Tras el padre que ara sale el párvulo, tambaleándose sobre los
terrones del campo recién roturado. Un pájaro corta el espacio como
una flecha negra y el niño, admirado, reclama la atención del
campesino:
-¡Mira papá, un pajarito!
Por alejarlo del lugar, el padre ordena:
-¡Ve y cógelo!
A los pocos minutos regresa el rapaz. Trae al totí vivo y tembloroso
en las pequeñas manos. Inocentemente, ha creado su primera leyenda.
Con hechos inexplicables como éste, llenará su vida de increíbles
episodios. El último lo protagonizará después de muerto.

LAS VUELTAS, EL LUGAR
1997.
Se agacha bien en las curvas, el viejo "Moskovich" de Quirós, mientras
bordea las colinas que, interponiéndose, imposibilitan la rectitud en
la carretera de Camajuaní a Remedios. Vamos al encuentro de una
leyenda: LA LEYENDA DE FELLO VALDES. Nuestro destino: el pueblito de
VUELTAS.
Hemos aprovechado la celebración en la Capital provincial, de un
evento del cual, nuestro amigo es principal organizador, y aquí
estamos, persiguiendo al personaje que enfebrece mi imaginación desde
la infancia. Serpentea entre verdes, la estrecha culebra de asfalto.
Pronto debemos abandonar esta vía secundaria y tomar, a la izquierda,
un entronque que pasando por Vega de Palma, nos llevará a SAN ANTONIO
DE LAS VUELTAS, LAS VUELTAS, o simplemente, VUELTAS. La cuna de Fello
Valdés, la tierra de mis abuelos, el escenario original donde, aquel
héroe legendario protagonizó sus increíbles hazañas. Después de ocho
kilómetros, ocupados en gran parte por un reguero de bohíos y casas
como desperdigados, que resulta ser VEGA DE PALMA, -el pueblo más
disperso que he visto- la carretera se bifurca en un bien cerrado
ángulo, ya cubierto de edificaciones contiguas sobre sus cuatro
vertientes. Es como si las viviendas, hasta ahora salpicadas en lo
extenso, comenzaran aquí a juntarse en formal concierto de comunidad
real. En esta "Y" comienza un pueblo, esta vez verdadero. Hay un
rótulo de regular tamaño, que anuncia lacónico: "VUELTAS", así, sin
artículo. Hemos llegado.
Por su historia, Vueltas es un pueblo mambí; pero, su parecido a
cualquier aldea o villorrio español es aún notable, a casi un siglo de
la terminación del dominio colonial. Su trazado, la disposición
interior de sus casas, su arquitectura y fachadas, pese a la irrupción
de lo nuevo y posterior, conservan la huella y el estilo de los que,
trasladaron de La Península sus gustos y costumbres, no haciendo más
que adaptar aquellos a los requerimientos del clima.
Disímiles viviendas se intercalan como el presente y el pasado que
testimonian. Son realidades de hoy y visiones fantasmagóricas de un
ayer, que parece vivir aún, ruinas orgullosas que desafían al tiempo.
Como la verdad y el mito que envuelven al famoso personaje que vivió
aquí. Edificios de microbrigadas, de reciente factura, alternan con
fachadas que hablan del siglo pasado. Bohíos y casas de madera
avecindan en promiscuidad, cobijas de cubanísimo guano, con la
techumbre mohosa de tejas francesas. A dos cuadras del centro, el
cortejo carpenteriano de columnas se sucede sin interrupción. Sólo las
diferentes fechas de edificación, interponen modificaciones y alturas
de puntal distintas. Para mayor variedad, no faltan las casas de
mampostería y placa, que afirman la solvencia de familias favorecidas
por la fortuna. Eternizando lo anacrónico, una ruina de dos plantas
desafía el tiempo y cuenta que fue edificio desmesurado de ostentación
en los años 20. A pocos metros, la iglesia con Reloj de cuatro
esferas, mirando cada una a un punto cardinal. Mis ávidos ojos buscan
los sobrevivientes que, en portales embarandados y fachadas por las
que se descuelgan de lo alto, puertas y ventanas de descomunales
dinteles, me hablan de una raza de gigantes que no hubiera pasado por
puntales más bajos.
Plantado el pueblo en terreno ondulado, la mayoría de sus calles no
cuenta con más pavimento que el polvo o el lodo, según sea la
estación. Ello acrecienta a ratos la impresión de que aquí se vive en
otra época ya remota. En Vueltas se respira una extraña atmósfera que,
al caminar sus calles de suaves declives, nos lanza hacia atrás en el
tiempo. En una misma cuadra sentí tres veces esa sensación. Por otro
lado, está su aislamiento que se mantiene como en la Colonia. Por aquí
no se pasa para ir a ninguna parte. Por estas vueltas sólo toman los
que vienen a VUELTAS. Los ojos verdes de un gran número de sus
pobladores, hablan muy claro de la endogamia impuesta a unas cuantas
familias muy numerosas, fundadoras de la localidad, que se vieron
obligadas por el confinamiento a cruzadas uniones entre sus miembros.
Patriarcales casas de una veintena y más de hijos, concertaron con
frecuencia, matrimonios múltiples de dos o tres hermanos, que pasaban
a ser cuñados dobles de igual número de hermanas. "Soy hermana de su
esposo y esposa de su hermano", no fue aquí un trabalenguas, sino
aclaración de dobles vínculos filiales harto frecuentes.
A los quince minutos de mi llegada, ya estoy frente al primer
interlocutor. Me recibe amable y cortés. Y tiene los ojos verdes.
¡Cómo no iba a tenerlos, si es de apellido Valdés! Su tatarabuelo era
hermano de José María, el padre de Fello, por lo que somos parientes.
Lo observo con detenimiento, mientras accede a darme, más que sus
testimonios, lo que a él de pequeño le contó su bisabuelo, primo del
personaje. Los rasgos familiares saltan a la vista. Compruebo con
satisfacción que, al igual que yo, él también posee de Fello, una
imagen formada por relatos oídos de los más viejos, como una tradición
familiar trasmitida de generación en generación. Se excusa de que sus
versiones no siempre coincidan con las mías. Teme ofender al visitante
que inquiere con los datos que le fueron transmitidos. En muchos de
ellos, le contaron de fechorías y desmanes cometidos por mi héroe.
Donde a mí me fabularon valor y audacia, a él le dijeron crueldad y
violencia sin límites. Donde mi abuela me dijo "mambí", a sus oídos le
susurraron "bandolero". Me vienen a la mente, de Lorca, "mis primos
Benamejí, emparentados con los Camborio". Pero, mi sinceridad acaba
por vencer los límites que a "su verdad" le impone la cortesía. Y me
da otra imagen, totalmente distinta, de Fello Valdés. La que le dieron
a él. No importa, luz y sombra deben ir juntas en cualquier retrato.
Me da nombres y posibles nuevas fuentes para mis pesquisas. Le
agradezco y nos despedimos como lo que somos: lejanos parientes que
acaban de conocerse. Del tronco común, conservamos igual color de ojos
y una sarta de historias, donde se mezclan la superstición, la verdad
y el mito.
De nuevo a las calles de Vueltas. Paso por una vieja bodega esquinera
con portal de altas columnas de madera. En algunas de ellas,
permanecen amarradas sudadas cabalgaduras.
Aguardan, alternando los remos que apoyan, al dueño venido por las
compras y que, machete al cinto, se acoda en el largo mostrador. La
estampa, sin variación alguna, podría ser la de hace un siglo.
De repente, enloquecida, por el medio de la calle viene una mujer
desarrapada y descalza. Corre presa de pánico, mientras grita:
-¡Corran, corran, que Fello Valdés se metió en el pueblo!
Es una figura patética, fuera de sí, su rostro mugroso refleja un
terror atroz. Centro mi atención en aquella visión extraña, como
venida del pasado. Sus ojos, por el espanto, pugnan por abandonar las
órbitas. Abre con desmesura una boca desdentada; sus vestiduras, de
irreconocible color, están pringosas y raídas. Toda ella parece más un
fantasma, que una loca mendiga, habitante de otra dimensión temporal.
Corre despavorida zigzagueando, tropieza y cae al polvo de la calle,
donde se revuelca convulsa.
Una chiquillería en tropel, que le sigue y acosa, rompe el sortilegio
de la imagen rescatada al tiempo, y me devuelve al presente.
Corea burlona la tropilla traviesa:
-¡¡Loca, loca, Fello Valdés está muerto. Fello no existe!!...
Se excusa el bodeguero con el forastero: -Estos mataperros no dejan
tranquila a la pobre loca... -Mientras el estribillo infantil, de
crueles travesuras, repite:
-¡Fello no existe!... ¡Está muerto!....
¡Y momentos antes, no tenían razón!


EL HOMBRE, LA IMAGEN
Abuela me describía de forma muy vívida la figura magnífica y única de
Fello: Estampa de Titán, elevada la estatura, recio de complexión, la
piel muy blanca y velluda: los ojos verdes, pero de un verde
centelleante; sobre la amplia frente el pelo rojizo; las barbas, como
las de Liborio , divididas en dos a partir del mentón rasurado, más
bien exageradas patillas. Esto en cuanto al físico, que la fisonomía
del carácter, no enteramente revelada a su percepción de entonces,
-una hermana menor deslumbrada de asombro y admiración- me la hacía
conocer a través de las anécdotas mismas. De los mil espectaculares
lances en que se vio envuelto mi tío-abuelo, brotaba la imagen
complementaria de su forma de ser. En sus hechos quedaba probado, que
eran igual de recios, firmes e invariables, los atributos de su
personalidad. En todo lo que le rodeaba o poseía, estampaba su marca
personal. Todo lo de él era distinto a lo de los demás. Hasta su mano
más diestra, no era la que casi todos usan, sino la otra, la zurda.
Mano llamada siniestra, para colmo oscurecida por una extraña mancha
que, según afirmaban, no era de nacimiento. Peculiares eran su manera
de decir y hacer, su caballo y la forma de montar, su pulcritud de
cuerpo y de proceder, su palabra siempre cumplida y parca, su pasión
por los amigos y los gallos de pelea, su bravura y valor temerarios.
Fello Valdés no perdía tiempo en amenazas y bravuconadas. Su voz se
hacía calma, como espaciada y tartajeaba en los momentos más tensos.
El no amenazaba, era una furia arrebatada, que embestía ciega de
cólera al insensato que lo desafiara. Entonces, era una descarga de
energía descomunal lo que caía sobre el infeliz que osara oponérsele.
Infalible tirador, centauro más que experto jinete, y habilísimo en la
esgrima de su temible machete, esas dotes le salvaron, milagrosamente,
de mil comprometidos trances. Aún desarmado era temible por el solo
poder de sus descomunales puños. Sobre todo, el de aquella mano zurda
y negra, como tiznada. Su temeridad no conocía límites, y a los
consejos y prevenciones que le hacían de que se cuidara, respondía con
una invariable frase suya, acuñada en la repetición de un
convencimiento profético:
-¡AL QUE ME MATE A MI, LO PARTE UN RAYO!

SU MOCEDAD: UN CUMPLEAÑOS DE FELLO VALDES
Es joven; con apenas 17 años debía, según costumbres, estar ya casado,
ser cabeza de familia, tener hijos, ser hombre asentado. Sin embargo,
aún no ha formalizado relación alguna y mucho menos solicitado en
matrimonio a ninguna de las casaderas que por él suspiran. En cuanto a
carne de mujer, limita su coto a alguna que otra viuda o al ama ligera
de cascos, de rancherías aledañas y marido complaciente, de las que
son comidilla de chismes y enredos las tertulias del pueblo. Por eso
le endilgan el membrete de solterón y calavera, fiestador y ligero. A
él no le preocupa. Vive para sí y para sus amigos, que tienen de él,
la mejor de las opiniones. Por eso, porque ama y lo aman, cada fecha
en que cumple años, es un alboroto general, una celebración sólo
comparable a la del Santo patrón poblano, San Antonio. Santo que por
demás, tiene fama de fiestero. Tanto en una festividad como en otra,
el disturbio, el quebranto de la paz pública es cosa sabida y
esperada, como de escándalo en todo el pueblo.
Vienen de lejos los amigos, y hay que alojarlos. Llegan endomingados,
para fiesta, los visitantes. Todos tienen credencial de íntimos, y por
eso, son acreedores de los más distinguidos tratos. Pero vienen con
ideas, llenos de particulares proyectos festivos. Uno trae un gran
melón, frutal ofrenda, con el oculto propósito de romperlo en la
cabeza del festejado. Otro esconde en sus bolsillos, el ají guau-guao,
propicio para bromas de gran peso, mientras aquel trae muy afilado, el
machete con que cercenará los faldones del chaquet que estrenará el
anfitrión. Pero eso será después, en el acto culminante del jolgorio.
Todos los que llegan, tienen un común denominador: aman al amigo
festejado idolátricamente, además de ser jóvenes como él: sus
contemporáneos. Ya llega el primero, madrugador de los restantes, y
con pompa y diversión es recibido. Su equipaje escaso irá a dar a uno
de los cuartos de visita de la gran casona familiar. Fello comienza a
beber con él y no dejará de hacerlo con cada huésped que llega. Para
eso hay damajuanas de añejado aguardiente y lacrados garrafones de
tintazo. En el patio se doran bajo distintos procederes, en parrillas
y lechos de brasas, puercos y terneras. Mientras, en la cocina, los
calderos dejan escapar enervantes sahumerios.
Los de sitierías más apartadas, llegan al atardecer de la víspera,
dando comienzo a los preludios de la Gran Fiesta. Despuès será el
pantagruélico banquete de lechón asado y de gallinas en fricasé,
acompañados por fuentes rebosantes de viandas con su mojo. Hay
presencia de guitarras y se improvisan décimas por la magna ocasión.
Se comerá, beberá y cantará toda la noche, sin tregua, sin medida.
Luego, al amanecer, será la apoteosis del festín. Saldrán a la calle,
tomarán el pueblo aterrorizado, que cerrará puertas y ventanas, y
serán, como de costumbre, los amos de Vueltas. De un Vueltas desierto,
que atisba por persianas y rendijas, escandalizado una vez más de
semejantes tropelías y en espera de mayores disparates.
Ya traen a Fello amarrado sus amigos. Es un reo que sonríe complacido.
Los brazos atrás inmovilizan cuerdas, que a las muñecas hacen rojas
marcas. Son hermanos, más que amigos; y eso lo sabe la familia
consternada, que no interviene. La Calle Real, continuación del camino
del mismo nombre, sirve de escenario a la algarabía. En el caballo más
cerrero montan al homenajeado. La soga de sus muñecas, atadas a la
espalda, pasa al muñón de la montura, pues lo han montado mirando
hacia la grupa del caballo. Otro de los invitados va a la cola del
animal, que alza mientras el jinete se carcajea, para introducir en el
ano de la bestia el ají machacado. El rocín martirizado sale como
flecha, dando corcovos y malabáricas embestidas al aire, sin lograr
sacarse de arriba al que lo atenaza con sus fuertes piernas. En
escandalosa caballería, tropel tronante, le siguen los amigos. Algunos
hacen disparos al aire. Este grita a voz en cuello, otro se adelanta y
fustiga la cabalgadura enloquecida. Como bólidos recorren el pueblo,
dan vuelta en la iglesia, haciendo persignarse al cura que palidece
como ante una jauría de demonios. Pero lo peor no ha pasado aún.
Todavía todo es diversión entre amigos. La cosa cambia, cuando la
guardia civil intenta intervenir. Salen a relucir los resentimientos
al opresor despótico cuya autoridad no se reconoce, y los machetes
hablan, a planazos, de una rebeldía que clama independencia. Pero,
como todavía no es hora de luchar por ella, no usan sus filos
hambrientos de hendir cabezas enemigas, y se contentan con dejar
cárdenas franjas en las espaldas y nalgas, que reciben el cintarazo
más que como castigo, como despreciante humillación.
Como resultado inmediato, habrá labios y ojos contusos, nudillos
despellejados, narices sangrantes y camisas desgarradas que irán a
dormir con sus dueños al calabozo. De allá irán a sacarlos, la
influencia y el oro de sus familias pudientes, una vez más
avergonzadas, y que mal disimulan, tras su habitual altivez, la
complacencia de ver, que peor parados han salido los uniformados.

EL SACAMUELAS BURLADO O UN CONVIDADO NO DE PIEDRA
En Vueltas no hay dentista establecido. Periódicamente la visita un
dudoso facultativo ambulante, que instala su gabinete en la única
barbería del pueblo. Allí, entre alaridos, atiende a los sitieros y
gañanes de fincas aledañas. Pero a ese sacamuelas no se confían las
familias pudientes, que esperan que llegue, con el final de la
cosecha, el prestigiado Doctor Sánchez, con título obtenido en
Filadelfia y consultorio montado en Remedios.
Ellas alojan al distinguido huésped en sus casas, compitiendo entre sí
por ser cada cual la más dispendiosa en atenciones. Mientras éste no
llega, buches de linaza y motitas de guayacol, recetadas por el
boticario, serán alivios temporales a flemones y dolores de caries.
Cuando arriba el dentista remediano, son varios los pacientes
requeridos de sus servicios en la familia Valdés. Ello prolongará, por
lo menos tres días, la estancia del doctor: el de la llegada, el de
las intervenciones, y el de la agradecida despedida. En todos,
prestigiará el banquete opulento la prodigalidad familiar.
A la mesa del festín están sentados los hermanos todos. El dentista
ocupa sitial de honor y se le ofrecen, con deferencia, los más
escogidos bocados. Lo flanquean Fello y Sixto, quienes no se cansan de
agasajarlo con particulares convites.
-Pruebe este bocadito, Doctor...
Le dice Fello obsequioso, mientras le extiende al facultativo una
masita lasqueada de lechón tierno, jugoso envoltorio de una ranita
caída momentos antes sobre el mantel.
Recibe el dentista en su boca el ofertorio, directamente de las manos
del bromista. Y al morder, es el chillido de crispación del batracio
que, con sus patas barre los bigotes del sorprendido comensal. La
sorpresa levanta con brusquedad al pálido invitado; mientras hay risas
que, recorriendo la mesa, le trocan la incomprensión del asombro por
la indignación del ofendido. Fello se levanta despacioso, contenida la
sonrisa y todavía se demora en usar con calma su servilleta. Mientras,
el burlado ha abandonado el comedor y se dirige al dormitorio
asignado. Le siguen alarmadas algunas mujeres, prestas a la disculpa.
Fello parece dispuesto a desagraviar al ofendido y llega en el momento
en que éste extrae de su equipaje el revólver, que empuña vengativo.
Se le encima el gigante y un puño como de acero va a impactar la
mandíbula del Doctor. El arma se le desprende de la mano y, cuando
escupe adolorido, dos objetos blanquecinos y duros caen al suelo,
envueltos con la sangre.
¡En casa de los Valdés le han sacado dos muelas al dentista!

JURA Y QUEMA DE LA BANDERA
"Hay remandingos por allá por Bayamo y Manzanillo. La gente del
Camagüey los ha secundado; y esta vez no es como cuando lo de Narciso,
que ése era venezolano y su tropa todos rubios del Norte. Estos de
ahora son cubanos, criollos y rellollos, y Las Villas toda, es un
hervidero de conspiradores, infidentes que, como dicen los panchos,
malamente esperarán que hasta acá llegue la candelá. Rudecindo, el
gallego bodeguero, ha dejado al sobrino a cargo de la tienda, y se ha
ido al cuartel con su apolillado uniforme de rayadillo . Eso es un
síntoma que la cosa está que arde. Los azules están nerviosos, ellos
saben muy bien que Vueltas es un avispero insurrecto.
Esta noche hubo tenida en la Logia. Allí, Filiberto el boticario, que
es Venerable Maestro, enteró a los hermanos masones de las noticias
que trajo de Remedios, a donde fue a verse con Carrillo. Este le dijo,
que en Cienfuegos ya están apreparándose la gente de Serafín Sánchez.
Que la cosa va a ser en vuelta de Manicaragua.
Ahora el asunto es atajar a Fello y sus amigos, que todos ellos son
unos locos, no se vayan a desesperar y lanzarse a destiempo."
A diferencia de Camajuaní , que es recalcitrantemente integrista y
español, Vueltas es emporio de cubanía y separatismo radical. No en
balde su cuartel de voluntarios, -cuatro gatos- es una pequeña casa
de madera, más que suficiente para albergar la escasa tropa formada
por los dueños de los comercios locales y uno que otro peninsular
traído de Remedios o del mismo Camajuaní.
Los vuelteños miran con desprecio al lugar y a sus uniformados moradores.
De ahí la consternación que hizo presa en la población, cuando se supo
que Fello y sus amigos "se habían apuntaos en el cuerpo de
voluntarios... Si ellos pensaban que el asunto era pa' bromas, estaban
equivocaos, que con eso no se juega. Esta vez se han pasao del picao".
Presintiendo lo peor, el pueblo todo cierra puertas y ventanas...
Es mediamañana, cuando se presenta ante el cuartel de Vueltas una
extraña caballería. Son todos jóvenes de la zona, conocidos por su
desafección a la Corona y para colmo, amigos de Fello Valdés, quien
encabeza el grupo de jinetes. Semejante tropa, no puede menos que
despertar la desconfianza de los centinelas que, pese a la ausencia de
ademanes amenazantes, rastrillan sus armas ante los recién llegados.
Estos, sin hacer caso de la alarma que provocan, desmontan y sin
acercarse, saludan corteses. Sólo su líder se adelanta, descubriéndose
respetuoso.
-Venimos a ver al Señor capitán jefe de puesto.
-¿Y qué se les ofrece?
-Pues que queremos servir a la Patria y a eso venimos.
-¿A la Patria?... ¿a qué Patria, se puede saber?
-A cuál va a ser, Vuestra Merced: A Cuba... española.
Sin creer lo que oye y ve, con el rifle en alerta, el español berrea:
-¡Oficial de la guardia!
Ante el solicitado, Fello despliega sus dotes de convincente. "Basta
ya de travesuras. Ellos son buenos patriotas y saben cuándo las cosas
se ponen serias. Es el momento de rectificaciones y vienen a respaldar
la Corona a cuyo amparo tienen hacienda, contra los pillos y
revoltosos que pretenden arruirnarles."
-¿Prestaréis de ello juramento?
Inquiere el oficial, fiándose ya del valor que confieren aquellos
hombres a la palabra empeñada.
-A eso venimos. Mire, quizás nuestro ejemplo le sirva aquí a muchos...
Ratifica Fello, escogiendo con cuidado las palabras (que al otro le
saben a sueño).
A la tarde será el juramento, revestido con el fausto de ceremonia
militar. Ya uniformados y apertrechados los del nuevo y sorprendente
ingreso, formarán marcialmente en la explanada que se extiende ante la
casa-cuartel. Saludan a la bandera roja y gualda con un estruendoso
"¡Viva Cuba... española!" Grito que por increíble, hace ciegas, sordas
y mudas todas las ventanas del Vueltas patriota. En la noche habrá
otro grito aún más fuerte: el de "¡VIVA CUBA LIBRE!" que se alzará,
entre disparos, con las llamas que incendian el cuartel saqueado. En
el pueblo, puertas y ventanas vuelven a abrirse.

BANDO MILITAR Y VENTA DE GALLOS
Dos días se demora la noticia en llegar amplificada a Remedios y otros
dos en despacharse de allá una columna montada, que viene a Vueltas a
restablecer el orden. Se le ha informado a las Autoridades, que San
Antonio de las Vueltas ha sido tomado por tropas insurrectas, sus
comercios saqueados e incendiados, los pocos leales a la Corona
asesinados, y lo que es peor: Como ostentación de rebeldías, la
población festeja en una interminable orgía en sus calles. Por ello,
con los sables desenvainados y a toque estridente de corneta, entra al
pueblo la fuerza con urgencia despachada.
Aparte de las ruinas calcinadas del cuartel y de testimonios de "los
honorables comerciantes de la localidad", -que no han sido, por otra
parte, molestados- la fuerza española sólo encuentra una población
aparentemente pacífica, que desenvuelve sus habituales ocupaciones con
extraña tranquilidad. Ni rastros de los jolgorios y festejos de que se
hablaban allá. Sin embargo, hay en todos un mal disimulado contento.
Como una generalizada euforia que al jefe español le sabe a sorna
insurrecta.
Nadie aquí vio, ni supo nada. Todos se hallaban recogidos en sus
casas, porque aquí todos se acuestan temprano.
Un bando militar es proclamado. En el mismo, se establece recompensa
por la captura, vivo o muerto, de "el cabecilla Fello Valdés".
Igualmente se decreta la confiscación de su hacienda. Medida estéril,
pues la misma también fue pasto de las llamas. Solamente quedan los
gallos. Los gallos de una valiosa cría, que el fementido poseía. Pero
nuevo fiasco, los mismos habían sido vendidos, con mucha anterioridad,
al gallero Francisco Carrasco, quien acredita con documento debido la
compra. Por estar rubricado por solventes testigos y ser expedido ante
escribano autorizado, y por ser Carrasco persona insospechable y dueño
de la Valla de gallos, le es reconocida la propiedad adquirida. Nada
puede incautársele al alzado. Queda sólo perseguirle con saña y sin
descanso.
Ha cegado el pozo, derribado las cercas, incendiado el bohío que le
servía de vivienda. Todo lo que construyó con amor, ahora lo destruye
con furia ciega. A él, "a Fello Valdés, no le van a coger ná los
Panchos".
La noche anterior le ha arrancado una promesa a Carrasco, con quien
cerró trato por todos sus gallos finos. Es condición ineludible la que
acepta el comprador, sabiendo que empeña en ello más que su palabra,
su vida misma:
-Yo le garantizo, Señor Valdés, que esos gallos, que siempre serán
suyos, no pelearán jamás con ninguno de gallero español. Basta que
Usted así lo desee...
La eventualidad de una derrota, no la admite quien al advertirle en
privado, le devuelve el dinero recibido en público.
-A Usted le habrán contado ese episodio así. Pero yo tengo otra
versión. No se vaya usted a ofender... pero mire: En su mismo relato
hay cabos sueltos. ¿Por qué vendió los gallos con antelación? ¿No es
prueba esto de cálculo, nada patriótico? A mí me contaron que saqueó
el pueblo, que hizo un montón de barbaridades... Entre ellas, asaltar
y robar a Carrasco, el dueño de la valla, a quien luego mató a
machetazos... y que se hizo bandolero. Bandolero, como los muchos que
asolaban esta zona. Nada de mambí. Eso fue lo que a mí me
contaron......

PELEA DE GALLOS

"Orden de combate:
Diez falanges fieras
de diez versos,
¡ Adelante,
ya comenzó la pelea!"



En la valla de Vueltas,
dos emplumadas fieras,
feroz lid entablan
en un ruedo en que se juegan
algunos, Honor y Patria;
otros, algunas monedas.
Se enardecen los hombres
embriagados de pelea,
enronquecen las gargantas
azuzando la contienda.

Toda Vueltas en la valla
expectante de la escena
aguarda ver lo insólito,
que es lo que todos esperan:
Un gallo de Fello Valdés
disputándose la arena
con otro gallo español
en no autorizada pelea,
remedo de mayor lucha
con la que todos sueñan.

Que Fello bien lo dijo
al abandonar Vueltas
para alzar en la manigua
nuestra tricolor bandera:
"No quiero que gallo mío
contra uno español contienda;
no sea que la suerte
le vaya a ser adversa.
Que sepan que ni en la valla
admito que Cuba pierda".

Que bien que lo advirtió
cuando se fue a la guerra,
trocado en furioso gallo
para que Cuba rompiera
los esclavos yugos
de coloniales cadenas,
gozara de libertad,
e independiente fuera.
Así toda la manigua
en valla se convirtiera.

Respondiendo al conjuro
del mandato no acatado,
aparece en la escena
el ausente Titán burlado
que, lejos todos creyeran,
en rebeldía declarado.
Está en medio del ruedo
con el machete empuñado,
como fantasmal visión
que la venganza ha llamado.

Corta de los dos gallos
de un tajo las cabezas,
mientras lanza un reto
que nadie le contesta:
"... El que se crea gallo
que aquí conmigo venga.
Y el que espere mis aves
vencidas verlas,
yo juro que primero,
verá rodar su cabeza".

De los asientos salta
gente del miedo presa,
huyen del más fiero combate
que en las gradas comienza.
Al reto temerario,
como airada respuesta,
desnúdanse los aceros
y disparos suenan.
De sangre, gritos y plomo
el aire se condensa.

Guardia Civil por cientos
apresurada llega.
La valla y alrededores
son una extensa arena.
Porfían por atraparle,
mil bayonetas le cercan.
Plomo satura el aire
pero el plomo lo respeta
y los filos no lo hieren
porque hay algo que no los deja.
Que la Muerte va con él
guiando su mano negra.
Ya no es pelea de gallos
lo que en la valla se juega.
Por tierra caen derribados
todos los que se le enfrentan.
Pronto ya está en la calle,
toma del potro la rienda
y huye hacia la salida
sin que nadie lo detenga.

Como tromba le persigue
una nube siniestra
de azules uniformes
e intenciones funestas.
A la salida del pueblo
sonriendo los espera,
haciendo mofa de ellos
las manos a las caderas.
Las fuerzas que lo protegen
harán que jubo se vuelva.

MIS GALLOS JAMÁS PERDERÄN CONTRA LOS DEL ESPAÑOL
Creyéndolo alejado por la persecución desatada en su contra, Carrasco
ha incumplido la palabra que le arrancara Fello. Este domingo hay en
la valla, concertadas peleas entre sus gallos y los de Rogelio, el
gallero español. Las apuestas serán crecidas, pues todos saben que son
los afamados gallos de Fello Valdés.
Pero la lealtad, o quizás el incontenible y malsano celo del
llevaytrae, ha puesto prisa en los cascos que van con la noticia a la
manigua. Al saberse burlado, el perseguido se vuelve furia que
desconoce cualquier prudencia.
Bulle, abarrotada esa tarde la valla de San Antonio de las Vueltas.
Todos quieren ver las lidias. La pasión caldea los ánimos, porque
muchos saben de las condiciones impuestas por quien crió aquellas
formidables aves. Condiciones que hoy van a ser burladas.
Ya se anuncia la primera pelea. "Lo nunca antes visto", grita con
descaro Carrasco. Ya azuzan a los animales embravecidos que, una vez
libres, se acometen con fiereza. Todos los espectadores están de pie,
tensos. Los emplumados rivales encarnan el enfrentamiento de cubanos
contra españoles, en que todos quieren participar.
Una exclamación de asombro brota de todas las gargantas, cuando en
medio de la arena, desafiante, con el afilado "paraguayo " en la mano,
se planta, salida nadie sabe de dónde, una figura archiconocida:
-¡FELLO!
Como una sola y ronca voz, ha gritado la multitud, pasmada como por
una irreal visión. Nadie ha tenido tiempo de reaccionar; y ya el
aparecido, con increíble machetazo, decapita de un solo tajo a ambos
animales. Sus cuerpos, aún enardecidos, como si todavía tuvieran vida,
aletean y brincan convulsos, enrojeciendo de sangre el ruedo. La
ejecución le ha tomado apenas fracciones de un segundo. El tiempo para
los demás parece detenido, cuando le oyen advertir, blandiendo la
ensangrentada hoja:
-¡El que quiera que le haga lo mismo, que se tire!
Como respuesta al desafío, el tiempo y la acción vuelven a fluir.
Suenan disparos, salen de sus vainas, relucientes aceros. Todo es
confusión y espanto dentro del festivo local. Saltan de las gradas,
despavoridos, los que no quieren saber nada de combate más sangriento
que el de gallos. El núcleo de la pelea, mientras tanto, se mueve
hacia la salida del recinto. Al aparecido se le han sumado amigos y
admiradores, que se baten con encono contra uniformados y apostadores
frustrados.
Ya está el tumulto combatiendo en plena calle, cuando Fello y dos de
sus seguidores saltan sobre sus caballos y bajo un aguacero de balas,
se dan a la fuga. Tropa española pronto sale en su persecución. No
tienen que andar mucho, a media legua del pueblo los espera, sonriente
y desmontado, burlándose de ellos, Fello Valdés en persona. Contra él
se arroja enceguecida la caballería. Y entonces ocurre el portento. El
perseguido se lanza al suelo y allí, entre los bejucos, a la vista de
todos, se vuelve jubo. Culebrilla criolla, que se escurre serpenteando
entre las hierbas. En el ínterin, su afamado caballo también ha
desaparecido. Y un perro, negro como el demonio, huye rompiendo monte.

CAPTURA Y FUGA DE FELLO VALDÉS
La vida en el monte es dura. La manigua cobra con alto precio la
protección que brinda, doblegando con sus rigores a la constitución
más fuerte. La salud del Titán se resiente. "Un baño prolongado en el
río, después de comer unos mangos verdes sin haberse curado de un
tabardillo de sol", son las causas desencadenantes, según mi abuela,
de la mortal fiebre del tifus.
La calentura consume a Fello, cuando lo visita en su refugio la
hermana preferida. Viéndolo tan mal y aprovechando su inconsciencia,
decide ella el traslado a la casa paterna, donde contará con los
cuidados necesarios a su gravedad. E inconsciente y delirando a ratos,
es conducido en improvisada parihuela por el amor fraterno, que
aprovecha una noche sin luna para el traslado.
A la casa llega el silencioso cortejo que parece más bien séquito
mortuorio. Allí acomodan al maltrecho y comienzan de inmediato a
prodigarle los remedios que aconseja la sabiduría campesina.
Pero la fiebre no cede y se hace necesario, como último recurso, traer
al médico. La decisión implica el riesgo de la delación, alertada por
tan insólito hecho: los Valdés no acostumbran solicitar tales
servicios. Llega el facultativo mandado a buscar, y tras sus pasos
numerosa tropa española, que irrumpe en la habitación y conmina a no
presentar resistencia. Unicamente la ausencia de otros varones y el
estar inconsciente el de mágicos poderes, hacen posible, en aquella
casa, su captura.
Lo trasladan a Camajuaní, a segura cárcel, donde aguardarán que se
pueda poner en pie para fusilarle. Sólo por ello le prodigan atención
médica, única visita que se le permite.
Por el médico se entera la familia, que el condenado a muerte se
recupera algo, lo que acerca el cumplimiento de la sentencia
inapelable. Y a Camajuaní, con velas y ya vestidas de luto, viajan la
madre sufriente y la hermana que se siente culpable del apresamiento.
En vano ruegan, a la puerta del cuartel, que las dejen ver al cautivo.
Pasan días y noches sin moverse de allí, hasta que logran arrancar del
jefe militar la promesa de dejarlas visitar al reo esa noche, pues
amaneciendo el día siguiente...
-Nos dejaron entrar a mi mamá y a mí que, con apenas once años, la
acompañaba. Fello todavía ardía en fiebres y se le veía el cuerpo
consumido y bañado de sudores. Pero aún tenía ánimo para bromear.
Cuando mamá y yo lo besamos todas compungidas, él fijó su atención en
las grandes velas de sebo que llevábamos, y pidió que se las
encendiéramos, pues "quería ver con adelanto cómo luciría su
velatorio". Mamá se persignó, pero le hizo caso. Y cuando dieron por
terminada la corta visita, en la celda quedaron las cuatro velas
encendidas. Dos a la cabecera y dos a los pies de su catre. Los
españoles hicieron escarnio de nosotras, diciendo que habíamos venido
al velorio las vísperas y que las velas se nos iban a gastar, que
fuéramos por más para la mañana siguiente. Que entonces sí que le iban
a hacer falta.
Nosotras nos retiramos al parque que estaba frente a la cárcel. Allí
pensábamos pasar la noche terrible que nos aguardaba. Pero ya siendo
de madrugada, un tremendo tiroteo y las voces de alarma de centinelas,
alborotaron todo aquello. Camajuaní entero estaba en la calle, armas
en mano. Mi hermano Fello se había escapado.
La fuga espectacular se produjo así: apenas salieron su madre y
hermana, el condenado se desnudó, y untándose el cuerpo con el sebo de
las velas, pudo deslizarlo entre los barrotes. Previamente, había
curvado estos con la barra de su catre, usada como palanca. Así,
desnudo, como vino al mundo, gateando por zanjas de desagüe y
barrizales alcanzó las afueras del pueblo y de ahí, todavía a cuatro
patas, el monte salvador. Allá fue a curarle de nuevo mi abuela, quien
ya anciana me contaba, maliciosa, los cientos de espinas de aroma que
tuvo que sacarle de todo el cuerpo. "¡Hasta de sus partes!"

DE NUEVO EN 1997
ENTREVISTADO No. UNO:
-No, el episodio de la fuga desnudo, a mí me lo contaron que fue en el
mismo Vueltas y no en Camajuaní. A las afueras, lo confundieron con el
perro de Juan Manso, por lo velludo que era. Y Juan Manso era un
vecino de aquí. Por eso le digo, que tuvo que ser de aquí de donde él
se escapó.
ENTREVISTADO No. DOS:
-Si, lo iban a fusilar al otro día. Y esa noche, convertido en perro
se escapó. El podía volverse cualquier animal. Hasta en rayo después
de muerto se convirtió.
ENTREVISTADO No. TRES:
-En aquel tiempo, según mi padre, en Vueltas no había cárcel. Y al
cuartel que había, el mismo Fello le había dado candela. Así que, tuvo
que ser de Camajuaní de donde se escapó. Tal como le contaron a Usted.
Regresamos a Santa Clara, cansados pero satisfechos por los primeros
resultados de nuestras pesquisas. En el camino de regreso, ha quedado
establecido el plan de volver, con más tiempo, en las vacaciones de
agosto. El entusiasmo me hace concebir descomunales proyectos para mi
regreso. Entonces trataré de entrevistar a todo poblador de ochenta
años para arriba. Ya en su casa de las afueras, Quirós se empeña en
cedernos su cama, porque dice preferir el chinchorro venezolano que ha
colgado del cobertizo y yo, desconsiderado, no me hago mucho de rogar.
En verdad estoy agotado. Al cansancio físico, se me unen las emociones
de tanto encuentro con el pasado que busco. Pronto caigo en un
intranquilo sueño. Fello me despierta. Su figura imponente se yergue
imperativa a los pies de la cama:
-Arriba sobrino. No sea flojo. Levántese y escriba lo que tiene en
mente, no se le vaya a olvidar mañana.
Obediente al mandato, procuro no hacer ruido, y voy hasta el patio. En
lo alto, las estrellas tachonan con brillantes el negro raso del
cielo. Canta un gallo, como yo desvelado, y le responden otros
lejanos. Muy cerca, denotando una presencia invisible, deja escapar su
relincho apagado un caballo. Tomo papel y lápiz, escribo:

EL CABALLO DEL HEROE
Le llamaba "Brujo" y solía hablarle como si fuera una persona. De un
negro retinto, el animal tenía una estampa formidable: siete cuartas
de alzada y todo músculos y nervios bajo una piel que relucía como el
azabache. Sobre el potente cuello, coronándolo, alzaba una cabeza
fina, rematada con dos grandes y redondos ojos que parecían echar
chispas. De carácter rebelde y arisco, copia fiel del amo, no admitía
otra cercanía que la de Fello, y él era el único que podía montarlo.
Caballo y jinete se hallaban de tal forma identificados, que aquel
compartía la profunda repulsión que, hacia todo español profesaba su
dueño. A tal punto, que la sola presencia de un uniforme azul o de
rayadillo lo ponía inquieto y agresivo. Entonces elevaba los belfos,
dejando al descubierto la dentadura amenazante, toda su fina piel se
agitaba, pateaba nervioso el polvo con los fuertes cascos, se revolvía
en su sitio, nervioso, y sólo la orden de su jinete podía ya calmarlo.
-Fello le había enseñado a hacer muchas monerías. Aquel animal casi
hablaba y a él le entendía todo lo que le mandaba como si fuera un
cristiano. Una gracia que mi hermano le gustaba repetir, era decirle
muy serio: "Brujo, mire que va a llover y se le van a mojar los
zapatos". Entonces el caballo empezaba a caminar de un lado para otro,
brincando en la punta de los cascos, como para no mojarlos. Aquella
bestia era tan mambí como él, no podía ver a un español ni en pintura.
Cuando tenía alguno cerca, se ponía hecho una fiera. Fello lo trataba
de usted, siempre con mucho miramiento y cuando lo amarraba del
cabestro, le pedía permiso primero y le hacía un nudo muy especial,
que el caballo sabía zafar. Siempre le hablaba en voz baja y con
respeto.

ENTREVISTADO No. CUATRO:
-Aquello no era un animal. Tenía un ser aposentado dentro. Era negro
como el mismo demonio, con quien su amo había cerrado trato. Tenía
como electricidad, y en las noches su cuerpo echaba chispas y atraía
los rayos. Los ojos los tenía rojos como brasas de carbón. Pancho que
intentara acercársele, Pancho que caía bajo una furia de dientes y
cascos. En Vueltas y sus alrededores no había nada parecido a
Aquello.

ENTREVISTADO No. CINCO:
-Hay una historia de amoríos de Fello, en que sale a relucir ese
caballo. Yo la oí de los viejos del pueblo, cuando era muchacho. Es
más o menos así: Estando ya alzado, Fello tenía "una novia" en el
pueblo, que visitaba de madrugada. Aprovechaba para ello, los
frecuentes viajes a la ciudad de Remedios que daba el dueño de la
casa, que creo era viajante o una cosa así. Fello venía, y a su
puerta, sin recato alguno, amarraba el caballo que, una noche fue
identificado por los centinelas que hacían la ronda. Todo el mundo
supo entonces que, con frecuencia, Fello Valdés se daba el lujo de
dormir en Vueltas. Las autoridades tardaban en reaccionar, disimulando
el temor que les infundía el presunto objetivo, con el argumento de no
contar con la tropa suficiente. Una noche, reforzados por un escuadrón
llegado de Camajuaní, decidieron ir a capturarlo. Apostados desde las
primeras oscuridades, vieron, ya de madrugada, llegar a Fello en su
caballo, amarrarlo a la barra del portal y entrar furtivamente a la
casa. No había duda alguna de la identidad del visitante nocturno. La
estampas inconfundibles de cabalgadura y jinete, así lo probaban.
Acopiando valor, se lanzaron al asalto los que acechaban. Entonces,
ante sus desconcertados ojos, caballo y hombre se transfiguraron. En
el portal, estaba un raquítico jamelgo y dentro de la casa, -una vez
violentada la puerta- bajo la sábana que cubría sus temblores,
encontraron al legítimo marido, llegado de Remedios en la tarde.

VERSION INCREDULA: El cuento es difícil de creer, tomando en cuenta
que al caballo excepcional de Fello, era imposible confundirlo con un
penco cualquiera. Además, el poderoso cerco que rodeaba la casa, no
hubiera permitido ninguna suplantación.

OTRA VERSION: Una noche fueron a agarrarlo y ante los mismos guardias,
caballo y jinete se volvieron otros. Dentro de la casa sólo
encontraron todo cagado, al marido de la doña, que era viajante y
había regresado esa noche. Afuera, un arrenquín amarrado que daba
lástima verlo. Todo famélico y con el costillar afuera. El cuento no
es difícil de creer, porque según cuentan, el caballo de Fello Valdés
era también mágico y se volvía perro o negro congo, o cualquier otra
cosa. Pero siempre negro. Negro como el demonio.

¿MAMBI O BANDOLERO?
Como es sabido, La Guerra Grande o de Los Diez años, no prosperó en
Las Villas, circunscribiendo sus principales hechos a la región
Oriental. Fueron infructuosos los repetidos intentos de llevarla al
centro de la isla, y los proyectos de invasión se vieron postergados
hasta 1875, fecha en que Máximo Gómez logra, al fin, atravesar la
trocha de Júcaro a Morón. Sin embargo, es también histórico que, el 6
de febrero de 1869, "comenzaron a lanzarse al campo en actitud de
rebeldía, numerosos grupos de Santa Clara, Sagua, Remedios,
Cienfuegos, Trinidad y Sancti Spiritus, es decir, de toda la región...
se dio el primer combate de Las Villas, en el ingenio de Ruiz
Zorrilla, situado a tres leguas de Santa Clara" .
Fueron miles los que se lanzaron a la manigua libertaria en la región
central. Tanto los focos principales de levantamiento, como el lugar
del primer combate son próximos a Vueltas. Esto hace más que probable
la participación de Fello desde los primeros momentos. Pero, los
villareños contaban con más entusiasmo que recursos y pronto pasaron
al Camagüey en busca de armas. Producían, de este modo, una invasión
inerme y en sentido contrario, hacia el Este. Al frente de aquellas
huestes desarmadas, marcharon sus jefes más connotados: Miguel
Jerónimo Gutiérrez, que llegaría a ser Vice Presidente de la Cámara en
armas, Joaquín Morales (emparentado con la madre de los Valdés) y
Carlos Roloff.
Es de suponer también, que al verse ya declarados en rebeldía, algunos
grupos aislados y sin dirección, ni jefatura superior, optaran por el
bandolerismo como el medio más fácil de permanecer en los montes del
territorio.
Por otra parte, no hay que olvidar que el epíteto de "bandolero" le
era impuesto en los partes oficiales a los mambises primeros. De
"bandido o bandolero" calificaban las autoridades coloniales a todos
los que acudieron a la manigua redentora.
Por cubana paradoja, Las Villas debía ser el bastión donde más tiempo
se mantendría la guerra que, regionalmente, no era factible. Las
heroicas huestes de Bonachea, continuadoras de la intransigencia de
Baraguá, prolongaron por trece meses la inclaudicable postura macéica.
Contra el gesto enhiesto del mambí indoblegable, se concitaron al
unísono los integristas, los autonomistas, los liberales y los
mambises capitulados. Estos últimos, movidos por el sonrojo de su
rendición ante los que aún se batían. Todos calificaron de
"bandoleros" a los seguidores de Ramón Leocadio Bonachea, los que
contra toda lógica y raciocinio, optaban por la continuación de la
lucha que otros daban por perdida. Ni el mismo Serafín Sánchez, se
salvó del prejuicio y en carta a Roloff el insospechable patriota,
afirmaba:
"...Yo he trabajado porque Bonachea se marchara y como no se me oculta
que este empeño mío sea mirado por muchos de mala manera, bueno es que
yo para con U. me explique como el hermano.
Bonachea en el monte, nada hacía favorable por razones que me reservo.
Nuestra causa en el concepto público perdía de día cada vez más,
porque los pocos que de las poblaciones salían a unírsele, eran
aquellos que huían después de cometer un crimen (excepto alguno).
Su permanencia en el campo hacía imposible aquí todo trabajo
beneficioso al porvenir, porque esto siempre lo ha impedido el estado
de sitio en que ha estado este territorio......" . Vemos así que,
además de recibir, como cualquier mambí, el calificativo de bandolero,
el irreductible grupo de Ramón Leocadio Bonachea, levantó en su contra
todo un abanico de posiciones opuestas. Desde los propios mambises,
hasta los enemigos más acérrimos de la causa separatista; desde los
que preparaban la nueva guerra, hasta los que no la deseaban. Todos le
endilgaban el infamante apelativo.
Y si esto sucedió con lo verdaderamente histórico, no nos debe mover a
extrañeza, que se califique de bandolero, a quien pertenece más a la
leyenda que a la historia.
En los primeros momentos, Fello sentó su radio de acción en las
cercanías de su pueblo natal, donde, con distintos motivos entraba de
forma frecuente. Luego, durante un largo período, desapareció del
entorno vuelteño y las consejas lo hacían lejos, "allá , por el
Camagüey". Mas tarde, reaparecía en episodios pasmosos que se le
atribuían en las localidades cercanas, con tal simultaneidad, que
hacía preciso creer que era ubicuo.
Mientras sus familiares lo daban, con certeza, batiéndose bravamente
en la región Oriental, algunos vecinos que le conocieron (y que
curiosamente no eran simpatizantes suyos) se empeñaban en testimoniar
de su presencia depredadora en las inmediaciones. Lo cierto es, que
durante muchos años nadie cercano le vio y que, coincidiendo con el
cruce victorioso de la trocha por Máximo Gómez (1875), reaparece en la
manigua villareña; solamente mucho después de finalizada nuestra
primera guerra de liberación, (1880 ¿o 1881?) regresó de manera
pública a Vueltas. Pero eso fue por poco tiempo. Parte de nuevo, sin
destino conocido, dejando tras sí una estela de rumores, para no
volver a sus lares hasta 1893.
Todo lo anterior, hace probables las más variadas hipótesis. Pudo
haber sido bandolero y mudar su centro de operaciones a otras
regiones. Pudo marchar con el contingente villareño al Camagüey y
después a Oriente, donde participó en numerosos combates en los que,
por su bravura, ganó los grados de oficial. Es factible que, después
de batirse bajo las órdenes de Agramonte y Gómez, haya participado
bajo el mando de este último en el gran combate de Las Guásimas que,
en 1874, jalonó una gran victoria cubana, pero pospuso hasta el
próximo año la invasión. Es sabido que en esa batalla, rivalizando con
camagüeyanos y orientales, los villareños derrocharon coraje. Es
posible que, sobreviviente al mayor hecho de armas de la Guerra
Grande, haya regresado a su región con la fuerza invasora, compuesta
fundamentalmente por combatientes del centro. Pudo así mismo, por su
radical decisión separatista, estar presente bajo los frondosos mangos
de Baraguá. O militar en el empecinado contingente de Bonachea y estar
junto al jefe irreductible en "Hornos de Cal". De todas formas, lo
vemos, lleno de frustración y retraimiento, refugiarse en la soledad
de su conuco, a donde vuelve amargado y recalcitrante, a guardar en el
fondo de un baúl, con el terrible "paraguayo", su nombramiento de
capitán del Ejército Libertador.

LA PAZ DEL ZANJON Y UN LAZARILLO NO DE TORMES
1941.
Tengo apenas cinco años y cuando suena el cañonazo de las nueve, desde
la próxima fortaleza de La Cabaña, debo, sin excusa alguna, prepararme
para dormir. De todas formas, remoloneo y exigente, pido que me haga
alguna historia "de las largas", de la guerra.
Sus ojos verdes me envuelven de ternura, mientras me explica que hoy
no hará historia larga alguna, ni de guerra, sino bien corta y de una
paz que nadie quiso. Me acomodo en su amplio y acogedor regazo y
mientras se balancea con ritmo adormecedor, comienza a contar:
-Después de pelear diez años, los cubanos se hallaban desgastados por
las rencillas y divisiones internas. Pero, todavía con ánimos de
darles unas cuantas palizas a los "Panchos". Muchos, no obstante,
llenos de desaliento se presentaban. Hacía tiempo que no llegaban
expediciones del Norte y había mucho tramitado achuchando la
rendición. Esa por fin se firmó en un lugar de Camagüey llamado El
Zanjón. Mis hermanos y entre ellos, Fello, fueron de los últimos en
rendirse y volver a la vida civil. Todos venían tristes de ver que
tantos años de sacrificios y sangre, se habían perdido sin alcanzar la
independencia. Además, el español se mostraba zoquete y no perdía
oportunidad de humillar a los rendidos.
Fello había jurado que "pancho" o "rayadillo" que él viera, ahí mismo
le caía a machetazos. Y lo que él decía, siempre lo cumplía. Así que,
cuando se firmó la paz esa, y para quedar bien con su juramento y con
el trato acordado por el ejército mambí, se retiró a su conuco y allí
vivió solo todo el tiempo que duró la maldita paz. Cuando necesitaba
bajar al pueblo, venía con los ojos cerrados. Entonces lo traía del
brazo, como si fuera ciego, el negro Bartolo. Un viejo congo que era
su vecino y amigo, y que en la guerra había peleado a su lado. Ese
negro vino con Fello cuando la invasión y se quedó a vivir a su lado
en un vara en tierra que hizo detrás de la casa. Bartolo apenas sabía
hablar "en cristiano" y mi hermano se entendía con él en lengua
carabalí. El lo guiaba por las calles porque Fello no abría los ojos
en todo el recorrido. Así no veía a ningún "pancho" ni "rayadillo" y
cumplía con su palabra y con la paz.
Aquella pareja estrafalaria de un negro mudo que sí hablaba y un
blanco ciego que podía ver, imponía respeto. Y la gente se apartaba,
cediéndoles el paso...
Mis ojos se adormecen; es una paz molesta, contra la que me rebelo,
tan frustrante como la del relato, la que al fin me vence. Esa noche
soñaré con negros brujos, con mágicos conjuros y sobre todo, con
mambises que no se doblegan y que volverán a pelear...

1997:
-¡Que negro congo, ni niño muerto, ni un cará! Todo eran cosas de
Satanás, con quien tenía cerrado sus tratos. A Fello Valdés, cuando se
hacía el ciego, lo guiaba el mismo diablo en persona.
-...Ese negro era el caballo, que tenía apoderado un ser. Y que, al
igual que el dueño, podía volverse cualquier cosa. Como caballo lo
traía Fello, montado hasta la misma entrada del pueblo. Allí se
bajaba, el animal se convertía en negro bozalón, él se hacía el ciego,
y con esa apariencia entraban los dos en Vueltas...




EL PRIMER COMBATE

De la tropa valiente,
por patriotismo inflamada,
brota un grito estridente.
Salido como de bravo filo,
que no de garganta parece,
cuando al arrogante español
hecho furia arremete.
Y carga arrebatada
la cubana hueste,
contra el cuadro infante
que en vano se sostiene.
Lúgubre el clarín ha tocado
la tétrica orden de ¡¡al machete!!

Destácase Fello en el tropel
de los jinetes el primero,
furia de acero y cascos
sobre su caballo negro.
Embiste ciego el cuadro
del batallón ibero,
a su lado va La Muerte
desviando los aceros
para que no le hieran
al ahijado más fiero.

Recios mandobles reparte,
hendiendo cabezas
en temerario alarde.
Lo cerca muro de bayonetas
en lo más recio del combate.
Está en medio del enemigo,
como un centauro gigante,
sin importarle el número
de los que tiene delante.
Su caballo embravecido,
sin freno que le pare,
no encuentra herido
en el suelo que no aplaste.
Mieses parecen los enemigos
cuando segados caen
al filo de su machete
en trágica siega de sangre
Nada detiene al Titán,
que a él no parece importarle
que éste le hiera
o aquel le mate,
el fragor de la pelea,
ni la suerte que le depare.
Ya de pánico presa
la línea ibera se abre;
la fuga de los que quedan
sólo ha de pararle
en la sangrienta refriega
donde tantos caen.
Por el arrojo probado
en este primer combate,
galón en su charretera
gana de puro coraje.
Combate al que entró soldado
y del que alférez ya sale,
sin que algún filo le toque,
ni bala pueda alcanzarle.
A todo el que le prevenía,
rogándole se cuidase,
con convicción repetía:
"Mire que al que a mí me mate,
por mandato de Madrina,
seguro un rayo lo parte."
Nadie jamás preguntó
el enigma de la frase,
por cariño, por respeto,
o ya para no enojarle.
Desde aquel lejano entonces,
o quizás desde mucho antes,
el misterio y la leyenda
siempre van a acompañarle.

DE NUEVO LA GUERRA
El bien ganado nombre de "Las inquietas Villas" se reafirma en la
llamada Guerra Chiquita. Emilio Nuñez en Sagua, Francisco Carrillo en
Remedios, y Serafín Sánchez en Sancti Spíritus, se alzan a mediados de
1879. De ellos, el primero permanecerá en la manigua hasta diciembre
de 1880, conquistando "la nombradía de ser el último rebelde de la
segunda guerra de independencia."
En Las Villas se había continuado peleando. Bajo el ejemplo de
Baraguá, Ramón Leocadio Bonachea permanece en armas hasta el 15 de
abril de 1879. No acepta, al igual que Maceo, el pacto del Zanjón, no
capitula ante ninguna fuerza española, rechaza las condiciones del
armisticio y sólo consiente deponer las armas, cuando el propio
Serafín Sánchez le da mambises razones para ello.
Enclavada en la jurisdicción de Remedios, Vueltas, con su crónica
rebeldía, no permaneció impasible ante la nueva intentona. Y en ella,
los Valdés, connotados entre los más recalcitrantes, fueron de los
primeros en sumarse a las partidas de Carrillo.
-De mis hermanos, Pedro, que era el mayor, Miguel, y Julio se fueron
con Carrillo al monte. Eso, todos lo sabíamos en la casa. Lo de Fello
no. Lo de él fue distinto, como todo lo que a él se refería. Cuando el
alzamiento, ya hacía mucho, que Fello y el congo Bartolo andaban por
Matanzas, o un poco más pegado a la Habana. La gente decía que, habían
encontrado una botija y que con ese oro, mi hermano se hizo de unas
buenas tierras de tabaco en Occidente. Eso es lo que yo supe de la
Guerra Chiquita, que duró muy poco. Yo era muy niña aún y no se me
daba participación en las cosas de los mayores. Sí me acuerdo que
durante esa guerra, por lo menos dos veces, se apareció Bartolo en
nuestra casa, trayendo cartas de Fello para mi mamá, que era su
principal apañadora.
Hay quien decía que Fello no había nunca capitulado, que estaba con
las gentes de Ramón Bonachea, y no faltó la mala lengua que dijera que
andaba de bandolero. La verdad es que para él no hubo dos guerras
primeras, sino una sola extendida. Para mi hermano Fello una sola fue
la Guerra Grande que duró del 68 al 80. Después se fue a las
provincias de Vuelta Abajo. Todos esos años yo no lo vi.
Como dos años antes del 95, fue cuando Fello volvió a aparecer y se
reinstaló en su conuco con el Congo, como si tal cosa. Vino muy
avejentado, ya tenía un montón de canas. El negro no, siempre fue
viejo y lucía igualito.
Para entonces, ya estaba yo casada con tu abuelo, habíamos puesto casa
en Remedios, de donde era su familia, los Espinosa: muy mambises
todos, como nosotros. En una visita que hicimos a Vueltas, fue cuando
yo lo vi.

LO HISTORICO. LA CRONOLOGIA. LOS HECHOS

1868 10 DE OCTUBRE........COMIENZO DE LA GUERRA GRANDE
1878 10 DE FEBRERO.........EL PACTO DEL ZANJON
14 DE MARZO......... PROTESTA DE MACEO EN BARAGUA
10 DE MAYO.......... SALIDA DE MACEO HACIA KINGSTON
21 DE MAYO............ SE DISUELVE EL ULTIMO GOBIERNO DE
LA REPUBLICA EN ARMAS
1879 15 DE ABRIL.......CON EL ACTA DE "HORNOS DE CAL",

BONACHEA DEPONE LAS ARMAS. HASTA ESE DIA DURÓ EN LAS VILLAS LA GUERRA
DEL 68.

9 DE NOVIEMBRE....... ESTALLA LA GUERRA CHIQUITA EN
LAS VILLAS
1880 3 DE DICIEMBRE....... EL ULTIMO ALZADO, EMILIO
NUÑEZ,
DEPONE LAS ARMAS EN LAS VILLAS, VOLVIENDO A SER ESTE
TERRITORIO EL QUE MAS PROLONGO LA SEGUNDA GUERRA

1895 24 DE FEBRERO....... SE INICIA LA ULTIMA CONTIENDA,
QUE TERMINARIA A FINES DE 1898 CON LA INTERVENCION

NORTEAMERICANA

Así, para la historiografía hubo tres guerras por la independencia.
Aunque las dos primeras imbriquen sus cronologías en una sola y
continua. Lo cierto es que de 1868 a 1898 se peleó en Cuba por la
causa separatista. Y ese cruento período de treinta años no culminó ni
con la libertad, ni con la independencia. Otra potencia, rapaz y
oportunista, intervino para frustrar los ideales y sueños por los que,
tan bravamente, se combatió.
Hay sin embargo, una diferencia notable entre la primera guerra, la
del 68, llamada "Guerra de los Diez Años" y la última, la del 95. Esa
diferencia está dada en la naturaleza de los contendientes y el origen
social de sus líderes. La primera vio alinearse contra el comerciante
peninsular, favorecido por yugulador monopolio, al acaudalado
hacendado criollo, devenido caudillo de las huestes insurgentes. Los
intereses económicos de unos y otros, produjeron antagonismos
irreconciliables. La última, contienda fratricida, mezcló en ambos
bandos a cubanos y españoles. De un lado los separatistas, con líderes
surgidos de las capas más humildes; del otro los integristas, a los
que se sumaron anexionistas y autonomistas. En uno y otro campo,
militaron peninsulares e insulares . Guerra civil ésta, guerra de
cubanos contra españoles la primera, persiguieron ambas el
establecimiento de una República, cuyos advenimiento y soberanía
fueron frustrados por la intervención de extraños.
No obstante, sea considerada una sola, o dos, o tres, las guerras
libradas por la independencia del "último baluarte colonial español de
América", a todo lo largo de la cruel contienda puede apreciarse un
enfrentamiento entre los rasgos más sobresalientes y opuestos de la
raza hispana. Las dos Españas a las que cantara Antonio Machado,
chocaron aquí ferozmente. Aquellos criollos, al rebelarse contra el
Imperio español, mostraron la misma temeridad genética, de que
hicieran gala Cortés y Pizarro cuando desafiaron a los Imperios inca y
azteca. Bayamo fue la Numancia insular y los bayameses honraron,
emulando con los astures, las más gloriosas tradiciones de la raza.
Espíritu de Quijote, pasión por la justicia, vocación de héroes,
decisión, audacia, valor sin límites, impregnaron la obra de nuestros
libertadores. Ellos fueron, los retoños del Gran Capitán, hijos
legítimos del Cid y de Viriato, y no los Valmaseda, Polavieja, Cánovas
y Weyler, descendientes todos de Sancho y Torquemada, que encarnaron
la otra España, la oscura, antítesis de la hidalguía heredada. Porque,
como apuntara el historiador Benigno Souza, biógrafo de nuestro
libertador Máximo Gómez:
"Las guerras de la independencia de América, no fueron a la postre, y
dígase lo que se diga, sino pleitos de familia, sostenidos entre los
españoles y sus hijos, los criollos".
Verdad que, aquella segunda guerra se llamó, por su cortedad, la
Guerra Chiquita. Pero no por ser menos cruenta, ni menores la
ferocidad y el denuedo con que se combatió. De acuerdo a la cronología
histórica, entre la Guerra del 68 y la Chiquita, las hostilidades sólo
se interrumpieron desde el 15 de abril, fecha en que depone las armas
Bonachea, hasta el 9 de noviembre del propio año 79 en que comienza la
segunda. ¿Dónde estaba nuestro protagonista en este tiempo? ¿Qué hizo
en estos casi siete meses? A casa de sus primos, los de Loma Colorada,
solía aparecerse el fugitivo. Hasta allá llegaba en solicitud de
perentorios auxilios, siempre en horas de la madrugada. Así nos los
contó el descendiente de aquella rama colateral, el hoy sub director
del Centro Escolar de Vueltas, Lic. Lázaro Valdés Martín.
Radicados en Remedios, los que serían mis abuelos, dejaron por un
tiempo de tener noticias frescas de lo que sucedía en la cuna
solariega de los Valdés. A ella, como acostumbró hacerlo en la primera
guerra, también volvía con frecuencia Fello de forma furtiva. De una
de esas apariciones del alzado en la casa paterna, y de sus trágicas
consecuencias, trata la siguiente anécdota:

UNA VISITA A LA FAMILIA
La noche es negra como la suerte de un condenado. Desde la tarde ha
llovido, y un cielo lóbrego y encapotado deja escapar, allá por el
horizonte, un destello de relámpagos. Todo es silencio y quietud en la
gran casona de campo de los Valdés. La familia duerme bien ganado
sueño. Una sombra sigilosa llega, llevando al caballo del cabestro, y
con toque apagado golpea la puerta. Como respuesta rápida al llamado,
sordo trajín anima el interior. Un quinqué se enciende entre murmullos
y las camas se abandonan. Todos los integrantes del clan rudo y
rebelde, reciben excitados de júbilo al visitante sorpresivo. Se ve
pronto rodeado éste del cariño y admiración que despierta entre los
suyos. La madre que se ha adelantado, después de abrazarlo conmovida,
le reconviene suplicando:
-Fello, mi hijo... ¡Cuídate que te van a matar!
-Al que me mate a mí lo parte un rayo. -Es la respuesta que, por
sabida y esperada, no desanima a la implorante. Apenas se aparta ella
para mirarle mejor, cuando ya hermanos y hermanas abrazan al más
famoso de los Valdés. Ellos, disputándose entre sí, se lo roban,
acariciándolo ésta, inquiriéndole aquel, abrazando sus piernas los más
pequeños. Ante tales demostraciones, con una sonrisa de orgullo cede
sus derechos la abnegada y va a la cocina donde presto se enciende el
fogón.
La casa, poco antes silenciosa, es toda animación. Como en fiesta se
pone la mesa. Del palo donde dormían, después de torcerles el
pescuezo, pasan al caldero gordas gallinas. Los Valdés no creen en
relojes y cualquier hora es buena para el yantar holgado. Pronto toda
la vivienda se inunda de fragancias que despiertan la gula más
indiferente y dormida. A la mesa se sienta la familia como si fuera
mediodía. Y allí, del mayor al más pequeño, todos hacen proezas
compitiendo en apetito. En un continuo ir y venir, las fuentes viajan
sin cesar desde la cocina, a donde regresan vacías, para volver
colmadas al comedor bullicioso. El cielo comienza a palidecer, y están
por llegar los postres.
Los cuidos y agasajos duran todo lo que se prolonga la permanencia del
proscrito en su casa. Tanto, como para que algún propietario
colindante, enterado, propague la noticia, con maldad nacida de
antiguas rencillas por límites en disputa.
No tarda en llegar la milicia española. Irrumpen por sorpresa en la
casa, después de rodearla con aparatoso despliegue. Pero el buscado no
aparece. Allí sólo se encuentran, en sus inocentes quehaceres, los
ocupantes habituales. Ni rastro del reclamado, ni de su famoso
caballo. Mientras los soldados registran toda la casa y alrededores;
allá por la arboleda, un perro negro con ojos como carbunclos, corre
buscando monte. Antes lo ha hecho un jubo...
TIROTEO EN EL PUEBLO
La madre de los Valdés está enferma. Quizás si los sufrimientos y la
angustia perenne han conseguido, más que los años y el trabajo,
doblegar al fin su constitución de hierro.
Como es insólito que un malestar cualquiera la mantenga en cama, la
familia ha reconocido como síntoma grave del mal que la aqueja, el que
no quiera levantarse. Por ello, se dispone su pronto traslado para la
casa del pueblo con sus mayores comodidades y cercanía de médico y
farmacia. Pero allá, lejos de mejorar, la enferma empeora y se avizora
ya lo inexorable.
Todos la rodean compungidos, con rabia sorda de saberse impotentes
ante la muerte que, poco a poco, se la roba. Sólo falta Fello, su
preferido que, no se sabe dónde, anda escondido. Pero las malas
noticias vuelan por misteriosos correos y, enterado del próximo
desenlace, no tarda en llegar el que no mide riesgos, ni conoce
peligros.
Las sombras de la noche no han sido suficientes para ocultar el arribo
esperado por acechantes espías. Y un destacamento de uniformes azules,
derribando puertas, irrumpe en la vivienda. Desde el patio interior,
los reciben certeros disparos de revólver. Caen dos de los asaltantes,
mientras se generaliza el tiroteo. Los perseguidores tratan de ganar
el traspatio. Pero, desde allí más de un arma les dispara. Mantenidos
de esta forma a raya, echan rodilla en tierra y realizan descargas
cerradas. Dos sombras furtivas saltan muros y vallas. Del otro lado,
en la calle de atrás, es el choque a quema ropa con más soldados del
cerco. Nuevos servidores de la Corona se desploman, mientras por las
calles de Vueltas todos creen ver, en cada sombra, a los evadidos que
se alejan. El pueblo entero es escenario de refriegas entre presuntos
fugitivos y nerviosos perseguidores. Más de un colaborador, tienen los
Valdés entre quienes afirman haberlos visto, tanto por vuelta del
cementerio, como "por allá", en sentido contrario.

PERSECUCION Y RASTRO MACABRO
Numerosa fuerza de caballería, despachada desde Yaguajay, ha
sorprendido a Fello Valdés en improvisado campamento sobre la sabana
de Pedro Barba. Por la lejanía de su habitual zona de operaciones, y
porque el terreno se presta a las tareas de tropa montada, parece
previsible y fácil la captura del rebelde. Con sus espaldas a la vista
le persigue, enardecida por el próximo triunfo que avizora, la columna
española. En vano evade aquel, por poco tiempo, el contacto visual con
ella. A escasos centenares de metros, vuelven a descubrirle, allá, al
fondo de un potrero. Cuando llegan a la talanquera, el cadáver
decapitado del que velaba la entrada, los recibe. La trágica escena se
repite ante cada portón franqueado a machetazos. Al atardecer, cuando
ya la proximidad de las sombras hace desistir la persecución
implacable, un rosario macabro de hombres decapitados, marca el
itinerario seguido por el incapturable.
Abuela se acomoda en la mecedora. Todavía se le ve molesta. Al
atardecer ha tenido tremenda discusión con uno de mis tíos. La vi muy
irritada y por un momento creí que iba a pegarle, a pesar de que ese
hijo suyo ya no es un niño, sino persona mayor. Y sólo los niños
recibimos azotainas cuando nos portamos mal. A mí no. A mí mi abuela
no me ha pegado nunca. Mamá sí. Pocas veces, verdad, pero lo ha hecho.
Entonces se pone como abuela está ahora: Bien brava. Por eso el cuento
de esta noche será corto. Será un cuento de rabia. Con un poco de
miedo, me siento en sus piernas y mi abuela empieza a contar:
-A Fello le caía atrás una caballería completa. Le venían siguiendo
hacía mucho rato. Pero su caballo no corría, ese caballo volaba,
sacándole chispas con los cascos al camino. Por eso la ventaja que le
llevaba a los españoles le permitió detenerse frente a una talanquera
cerrada y cuidada por un empleado de aquella finca. Con tremenda
sangre fría, mi hermano le pidió permiso para pasar. Eso teniendo a
toda aquella tropa atrás. Pero el hombre se negaba y cuando él
insistió, todavía muy cortés, le agarró a "Brujo" por las riendas. Me
contaba Fello que solamente entonces, y viendo que ya se acercaban sus
perseguidores, haló por el paraguayo y de un solo tajo le arrancó la
cabeza, que le quedó guindando de un pellejo. Cuando llegaron los
españoles, sólo se encontraron al hombre aquel sin cabeza...
Tan sin cabeza como ese tío tuyo, que hoy me ha envenenado la
sangre... Y ahora, ¡a dormir!, que es tarde! Y abuela no está esta
noche para más cuentos...

UN MISTERIOSO FORASTERO
Aquel hombre extraño, de figura imponente, de ademanes y hablar
mesurados, debía tener mucho dinero. Vestía bien, se hacía acompañar
por un criado negro y gastaba sin miramientos. Pagó por "La Luisa" lo
que Ponciano Méndez, su dueño, quiso pedir. Y eso que la finca, aunque
de buena tierra, estaba arruinada. Las gentes aquí, lo mismo decían
que era de Santa Clara, que lo daban por un camagüeyano rico, de los
que supieron sacarle una buena tajada al Zanjón. Lo que sí todos
estaban de acuerdo, en que era hombre enérgico y trabajador. En un dos
por tres levantó de nuevo la "Luisa", como en sus mejores tiempos. Ya
sea por envidia, por su vivir apartado, sin establecer más relaciones
que las puramente necesarias, o por lo que sea, el misterioso
forastero no tardó en convertirse en personaje prominente, de quien
hablaba todo Quivicán. Como por la región andaba la partida del famoso
Manuel García de quien, pese a las advertencias reiteradas de vecinos,
él se negaba a tomar prevenciones; no faltó quien le atribuyera ser
colaborador del bandido que se hacía llamar "Rey de los campos de
Cuba".
-Si... Déjeme ver... El vendría como en el 80 o en el 81... Le voy a
decir por qué: En el 81 Ponciano, el antiguo dueño de La Luisa, me
bautizó a Justico, el mayor de mis hijos. Y yo recuerdo muy bien que
cuando vino al bautizo, mi compadre ya había vendido esa finca. El
Señor Valdés, -que así dijo llamarse aquel desconocido- fue el
comprador. Por eso yo le digo a Usted con tanta seguridad que ésa fue
la fecha en que llegó aquí ese hombre. De él nadie sabía nada. Ni de
dónde venía, ni quién a derechas era. El muy condenado, no era muy
dado a conversaciones. El tiempo que estuvo aquí se le vio pocas
veces. Casi no salía de la finca. Y nadie sabía si estaba o dejaba de
estar, pues no le gustaba recibir visitas. Poco antes de estallar la
última guerra, se fue igual que como llegó. De repente y nadie sabe
para donde fue a dar.

EL RADIO, ESE EXTRAÑO APARATO Y EL FIN DE UNA GUERRA
1940... ¿o 1941?
En mi casa acaban de comprar un radio. Ahora podemos oír las noticias,
música y hasta los episodios que, después de la comida, trasmite "La
Novela del Aire". Y muchos anuncios. Muchos. anuncios que meten en la
casa, haciéndolo cercano, un mundo nuevo que no conocíamos. Por esos
anuncios, pegajosos y repetidos, sabemos de productos y marcas que no
consumimos. "¡Cosas de los americanos!" Sentencia con desdén Abuela,
para quien el radio es una mortificación y un trastorno. Y es verdad,
el radio ha revuelto esta casa. Ya cambió la disposición de la sala y
ahora ocupa su centro, desplazando a una esquina al viejo jarrón. Los
demás muebles, sillas, mecedoras y butacas se agrupan a su alrededor,
igual que lo hacen las mujeres de la casa. A ellas se unen, cada
noche, una o dos vecinas atraídas por la novedad. Vienen a oír algunos
programas en el radio, porque en su casa aún no tienen. Y Abuela
refunfuña porque "esa metedera constante de visitas y esa juntadera es
ocasión de chismorreo, que eso es lo que saben... Y todo por cuenta de
ese dichoso aparato."
No, a Abuela no le ha hecho ninguna gracia el radio. Para mí, en
cambio, es un gran cajón mágico que no me dejan ni tocar. Yo quiero
saber qué hacen sus controles, con tantas teclas y botones. ¿Cómo es
que sale la voz de allá dentro? ¿Dónde tiene tantas estaciones
diferentes, que trasmiten programas distintos a la misma hora y no
sólo de Cuba, sino desde otros países? Todo para mí es misterio que
quiero averiguar. Y más aún su oculto interior, tan poblado de objetos
extraños, de los que salen calor y unas pequeñas lucecitas. Interior
que nada más logro ver, a través de los agujeros de su cubierta de
atrás, rápido y a escondidas, cuando el grito sorpresivo de alguna de
mis tías, "¡Niño deja el radio!", me para en seco y me cae arriba un
aguacero de regaños. Regaños gritados a todo volumen. Más volumen que
el del mismo aparato, las veces que lo ponen alto y Abuela ordena:
"¡Bajen ese radio!" Porque en casa hay que oírlo bajito, sin
escandaleras; bien pegado a él el que lo vaya a encender. Que en eso
Abuela no admite réplica. Ni en eso, ni en nada, que aquí quien manda
es Abuela. Y ella se encarga de recordárselo al que se le quiera
olvidar. Como esta noche, a la hora de dormirme, cuando dos de mis
tías se pusieron a discutir y decirse cosas, porque una quería oír el
programa de danzones de Antonio María Romeu, y la otra el de los
valses de Straus. Abuela se levantó hecha un ciclón, arrastrándome de
la mano, para plantarse en medio de ellas, acabar la discusión y
apagar el radio. Un gran silencio se hizo en la casa cuando mi Abuela
ordenó tajante: "Se acabó, todo el mundo a dormir." En ese silencio
amenazante, igual al que viene después de un trueno, y que aumenta mi
temor, reanuda el interrumpido cuento que me hacía para dormirme, como
cada noche...
....Y volvieron los mambises a la manigua en otra guerra. Esta vez la
última, porque estaba mejor preparada. Preparada por Martí, que cayó
en "Dos Ríos", casi al principio de ella. Que por haber muerto él, tan
temprano, Los Americanos se pudieron meter. Tu abuelo, igual que todos
mis hermanos, se alzó cuando le tocó a Las Villas. El, con la partida
de Remedios, que mandaba Pedro Díaz; ellos en Vueltas, a las órdenes
del médico Juan Bruno Zayas. Todos menos Fello, que vino después
porque ya estaba peleando por Vuelta Abajo. Aquella guerra sólo duró
tres años y fue de una punta a la otra de Cuba, que Maceo y Máximo
Gómez se encargaron de llevar La Invasión hasta el último rincón. Y
ya, ni el mismito Weyler, -el Diablo en persona- con La
Reconcentración podía parar aquello. Y España tuvo que quitarlo y dar
La Autonomía. Pero, ¡qué va, ya era muy tarde! ¡Aquello era como
ponerle jeringa a un muerto! Y entonces, se metieron Los Americanos,
sin que nadie los llamara. Y se acabó la guerra y le dieron a cada
mambí cien pesos por entregar las armas. Menos a los Valdés, que no
les cogieron dinero ninguno y prefirieron guardarlas y ponerse a
trabajar la tierra otra vez. Pero las tierras, se las había dado El
Gobierno Interventor a las Compañías Americanas y eso trajo muchos
problemas y rozamientos con la Cubanquén y con Míster Chein, uno de
los tantos americanos que vinieron a cogerse todo. El que le pagó a
Carrazana para que matara a Fello, y poderse quedar él con sus
tierras. Las que Fello no quería de ningún modo venderle... Porque los
americanos fueron peor para Cuba que diez Weyler, los muy mosquita
muerta, siempre usaron la mano de un traidor. Que aquí les sobraron
siempre los cipayos, prestos a olerles las nalgas... Y no les hacía
falta el uniforme de rayadillo para hacerlo, que estos nuevos
"Voluntarios cubanos" andaban de levita.
Son muchas las cosas que no entiendo en el cuento de hoy, pero no me
atrevo a preguntar nada. Abuela lo empezó a contar muy molesta todavía
por la pelea entre mis tías. Y aunque según hablaba se fue calmando,
aquellas palabras de Cipayos, Invasión, Reconcentración, Autonomía y
Gobierno Interventor me dejan, como las tripas de ese radio, lleno de
curiosidad y dudas.
Transcurrieron muchos años y ya hombre, cuando, continuando las luchas
de mis antepasados, me tocó pelear contra cubanos peores que las
fieras, cubanos armados y respaldados por el intruso de entonces y de
después, leí en un libro que, por ser crónica insustituible de
nuestras glorias, debía ser sagrado para todo nacido en esta tierra:
"...Yo soñaba con la Paz con España, yo esperaba despedir con respeto
a los valientes soldados españoles, con los cuales nos encontramos
siempre frente a frente en los campos de batalla; pues la palabra Paz
y Libertad, no debía inspirar más que amor y fraternidad, en la mañana
de la concordia entre los encarnizados combatientes de la víspera.
Pero los Americanos han amargado con su tutela impuesta por la fuerza,
la alegría de los cubanos vencedores; y no supieron endulzar la pena
de los vencidos.
La situación pues, que se le ha creado a este Pueblo; de miseria
material y de apenamiento, por estar cohibido en todos sus actos de
soberanía, es cada día más aflictiva, y el día que termine tan extraña
situación, es posible que no dejen los americanos aquí ni un adarme de
simpatía."

UN MAR DE CONFUSIONES
Con mis primeros apuntes, convertidos apenas en esbozos de lo que
serán luego capítulos, regreso a Vueltas. Aprovecho mis vacaciones y
es el mes de agosto, en su primera quincena, el que me vuelve a ver
caminando las viejas calles del pueblo. En éstas, el escaso tráfico ha
sido desviado pues se construyen, en plena vía principal, las carrozas
que darán lucimiento a las parrandas tradicionales, ya próximas.
Llevo el propósito de enmendar mis primeros errores de entrevistador
improvisado y algo así como un esquema o proyecto de acciones a
emprender. Veré al cura, a la gente de Cultura, iré a la Logia y al
Poder Popular. Indagaré por un posible historiador local...
Cuento, como en la primera vez, con mi cicerone Yussef, avisado de
antemano por Quirós que me deja en Vueltas, cuando sigue para la
cayería norte en pos de sus quehaceres científicos.
En mi ausencia, Yussef ha preparado el terreno indagando por su
cuenta. Me tiene concertado un largo rosario de entrevistas. La
primera escala es en casa de su vecina Dania Venegas, profesora de
historia ya jubilada. Nos atiende con amabilidad y obsequiosa, me
regala una revista Islas con un artículo sobre el bandolerismo en Las
Villas. Es que, ante su acogida entusiasta, su franqueza y
hospitalidad, me he atrevido a revelarle mis temores y dudas: ¿Fue
realmente un bandolero Fello Valdés? Para mi alivio no confeso, me
aclara que hubo por el contorno, a principios de este siglo, un
bandido a quien llamaban Cheo Valdés; personaje que se superpone a mi
pesquisado y cuyo nombre, de similares fonéticas, contribuye a la
confusión. Me expresa su convicción, de que Fello fue un mambí y que,
al igual que sobre muchos de ellos, sobre él también cayó la calumnia
y el epíteto infamante, impuesto por las autoridades españolas.
Reconfortado y como con nuevos bríos, salgo de su casa llevando un
nuevo listado de vecinos a entrevistar y su promesa de revisar los
libros de bautizo de la iglesia local.
En un fatigante peregrinar visitamos así, a Lázaro Valdés Martín, Sub
Director del Centro Escolar, descendiente también de los Valdés, pero
de rama colateral; a Cedina Montero, una mujer color de ébano, en
cuyos ojos el paso de los años ha vidriado la mirada, pero no los
recuerdos. Fue amiga y vecina de Panchita Valdés, otra hermana de
Fello. -"Ahí mismo vivía." -Nos dice, señalando la casa de enfrente.
De las brumas de su memoria me va enumerando los nombres de algunos de
los 22 hermanos: -"Perfecta, Bonifacio, Aurora, Pancha, Emilia, que
era tu abuela, Fello, Pedro, el mayor de todos, Juanillo, que se
mató... Todos, todos mambises."
Ella es la que añade un dato lúgubre y de improbable confirmación: -"A
Fello, de tanto machetazo que le dieron, lo cortaron en veintiocho
pedazos. Eso me lo contó Panchita".
La próxima escala la hacemos en casa del joven escritor Jorge Angel
Hernández, a donde vamos esperanzados de encontrar un historiador de
la localidad. Para frustración nuestra, es historiador sí, pero de las
parrandas lugareñas, a punto de celebrarse de nuevo. Del origen e
historia de las parrandas, desde la remota primera cencerrada, tiene
ya recopilada tan amplia información como para llenar una serie de
cuadernos que me muestra, lleno de satisfacción, al igual que sus
libros de poemas ya publicados. De la otra historia, de la mayor, nada
sabe. Cuando ya nos disponemos a marcharnos, con el único consuelo de
haber conocido a un joven talentoso, consagrado al arte, nos informa
que la casa vecina, la habita Juan Manuel Mirado, Maestro de la Logia
vuelteña. Logia histórica, que lleva el nombre de "Venerable Maestro
Rafael Casayas Monteagudo", coronel del Ejército Libertador, alzado en
armas el 15 de junio de 1895, ostentando esa jerarquía masónica de la
organización local, en aquel entonces llamada "Logia Lealtad y
Firmeza".
-"Aquí se alzó la Logia, el cuerpo de Voluntarios, los vecinos más
prominentes, toda Vuelta era insurrecta". -Me dice el anciano masón, a
quien le hago la observación de la curiosa geometría del otro parque
que, masónicamente triangular, rebelde e irreverente se ubica a
escasos metros del de la iglesia. No había reparado en ello y
promete indagar.
Nuestro andar continúa por la casa de Susana Garay, anciana amable de
ojos muy azules, que nos sienta en su amplia y vetusta sala, capaz de
hacernos sentir en pleno siglo XIX; por la de Teresa González,
enfermera ya jubilada, nieta de Panchita, en quien me es fácil
reconocer la fisonomía peculiar de los Valdés y quien me habla, desde
el primer momento, como a pariente cercano. Seguimos a la del maestro
Oswaldo Herrera, que se encontraba ausente; y la de Ana Baeza, maestra
retirada, esposa de Vicente Portal Valdés, donde soy tratado
familiarmente, me confirman hechos y se me provee de precisiones
meridianas en cuanto a fechas: El asesinato de Fello ocurrió alrededor
de 1918. Y para haber peleado en el 68, aún suponiéndolo un
adolescente, tenía que ser casi septuagenario en el momento de su
muerte. Dato totalmente contradictorio a la versión de mi abuela, que
le atribuía apenas 40 años. Otro desconcierto mayor se me produce en
una de las casas visitadas, donde confunden a Fello con un
descendiente indirecto de igual apodo, muerto de vejez hace tan sólo
unos meses. Para ser el mismo, debió alcanzar la respetable edad de
147 años. Esperemos que el entusiasmo y solicitud de Dania Venegas,
desempolvando actas bautismales, logre esclarecer la fecha de
nacimiento de Fello.
La madeja de mis indagaciones, una veces me revela el terminal de una
pista, punta de HEBRA SUELTA, por la que empiezo a desenredar la
verdad; otras se me embrolla de enredos y confusiones. Mas no importa,
yo voy tejiendo una trama con nudos históricos, alrededor de los
cuales, se colgarán la fantasía y la leyenda de un realismo mágico
bien cubano. Quizás por eso, es real-maravilloso, que muchos relatos
los escucho y copio asonantados, como versos de un antiguo y épico
canto.
Al atardecer, en la sala de Yussef, donde espero el regreso de Quirós,
que ha de llevarme de vuelta a Santa Clara, recibo un último
testimonio espontáneo. Es el de Abreu, un mulato de edad ya avanzada,
que al enterarse de mis gestiones, viene a ofrecerme el que escuchó de
su padre:
-¿Usted es el que está averiguando por el que mataron a machetazos?
¡Es verdad! Al asesino, al día siguiente, lo partió un rayo.
Y lo dice así, como si hubiera ocurrido ayer, y él lo hubiera
presenciado. ¡Y ya han pasado casi ochenta años!

HEBRAS SUELTAS
Estoy de nuevo en Vueltas, el pueblo del que tanto me han contado,
asiento de mis abuelos por ambas ramas. Todo lo que observo son como
dobles exposiciones en una foto, estampas superpuestas: los escenarios
reales de hoy, que guardan imborrables vestigios del pasado, y "el
recuerdo" casi vivido de los cuentos y relatos, que llenaron de
fantasías mi infancia. Pero ha de confundirse aún más la memoria,
ávida recolectora de imágenes, cuando reciba testimonios discordantes
de otras "verdades" escuchadas.
En mucho de lo que me contaban, creí percibir la asonancia musical de
un antiguo cantar de gesta, de un auténtico y nuevo Romancero. Las
tomé todas con reverencia, como restos gloriosos de una muy cubana
juglaresca.
Esas informaciones, valiosas todas, son como hebras sueltas en la
madeja de una historia embrollada. Algunas contribuyen, despejando
incógnitas, apoyando hipótesis, a desenredar la complicada trama.
Otras, abriendo nuevas vías, iluminando negros rincones, más la
enmarañan. Es poética SAN ANTONIO DE LAS VUELTAS; poesía todo aquí
canta y como en versos, todos me hablan.
En Vueltas, ante tantas revelaciones, suministradas por la solicitud y
gentileza de sus pobladores, me creí en un laberinto y me sentí Teseo.
Con respeto reproduzco todas las versiones que me dieron. Esas hebras
sueltas, de todas formas, aligeran la bola de hilo de Ariadna.
-Abuela Panchita "se mandaba", como todos los Valdés. Eran una familia
de locos. ¿Mambises?.. Si, eso sí: Mambises todos.
-¿Fello Valdés? Ese fue un bandolero que anduvo por toda esta zona.
Fue capitán de voluntarios y secuestró al alcalde de Remedios, Modesto
Ruiz.
-¿Quién usted dice? ¿Fello Valdés? No, no recuerdo a nadie con ese
nombre. -No dice más el anciano. Y como molesto, trabajosamente,
ayudándose del bastón, se levanta del banco del parque donde he
tratado de entrevistarle.
-¿Fello? ¡Ah si, el padre de Fellito! Murió hace apenas un año. Era un
viejo gordo, con una hernia enorme, que no quiso nunca operarse. Le
tenían que hacer un arreglo especial a los pantalones, y así y todo
parecía un melón lo que llevaba entre las piernas. Era famoso en el
pueblo por eso y los muchachos, los más malditos y mataperros, lo
cogían para el choteo. Usted sabe cómo es eso.
-Ése fue el peor de los Valdés. El mismo diablo en persona. De un
aspecto terrible. ¡Fíjese que, aparte de bizco y gago, tenía una mano
como tiznada.

CONTROVERSIA DE LAS DOS COMADRES

COMADRE PRIMERA:
-Las madres de antes
sí que eran madres.
Unas madres tremendas.
Todas con los hijos
por docenas.
No había año
que no parieran.
No como las de ahora,
que tienen uno o dos
y se arredran.
Ya no hay familias grandes.
De esas ya no quedan.
Claro que eran otros los cuidos:
Una parida estaba
encamada una cuarentena.
Después buen caldo de gallina,
la dejaba como nueva.
Una mujer se cuidaba,
si quería ser madre buena.
Los Valdés eran
todos por veintenas.
María Josefa, que
Pepilla la llamaban,
era buena criandera.
Además de sus hijos,
criaba los de sus cuñadas
y hasta los de sus nueras.
Veintidos hijos parió,
sin que uno se le muriera.
Todos sanos, fuertes;
bien varones los varones,
bien plantadas las hembras.


OTRA COMADRE:
-Pepilla era media alocada.
No se cuidaba,
paría como las perras.
A los hijos no los atendía,
andaban comoquiera.
Los chicos crecían,
de Dios a las buenas.
No morían de milagro
de tantos que eran.
Se metía recién parida en el río,
no oía consejos de viejas.
Y así y todo, tremenda suerte tuvo,
que sin defectos le salieran.
Todos menos uno,
que nació con una mano negra.
Seguro que por pendenciera,
no se cuidó de la luna llena.
Ella algún remordimiento tuvo
y por quedar como buena,
contaba una linda historia
aunque nadie la creyera:
"el niño salió solo al sereno,
en noche de tormenta".
Como si alguien no supiera,
que esas marcas sólo las deja,
a los inocentes por nacer,
la luna llena.


ENTREVISTADA UNO (Grabación):
-Las madres de antes sí que eran madres. Unas madres tremendas. Todas
con los hijos por docenas. No había año que no parieran. No como las
de ahora, que tienen uno o dos y se arredran. Ya no hay familias
grandes. De esas ya no quedan. Claro que eran otros los cuidos. Una
parida estaba encamada una cuarentena. Y después un buen caldo de
gallina, que la dejaba nueva. Una mujer se cuidaba, si quería ser
madre buena. Los Valdés eran todos por veintenas. María Josefa, que
Pepilla la llamaban, era buena criandera. Además de sus hijos, criaba
a los de sus cuñadas y hasta los de sus nueras. Veintidos hijos parió,
sin que uno se le muriera. Todos sanos, fuertes, bien varones los
varones, bien plantadas las hembras.

ENTREVISTADA DOS (Grabación):
-Pepilla era media alocada. No se cuidaba, paría como las perras. A
los hijos no los atendía, andaban comoquiera. Los chicos crecían, a la
buena de Dios, de tantos que eran. Se metía recién parida en el río,
sin importarle consejos de viejas. Y así y todo, tremenda suerte
tuvo, que sin defectos le salieran. Todos menos uno, que nació con una
mano negra. Seguro que por pendenciera, no se cuidó de la luna llena.
Ella algún remordimiento tuvo y por quedar como madre buena; contaba
una linda historia, aunque nadie se la creyera: "el niño salió solo al
sereno, en noche de tormenta". Como si alguien no supiera, que esas
marcas sólo las deja, a los inocentes por nacer, la luna llena.

SUPERSTICIONES
-Abuela, ¿es verdad que los zurdos somos malos?...
Soy yo, que le pregunto a la hora del cuento que hoy no pido. Tengo
seis años y estoy asustado porque, en mi primer día en la escuela, la
maestra me dijo que debo usar la otra mano. La que todo el mundo usa.
Porque ésta es la del diablo. Por eso vuelvo a casa con mucha pena,
como si hubiera hecho algo malo. La verdad es que tengo mucho miedo,
de ser zurdo como el diablo. ¡Zurdo! Como los otros niños me gritaron.
Abuela me mira con el ceño entrejunto, como cuando se pone brava, me
toma en sus brazos y llena de incomodidad indaga:
-¿Quién le dijo a usted esas sandeces, a ver?..
Si, ahora estoy seguro que abuela está brava. Ella nada más me dice
"usted" cuando se pone así. Las lágrimas me nublan los ojos. Y el
corazón se me quiere salir de debajo del piyama. Abuela me aprieta
contra ella y se pone cariñosa, como me gusta a mí verla. Entonces me
dice bajito:
-No hagas caso de esas boberías, que son de gente ignorante, que no
saben lo que hablan. Dios nos dio dos manos y cuatro patas al perro y
al caballo. Una de las dos tiene que saber más que la otra. Cada uno
usa la que más sabe. Y así unos usan la derecha y otros la izquierda.
Esos son los zurdos. Como tú, que eres mi nieto querido y como Fello,
que fue mi hermano del alma. Los zurdos son como los derechos, sólo
que viraos para el otro lado. ¡Mira que la gente inventa y habla sobre
lo que no sabe! Basta que no sean iguales a ellos pa que digan que son
malos. Porque todo el mundo se cree bueno siendo como es. Y les cuesta
aceptar que otros sean distintos. Vamos a ver, con tantas cosas que te
he contado de Fello, ¿tú crees que él era malo? Malos eran los
españoles que mataron a tanto cubano por querer la libertad, que
primero acabaron con los pobres indios y después fusilaron a los
estudiantes. Y no eran zurdos. Eran derechos. Mira, hay quien cree que
cuando se rompe un espejo, eso trae mala suerte si no se le echa agua
a los pedazos. Eso también es bobería de la gente. Y no pasan por
debajo de una escalera ni a matao, y si se les cruza un gato negro,
¡Jesús! Yo, que estuve en la guerra, te digo que todo eso es mentira.
Puro invento de la gente. A ver, ¡déjame ver esa mano tuya! Con ella,
cuando tú seas médico, vas a curar a mucha gente. O a enseñarles, pa
que no sean brutos, si te decides a ser maestro... Mira, a Fello con
su mano zurda le pasaba peor. El tenía en esa mano una mancha de luna
y la gente decía que el diablo se la había quemado. ¡Has visto que
sandez! Como si no se supiera que esas manchas las traen los niños al
nacer, porque a la madre les dio la luna llena cuando los tenían en la
barriga. Eso está probado. Hay algunos pobrecitos, que la tienen en
la cara y viven siempre marcaos. A Fello, por suerte, le salió en la
mano...
Me va entrando sueño, convencido de que mi abuela sabe mucho de todo.
Sobre todo, de cosas que no entiendo. Como eso de tener niños en la
barriga. A nuestra vecina de al lado, le está creciendo la de ella. Y
todos dicen que va a tener un niño. ¿Cómo les crecerán los niños
dentro?.. Por la ventana entra un poco de frío. Debe ser por la luna
grande. Grande y redonda, como la que le deja marcas a los niños
cuando están en la barriga. Por eso, seguro, nuestra vecina no sale...

DOÑA MUERTE

A la orilla del camino
dos compadres labran.
Por el camino viene
una sombra macabra.
Va triste Doña Muerte
con una pena clavada.
Sabe que llevarse debe
a quien no teme a nada.
Ella quiere protegerle
y mueve sucio las barajas.

De los dos compadres
la ve el que detiene,
su labor para pasarse
el dorso por la frente
donde el sudor le arde.
Le llena de pavor
y demuda su semblante
la visión de la Muerte
y por no mirarle,
de un violento tirón,
hace que a las cejas baje
el yarey que le protege
en la calcinada tarde.

-¡Va cansada Doña Muerte!
¡Vea qué cara trae!
Se diría que no quiere
hacer más faena...
¡con qué desgano viene
por estas malditas partes!
¡Uy, qué aspecto tiene,
mírela Usted, compadre!
(De mal modo le reprende
el que con brío se afana
y su azadón no detiene
destripando terrones
sin alzar la frente:)

-¡Qué muerte, ni qué puñeta!
¡Aquí no se muere nadie!
¡Agile y no se entretenga!
¡Déjela que sola vaya!
Y Usté el cuerpo meta
en el surco que no acaba
por vagancia neta.
Dele con brío, compadre,
sin andar como las viejas,
repitiendo fábulas
y pueblerinas consejas.

Como un soplo macabro
los dos compadres sienten.
Es La Doña que pasa
con triste encargo que tiene:
hoy la vida debe acabar
el titán de ojos verdes.
Ve a los dos compadres,
duda y se detiene.
No sabe si llevarse alguno
en lugar del que prefiere.

Son cosas de un viejo trato,
que cumplirse tienen.
De un sellado pacto
entre Fello y la Muerte.
Fin que sabe cercano,
como madrina le advierte.
No hace caso el ahijado
de la mirada verde.
Ella por poder cambiarlo
renunciaría sus poderes...

LA MUERTE
A la orilla del camino real, a la misma salida de Vueltas, dos
compadres guataquean un campo recién sembrado. El sol les pica duro, y
mientras uno se afana con bríos, el otro mira a todos lados y se
atrasa. Por el camino, con desgano, pidiéndole permiso a un pie para
mover luego al otro, pasa La Muerte. El que se distrae la ve, hunde en
las cejas el yarey y, volviendo a su tarea, comenta:
-¡Va cansada Doña Muerte!
-Debe ser de tanto trabajo que ha tenido por aquí...
-No crea. Es raro verla así. Ella ha sido siempre una señora muy
dispuesta pa'sus faenas.
-¡Verdad compadre! ¡A pesar de ser tan vieja! No como Usted que...
-¡Fíjese, fíjese!... Yo diría más bien que va contrariada...
Cansado de la cháchara, el otro al fin detiene su tarea y gruñe:
-¡Tiene razón compadre! Va como a regañadientes, seguro a hacer su
trabajo... ¡Como Usted, que está remoloneando hoy! ¡¡Dele, dele,
ajile!! ¡Qué muerte, ni qué puñeta!...
La Muerte va tan ensimismada, que no repara en ellos, y sin detenerse
continúa con su cansino paso. Mañana tiene que llevarse a otros dos y
eso la tiene preocupada. A uno preferiría no tocarlo. Desde que era
niño jugaba con ella, que nunca se ha alejado de él y es como su
madrina. Es el único hombre que le ha mirado fijo a sus cuencas
vacías. Con curiosidad y sin miedo. Con una mirada verde y cristalina,
que parece fuego líquido. Un fuego extraño y sereno. Un fuego verde,
que a la misma Muerte le impone respeto. Y Ese no se irá solo. Hecho
rayo se llevará con él al otro. Al otro, que primero lo asesinará...
Ella sabe que sucederá así y no puede evitarlo. Por eso va tan
cabizbaja Doña Muerte. Son cosas de un viejo pacto...


EL PACTO

Son cosas de un viejo trato
que cumplirse tienen.
De un sellado pacto
entre Fello y la Muerte.
Fin que sabe cercano,
como madrina le advierte.
No hace caso el ahijado
de la mirada verde.
Ella por poder cambiarlo
renunciaría sus poderes

Todavía La Muerte,
en un vano intento
por protegerle,
mueve sucio las barajas,
el destino cambiar quiere,
hace feas trampas,
y así le advierte:
-¡Cuídate hijo mío,
que ya te tejen
traicionera celada,
y en ella tu suerte
se torna desgraciada.

-Al que a mí me mate,
¡Oigalo bien Madrina!
un rayo lo parte.
Eso Usted, querida,
muy bien que lo sabe.
Para cumplir el trato
nunca se le hará tarde.
¿O se le olvidó el pacto
que firmamos con sangre,
entre relámpagos y truenos,
en noche siniestra y grande.

Son cosas de un viejo trato
que cumplirse tienen.
De un sellado pacto
entre Fello y la Muerte.
Fin que sabe cercano
como madrina le advierte.
No hace caso el ahijado
de la mirada verde.
Ella por poder cambiarlo
renunciaría sus poderes

El libro de la vida de Fello Valdés va llegando a la última página.
Todavía La Muerte, en un vano intento por protegerle, mueve sucio las
barajas. Arrebujada en su negro rebozo, así le advierte:
-¡Cuídate hijo mío, que te van a matar!
-¡Al que me mate, Madrina, un rayo lo parte! ¡Eso Usted bien lo sabe!
¡Vaya que sí lo sabe! ¿O es que no recuerda nuestro trato?
-¡Sea! -dice La Muerte. Y se aleja contrariada...
Fue muy al principio. El, todavía un niño; y la noche, una yegua
cerrera con su negro lomo latigado de relámpagos. Era la primera
tormenta nocturna que Fello contemplaba, y el espectáculo de la
naturaleza desenfrenada lo tenía fascinado. Aquel iluminarse, por un
instante, los horizontes cuajados de tinieblas. El revolcarse de
furias tronantes, que parecen apagarse, hundiéndose en la lejanía,
para resurgir en un caos de descomunales fuerzas desencadenadas. Aquel
batir de filos centelleantes que cae sobre las palmas, y un como rodar
de piedras enormes, que el eco multiplica con terrible garganta. Todo
el drama telúrico, chasquido pavoroso de un látigo eléctrico, es
absorbido en delirio por cada uno de sus sentidos. Los aguza el
infante para disfrutarlo en su cabal desmesura. El oído se le afina,
se dilatan al máximo las claras pupilas. El olfato disfruta aquel olor
especial del aire. Toda su piel se vuelve hipersensible a la atmósfera
que lo rodea. Por los pies descalzos, como a Anteo, le sube el canto
vital de la tierra. Y sale a la noche el niño sin importarle nada. En
la casa todos duermen ajenos al drama y él hacia el peligro, lleno de
asombro, escapa. La Muerte que ronda cerca, acude alarmada.
-Vamos niño, vamos a la casa, que un rayo ha poco te mata...
-¿Qué es un rayo, madrina?
-Es de fuego una espada...
-Yo quiero un rayo... ¡Qué lindo! A mí un rayo no me hace nada.
-Cierto, tú morirás por traicionera daga.
-¡Pero que mi rayo después lo parta!
Le dice el pequeño a La Muerte y para más asombrarla, le muestra, en
su manita tierna, un deslumbrante haz de luces blancas. Tiene en sus
manos un rayo, el niño; y es la Muerte quien se lo regala.
A la mañana siguiente, los padres se alarmarán, al no encontrar al
pequeño Fello en su camita. Lo hallarán luego, dormido a la
intemperie, completamente mojado y con su manita zurda toda manchada
de oscuro, como quemada. Con una gran mancha negruzca, que no se le
quitará con nada. Imborrable como la memoria. La memoria de cosas
pasadas. Que lo marcará para siempre. Porque es imposible lavarla...

TRAICION Y MUERTE

Ocho octetos
en clave de muerte
ocho sílabas
cada verso tiene.


-1-
No está seguro en su predio
el que mal vecino tiene.
Por acción de Carrazana
los lindes desaparecen,
las cercas de lugar mudan,
se pierden del hato las reses,
mientras que otros animales
envenenados perecen.

-2-
De todo eso y mucho más
en lo de Fello acontece.
Sus tierras son codiciadas
por muy grandes intereses,
de los que su vil vecino
en lacayo se convierte.
Mucho oro le han prometido,
si consigue darle muerte.

-3-
A reparar lo dañado
el muy ladino se ofrece,
y cobarde mira al suelo,
que ni siquiera se atreve
a frontal riña retarlo,
ni mirada sostenerle.
Que ya urdida con traición,
cobarde trampa le tiende.

-4-
Agotando la paciencia,
la poca que Fello tiene,
así le provoca el malvado
que como reptil procede:
"Yo no sé el daño mayor
a quién imputarse debe.
Pudiera ser que el autor
del lado de allá viniere..."

-5-
No lo deja ni terminar,
el ultraje que pretende,
aquel gigante que sabe
que insultos no se devuelven.
Y que al sentirse ofendido,
en ira fiera se convierte,
sin reparar que al bellaco
nuevas cercas le protegen.

-6-
Ya separa los alambres
que su paso le entorpecen.
Cabeza y torso indefensos
entre los alambres mete,
Y de esta forma, encorvado,
brutal golpe de machete
en pleno cráneo recibe,
tajo que lo deja inerte.

-7-
Sólo así, con la traición
ha logrado darle muerte
aquel que tanto miedo
todavía muerto le tiene.
Por miedo, viéndole caído,
con saña y sin piedad lo hiere.
No puede parar ya el brazo
que sólo el miedo le mueve.

-8-
Cien inútiles tajos
sobre el cadáver descienden.
¡Que ya Fello está muerto!
¡Ya no alienta, ni se mueve!
Sus despojos son pedazos...
¡Y a sus restos aún le temen,
esas miserables hienas
que preparan el banquete!


Ya van tres veces que la cerca amanece por el suelo. Y éstas no son
cosas de los animales. Fello contempla los postes arrancados y los
alambres cortados a machete. Como ajeno al asunto, su vecino se acerca
del otro lado...
-Buenos días tenga su mercé.
-Buenos p'a quien los tenga.
-¿Y ese destrozo?
-Eso mismo le iba a preguntar yo a usted. Porque van varias las veces
que mi cerca amanece así, y aquí n'a má estamos usted y yo. Digo, que
yo sepa.
-Oiga Don Fello, que esa cerca es tan mía como suya. Y a mí se me hace
que pudo haber sido de allá el estropicio... No digo de usted, si no
de alguien interesado en enemistarnos.
-Enemistaos estamos hace rato y usted lo sabe.
-Mire, p'a que vea, hoy mismo voy a mandar a dos peones a que nos la
pongan nueva. Y asunto acabao, que mi buena voluntad queda probá.
Y no dice más y volviendo grupas, se aleja temeroso el ladino Víctor
Carrazana, propietario colindante de Fello Valdés, hombre bajo y
mezquino, testaferro obediente de quien ambiciona las tierras del
mambí y que lleno de cobardía, ha planeado darle alevosa muerte.
Dos días después, Valdés reclama de su lado, pues la cerca ha sido
repuesta en verdad, pero casi un cordel dentro de su linde original.
Y así a todo lo largo del potrero. El otro le escucha displicente. La
discusión sube de tono. Se llena de cólera muda el que protesta,
mientras el otro se muestra burlón y arrogante.
-Venga acá, que desde allá no lo escucho.
-Venga usted si quiere oírme, que yo no entro en propiedad ajena.
-No, venga, venga... No dice que es su tierra ésta, del lado de acá de la cerca.
Ciego de furia, ante la socarrona burla, Fello separa dos hilos de
alambre y metiendo una pierna, baja la cabeza para cruzar del otro
lado. Es en ese momento que recibe, en pleno cráneo, el primer
machetazo. Es mucho el miedo que siente el agresor por el que ya no
puede defenderse y prácticamente está muerto. Y es ese miedo el que,
frenético, mueve la mano asesina, descargando una y otra vez el acero
que hace terribles heridas. Un segundo mandoble le cercena el cuello.
Aún en el suelo y sin vida, sigue recibiendo tajos y más tajos del
verdugo miserable. Bestiales cuchilladas de cobardía, que trucidan al
gigante. Hasta que todo el cuerpo no es sino una masa desmembrada y
sanguinolenta, no se detiene tembloroso el homicida.



CRIMEN Y SENTENCIA


Comparece juez venal
asustado y corrompido
con manchada levita negra
que añade escarnio,
por ajada y leguleya,
y le resta seriedad
a la atroz escena.
Como si un buitre fuera
el que toma testimonio
a iguales carroñeras.
Que hermano es del asesino
como del buitre la hiena

Lleva prisa el oficial
por terminar su actuación,
pura ficción de teatro
es su función judicial:
-Es un caso claro
de legítima defensa;
ante brutal agresión
tuvo que usar la fuerza.
Es sabido del occiso
lo violento que era.
En nombre de La Ley
concluye la diligencia.

No hay cargos contra el asesino
en el juzgado municipal.
Tendrá que esperar otro juicio
en que sentenciado será.
De todo el pueblo es sabido
que en ese Tribunal,
un implacable rayo
va a ser Juez Principal
y actuarán de oficio,
la muerte como fiscal
y un escribano erudito
más allá de lo natural.

Ya Fello no es la figura temida. Es tan sólo despojos, tétricos
residuos de un festín de hienas, míseros pedazos irreconocibles.
Así lo examina el juez oficioso, que llega con prisa tanta, como si
hubiera estado esperando el llamado. Su leguleya levita negra, añade
escarnio a la escena. Parece como si un buitre fuera, tomando
testimonio a sus iguales carroñeras:
-Pasó al lado de acá a retarme y no tuve más remedio que defenderme.
-Es un caso claro de allanamiento, agresión y legítima defensa...
Dictamina sin convicción el magistrado, presuroso por partir y
evitarse el seguir contemplando tan macabro cuadro.
Horas después un grito increíble, que riega la inquietud de un pasmo,
recorre agitando el pueblo de Vueltas.
-¡Ahí traen a Fello, que lo han muerto!
Todo el personal de la Escogida y Despalillo de Juan Manso interrumpe
sus labores. El muchacho Vicente Portal Valdés, hijo de una prima del
occiso, trabaja allí como aprendiz. El también sale a la acera, con el
tumulto de los demás trabajadores, y tiene que empinarse por detrás de
ellos para ver, a saltos, retazos de impresionante escena. Se auxilia
de un cajón el adolescente, sobre el que se encarama y logra, al fin,
captar la imagen del cortejo lúgubre. Imagen que ha de guardar para
siempre en la memoria. Tanto, que con 91 años me lo habrá de relatar
así en su hogar de Vueltas, donde lo entrevisté el 12 de agosto de
1997:
-El cadáver, más bien los pedazos, los traían en una sábana toda
ensangrentada, amarrada a dos palos como en parihuela. Yo era casi un
niño y al sorprenderme mirando, todos me apartaron con premura.


SE EJECUTA LA SENTENCIA

Solamente un día ha pasado
del horrendo crimen
con impunidad perpetrado.
No hay nubes y el sol
brilla en cielo despejado.
Carrazana, el asesino
da sombra a su caballo
en unión de su hijo
bajo frondoso árbol.
Y de pronto lo fulmina
un poderoso rayo
un raro rayo sin trueno
que lo ha carbonizado,
descarga justiciera
del cielo ha bajado
sin tocar al joven
que estaba a su lado.
furiosa centella
en un día claro.
Se ha cumplido
el Pacto
por Fello anunciado:
al que lo mató,
lo ha partido un rayo.


No han pasado veinticuatro horas del crimen. Hay sol en un cielo
despejado. Es un poco más del mediodía, y Víctor Carrazana, en unión
de su hijo, sombrea las cabalgaduras bajo frondoso mango. De repente,
sin que nada lo anuncie, un rayo cae estruendoso y carboniza al
asesino, sin tocar al joven que está a su lado. Fue un rayo solo, en
un día sin nubes y claro. Desde este minuto hasta nuestros días, el
extraño accidente ha de referirse miles de veces, bajo distintas
versiones. Todas tienen igual conclusión:
-Al que lo mató, -como decía el mismo Fello- de verdad que un rayo lo partió.
FIN DE LA MADEJA E INICIO DE LA LEYENDA



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De la Revolución iniciada en 1868 y aún inconclusa, soy hijo; a ella me
debo.

Jorge C. Oliva Espinosa. Cubano, nieto de mambises, sobreviviente.
http://jorgecolivaespinosa.blogspot.com.es
jorgecoliva@gmail.com

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