jueves, 25 de abril de 2013

YO, LA HABANA (Fragmentos) Cuarto envío

YO, LA HABANA (Fragmentos)
Cuarto envío

1614
El Señor Obispo excomulga a vecinos y autoridades, poniendo a las
puertas del infierno a todos los que no contribuyan con donaciones y
óbolos de santa caridad. Con tanto pecado que condenar, se harán ricos
los representantes de la Fe.

1619
Se cumple un siglo de "mi fundación". ¡Ya tengo cien años, soy
"Ciudad" y Capital de esta isla! Es verdad que en este tiempo he
crecido mucho. Pero sigo siendo la misma: con la mirada fija en el
mar, llena de esperanzas y temores. El lodo y el polvo, alternados en
el rigor de lluvias y sequías, han ido conformando mi peculiar
fisonomía. Sordidez y opulencia comienzan a encontrarse en la misma
calle. Entre mis vecinos, orgullosos de su linaje, todavía se cuentan
descendientes de los primeros pobladores. Ellos mantienen viva la
memoria oral que les fue heredada y que se trasmutará en historia.

1622
En la calle llamada del Molino, un fuego destruye 96 casas, arrasando
cinco cuadras junto al puerto. Andando el tiempo, esta calle tomará
como nombre el apellido de una familia acomodada que tiene allí varias
viviendas: De la Luz. Al muelle que se construye al final de ella,
llamarán "Muelle de Luz". Y mucha luz habrá de dar esta calle, cuando
de aquella familia nazca un varón llamado José De la Luz y Caballero.

1644
Catalina de Mendoza viene a edificarles a las monjas clarisas su
convento. Ya había fundado uno similar en Cartagena de Indias. La
construcción del recinto ocupará toda la manzana comprendida entre las
calles Habana, Cuba, Luz y Sol. ¡Demasiada claridad (dado que son
clarisas) para tanto oscurantismo! Cada hija de rico que quiera
profesar los sagrados votos, debe pagar su dote, unos dos mil ducados.
Pronto el convento albergará cerca de doscientas jóvenes novicias...
¡Tremendo negocito ha puesto Doña Catalina! ¿Lo habrá hecho con su
famoso guayo?...

1674
Comienzan a levantarse paños de las murallas que, muchos años después,
cuando terminen de rodearme, empezarán a demolerse por obsoletas e
inútiles. Yo he ido creciendo a pesar del encierro. Otros barrios se
levantan afuera, más allá de este cinturón pétreo que me ciñe. Él
delimita las dos partes que me componen: "Intramuros" y "Extramuros"
más joven y en continua expansión. A la pequeña, que queda como
asfixiada por el pretencioso valladar, comenzarán a llamarle "Habana
Vieja". Allí se levantan las imponentes mansiones de una nobleza
insular. También apuntan al cielo, campanarios de iglesias y
conventos. Muchos de sus religiosos son nacidos en el país, hijos de
familias enriquecidas por turbios negocios y por la trata de negros.

1713
Es rica, muy rica esta nueva aristocracia hacendada y criolla, que
presta sus esclavos al gobierno para emplearlos en obras, que sufraga
gastos administrativos y que no pide nada a cambio, sino títulos
nobiliarios. Así tendré un Marqués de San Felipe y Santiago y un
Conde de Casa Bayona, los que sin ayuda real ni colonial, fundan
pueblos y evitan sublevaciones. El sudor y la sangre de esclavos,
además de azúcar, fabricarán muchos condes. En mi ambiente salino, el
bronce y el ácana, madera preciosa de aquí, entablan competencia a ver
quién dura más. Por sobre mis tejados sobresalen arboladuras que se
mecen al compás de la brisa marina. Un bosque de mástiles semeja mi
bahía. Mis calles se extienden hasta encontrarse con otras de nuevo
trazado. Por ellas transitan pesadas carretas, carretillas y
carretones, calesas y volantas, en un afanoso ir y venir de mercancías
y personas. Saludos y avisos a voz de cañón, tañidos de campanas y
pregones variados, conforman mi ambiente sonoro.

1717-1723
El tabaco promete riquezas y despierta la codicia esquilmadora de la
Corona. Es hora de que esta isla produzca algo más que gastos,
zozobras y dolores de cabeza. "Todos los que cosechen tabaco vendrán
obligados a vender al Real Estanco, al precio que se dicte, la
cantidad fijada. El resto que se lo fumen, si quieren, pues a nadie
más podrán venderlo".
Pero una cosa piensa la Autoridad Colonial y otra los vegueros que se
unen y en demostración de fuerza, se apoderan de mis calles y queman
el tabaco almacenado. La sublevación llena de pavor a las Autoridades
que derogan el Estanco. Habrá nuevos intentos de establecer el
monopolio y otras revueltas y, como siempre, represión y sangre. Cual
macabra advertencia, los patíbulos se alzan a lo largo del camino de
Jesús del Monte. Penden de ellos, pudriéndose al sol, cadáveres de
vegueros.

1762
Desembarca en mi litoral una nube de Casacas Rojas. Enorme escuadra
bombardea mis defensas. Desde un principio fui codiciada por piratas y
potencias extranjeras. Ahora lograrán tomarme los británicos, pero no
someterme. Yo seguiré siendo tan española como el resto de la Isla. A
excepción del Morro, de heroica resistencia, me defenderán con mayor
denuedo y bizarría los naturales que las autoridades hispanas. ¡Ay
misterios de la sangre mezclada! ¿Quiénes son los verdaderos
españoles, estos hijos de la tierra que pelean como Quijotes, o los de
Sancho, que huyen poniendo a buen recaudo sus bienes y personas?...

1763
El calor aumenta su mal humor. Hace seis días que, recluido en el
villorrio de Regla, no hace otra cosa que recibir quejas y veladas
denuncias. ¡Ay estos insulares que pretenden ser más españoles que los
de allá! Que protestan fidelidad y delatan a los que durante la
ocupación tuvieron más que entendimientos con el inglés. Y que son, a
su vez, acusados por aquellas mismas personas a quienes denunciaron.
Desde que llegó, siente a su alrededor una molesta red de intrigas.
Tan insoportable como ese vaho a tasajos y a negros que le agobia. Y
todo en medio de este calor húmedo e infernal. Por eso, de muy mal
talante, Ambrosio Funes de Villalpando, Conde de Ricla, aborda la
entoldada chalupa en que cruzará la bahía para llegar, al fin, a esta
Habana que le espera llena de expectativas y temores. Y que sin
embargo, parece de fiesta... En desabrida ceremonia recibirá la plaza
de manos de Sir William Keppel.
-¡Vaya victoria! -piensa el Conde –no recibimos nada que no nos
perteneciera, y en cambio nos quedamos sin La Florida...
Mientras, las campanas de iglesias y conventos, muy españoles, de puro
júbilo se echan a vuelo.

1765
Con tanta gente que tengo que alimentar, entre presidiarios que vienen
a construir las fortificaciones, el aumento de mi guarnición y las
familias que emigran de Canarias, de La Luisiana ahora española y de
La Florida que deja de serlo, comienzan a escasear el pan y otros
alimentos indispensables de la mesa. Ante la hambruna que se avizora,
como los envíos de España tardarán, se autoriza la importación de
harinas y otros productos de las Colonias del Norte. Por primera vez
es legal lo que ya venía haciéndose a escondidas. Esta dependencia de
mi comercio con el Norte, comienza a olerme mal y de seguro que tendrá
negras consecuencias para mi futuro.

1767
¡Eh! ¿Qué está pasando aquí? Los cañones del Morro apuntan al Colegio
de la Compañía de Jesús y a media noche todo aquello está rodeado de
guardias. El mismo Gobernador, seguido por sus principales asesores,
toca, ya de madrugada, a la puerta del recinto religioso. Hace reunir
a toda la congregación que habita allí y les lee la orden real de
expulsión. A las pocas horas los jesuitas serán embarcados rumbo a
España. En el lugar que ocupa su colegio se creará el Seminario de San
Carlos, respuesta de la Corona y del Obispo a la Real y Pontificia
Universidad de los dominicos. La Iglesia de San Ignacio se convertirá
en la parroquial mayor y luego en Catedral.

1769
Por primera vez (y será la única) tengo un Obispo nacido en el país.
Es, ¡Oh casualidad!, dueño de ingenios y de muchos esclavos. La
iglesia de San Francisco, por haber sido mancillada por el sacrilegio
hereje, queda excomulgada. Fue usada por los ingleses durante la
ocupación, para sus cultos anglicanos y ya no se volverá a oficiar
misa en ella.

1769-1792
El mal de otros alegra a necios. No lo soy pero, de todas formas, por
más de veinte años me beneficio y mi prosperidad viene de las
calamidades de mis vecinos... Hacia el Norte, las trece colonias se
rebelan y yo les suministro armas y pertrechos; al Este, Haití arde en
llama esclava y vengadora, y entonces asumo su producción de azúcar; y
en la lejana Francia le cortan la cabeza a un Rey y mi monarca, por
solidaridad, se declara enemigo de los que dan tan malos ejemplos. De
todos estos hechos saco ventajas. Estallan guerras que interrumpen las
comunicaciones con España y queda autorizado el comercio con neutrales
y aliados, uso sus flotas, de aquí salen expediciones militares a
mantener La Luisiana y rescatar La Florida. Esta economía de guerra
engorda las bolsas de los ricos y cambia mi fisonomía. Queda prohibido
el uso de hojas de palma en mis techos, que en lo adelante serán de
tejas y comienzan a empedrarse algunas de mis calles.
(CONTINUARÁ)


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De la Revolución iniciada en 1868 y aún inconclusa, soy hijo; a ella me
debo.

Jorge C. Oliva Espinosa. Cubano, nieto de mambises, sobreviviente.
http://jorgecolivaespinosa.blogspot.com.es
jorgecoliva@gmail.com

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