martes, 9 de abril de 2013

PAISAJES DE REGLA

PAISAJES DE REGLA
Por Jorge C. Oliva Espinosa

Es tan variado el paisaje reglano, que si vuelves la mirada de un
punto a otro, verás siempre algo diferente. Por ello, porque es
múltiple y diverso lo que hay que ver, te invito a mirar como desde la
platea de un teatro. Vamos, no te desanimes, todos tenemos algo de
dramaturgo. Deja volar tu imaginación, estás cómodo, sentado en una de
las primeras filas. Aún no ha empezado la función, pero la obra
promete, porque puede que se escenifique tu vida, la mía o la de
todos. Observa con detenimiento, sólo se vive una vez y no tendrás
otra oportunidad. Analiza uno a uno cada componente:

EL ESCENARIO
Pegado a la orilla, el escenario está acurrucado, entre tramoyas, al
fondo de la bahía donde, adentrándose en ella como península, divide
las aguas en dos ensenadas que le rodean. La escenografía, paisajes de
puerto: Grandes grúas alzan al cielo sus cuellos de jirafas, barcos en
atraque, embreados pilotes hincados en el agua, bitas, hierros
carcomidos por un anclar para siempre y cordajes por amarrar en el más
allá. Algarabía de marinos en asueto, amargor de braceros sin trabajo,
salitre que impregna el ambiente, recodo último de la bahía, rincón de
creencias y cubanía. Eso es Regla. Pero es más: es pueblo de campo y
es Capital, refugio provinciano y parte de una única habanidad. Estás
en La Habana y no estás. Aquí madera y tejas, allí el mampuesto
colonial, de telón de fondo: la gran ciudad. El municipio más pequeño
y el de más alta densidad., el único que tiene una virgen en
propiedad. Virgen que es doble, porque es María y es Yemayá. Aquí, al
final de mi tiempo, vine a recalar; a sumirme en este encanto,
atracado a mis recuerdos, como un barco más.

DECORADOS

Las casas
Estilos y materiales incompatibles, en estados de conservación al
parecer anacrónicos, forman un abigarrado popurrí en la arquitectura
reglana. Subsisten arcaicas casas de madera, casi ruinas, pintadas de
ese color que sólo da el tiempo. De ellas, algunas se inclinan
mientras otras se mantienen enhiestas, pero todas resistiendo el peso
de los años, negadas a desaparecer. Son testimonios de los
asentamientos más remotos, viviendas de pescadores, braceros y
estibadores, gente curtida de sol y salitre, nervudos, de recia
urdimbre, como sus casas. Esas casas parecen barcas varadas en tierra,
añorantes de travesías, protagonistas de naufragios. Ellas
contemporizan con las primeras mamposterías republicanas, ancianas
también, pero no tanto como los gruesos muros del mampuesto colonial,
que han mutado con el tiempo sus techumbres, como se cambia de
sombrero, se desecha el ya raído y se le sustituye por el nuevo.
Levantados por los abuelos de los abuelos, siguen soportando los más
disímiles techados. ¡Ah, los techos! Vista desde la altura, Regla es
un muestrario de cubiertas, se intercalan las tejas y el zinc, la
placa de hormigón y el cartón embreado. Serpenteando entre ellos,
descubiertos al cielo, los pasillos. Muy estrechos algunos,
laberínticos a veces, refugio de penurias siempre.
Modernas edificaciones alternan con estas antigüedades, testigos de
relativas y variadas bonanzas, del progreso de sus moradores mediante
el trabajo y el sacrificio, o por las ganancias no siempre claras de
dudosos negocios… Pero todas pequeñas, ajustadas al limitado espacio.
Espacio urbano que tuvo que reacomodarse para albergar cada vez más
reglanos. Porque la población fue creciendo y creciendo y el mar
estaba por el frente, por los costados y atrás las empinadas lomas
como un cercado. Más personas y más casas, para convivir se hacinaron.
Cuando el centro estuvo colmado, casuchas precarias en las abruptas
laderas colgaron. Y las lomas se fueron poblando con pasmosos
equilibrios de mago. Regla tiene zonas donde las casas, en oleadas,
asaltaron las colinas por sus vertientes más escarpadas, enracimándose
unas sobre las otras, hasta alcanzar a las que llegaron primero y se
hicieron dueñas de las cumbres. Forman entonces hileras a distintos
niveles, que se comunican por estrechos y zigzagueantes trillos
labrados en la roca. Nada tienen que envidiar a los famosos Cerros de
Caracas, ni a las favelas cariocas. El acceso allí es imposible por
medios motorizados, es obligado subir caminando.
Arriba y en lo llano, en el litoral bajo o en el terreno escarpado, el
área fue poca y los reducidos interiores propiciaron una vecindad
promiscua, familiar, de poblano. Las paredes medianeras, indiscretas,
con ventanas que rompen todo reglamento urbano, son vasos comunicantes
de intimidades, dejando escapar por sus vanos, un abanico de sonidos:
suspiros y estornudos, gritos y espasmos. Una cotidianeidad que se
repite sin cansancio.
Las fachadas muestran, en cambio, todo un universo policromado, prueba
fehaciente del gusto por el color vario del reglano. Aquí han logrado
la imposible compatibilidad del rojo y el amaranto, del azul y el
verde y hasta del rosa con el color naranjo. Así, esta cuadra remeda
la paleta de Matisse, aquella la de Van Gogh y aún otra recuerda la
gama y sensualidad de un Tiziano. En la calle Maceo, casi esquina a la
de Agramonte, hay una edificación de pocas e indefinidas plantas, tan
surrealista, que pudiera ser un monumento a Salvador Dalí. Allí, de lo
alto y al descubierto, visibles desde la calle, las absurdas
escaleras, no se sabe si suben o bajan, porque para acceder al nivel
inmediato superior, es necesario subir primero al más alto y bajar
luego para no llegar a ninguna parte, sólo allí…

Las calles
Gradual pero empecinadamente, las calles de Regla parecen buscar la
verticalidad; con sus continuos ascensos y descensos plantean un
desafío a las piernas no entrenadas. El pueblo tiene dos arterias
principales que, como espinas dorsales, lo recorren longitudinalmente:
La Calle Martí y la Calle Maceo. La primera recibe a los visitantes y
los hace bajar hacia el emboque, donde está el santuario de la virgen
tutelar y las lanchas que van y vienen, cruzando la bahía, como
lanzaderas de una trama de La Habana Vieja. Por Martí, bajando del
Camposanto, se entra al pueblo. Pero si se llega por vía marítima,
entonces por ella se subirá para recorrer Regla. Origen y destino en
parábola de calle, sube desde el mar para morir frente al cementerio.
Martí es la única con aceras de granito. Este lujo, en medio de tanta
pobreza, provocó una enérgica protesta popular. Otras obras, más
necesarias, eran reclamo general. Pero lo presupuestado para el
público transitar, engordaba la bolsa de un alcalde sin moral. El
escándalo fue mayúsculo y del parque para allá, el granito quedó sin
pulimentar. Desde entonces, rebeldes, los poblanos caminan por la
calle, sin las aceras pisar. Martí, que es calle comercial, pasa
frente al parque llamado Guaicanamar, al fondo del cual, parece
esconderse, ocultando sus fraudes, del gobierno la sede municipal. En
ese edificio, en tiempos de la tiranía, radicó la estación de policía,
refugio de asesinos y torturadores, palacio de la villanía. Hoy la
vieja edificación la ocupa el revolucionario Poder Popular.
Maceo es más ancha y menos concurrida. Acompaña a Martí a lo largo de
su recorrido, sirviéndole de flanco inmediato y como aquella, también
comienza o termina en el cementerio. Maceo exhibe las mejores casas;
algunas, orgullosas, se distancian de la acera mediante portales con
muros por barandas. No comparten pared medianera, totalmente
independizadas de sus vecinas. No obstante, tanto en Martí como en
Maceo, a tramos, se hacen presentes esos solares sin patio, que aquí
llaman "Pasillos". Cuarterías interiores, a lo largo de estrechas
galerías.
Como costillas, atraviesan las calles principales otras que completan
el entramado urbano. A veces, al desembocar en alguna de aquellas,
confluyen dos para formar la amplitud de unas cinco esquinas. La más
ancha de todas, la nombrada "24 de Febrero" nace de lo que parece una
plaza; al llegar a Alburquerque se desentiende de la "Calixto García"
para seguir su curso independiente y a unos centenares de metros se
arquea y pierde, bifurcada al pie de la Colina Lenin.
La estrechez de sus hogares obliga a los lugareños a realizar muchas
de sus actividades afuera, en plena calle. Debido a ello, las calles
de Regla no son como las de otros lugares. No solo son vías de
tránsito para ir de un punto a otro, sino también sitio de estar,
espacio social compartido para el disfrute y extensión del hogar. La
calle tiene en este poblado una dimensión especial y sus habitantes
las utilizan con los más variados e impensados propósitos. Como en
ningún otro pueblo o ciudad, aquí, en plena calle podemos ver escenas
de intimidad y personajes insólitos. En algunas cuadras, el cordel y
la caña brava tensan tendederas con ropas recién lavadas. Temprano en
la mañana, Ana pasea sus pavitos de una esquina a la otra de nuestra
cuadra; luego los encerrará en una jaula que tiene en su pequeña sala.
Otro vecino saca a la calle el cerdo que cría en reducido espacio,
para que tome sol. Del cabestro traen a varios caballos para que
pasten en el solar yermo de enfrente, mientras Juan ha amarrado, con
finos cordeles, sus gallos finos en la acera. Sentados en el contén,
dos amigos toman ron y admiran la belleza de Lola que, después de
lavarse la cabeza, en short ha salido afuera a cepillar su cabellera.
Hace ya muchas horas, antes que el sol asomara, ya Chicho sacrificó y
limpió tres puercos en medio de la calle Millar, donde con leña hirvió
el agua necesaria. Tuvo aún tiempo para dejarlo limpio todo, sin
rastro sangriento alguno que revelara aquel matadero en la vía
pública. Aquí todos viven parte de sus vidas en plena calle, han
perdido el miedo escénico porque su intimidad ha corrido, de boca en
boca, por la vecindad, allá, adentro. Y además, porque la calle es de
todos, una propiedad colectiva de todo el pueblo. En aquella esquina,
alrededor de una pipa de cerveza, se ha formado un coro de vecinos.
Algunos vienen con envases y hasta con cubos, para trasladar el rubio
y espumante líquido a sus hogares; otros toman posesión del lugar y lo
convierten en bar al aire libre. Compras en mano, al regreso del
mercado, se detienen a parlotear las reglanas. Sin mirarlas, opulenta
de carnes, contoneándose como nadie, pasa Carmen, la orgullosa mujer
del bodeguero. Mientras, ajeno a lo que no sea su trabajo, cantando
villancicos, contento y activo, se acerca, escobillón en ristre,
Manolo, el trabajador de comunales. Cristiano, fervoroso creyente, va
dispuesto como siempre, a dejar limpia su calle… Pienso que, de la
reciente telenovela, inspiró un pintoresco personaje.

UTILERÍA, LUCES Y OTROS EFECTOS
Este puerto
En mi calle de noche. De noche en mi calle. No es lo mismo, tampoco
suena igual. De ninguna forma alcanzará la melodía que tiene este
pedacito de Regla donde he venido a recalar. Caen las sombras (es un
lugar común), no caen, se alzan sobre las claridades dejadas atrás. En
la acera de enfrente no hay casas, es un terreno baldío que enmarcan
cuatro torres luminarias del cercano atracadero. Está vacío, un barco
que ayer descargaba ha partido… Hace apenas unas horas, soltó sus
amarras y las recias bitas ya lo extrañan. ¡Hay tantas similitudes
entre este puerto y mi alma!...

Religiosidad
Iconos de San Lázaro o imágenes de Santa Bárbara adornan con
frecuencia las fachadas. En muchas ventanas, amarrada con un trapo
rojo, se seca una tuna. En otras, una penca de la llamada "lengua de
vaca". En algunas puertas bajo un pedazo de pan viejo, distintos
impresos exhiben o una lengua atravesada por un cuchillo, o un ojo
abierto y vigilante. Todas son muestras de la religiosidad de sus
habitantes. Parte del folclore de esta villa tan pintoresca e
interesante. No obstante de ser ya algo habitual, parte del paisaje,
la siguiente me llamó especialmente la atención: En una casa a punto
de caerse, con desajustadas tablas podridas por paredes, sus moradores
(quizás la familia más pobre de Regla), han colocado un letrero sobre
la puerta. "DIOS NOS AMA", pregona el rótulo y me es difícil imaginar
cómo sería si los odiara.

Las bodegas
Las bodegas esquineras eran, desde tiempos remotos, el establecimiento
más frecuente en las calles habaneras. Proliferaban en cada barrio
destilando un añejo sabor, quizás heredado de la colonia. Eran una
institución, junto al bodeguero (casi siempre español), inherente a
nuestra identidad y tradición. En la segunda mitad del siglo veinte,
sufrieron la agresión del súper mercado, del grócery norteamericano,
parte de la penetración cultural que sufrimos como neocolonia. Así
irrumpieron aquellos establecimientos con aire acondicionado, de
estanterías ordenadas y carritos niquelados, que trataron de sustituir
al viejo mostrador de caoba, con la pesa, el molinillo de café y el
dependiente del otro lado. Más tarde, con la Revolución y los
abastecimientos empeorando, comenzaron a languidecer nuestras viejas
bodegas, con sus anaqueles vacíos mostrando nuestras miserias. Muchas
sobrevivientes se convirtieron entonces en lúgubres, ruinosos
tugurios, casi siempre mal iluminados, racionalizando locales y
aprovechando espacios. Eran tristes despojos, carcomidos por la
inactividad de un comercio ausente, sustituido por una distribución
igualitaria. Otras se mantuvieron aferradas a sus locales originales.
Por Santos Suárez todavía se pueden ver, también por el Vedado y
Centro Habana, estas reliquias del pasado. Pero en Regla subsistieron
con nueva vida, estos comercios de víveres que aquí llamamos bodegas.
Siguieron donde estaban, en las esquinas, retadoras del tiempo, con
algo de su fisonomía primitiva y así hoy siguen brindando servicios
impensados. Ellas, como todas, distribuyen por la libreta, del
racionamiento la cuota que nos ha igualado. Documento que critican,
escandalizados, enemigos e izquierdistas y que a muchos nos ha
salvado. Pero además, son centros de orientación al pueblo, que conoce
de viva voz del bodeguero y a veces por murales, las nuevas
disposiciones gubernamentales. También, por cubanas, son los lugares
de donde parten chismes y rumores que se difunden en cada barrio. Lo
cierto es, que una vez que ha distribuido las cuotas de los vecinos
que le han asignado, tarea que cumple en unas pocas jornadas, el
bodeguero no tiene mucho que hacer en la mayor parte del mes. Salvo,
claro está, llenar una sarta de papeles que pretenden ser controles y
que demuestran su inutilidad al no controlar nada. Sus largos ratos de
ocio, el bodeguero suele emplearlos de acuerdo a su inclinación y
gusto. En la bodega que me corresponde adquirir los víveres, entra
despiadado el sol de la tarde. Por ello, el bodeguero saca una silla
extensible y la coloca a la sombra, en la acera de enfrente. Allí
permanece sentado, tomando el fresco, intercambiando con los vecinos
noticias y comentarios, como si fuera un veraneante en descanso. Ayer,
pasó frente a él una vecina de la cuadra, madre joven con su bebé en
un carrito y le dijo en un ruego-mandato:
_Sosa, échame un ojo a la puerta que la dejé abierta y tengo que ir a
la farmacia…

Entierros a pie
Otra peculiaridad que tiene esta Regla: Sus entierros son siempre a
pie. La funeraria, la única funeraria del pueblo está a cuatro cuadras
tan solo del cementerio. No es necesario motorizar la caravana. El
cortejo toma la calle, "a paso de entierro" y como es la vía de
salida, el transporte colectivo y cualquier otro, atempera su
velocidad a la de los caminantes. Nadie protesta, porque "así se hace
y así siempre ha sido". Aquí velan al difunto, familiares, dolientes
y vecinos, tanto conocidos como desconocidos. "¡Alguien ha fallecido,
hay velorio!" (Porque no todos los días ocurre) Y, curiosos por ver
quién ha muerto, todos acuden. Así es aquí, en Regla, donde he venido.
Y donde quizás me velen, y vengan todos, amigos y extraños, sin yo
haberlo pedido…

Todos se han visto aunque sea una vez
Me dijo un amigo nuevo, de los que me han salido en esta Regla,
terruño querido, que aquí, todos los habitantes al menos una vez se
han visto. Me lo afirmó como una verdad inapelable. Y yo le creo. ¡Es
tan poco el espacio y es la vida tan grande!…

El nombre de un puente
A pesar de los dos días que llevaba sin comer, no sentía hambre. La
cabeza la tenía embotada y los pensamientos le brotaban como
aplastados por la miseria. En ese estado tomó el camino a Guanabacoa.
Sólo llevaba la soga con que amarraba la chiva, la única propiedad que
le quedaba y que le habían robado esa madrugada. Ahora no tenía nada
que dar a sus hijos… Al llegar al puente sobre el río Tadeo, ya a la
salida de Regla, obró como un autómata: Amarró un extremo de la cuerda
a la baranda y se subió a ella; después hizo un lazo del cabo libre,
se lo ajustó al cuello y saltó al vacío y a las eternas sombras.
Posteriormente, muchos agobiados por sus destinos, le imitaron y
tomaron aquel camino para hacer lo mismo. Sin embargo, él fue el
primero y aún más: dio nombre a aquel puente que, desde entonces, se
llamó "El Puente del Ahorcado".

Lenin y Martí, dos colinas se llaman
Caprichoso por lo irregular, es aquí el terreno. Regla se fundó entre
colinas que le daban abrigo. Ya protegida estaba al fondo de la bahía,
pero más abrigo le hacía falta. El que le resguardara del viento
norte, que con frecuencia la azotaba. Por eso se refugió entre
elevaciones, eso le ayudaba. Aparte de hacerla más resguardada, la
hacía pasar inadvertida, casi olvidada. Pero ella latía con el mundo,
con él sufría y cantaba. Por eso, de sus cimas más altas, Lenin y
Martí las dos colinas se llaman.

Ayer y hoy
Pienso una Regla lejana, cuando engrillados pies arrastraban su
cansancio sobre marineras tablas. Al compás de sus cantos negros,
quizás lamento, quizás esperanzas en pos de ánimo, cargaban las
mercancías destinadas a engrosar las arcas de España. Iban y venían,
repitiendo el corto trecho que separaba del muelle al barco. En un
sentido cargados; en el otro, de todo peso liberados. Aquellas tablas
que unían la embarcación colonial con la tierra esclava, eran el
camino que conducía a un futuro de reclamo, de rebeldía, de lucha por
este hoy…
El crepúsculo llega al puerto. Encimadas sobre el horizonte, algunas
nubes se tiñen de la grana de un amanecer invertido. Frente a mi
puerta, varios caballos, libres de sus arreos, relinchan en el yermo
convertido en pastizal. Los reglanos regresan del trabajo a sus
hogares. Algunos arrastran carritos, muchos transportan bultos y
jabas, figuran una teoría de esforzados cargadores volviendo al
hormiguero; Así, a estas horas, de cansancio que busca reposo, se
animan las calles con liberado júbilo. Algunos hombres se reúnen con
vasos alrededor de una botella de ron. El ambiente se impregna de
aromas de sofrito criollo, donde el ajo, el comino y el ají
condimentarán los frijoles de esta noche. Una suave brisa marina viene
de la bahía y desde lo alto de la loma irrumpen los tambores que
acompañan un canto afrocubano: "Ye re lire, yeyeó, masomba, fambi,
masomba evó…" Es la voz de la sangre, el eco pertinaz e histórico de
aquellos esclavos cargadores, que siglos atrás llenaron con sus cantos
el ayer. Esos cantos que, ya para siempre libres, los siguen
encadenando a la tradición.

Sorpresas en una barbería
Existe en Regla un buen número de barberías. Por la calle principal,
Martí, se encuentran varias. Las hay tan céntricas como la situada
frente al parque, sobre la calle Céspedes. También, a ambos lados de
la ancha 24 de febrero, ocupando sus portales, proliferan
establecimientos de esta clase, y aún en las zonas más periféricas se
puede ver algún que otro sillón, a veces un asiento improvisado,
ocupando una sala, un portal o un garaje en desuso, donde recortan el
cabello. El desempleo y la apertura del trabajo particular, llamado
"por cuenta propia", han hecho proliferar multitud de oficios hace
tiempo perdidos, entre ellos el de barbero. Los nuevos rumbos
económicos por los que transita el país, convirtieron en
independientes a los barberos estatales y muchos que operaban de forma
clandestina, dejaron de ocultarse y ahora lo hacen legalmente. Al
mudarnos para acá, me fue preciso buscar uno y como nunca he sido
exigente con lo referido a mi tocado, me decidí por el más cercano.
Quizás por estar resignado con el aspecto que la naturaleza me dio,
soy de los pocos clientes que, al concluir el Fígaro su labor, no se
miran en el espejo para darla por aprobada o pedir alguna
rectificación. Por todo lo anterior, cualquiera que manejara el peine
y la tijera, sin importar la destreza con que lo hiciera, me venía
bien Y si estaba cerca de mi nueva casa, mejor. A unos centenares de
metros de mi puerta hallé el lugar que reunía las pocas condiciones
que yo exigía. Y hacia allí me dirigí con la intención de mantener mi
pelo dentro de una longitud discreta. Esperaba encontrar lo habitual
en toda barbería: Una peña de habladores, polemizando sobre los más
diversos temas; una tertulia donde se discuten apasionadamente los más
variados temas; un punto de reunión de expertos en todo, lo mismo
fanáticos de la pelota, que profundos conocedores de "lo último"; una
fuente de difusión de noticias, chismes y rumores. Porque a las
barberías concurren no sólo los que requieren los servicios que ésta
brinda. También acuden aquellos que, imperiosamente, necesitan ser
oídos, los sedientos de protagonismo y hambrientos de tribuna. Los
conocedores del más novedoso adelanto científico y del último
escándalo que le armó Chicha a su marido, cuando lo sorprendió de
calzón quitado en casa de "la otra". Yo venía dispuesto a encontrar lo
de siempre. Y sin embargo, en aquel lugar me aguardaban una serie de
sorpresas. La primera fue una peluca de estambres rojos y una roja
nariz de payaso, colgadas al lado del espejo. Al notar que yo miraba
intrigado lo que suponía un adorno estrafalario, me aclaró el
oficiante de la navaja: "Es que yo me contrato para animar fiestas
infantiles. Lo hago sábados y domingos y algunas tardes en que no abro
la barbería… "
Lo miré y me era difícil imaginar que aquel rostro serio y
circunspecto, pudiera encarnar un grotesco y ridículo personaje,
arrancador de carcajadas. "Es que este oficio tiene mucha competencia.
Demasiados barberos para tan pocas cabezas y como payaso gano más.
Aunque hayan pocas fiestas, una me da lo que tres días de pie
pelando". Amplió su argumentación, locuaz como todo barbero. Pero
aquella primera sorpresa no sería la única que yo iba a encontrar y la
segunda no se hizo esperar: Por su continua conversación pude
comprobar que aquel joven era un acucioso investigador de religiones
antiguas y ya desaparecidas. Con dominio me habló de gnósticos,
cátaros y esenios. Sus orígenes y preceptos. No pude menos que quedar
impresionado por sus conocimientos. Animado por el encuentro con
personaje tan culto, pensé que aquel era el mejor lugar para dar a
conocer mis escritos. Mientras esperaban su turno, los clientes
podrían ir leyendo mis estampas costumbristas y mis cuentos. En poco
tiempo mi producción literaria sería conocida y comentada por toda
Regla. Así se lo hice saber a mi nuevo Fígaro, después de revelarle mi
oficio y solicitarle respetuosamente su autorización para dejar allí
varias copias de mis escritos más recientes. Porque, aunque uno
escribe por necesidad y mandato interno, también necesita lectores. No
es lo mismo el por qué y el para qué se escribe. Independientemente
del por qué, todo escritor escribe para ser leído.
Entusiasmado con mi hallazgo, a los pocos días le llevé al
barbero-payaso tres copias de mis nuevos engendros, aquellos que
pintaban a Regla y sus habitantes como mi pueblo de maravillas.
Consciente de estar utilizándolo como agente publicitario y no
queriendo pasar por un inescrupuloso aprovechado, le pedí que
solamente después de haberlos leído y aprobado, procediera a su
divulgación. No tardó en leer las cuartillas que le entregué
respetuoso. Y entonces vino la tercera sorpresa. Haciendo uso de todo
su derecho, se negó de plano a admitirlas en su comercio. Su alegato
para hacerlo fue más que sorprendente: Aquellas estampas podían
ofender a algunos de sus clientes, al verse retratados en algunos
personajes que yo describía en ellas. Confieso que me rebelé, cuando
sentí sobre mí y sobre mi obra, el látigo arbitrario de la censura.
Ese odioso instrumento que utiliza el poderoso para mantener su poder
y que impone a quienes sojuzga por miedo a los efectos que pueda tener
lo censurado sobre otros. Hasta allí me alcanzaba aquel recurso del
temeroso, imponiéndose sobre mi inofensiva obra. Era otra sorpresa más
que me aguardaba en aquella barbería…

Como en Sicilia
Una venezolana que estuvo casada con un amigo reglano, podía
distinguir a simple vista quien era de Regla y quien no lo era. Ella
era de origen siciliano y decía que los reconocía por el parecido que
tenían los de este pueblo con los oriundos de Sicilia. No se refería
al parecido físico, sino al conductual. Para probar el acierto de la
venezolana, valga la siguiente anécdota. Me la contó un amigo y narra
un hecho verídico, vivido por él y a él le dejo la narración:
Es muy raro entre nosotros acudir a la policía para denunciar
cualquier perjuicio o daño ocasionado por un coterráneo. Por lo
general, preferimos cobrar por nuestra propia mano la afrenta. Si
alguien perjudica de alguna manera a otro y no recibe una denuncia del
hecho, sabe que debe prepararse, pues la respuesta del perjudicado no
se hará esperar. Eso le ocurrió a mi primo, quien por defender a su
hermana de un atrevido, le rompió a éste la cabeza. Esa noche su casa
recibió una lluvia de pedradas que rompieron los cristales de varias
ventanas. No valieron los ruegos de las mujeres, advirtiendo de ellas
y de niños la presencia. El bombardeo sólo terminó cuando el hombre de
la casa, subido en la azotea, repelió a los atacantes con una andanada
de tejas. El agresor sabía que la apedreada no quedaría impune y,
temeroso de la respuesta, quiso impresionar a los agredidos paseando
frente a la casa con un machete bajo el brazo. Cuando realizó esta
bravuconada, yo había salido con mi primo y estábamos en el centro del
pueblo Pero las mujeres de la casa, mi tía y mis primas, no se
arredraron y salieron tras el provocador, con la intención de bajarle
los humos. Estando nosotros en la calle 24 de Febrero, vimos entrar a
la panadería al agresor nocturno. Atrás venían mi tía y mis primas,
dispuestas a pasarle la cuenta; y ante la inminente reyerta, para allá
partimos. Yo llevaba en la mano el candado de mi bicicleta. Con esa
arma intervine en la bronca ya formada por la madre de mi primo y sus
hermanas. Con la cabeza rota, por segunda vez, salió el atacado por mi
familia y lesionadas dos de mis primas. Llegó la policía, uno de los
mirones de la reyerta hizo desaparecer el candado de mis manos. Así,
limpio de aquella evidencia culposa, no fui detenido, pero sí mi primo
que, con las mujeres heridas, fue llevado a la casa de socorros y
después a la estación policíaca. En el trayecto, mi tía le aconsejó al
de la cabeza rajada: "Si mi hijo tiene problemas por tu culpa, yo sé
dónde vive tu madre y voy y le doy candela. Así que mejor declaras que
tú venías loma abajo en tu bicicleta y me arrollaste a mí y a mis
hijas, produciéndonos estas lesiones. Tú también te heriste como
resultado del accidente. Yo no te voy a acusar por el atropello. Y así
salimos mejor todos…"
La declaración del sujeto copió las sabias y sicilianas palabras de la
anciana, no hubo denuncia por ninguna de las partes involucradas. Y
todo quedó entre reglanos. ¡Comprueben ustedes si la venezolana, ex
esposa del narrador, tenía o no razón!

Los usos de un garaje
Es frecuente, que los que poseen garaje le den a este espacio variados
usos de acuerdo a sus necesidades. Quienes poseen automóvil, motociclo
o bicicleta los guardan allí y los que no, suelen alquilarlo a otros
que sí tienen vehículos y no cuentan con un lugar dónde guardarlos.
También sé de talleres, cafeterías y otros negocios instalados en
garajes, de algunos convertidos en vivienda y de otros en almacén de
trastos. Pero en Regla vi destinarle al garaje un uso sorprendente:
dormitorio de… un caballo! Durante el día, el dueño del equino lo pone
a pastar en un terreno baldío y en las noches, para evitar que se lo
conviertan en bistés, lo lleva a dormir a su garaje.

La más larga travesía
Bordeando el puerto, camino de Regla, existen atracaderos donde
permanecen fondeados viejos lanchones, para siempre abandonados.
Espigones en desuso que parecen cementerios; lugares de reposo eterno
para barcos que pudriéndose, van descubriendo al salitre sus
osamentas, como sucede a los muertos. Allí para siempre reposan
embarcaciones que un día navegaron airosas. Amarradas al olvido, son
fantasmas que jamás han de zarpar. Cada vez que, por esta ruta, voy a
La Habana o regreso a mi pueblo, contemplo el triste paisaje que
brinda este Camposanto marinero y pienso que quizás también esas
naves, como los creyentes al morir, tal vez soñaron que, para la más
larga travesía, hacia el mar iban a partir…

Desde Regla,
Ayer "La Sierra Chiquita"; ayer, hoy y siempre bastión de rebelde cubanía
Abril 9 de 2013
A 55 años de aquella huelga que descabezó el movimiento clandestino y
rompió el equilibrio entre la Sierra y el Llano.


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De la Revolución iniciada en 1868 y aún inconclusa, soy hijo; a ella me
debo.

Jorge C. Oliva Espinosa. Cubano, nieto de mambises, sobreviviente.
http://jorgecolivaespinosa.blogspot.com.es
jorgecoliva@gmail.com

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