martes, 18 de noviembre de 2014

LA SANTÍSIMA TRINIDAD (2da. Parte)*

-- LA SANTÍSIMA TRINIDAD (2da. Parte)*
Por Jorge C. Oliva Espinosa


III. CAMPESINOS, AGRICULTURA Y METAFISICA
Otro de los misterios nuestros, asunto de la región oscura de lo
inexplicable, cuestión metafísica, es el Agro cubano y su inexistente
producción. Antítesis de la ubicuidad, pues no está en ningún lado, el
fruto de nuestra tierra ubérrima, donde el clima hace frutecer hasta
las piedras, es inexistente. Con un año de cuatro cosechas posibles,
los mercados agrícolas estatales languidecen de inactividad y
abandono. (Esto era en los años 90 gracias a "Acopio"). Nadie puede
ubicar el paradero de la yuca, el boniato, la papa, la calabaza y
mucho menos la malanga. Pero no es eso sólo. La clase campesina, fiel
aliada del proletariado, también ha desaparecido (Sigue referido a los
90).
¡Hagámosle caso a Marx! Iniciemos un análisis verdaderamente marxista,
viendo el fenómeno en su precedencia, procedencia y consecuencia. En
su relación directa con el antecedente-causal y el consecuente
sintético. ¡Seamos dialécticos, pero no hegelianos que están de
cabeza! ¡Apliquemos la verdadera y única dialéctica, la materialista!
¡Ay, Anti-Duhring! Comencemos ese análisis histórico por el pasado;
es decir, antes del primero de enero de 1959:
De un lado los latifundistas, del otro una masa desposeída y
hambrienta constituida por precaristas, aparceros, arrendatarios,
creadores de riqueza todos y sumidos todos en la miseria más aberrante
y en el abandono más criminal. También los habitantes de realengos y
guardarrayas, expuestos a todas las codicias y a todos los abusos. Se
les mencionaba sólo en las promesas electoreras; su vida inhumana
salía a la luz bajo el sol relumbrón de la politiquería vociferante
cada cuatro años...
La proscripción del latifundio y la Reforma Agraria estaban en la
Carta Magna de 1940, la más progresista que tuvimos, (mucho más que la
actual) y allí aguardaban las leyes que debían instrumentarlas. Eran
una burla más en aquel carnaval que fue NUESTRA REPUBLICA, donde hasta
un Ministerio de la Agricultura había. Ministerio que, como los demás,
sólo servía para poner al frente del mismo a un manengue que se
enriqueciera en contubernio con los poderosos.
Con la Revolución, la agricultura sufrió una larga cadena de
transformaciones, que terminan con varias interrogantes. Empecemos
enumerando tan sólo las etapas para concluir con las preguntas
aberrantes que nos asaltan:
El 17 de mayo de 1959 se firmó en plena Sierra Maestra la Ley de
Reforma Agraria. Era un acto sin precedentes. La firmó el Primer
Ministro en atuendo guerrillero dentro de un bohío que fuera su
cuartel general durante la contienda. También la firmó un Ministro de
Agricultura, que había sido comandante rebelde y a quien se fusiló
poco después. (Humberto Sorí Marín.)
Se creó un poderoso organismo, EL INSTITUTO NACIONAL DE REFORMA
AGRARIA, (INRA), de proporciones tan gigantescas y atribuciones tan
amplias, que llegó a convertirse en un Estado dentro del Estado. Ya al
nacer, desplazó al Ministerio de Agricultura, dejándolo sin funciones.
Para que se tenga una idea, su departamento comercial al controlar las
Tiendas del Pueblo, asumía los objetivos del Ministerio de Comercio
Interior. Y su departamento de industrialización, que con las nuevas
nacionalizaciones se convirtió en el Ministerio de Industrias, alcanzó
luego para hacer cuatro ministerios: el de la Industria Azucarera, el
de la Ligera, de la Básica y el de la Química. Para terminar, el
departamento jurídico del INRA, además de asumir las funciones de
legislar Instrucciones y Resoluciones con carácter y fuerza de ley,
dirimía litigios por encima del Poder Judicial. Es decir, de los
poderes orgánicos que eran visibles en el nuevo orden estructural
revolucionario, el INRA ejercía todas las funciones: ejecutivas,
legislativas y judiciales.
Al país el INRA lo dividió en Zonas de Desarrollo Agrario y nombró a
un delegado al frente de cada una. Además, se designaron delegados
suyos en cada Provincia y Municipio. El Delegado del INRA en el
Municipio mandaba más que el Alcalde y el de la Provincia tenía más
poder que el mismo Gobernador provincial. Quizás esto logre explicar
(más que el repudio popular orquestado) la renuncia del primer
Presidente de la República que tuvo la Revolución.
Pues bien, el INRA comenzó a repartir títulos de propiedad sobre la
tierra en actos públicos que alcanzaban un nivel político y humano
conmovedor: Por primera vez, la tierra era de los que la trabajaban. A
la par, una campaña a nivel nacional recaudó donaciones de todas las
capas sociales, (hasta los latifundistas ofrecieron contribuciones
ostentosas e hipócritas, como la de "Fico" González Casas, rico
ganadero y propietario de medio Camagüey, que prometió donar mil
novillas gestadas y preguntó arrogante, de qué color las querían. Lo
que dio pie a Raúl a dictaminar: "con novillas o sin novillas, le
partimos la siquitrilla".)
Arados, tractores, machetes y otros instrumentos, joyas y prendas,
días de salario, todo, el pueblo generoso lo dio a sus hermanos
campesinos. Fui a un juego de pelota entre "Barbudos" y "Rebeldes" en
que jugaron Fidel y Camilo y cuya recaudación se destinó a la compra
de tractores. El billete de entrada al estadio era en forma de
tractor. Todos explotábamos de felicidad: campesinos y citadinos. Pero
el peligro del minifundio acechaba. Y se organizaron las Cooperativas,
mientras que en los grandes latifundios dedicados a la explotación
extensiva, una vez expropiados, surgieron las Granjas Estatales. Esto
recordó a unos cuantos los koljoces y solvjoces de la hoz y el
martillo, reavivando antiguos prejuicios sembrados por la propaganda
insidiosa. Más tarde, las granjas estatales se convirtieron en las
grandes Empresas Agropecuarias y todas resultaron irrentables. La
administración centralizada de las mismas hizo renacer de sus cenizas
al Ministerio de la Agricultura, con su Empresa Nacional Avícola, ídem
porcina, etc., etc., etc. Desembarazado el INRA de semejante carga,
pudo enfrentar contenidos y objetivos más abarcadores. Como la siembra
masiva de café y el famoso "Cordón de la Habana". Plan ambicioso,
espectacular y único, mediante el cual, la Capital tendría asegurado
el abastecimiento de verduras, vegetales, viandas y hortalizas todo el
año, y que terminó siendo el sumidero por donde se perdieron
incontables recursos y millones de horas de trabajo voluntario. Lo que
se invirtió en el famoso cordón hubiera alcanzado para hacerlo de oro.
Y al final, nada. No dio, ni siquiera una lechuga.
Como los campesinos habían emigrado al pueblo, y los trabajadores de
las Empresas agropecuarias eran obreros agrícolas y no campesinos, se
contagiaron con sus hermanos de la industria y no mostraron
inclinación alguna por trabajar. Entonces hubo que inventar los
CONTINGENTES. Ellos, se suponía, estaban constituidos por trabajadores
voluntarios que, dueños de una alta conciencia ideológica, habían
jurado irse al campo por dos años. Vivían en condiciones envidiables.
Sus albergues tenían aire acondicionado y colchones de muelles. No los
picaban los mosquitos y veían televisión en colores.
Los pocos campesinos, que aún permanecían en el verde se habían
burocratizado, asumiendo las tareas de control y recolección de datos.
Era frecuente verlos limpiecitos con una agenda bajo el brazo y un
lápiz que, desmañadamente, les servía para anotar el número de
voluntarios y las horas que habían permanecido sobre el surco. Llegó
el momento en que en el agro no trabajaban nada más que los
voluntarios. Hasta los permanentes de la zafra eran voluntarios. Y uno
se comenzaba a preguntar dónde estaban los cortadores de caña de
antaño.
Los contingentes se desplazaron entonces de la construcción para la
agricultura y sustituyeron a las Empresas, pero con la misma
estructura: Un Director y varios Vices. Los salarios que cobraban eran
fabulosos, los gastos en que incurrían astronómicos y tampoco fueron
rentables. Un plátano cultivado por ellos podía tener un costo de
producción de veinte pesos. Y ello influyó notoriamente en el mercado
consumidor. ¡La libra de boniatos podía costarle a usted cincuenta
centavos en el mercado estatal y hasta tres pesos en el "campesino
libre". ¡Ah, pero es que me olvidé de contarle esa otra etapa! La del
MERCADO LIBRE CAMPESINO. Como ninguna gestión estatal daba frutos en
el sentido literal, se decidió por el gobierno, autorizar que los
campesinos, una vez cumplidos sus compromisos de entrega al Estado,
pudieran comercializar el sobrante de sus productos en lugares
prefijados y convenientemente acondicionados que recibieron el nombre
de Mercado Libre Campesino. En uno de ellos vi este letrero de hondo
contenido político-ideológico: ¡VIVA LA INDESTRUCTIBLE ALIANZA
OBRERO-CAMPESINA! Mientras, allí mismo, para hacerme concreto el
mensaje de solidaridad clasista, me cobraban a cinco pesos la libra de
yuca.
Pero bueno, fue un remedio. Trágico, pero remedio al fin. Hay que
decir, en honor a la verdad, que nuestro máximo líder nunca estuvo de
acuerdo con tal manifestación de "libertad" y que, en la primera
oportunidad nos convenció a todos (los que decidían y los que no) de
que..."los huevos, la vianda, el arroz y la carne, los producía el
Estado y que aquellos del mercado llamado libre eran unos
especuladores que nada tenían que ver con el campesinado. ¡Tremenda
labor política de persuasión! ¿Resultado? El predecible: los mercados
fueron cerrados y los estatales continuaron vacíos. Tiempo después
reabrieron, (ya en pleno "Período Especial") ante la necesidad
imperiosa e impostergable de comer, manifestada por el pueblo cuyo
estómago no entendía nada de política. Pero entonces reaparecieron más
organizados. Concurrían al mismo todas las Empresas y organismos
estatales y muy pocos campesinos. Además de algunos ciudadanos que
decían ser representantes de estos últimos y que no tenían ninguna
apariencia campesina. Pero ahora los precios eran más altos y el
nombre había cambiado. De Mercado Libre Campesino, ahora se llamaba
MERCADO AGROPECUARIO.
Como las movilizaciones de voluntarios al campo, las Escuelas al ídem
y en el ídem, los contingentes y todas las formas habidas y por haber,
ensayadas y por ensayar no resultaron, se recurrió a militarizar la
agricultura. El E.J.T. (Ejército Juvenil del Trabajo) hizo aparición,
algunas unidades militares fueron destinadas a hacer producir la
tierra y... ¡Tampoco! Lo más que lograron fue autoabastecerse. No por
gusto esa actividad se denominó "auto-consumo". Faltaban los
campesinos que habían dejado de serlo. Aquellos que se habían
convertido en citadinos, habían aprendido a leer y escribir y ahora
padecían una evidente alergia al campo. Y se volvió a ensayar la
solución que se creyó adecuada, bajo la consigna del regreso a la
tierra, más bien a la montaña: EL PLAN TURQUINO. Si usted era de los
serranos que había emigrado al pueblo, ahora tenía la oportunidad de
volver a su conuco querido. Le hacemos una casita, le damos seis
gallinas y una puerca preñada, más una chiva ídem y allá va usted con
su familia a repoblar las deshabitadas sierras y quebradas de la
Maestra y el Escambray. Que en definitiva, es mejor que quedar
racionalizado y a expensas de los productos normados.
Mientras, en las obsoletas Empresas Estatales Agropecuarias los
bostezos duraban hora y cuarto. Y se decidió adoptar la solución
salomónica de convertir a los obreros agrícolas en propietarios.
Surgieron las UBPC (Unidades Básicas de Producción Cooperativa.
Nuevas formas de producción en el agro. Ya no eran trabajadores
asalariados, sino usufructuarios gratuitos de la tierra y dueños de
los medios de producción. Pero, sucedía que también eran herederos de
las deudas y debían pagar los equipos y servicios recibidos y
entonces...
En el ínterin, habían llegado los inversionistas extranjeros. Cosa
nunca vista. Aquí se iba a salvar al socialismo con la ayuda de los
capitalistas. Y estos también entraron en el agro cubano.
En las ciudades, en espera de la respuesta del campo, se ensayó
sembrar sin tierra, e inventamos los hidropónicos, los organopónicos y
los azoteapónicos. Hasta llegar a verdaderas empresas, capaces ellas
mismas de comercializar sus productos sin la intervención de ACOPIO.
Como la de la calle 100 y Boyeros que ya es un mercado.
Mientras tanto, habíamos pensado en el turismo como clavo salvador al
que aferrarnos, aunque estuviera ardiendo de penetración ideológica.
Muchos hoteles se construyeron y vinieron a ver nuestras penurias,
curiosos, miles y miles de extranjeros. Pero, a la hora de comer, en
los restaurantes de esos hoteles no había ensalada, ni verdura, ni
fruta alguna, que ofrecerles a los ansiosos y ansiados visitantes. Y
tuvimos que importarlas, desde el tomate y la lechuga, hasta el melón
y la papaya. Con su sagaz vista de águila, los empresarios foráneos,
que ya habían penetrado nuestra economía, entrevieron un filón. Y
entraron en el agro cubano. La poderosa firma canadiense que ya nos
estaba ayudando a explotar nuestro níquel y nuestro petróleo, arrendó
al Estado cubano tierras y comenzó un próspero, para ellos, negocio,
suministrando a los hoteles los productos de la tierra hasta entonces
importados, y que nosotros éramos incapaces de producir.
Y después de tantas soluciones y etapas distintas, de tantos caminos
ensayados, uno llega a las preguntas de un oligofrénico:
-¿Por qué nuestro agro no produce?
-¿Qué hace la ANAP (Asociación de Agricultores Pequeños)?
-¿Dónde están los verdaderos y primitivos campesinos cubanos?
-¿Qué se han hecho de nuestras viandas y vegetales, qué de nuestras
frutas, aquellas que supo cantar el Trío Matamoros, en su "Caney de
Oriente?"
Porque si lo que requiere cultivo, puede ser víctima de errores, lo
que hay únicamente que recolectar, constituye una incógnita mayor. En
efecto, todavía y a pesar de todo, hay en nuestro país miles y miles
de matas de limón, aguacate y mango. ¿Y sus frutos, dónde están?.....
(Algún tiempo después se supo dónde estaban: debajo de las matas,
pudriéndose.)


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De la Revolución iniciada en 1868 y aún inconclusa, soy hijo; a ella me
debo.

Jorge C. Oliva Espinosa. Cubano, nieto de mambises, sobreviviente.
http://jorgecolivaespinosa.blogspot.com
jorgecoliva@gmail.com

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