domingo, 23 de noviembre de 2014

EN BUSCA DEL MEDICAMENTO PERDIDO

-- EN BUSCA DEL MEDICAMENTO PERDIDO
Por Jorge C. Oliva Espinosa

El genocida bloqueo que nos ha impuesto nuestro vecino norteño, entre
otras muchas cosas, dificulta y encarece la obtención de fármacos y
materias primas para la elaboración de medicamentos. A pesar de ello,
el gobierno cubano hace extraordinarios esfuerzos para que no falten
los requeridos por las dolencias más comunes padecidas por la
población. Así los hipertensos y los diabéticos, entre otros, reciben
un suministro estable de las medicinas que controlan sus
padecimientos. El ministerio de Salud Pública se encarga de garantizar
esas entregas. Para eso se estableció el llamado "Tarjetón", donde se
lleva un registro del consumo de cada paciente, en cantidades acordes
a lo recetado por su facultativo. El medicamento se le asegura a cada
cual en una farmacia determinada. Todo eso está muy bien y es loable,
sino fuera por algunos que tienen por cerebro un buró. Desde cargos
administrativos, llevados por la furia del papeleo, olvidan la
verdadera función que deben realizar. Son los que dictan medidas
"organizativas", destinadas a complicar y dificultar cada solución a
los problemas ya existentes y donde no haya problemas, los crean con
arte de verdaderos magos. Tienen una obsesión enfermiza por
controlarlo todo, pero al final no controlan nada y prohíjan la
corrupción y el desvío hacia el mercado negro de una serie de
medicinas de uso común y extendido. Además de la "rigurosa"
contabilidad que han implantado en cada establecimiento, ellos han
decidido que todas las farmacias sean abastecidas el mismo día de la
semana, provocando grandes colas al día siguiente; los demás días, los
múltiples modelos que deben llenar los dependientes, son los
encargados de extender el tiempo dedicado a la compra. Nunca su visita
a una farmacia será breve, a menos que reciba como respuesta: NO HAY.
Observe que detrás del mostrador siempre habrá varios empleados,
dedicados todos al registro y actualización de los inventarios y
solamente uno se encarga de atender al paciente público. Eso, es pan
nuestro de cada día, ¡llénese de paciencia! Pero, no se le ocurra ir a
una farmacia el día posterior a la llegada de su abastecimiento.
Entonces será testigo de lo increíble. Lo que sigue a continuación, es
el relato verídico de lo que viví uno de esos días aciagos: me vi
envuelto en un torbellino de locura, en una pesadilla surrealista,
experimenté experiencias insólitas, escuché testimonios increíbles y
observé de cerca a personajes kafkianos.
Quiso el destino, que se nos acabaran las pastillas de nuestros
"Tarjetones", el día maldito. Era ineludible ir a la farmacia. Pero
había un agravante: uno de los "tarjeteados", mi hijo, estaba inscrito
en una farmacia y mi mujer y yo en otra. Ambas eran cercanas a nuestro
domicilio, sin embargo una de ellas fue cerrada por reparación y los
sesudos organizadores decidieron trasladarnos a una bien lejana, allá
por el cementerio de Regla, al principio de la calle Martí. Así que,
me llené de valor, me vestí de visitante farmacéutico y a las 8 AM
estaba yo entre el numeroso público que aguardaba la apertura de una
farmacia. En la cercana de Maceo, no había llegado el medicamento de
mi hijo, pero tuve que hacer la cola requerida. En la del cementerio,
me encontré un tumulto enardecido, capaz de enloquecer al más cuerdo.
La mayoría eran viejitas que buscaban aspirina, Duralgina,
Meprobamato, talco boricado, ungüento mentolado y otras chucherías
siempre faltantes y que ese día, tan solo ese día, aparecían allí como
por encanto. Todas las ancianas de la cola parecían gozar de un
malsano entusiasmo por contar a otro sus tribulaciones y escuché
historias espantosas de padecimientos y de horribles dolores.
Escuchándolas, me enteré que aquella padecía de artritis por "el daño
de su vecina brujera", que otra le recomendaba cocimiento de albaca;
mientras un grupo comentaba que una tal Cuca estaba embarazada del
marido de su hermana, varias se encargaban de divulgar los números
premiados en la lotería. Observé que algunas compraban por encargo de
otras personas que permanecían fuera de la cola, a quienes entregaban
el bulto de medicinas adquiridas. A media mañana, llegó una gorda que
confesó haber sido jubilada por los nervios y puso los nervios de
punta a la multitud, tratando de organizar el caos. Con gritos
retumbantes enardecía a todos y a todos contagiaba su ansiedad,
convirtiéndola en histeria colectiva; varias veces se abrió paso hasta
el mostrador para increpar a los dependientes. En cada oportunidad,
discutió con ellos, de forma enardecida y descompuesta. Al final, las
insultó, las llamó "bandidas descaradas" y se marchó amenazando, a
grito limpio, con quejarse "ahora mismo" al gobierno. Como las
oficinas del Poder Popular quedan a solo unas cuadras, antes de media
hora, ya estaban allí tres inspectores que pidieron todos los vales
despachados hasta el momento y el desorden y el alboroto aumentó.
"Parece que la gorda cumplió su amenaza", dijo a mi lado una viejita.
La cola crecía hacia adelante, por los amigos que marcaban y otros a
los que no les hacía falta marcar, como las enfermeras del cercano
policlínico. Además estaban los numerosos "discapacitados" que siempre
iban los primeros. Casi llego a discutir con uno que me pareció
demasiado sano y robusto para ser discapacitado. El tipo me mostró,
muy orondo una pierna que era, evidentemente, un poco más delgada que
la otra. Pero eso no lo incapacitaba para nada. Estuve a punto de
pedirle el carné de la ACLIFIM, pero me persuadí y sonreí... Todo lo
que escuché durante aquellas cuatro horas de martirio, me probaron que
este país se ha vuelto ingobernable y que ningún gobierno puede
resolver los problemas en que vivimos inmersos. En el camino de
regreso, aturdido y renqueante, me sentí como Indiana Jones cuando
volvió de buscar el arca perdida: agotado pero triunfante. En mis
bolsillos llevaba el Captopril que necesito, las pastillas que toma mi
esposa y como regalo adicional, dos frascos de Polivit, de los que no
necesitan receta, pero que estaban "perdidos".

Desde Regla,
Ayer, "La Sierra Chiquita"; ayer, hoy y siempre, bastión de rebelde cubanía.
Noviembre 24 de 2014



________________________________________________________________
De la Revolución iniciada en 1868 y aún inconclusa, soy hijo; a ella me
debo.

Jorge C. Oliva Espinosa. Cubano, nieto de mambises, sobreviviente.
http://jorgecolivaespinosa.blogspot.com
jorgecoliva@gmail.com

No hay comentarios:

Publicar un comentario