miércoles, 22 de octubre de 2014

UN CONSEJERO DE AQUELLOS TIEMPOS

-- UN CONSEJERO DE AQUELLOS TIEMPOS
Por Jorge C. Oliva Espinosa

La Asociación Hermanos Saiz acaba de otorgar los premios "Maestro de
Juventudes" a merecidas figuras del arte y las letras. Dichosa una
juventud que tiene ejemplos vivos por quienes guiarse. La del 30 tuvo
a un Enrique José Varona y a algunas figuras enhiestas del mambisado,
pero mi generación sufrió a ciertos personajes que pretendieron
erigirse en nuestros consejeros, amparados en un pasado glorioso del
que se apropiaban, pero que negaban con sus actos. Hasta un ex mambí
tuvimos que nos llamó a dialogar con la dictadura, cuando esta nos
asesinaba y el rifle reclamaba su hora. Desubicados del momento en que
vivíamos, aquellos malos consejeros crearon una "Sociedad de Amigos de
la República", cuando ya estábamos convencidos que era necesario
acabar con "aquella república". Lo que sigue, lo escribí para
estigmatizarlos. No sé si lo logré:

"Junio 28 de 1953, domingo (*).
Yo no sé qué pensar de Don Gabriel Martínez Vélez. Y creo que todos
los que fuimos, salimos igual. Más confundidos, que deslumbrados como
esperábamos salir. Primero, fue la dilación dilatadísima en mandarnos
con Mandy el "ya pueden venir, tal día a tal hora". Demorada tanto,
que algunos pensamos que lo de Mandy era una paja más, y que todo era
cuento. Después, fueron las limitaciones: "que si no podían ser más
de tres, a lo sumo cuatro; que fueran los más serios y que todos
fueran blancos, además de buenos estudiantes". Eso, además de que "la
entrevista tendría que ser corta, un domingo por la tarde, debiendo
concluir antes que anocheciera, porque no convenía que vieran jóvenes
saliendo de su finca de noche, etc., etc., etc. Que lo de los negros
excluidos, no era por ser él racista, sino porque en su Reparto no los
admiten, etc., etc., etc." Después fue el aire de Supermán que se
gasta el viejo este. Nos recibió en la terraza emparrada, con su batín
de raso, bien aristocrático, que nada tenía que ver con el ambiente
clandestino que nosotros esperábamos. ¡Al aire libre! Para una
conversación que nosotros creíamos más secreta y comprometida. Y a
todas estas, para llegar allí, tuvimos que ser conducidos por una
especie rara de Mayordomo-guardián jardinero que nos recibió y que nos
fue a abrir, con escopeta terciada a la espalda y descomunal manojo
llavero al cinto, la encadenada puerta de una cerca, segura y alta
como la posición del dueño.
- "Sí, el Doctor los espera. Tengan la bondad de acompañarme a donde
él los está aguardando".
Y después de esa retórica, fuimos nosotros, los que tuvimos que
esperarlo más de media hora. Pero, lo desconcertante vino luego,
cuando, al fin, salió sonriente en su batín, en ristre el gran habano
a "atenderlos como ustedes se merecen". Y ni nos mandó a sentar,
cuando comenzó la actuación, digo, la conversación, monólogo más bien,
que nosotros habíamos previsto en otro ambiente, no sé, en su despacho
o biblioteca, pero en lugar más reservado y propicio al tema, que
aquel espacio al aire libre. Total, para lo que tenía que decirnos,
podía haber escogido el Parque Central. Después de exaltar las
virtudes de la juventud, de su ju¬ventud, su capacidad de sacrificio,
su desinterés, su honestidad y heroísmo, aquel señor se extendió en
anécdotas de la lucha antimachadista, donde él, ¡qué casualidad! era
el protagonista principal. Todo para concluir derrotista, con un "ya
ven ustedes. De nada ha servido tanto sacrificio, tanta sangre
derramada, tanta juventud perdida, para total... ¡Nada! Vuelve otro
tirano y parece que nada ha cambiado, que todos aquellos muchachos"
-amigos todos de él- "perdieron sus vidas de forma inútil"; que él se
salvó, en muchas ocasiones casi por un pelo; él, el único
sobreviviente verdadero, "aparte de Aureliano, que está afuera; y por
supuesto, del Señor Presidente Prío que, no sé qué le pasó, que al
poco tiempo ya no era el mismo..." En fin, que él, solamente él y
nadie más que él, era el único sobreviviente íntegro de su generación,
aquella gloriosa generación del 30. El único revolucionario auténtico
y vivo, que quedaba en Cuba. Un verdadero ejemplar... de museo. Y él,
porque "había sido joven e idealista también, nos entendía
perfectamente porque, aunque no seguía siendo joven, sí conservaba
intactos sus ideales, que eran los mismos nuestros". (¿De dónde habrá
sacado que nos conocía tan bien?) Por eso, "él", decía sentencioso
"era el más indicado y facultado para aconsejarnos lo que debíamos
hacer por el momento; e incluso, llegada la hora, volvería a recobrar
sus idos ímpetus, ponerse a la cabeza de nuestro grupo y conducirnos
seguro, como uno más de nosotros, decididamente, al éxito". ¿Y qué era
lo que había que hacer por el momento? Pues "tener cordura y evitar
ser instrumentos de mezquinos intereses políticos". Después nos dimos
cuenta, que cada uno de nosotros sacó una conclusión distinta de
mensaje tan sugerente y ambiguo, como un horóscopo. Pero lo que sí
entendimos, sin lugar a confusión, de forma clara y unánime, fue
cuando nos señaló la hora de irnos, dando por terminada la
espectacular entrevista y la sarta de sus sabios consejos. Como bolas
de billar dominguero, al ser chocadas por el mingo, nos dispersamos en
distintas direcciones, sobre el verde tapete de la terminal de ómnibus
de Santiago de las Vegas........."

(*) Fragmento de mi novela "El Tiempo que nos tocó Vivir", Editorial
Plaza & Janés, Barcelona, 1998.

Desde Regla,
Ayer, "La Sierra Chiquita"; ayer, hoy y siempre, bastión de rebelde cubanía.
Octubre 22 de 2014

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De la Revolución iniciada en 1868 y aún inconclusa, soy hijo; a ella me
debo.

Jorge C. Oliva Espinosa. Cubano, nieto de mambises, sobreviviente.
http://jorgecolivaespinosa.blogspot.com
jorgecoliva@gmail.com

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