lunes, 27 de octubre de 2014

BREVISIMA HISTORIA DE CUBA

-- BREVISIMA HISTORIA DE CUBA (*)
Por Jorge C. Oliva Espinosa

Siempre soñé con escribir una historia de nuestra Patria. De la
"Siempre fidelísima isla de Cuba". (Contra lo que pudiera pensarse, lo
de "fidelísima" se lo pusieron los españoles, ya verán por qué.
Historia por demás controvertida y llena tanto de heroísmos sublimes
como de mezquindades. No fui historiador, escribí de otras cosas más
serias y ahora, pasados los años, quiero saldar mi deuda con este
viejo proyecto mío, aunque sea en forma súper sintética y resumida.
¿Que resultaría incompleta y parcializada? ¿Que omitiría cifras y
otros datos explicativos? ¡Seguro! Ya dije que no soy historiador. Por
otra parte, no hay que olvidar que la Historia no es más que la
repetición de hechos en distintas épocas. Y que, ante tal monotonía,
cada historiador le incorpora su parte subjetiva. Yo no me salvaría de
esta tentación. Pero de todas formas, mi versión resultaría más
respetuosa que la brindada por el Pequeño Larousse. Veamos, la
escribiría así:
-Cuando el Almirante de la Mar Océana preguntó por tierras mayores, y
quizás por quitárselo de encima, los indígenas de las Lucayas le
dijeron: "Cuba, Cuba", señalándole al Sur. Y hacia acá se dirigió el
gran genovés con sus castellanos (la mayoría eran andaluces),
obsesionado por el oro que decíase empedraba las calles del mítico
Cipango. Que en definitiva, el objetivo real de su viaje sin
precedentes, era ése: El oro. Lo de las especies era todo un cuento,
que ni sus mismas majestades católicas, tan creyentes, se lo creían.
Puro diversionismo como se dice ahora.
De seguro, que la fonética Kuba en boca de aquellas gentes rojizas,
que andaban en cueros, sonó como música celestial en sus oídos de
marinero, acostumbrados en los últimos tiempos, a escuchar sólo
refunfuños, recordatorios soeces a su madre y amenazas de motín. ¡Al
diablo! "Kuba, Cuba, Ciba, Cipango", otra vez "Cuba", tenían una
curiosa semejanza sonora con el buscado reino del Kublai Kan. Así que,
más que disparado por el indicio, puso proa al Sur y topó con lo que
sería, andando el tiempo, nuestro país. Antes, y pese a la breve
estancia, sus acompañantes depositaron, delicadamente, como devota
ofrenda, algunos miles de espiroquetas pálidas en las receptivas
indígenas bahameses.
Al atardecer del 27 de octubre de 1492, echó anclas frente a nuestras
costas y pospuso para la mañana siguiente el desembarcar. Lo que
tenía delante no era un islote arenoso como los dejados atrás, era
tierra de inigualable exuberancia con elevadas montañas en el
horizonte. Impresionado, dijo aquello de "la tierra más fermosa..."
Por ello, muchos creen que nos echó jettatura, lo que llamamos "mal de
ojo", y que ésta fue la causa de todas nuestras desgracias. Si tienen
razón, mirando todo lo que nos vino después, hay que convenir que el
Gran Almirante tenía tremendo poder.
En aquel entonces, la isla estaba totalmente cubierta de bosques y no
se habían emprendido los planes de repoblación forestal. Vivían en
ella, unas gentes inocentes, organizadas en lo que después denominamos
"Comunismo primitivo". De ahí que trabajaran poco y fueran tan pobres.
Es decir, nuestros primeros habitantes, vivían alegre y
despreocupadamente, dedicados al ocio y otros vicios propios del
sistema. Aquellos cubanos cultivaban, con poco empeño y atrasada
técnica, la yuca o mandioca, con cuyo jugo fermentado se pasaban la
vida embriagados; también el cohíba o tabaco, que los hacía meditar
rodeados de azules nubes de humo y que, consumido en distintas formas,
les consumía el tiempo y los pulmones. En resumen, vivían la vida
paradisíacamente ebrios, de areíto en areíto y bañándose de continuo
en ríos y arroyos, con promiscuidad edénica de hembras y varones. Es
natural, que los excesos de alcohol, nicotina y juergas, así como los
prolongados baños colectivos, hicieran estragos entre aquellas felices
gentes tan poco dispuestas a cualquier otro esfuerzo físico. Cuando un
indígena llegaba a los 35 años, ya estaba frito. Eso, si llegaba. Los
españoles los tomaron a su cuidado con el aquello de adoctrinarlos en
la Santa Fe, los hicieron trabajar de sol a sol, (sólo a los varones,
a las hembras les dieron otro uso) y si no prolongaron sus vidas, por
lo menos se las hicieron sentir más largas. Aplicando el Materialismo
Histórico, podríamos decir que, siguiendo las leyes del desarrollo,
les cambiaron el régimen económico por otro más productivo: El
esclavismo. ¿Resultado? Al poco tiempo se acabaron los aborígenes y
tuvieron que importar negros del África; gentes mucho más resistentes
y trabajadoras, pero igual de mansas. (Fíjense si no, que un mayoral
con revólver imponía orden a una cuadrilla de negros que, pese a tener
cada uno un machete en la mano, no se animaban a rebelarse.
Gracias a su intuitivo olfato, los dueños de esclavos descubrieron que
las negras, además de trabajar, podían emplearse en otros menesteres
más domésticos y privados. Se aficionaron a ellas, y de su dedicación
a aquella afición, resultó una multitud de bastardos que, mestizados
con más españoles, canarios, chinos, árabes, franceses fugitivos de
Haití y otros europeos, dieron como resultado un ajiaco étnico: el
criollo. Por mestizaje, había surgido una nueva raza. Estos ya se
diferenciaban de sus primeros padres, no sólo por el color de la piel.
Bajo el sol tropical, habían adquirido otros gustos y costumbres, y
adoptado otras modas y hábitos más acordes con el clima, como la
guayabera y el baño diario. De igual forma, esos criollos cambiaron el
idioma heredado, modificando los sonidos de la c y la z, y le
incorporaron giros, voces, refranes, tradiciones y valores culturales
de sus otras raíces, desconocidas inicialmente por los hispanos. ¡Ya
hasta pensaban y hablaban distinto! Por sincretismo, había surgido una
nueva cultura.
Para hacer completo el proceso de diferenciación, hasta sus
ocupaciones habituales fueron distintas. (Pura división del trabajo,
como dirían los marxistas.) Mientras los peninsulares se dedicaban al
comercio especulador e improductivo, los criollos trabajaban como
bestias en actividades agropecuarias. Es decir, unos contribuían a
aumentar el PIB, mientras que los otros vivían de la tasa de
circulación. Esto trajo, como es natural, las primeras desavenencias.
Hasta entonces, tanto peninsulares como insulares se sentían
españoles. Tan así, que por ese sentimiento hoy no pertenecemos a la
Mancomunidad Británica. (Lea la resistencia heroica del criollo Pepe
Antonio a la toma de la Habana por los ingleses).
Consecuentemente, el choque de intereses entre criollos-productores y
peninsulares-comercializadores, fue haciendo que aquellos le tomaran
cada vez más tirria a estos últimos, que se quedaban con la mayor
tajada. De España seguían llegando más funcionarios y comerciantes,
con tremendo entusiasmo parasitario por las riquezas que creaban los
criollos. Entonces, asfixiados de exacciones, monopolios e impuestos,
los más decididos y acaudalados de estos, se alzaron contra el poder
de la metrópoli colonial. Así, en octubre de 1868, se inició nuestra
primera guerra por la independencia. De un lado los criollos pudientes
seguidos de sus esclavos. Del otro los españoles. Pero, como los ricos
son siempre una minoría y todos ellos están acostumbrados a mandar y
no ser mandados, florecieron entre ellos, los males que habrían de
minar la guerra que conducían: el caudillismo, reacio a aceptar otra
jefatura que no sea la propia y la ausencia de base popular, como
diríamos ahora. Así fue, que tras diez años de cruenta lucha llena de
heroísmos, nuestra primera gesta libertaria se extinguió, víctima de
los gérmenes de su destrucción, que llevaba consigo desde su
nacimiento. (Para mayor comprensión, estúdiese la Ley de la negación
de la negación, y el papel de las contradicciones internas en el
desarrollo histórico. K. Marx y F. Engels, Obras escogidas.)
De eso se percató (sin estudiar filosofía marxista) un genio llamado
José Martí, que consagró su vida a preparar una guerra distinta. Una
guerra que envolviera en sus llamas a todas las clases sociales, sin
distingo de nacionalidad. Así fue, que en 1895 estalló una verdadera
guerra civil por la independencia. La cosa esta vez era de
separatistas contra integristas. (También ya por entonces, existían
algunos anexionistas, que soñaban con una patria yanqui. Pero esos,
salvo excepciones, no se metieron en la candela.) Españoles y criollos
(que ya se llamaban con orgullo cubanos) se alinearon, mezclados, en
ambos bandos. La guerra fue terrible y en ella tomaron parte los
sectores más humildes, que ya participaban en su dirección.
Lamentablemente, Martí cayó en el primer combate en que intervenía; y
Maceo, después de llevar la guerra de un extremo al otro de la isla,
hazaña sin precedentes, que aún constituye una proeza militar sin
igualar, sucumbió en una escaramuza sin importancia, cuando se
disponía a atajar intrigas y localismos, que volvían a resurgir como
males de la contienda anterior. ¡Está probado desde entonces, que no
escarmentamos! Privada así, la dirección de la guerra, de sus
conductores más preclaros y radicales, todo quedó en manos de un santo
patriarca dominicano que había luchado por más de treinta años por
nuestra independencia: Máximo Gómez. Él sufrió como nadie, por
nosotros, las proverbiales calenturas ajenas. Peleó por Cuba más que
ningún cubano. Y eso, sin despojarse nunca del complejo de extranjero,
que limitaba su accionar. Solo recogería, como le vaticinó Martí,
ingratitudes.
Cuando ambos bandos estaban agotados, pero se avizoraba, a la larga,
el triunfo de la causa separatista, los yanquis intervinieron. Como no
había una justificación, crearon el incidente de la voladura del
acorazado Maine. Eso para que vean que lo del golfo de Tonkín, lo del
aeropuerto de Granada, o las armas de Sadam Hussein no son nada
nuevo.
Puro oportunismo de derecha, como diríamos ahora, solicitaron la
cooperación de un caudillo de las huestes separatistas. De las mismas
que, pérfidamente, se habían negado a reconocer como ejército
beligerante. Ignoraron a Máximo Gómez, jefe supremo de aquellas
fuerzas. Y después de servirse de las tropas cubanas, les negaron el
derecho a entrar en las ciudades tomadas con su auxilio.
A resultas de tan ético proceder, instauraron en la isla un gobierno
interventor, que preparó a los cubanos para "su independencia".
Corrompió a María Santísima, se hizo de las mejores tierras y
yacimientos, se adueñó de sus servicios públicos y transportes e
instauró un gobierno "nacional" títere, al que le impuso un apéndice
en la flamante constitución. Curioso instrumento jurídico, que no
tiene nada que envidiarles a otras que vinieron después. Surgimos así
como nación, más colonia que país independiente, garito, burdel y
factoría, inmenso cañaveral ajeno, donde sólo el sudor era nuestro.
Uno tras otro, gobiernos tarados y castrados se sucedieron. Todos,
mirando las señas que le hacían del Norte. Hasta un presidente tuvimos
que hizo su discurso de toma de posesión en inglés. Todo estaba muy
bien organizadito para que, cada cuatro años, asumiera la presidencia
un nuevo "Hombre mirando al Norte", garante de que las riquezas del
país siguieran fluyendo hacia ese punto cardinal. Pero en eso, a un
sujeto llamado Batista se le fue la mano. Con decirles, que se auto
tituló "El Hombre". (Our man in Havana, es una película
norteamericana, que no tiene nada que ver con ese señor.) Amparado por
sus padrinos, se dedicó a robar y asesinar sin miramientos, violó
cuanta Ley quiso, hasta las que él mismo promulgó, y se preparó para
pasar en el sillón presidencial un tiempo indefinido.
Cuando las gentes del Potomac, tomaron conciencia que este nuevo
gobernante no les convenía, ya la insurrección popular se había
generalizado. En las montañas se mantenía un ejército guerrillero,
comandado por un abogado carismático. A este letrado devenido
guerrero, en los primeros momentos todo le salía mal. Cada vez que
organizaba una acción, la misma terminaba en sangrienta catástrofe.
Intentó asaltar una fortaleza y el grupo que conducía fue masacrado.
Emigrado más tarde, trajo una expedición, que en lugar de desembarco
terminó en naufragio con la mayor parte de los expedicionarios
dispersados, capturados y más tarde asesinados. No obstante, ante cada
revés su poder de movilización, de conductor de grandes masas, se hizo
mayor. Y la Historia, que lo absolvió, le reservaba, como premio a su
empecinamiento, la victoria final.
Mientras, en las ciudades, un poderoso movimiento clandestino mantenía
al tirano en jaque. La lucha popular coronó en triunfo y "El Hombre"
se tuvo que dar a la precipitada. De las montañas bajó un ejército
guerrillero con el abogado de los fracasos al frente. Los otros
líderes insurreccionales, de igual o parecida talla, habían perecido
en la lucha. Y él empezó a dirigir el país como había dirigido la
guerrilla. Ni el uniforme se quitó.
Al principio, lleno de un sublime idealismo, comenzó a satisfacer los
anhelos del pueblo. Redujo los alquileres, las tarifas de
electricidad, telefónicas y de transporte, comenzó a repartir tierras
y miles de gratuidades y elevó los salarios. El poder adquisitivo de
las masas, incrementado de tal forma, comenzó a presionar como brutal
demanda contra una oferta interna muy débil y contra otra importadora,
apática y desconfiada, que prefería antes de seguir importando, mirar
qué rumbos tomaba la cosa.
Al oír hablar de reforma agraria y medidas populares, los americanos
vieron el fantasma comunista y comenzaron a intervenir como si aquí
nada hubiera cambiado. Cuando a su insolencia respondió la dignidad en
lugar de la sumisión, declararon una guerra económica al nuevo
gobierno cubano y prepararon un ejército mercenario para invadir la
isla y restaurar en ella el pasado. Creían poder hacerlo, contaban
con su poderío y con la subordinación tradicional de nuestra vida a
sus intereses. ¡Tremenda equivocación! 24 horas antes de llegar a
nuestras costas "los libertadores enviados por USA," el
abogado-guerrillero-gobernante, declaró su régimen socialista y en
4320 minutos aplastó, con el concurso de todo el pueblo, la invasión.
La hostilidad continuada de Washington, sirvió de maravillas para
exaltar el patriotismo de los cubanos, que se sometieron, en nombre
de la Patria agredida, a todos los sacrificios. En lo político, quedó
establecido un sistema monopartidista, con un solo propietario en lo
económico: El Estado. ¡Hasta las barberías y los puestos de frita se
hicieron estatales! Un poco más tarde, los alquileres y las tarifas de
servicios se elevaron, desaparecieron las gratuidades, todo subió de
precio y el poder adquisitivo del pueblo se hizo insignificante. Desde
los primeros momentos, la URSS se hizo cargo de suplir los suministros
que se recibían de yanquilandia y absorbió de igual manera las
exportaciones cubanas. Al poco tiempo, nuestro comercio exterior que
estaba monopolizado por USA en un 80% se comprometió con el nuevo
socio en más del 85%. ¡Curiosa forma de acabar con la dependencia
económica! Tan así, que cuando se desmembró la URSS y desapareció el
Campo Socialista, nuestro pobre país se quedó colgado de la brocha.
Volvió a sobrar el dinero, porque el desabastecimiento fue total y no
había nada que comprar. Entonces, volvimos nuestros ojos a la otrora
Metrópoli colonial en busca de capitalistas que, invirtiendo en
sociedad con el Estado, nos ayudaran a salvar el Socialismo. También
recurrimos a los de otros países, pero de España fluyeron la mayor
cantidad y los más audaces de ellos. Y el resto de la historia es tan
reciente, que no merece ser contada.
¡Ah, antes de terminar, déjenme explicarles el porqué del mote de "la
siempre fidelísima..." Resulta que siempre hemos sido, o los primeros
o los últimos en todo. Cuando ya todas las colonias de América eran
países independientes, el nuestro se mantenía fiel a la corona
española, porque los criollos, como les conté, continuaban sintiéndose
españoles. Fuimos los primeros en ser descubiertos y los últimos en
emanciparnos. De ahí que ellos se refirieran a nosotros como siempre
fieles. Y en superlativo. ¡Hiperbólicos que somos! Ahora, gracias a la
inversión de capitales iberos, vuelven a aparecer por acá los
comerciantes españoles, mientras los criollos, asistimos a un curioso
proceso que reafirma nuestra condición de "siempre fieles".

(*) Fragmento de "Instrucciones para Sobrevivir en Cuba", manual
escrito por el autor entre 1998 y 2002.

Vuelto a publicar, como siempre desde Regla, hoy, octubre 28 de 2014,
En conmemoración de la llegada a nuestra tierra del Almirante Don
Cristóbal. Desde ese aciago día, comenzamos a "existir" para la
civilizada Europa, España declaró habernos descubierto y proclamó "su
derecho" a colonizarnos.

________________________________________________________________
De la Revolución iniciada en 1868 y aún inconclusa, soy hijo; a ella me
debo.

Jorge C. Oliva Espinosa. Cubano, nieto de mambises, sobreviviente.
http://jorgecolivaespinosa.blogspot.com
jorgecoliva@gmail.com

No hay comentarios:

Publicar un comentario