martes, 6 de agosto de 2013

UN CAPITALISTA ASTUTO

UN CAPITALISTA ASTUTO
Jorge C. Oliva Espinosa

Tuve oportunidad de conocerlo cuando, en mi obligado peregrinar por
toda la isla, a mediados de 1957 llegué al poblado de El Cotorro y
comencé a trabajar en las obras de la Antillana de Acero. Entonces él
era el Presidente y principal accionista de la "Antillian Steel
Cómpany", subsidiaria de un gran consorcio metalúrgico
norteamericano; aquella sociedad anónima agrupaba a los principales
ferreteros del país y llevaba a cabo la inversión en la que sería la
mayor fábrica de cabillas de Cuba. Era un hombre muy hábil, su
comportamiento era peculiar y obtuvo del mismo un magnífico resultado,
como verán en este fragmento de mis memorias.
Conduciendo un flamante "Buick, modelo Sabre" del último año, llegaba
muy temprano cada mañana. Parqueaba su carro dentro de la vieja
fabriquita "Cabillas Cubanas", de la que aparecía como dueño, allí
cambiaba su inmaculado dril cien o su fina guayabera de hilo por una
deteriorada camisita y tripulando un "jeep" desvencijado se dirigía a
inspeccionar las obras, distantes unos dos kilómetros. Al llegar, sus
paradas eran continuas. Se detenía para saludar a cada obrero,
inquiría sobre sus problemas y hasta le daba consejos a algunos; a
todos conocía por su nombre y por sus nombres les trataba, pues tenía
una memoria de archivo, se mostraba afable, cordial y cercano. A este
le preguntaba si la mujer ya había parido, al otro si se había
aliviado del dolor de muelas y a un tercero sobre el estado de salud
de su anciana madre. A todos escuchaba y atendía sonriente cualquier
petición que le hacían. Tenía establecida una especie de "casa de
préstamos" de la cual, sin intereses, podía beneficiarse cualquiera de
"sus trabajadores" que le pidiera un anticipo. Atendía con solicitud
la petición, sacaba entonces de su bolsillo una de sus finas tarjetas
de presentación y escribía en ella una nota a su Jefe de Personal,
ordenando le diera "al amigo fulano" un anticipo sobre sus jornales, a
descontarle en tales y tales términos. Como resultado de esta técnica
y debido a los bajos ingresos de sus beneficiados, una gran cantidad
de trabajadores le debían favores y dinero de sus futuros salarios.
Con esta labor demagógica, con su fachada de buena gente, lograba que
todos se sintieran agradecidos y fueran sus fieles admiradores. Cuando
le era necesario despedir a un trabajador, él jamás aparecía como el
responsable; la función de ejecutor se la dejaba a su Jefe de Personal
y allá iba, suplicante, el despedido a contarle su desamparo al dueño
"amigo". Entonces, aquel empresario bicho, consolaba al desdichado y
le explicaba que él no podía quitarle la fuerza moral a su empleado,
pero que sí podía recomendarlo para que consiguiera otro trabajo; acto
seguido le extendía una de sus tarjeticas, dirigidas a "quien pueda
interesar", donde escribía que el despedido era un magnífico
trabajador. Era todo él una mezcla de Tartufo y Maquiavelo. Cuando
terminaba su recorrido por toda la obra, volvía a donde había dejado
su automóvil y allí cambiaba otra vez de aspecto y personalidad. En la
obra se pagaba semanalmente los viernes. Y ese día, nuestro
capitalista inteligente sabía que sus empleados de oficina, una vez
concluida la jornada, iban a jugarse unas cervezas al "Bar de la
Gallega". Allí se aparecía él, como por casualidad, ya con su atuendo
de persona acaudalada; se arrimaba al otro extremo de la barra y pedía
una cajetilla de cigarros americanos. Al marcharse, dejaba paga una
ronda a los jugadores de cubilete.
Con este proceder ganó adeptos en la masa y cuando fue intervenida su
empresa por el gobierno revolucionario, los trabajadores reaccionaron
contra la intervención. No entendían "cómo podían hacerle eso al
pobrecito, si era tan bueno y además era un cubano." No fue fácil
convencer a la masa confundida, ni sencilla la labor encomendada al
Interventor. Me consta que ambas fueron arduas tareas.
Varias décadas después y tras múltiples ampliaciones, "Antillana de
Acero" era una enorme empresa estatal llamada "José Martí", aunque
todos seguían nombrándola con su primitivo nombre. Me contaban algunos
trabajadores que habían tenido a "un compañero Director" al que
nombraron "El Fantasma", pues nadie pudo jamás verlo de cerca ni
hablar con él. El dirigente llegaba en su automóvil, descendía del
mismo y entraba a su oficina. Cuando salía de la misma, con igual
celeridad, era para abordar el vehículo y marcharse. Entonces recordé
el actuar de aquel empresario capitalista y pensé cuánto bien hubiera
hecho "nuestro" funcionario si se hubiera comportado como un legítimo
representante del poder de los productores y hubiera sido con ellos,
tan cercano como falsamente se mostraba el antiguo dueño.

Desde Regla,
Ayer, "La Sierra Chiquita"; ayer, hoy y siempre, bastión de rebelde cubanía
Agosto 6 de 2013



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De la Revolución iniciada en 1868 y aún inconclusa, soy hijo; a ella me
debo.

Jorge C. Oliva Espinosa. Cubano, nieto de mambises, sobreviviente.
http://jorgecolivaespinosa.blogspot.com
jorgecoliva@gmail.com

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