jueves, 18 de octubre de 2012

LA CULTURA QUE NOS FALTA


LA CULTURA DEL DEBATE
Por Jorge C. Oliva Espinosa

Muy recientemente, un amigo convocaba a debatir cierto tema, para él interesante y sobre el cual albergaba dudas. Él presuponía que sería del interés de muchos y es posible que fuera así. Pero su convite no era la cordial invitación que debía ser. Estaba redactada en términos de una orden perentoria, conminativa y terminaba calificando al silencio de los que no respondieran como cobardía política. Por supuesto que decliné semejante convite y le hice saber al amigo, clara y lealmente, mis objeciones a la forma empleada en su convocatoria.
Intercambiar criterios es un acto voluntario. Nadie puede ser obligado al mismo. Puesto que entonces sería un emplazamiento y no un llamado al libre intercambio. Dialogar, discutir, debatir son ejercicios de civilidad. Deben ser ejercitados con conductas civilizadas, ceñidas a normas que reflejen cultura. Pero, lamentablemente, la cultura del debate se adquiere en su ejercicio. Y como no estamos acostumbrados a  dicha práctica, carecemos de la cultura correspondiente. Estoy seguro que mi citado amigo, está convencido de la necesidad del diálogo y ve en la discusión la mejor forma de contribuir a la solución de muchos problemas. Y lleva razón, pero la manera de hacer su llamado, es ilustrativa de esta carencia.
Hoy voy a prescindir de los antecedentes históricos que nos privaron de esta cultura. Me limitaré a puntualizar las normas elementales que, a mi juicio, todos debíamos observar para hacer civilizado el ejercicio del Diálogo. Y comienzo con una apreciación puramente geométrica: La mesa de diálogo no puede ser redonda. Porque los que a ella se sientan, no ocupan las posiciones de meros puntos de una cerrada y centrada circunferencia. Están situados, más bien, sobre diversas aristas de apreciación. Esa mesa poligonal debe presidirla la urbanidad y el respeto mutuo. Respeto a que son acreedores tanto las personas participantes, como los criterios que emitan. En ese mueble colectivo se tendrá presente que la verdad tiene múltiples aristas y nadie debe proclamarse dueño de una verdad absoluta. Si convenimos en que convencer no es vencer, aprenderemos a escuchar a cada dialogante con la debida atención, despojados de toda arrogancia o desdén de vencedores. Aprender a escuchar es quizás la primera tarea para comenzar luego a debatir. Sucede a veces que, por no escuchar con atención, apreciamos incorrectamente lo que opina otro. Y sin haber entendido bien, salimos a contradecirlo. Una segunda lectura, un análisis de lo oído, puede convencernos de que los criterios expresados no son tan contradictorios con los nuestros. Que pueden tener incluso puntos de contacto. A partir de ellos, pueden hacerse más diáfanas las diferencias. También hay que aprender a expresarnos. Es necesario desterrar de la confrontación de ideas, el insulto, la diatriba, la burla o ridiculización del oponente. Al exponer nuestros puntos de vista, debemos centrar la atención en fortalecer nuestras argumentaciones, en lugar de minar las del oponente o peor aún, poner en entredicho la reputación del mismo. Como buenos tiradores, tener siempre presente que el blanco son las ideas, no las personas. Hay que huir de la aberración del "etiqueteo", ese llenar de calificativos al que no concuerda con nosotros. Si no nos atenemos a estas y otras normas de civilizada convivencia, vamos a convertir, nuestra ansiada y poligonal mesa de diálogo, en una escandalosa y chancletera discusión de solar.

Regla, octubre 18 de 2012

1 comentario:

  1. Gran profe:

    Entre a tu blog y quedé maravillado...

    Un abrazo de oso

    Fernando

    ResponderEliminar