miércoles, 31 de octubre de 2012

FELIX PECHUGA

Por Jorge C. Oliva Espinosa

En la antigua Escuela de Ingeniería Mecánica tuvimos un administrador
estrella. Era capaz de resolver los más variados problemas de
abastecimiento; no importaba que los artículos necesitados estuvieran
desaparecidos del mercado, Félix los conseguía. Usaba para su
eficiente gestión de métodos muy particulares, a veces al margen de la
legalidad. Nos asombraba constantemente con sus éxitos, muchos no
aprobaban la manera en que los obtenía, pero todos reíamos de sus
hazañas abastecedoras. Su actividad le había ganado entre nosotros el
cariñoso sobrenombre de "Félix Pechuga", porque "todo lo resolvía a
puro pecho."
Aquel joven era un torbellino, desbordaba hilaridad y energía. Siempre
le veíamos sonriente, sudoroso, apurado en sus continuos trajines. Sin
ser militar en activo, no se quitaba el uniforme verde olivo, portando
como única arma una agenda ajada por el uso. Así lo veíamos trabajando
en el almacén o salir como un bólido, al timón del único vehículo que
entonces tenía nuestra Escuela: un desvencijado jeep del mismo color
que su vestimenta. Traje completo de militar, incluida gorra y altas
botas, además del artefacto ruinoso que manejaba, completaban la
impresión de estar frente a un miembro de nuestras fuerzas armadas, al
que le habían encomendado labores muy especiales. Esa apariencia, la
explotaba Félix a las mil maravillas, con una imaginación febril.
Tenía madera de actor y la ponía en función de habilitarnos de todo lo
que escaseaba y nos era necesario.
Cuando en las demás Escuelas de la entonces Facultad de Tecnología
faltaban insumos en sus laboratorios, o los profesores no tenían
bolígrafos, en la Escuela de Mecánica nunca carecíamos de ellos. Todo
gracias a la labor incansable de Félix. Parecía un mago o un generoso
dispensador aquel torbellino hecho Administrador. Pero sus artes no
tenían nada de mágico misterio. El lograba abastecernos de lo
impensable a base de fanfarronadas. El bluff era su arma y la usaba
con suma eficacia. Fui testigo de unas cuantas de sus balandronadas.
Cierta vez necesitábamos cristalería para el nuevo laboratorio
químico. Félix tomó el teléfono y marcó un número. Cuando
respondieron, me quedé pasmado con la parrafada que soltó. La guardo
en la memoria: "Mira, te hablan de aquí, de la oficina de Celia…
Planes Especiales… ¿Qué Celia va a ser, compañero? Luego pidió, exigió
más bien: "Ponme ahí con el que más manda"; a los pocos segundos
continuó fanfarrón: "Fíjate, voy a mandar para allá a mi chofer con
una facturita ahí... Va a nombre de una Escuela de la Universidad, no
importa, ya te estoy diciendo para donde de verdad es… Ya tú sabes. Si
tienes cualquier duda, nos tiras para acá. Si, Planes Especiales, de
Celia… Eso sí, ese material tiene que estar hoy aquí. "Y sin dar
tiempo a reaccionar al que le oía del otro lado de la línea, colgó.
Acto seguido, tomó su gorra del clavo donde la colgaba y salió hecho
una exhalación en su jeep. Antes que transcurriera una hora estaba de
regreso. El trasto andante que conducía venía con los muelles vencidos
por el peso. En su interior se apilaban las cajas conteniendo los
erlenmeyes, los beakers, retortas y tubos de ensayo que tanto
necesitábamos. Félix había hecho una de las suyas. En otra ocasión vi
como intimidaba al Director de la fábrica Plínex y le exigía que le
entregara a su chofer (que poco después iba a encarnar él mismo), las
mangueras plásticas que requerían para sus experimentos los compañeros
de la cátedra de Hidráulica. Porque nuestro Administrador estrella no
se limitaba a "conseguir"para nosotros, los mecánicos. También lo
hacía en colaboraciones solidarias con las otras Escuelas de
Ingeniería.
Pero un día, Félix desapareció de la CUJAE. Nadie sabía para dónde se
había trasladado. Pasaron los años, yo me fui para la Escuela de
Industrial y más tarde todas las Escuelas se convirtieron en
Facultades y la CUJAE comenzó a llamarse Instituto Superior
Politécnico. De CUJAE trocó su nombre en ISPJAE, de tan difícil
pronunciación, que hasta Fidel criticó tal denominación. Recuerdo que
terminaba ya otro curso más. El calor era tan agobiante como las
tareas que nos esperaban siempre al finalizar cada período docente y
escaseaba la energía eléctrica y la cerveza. Ambas tan necesarias para
refrescar los ambientes. Al pasar por un bar del Vedado, con
anterioridad refrigerado y entonces con sus puertas abiertas por el
ahorro de electricidad, vi que había "un tiro de cerveza". Ávido del
espumoso líquido, me acerqué al mostrador y entonces lo vi. Enfundado
en vistoso y elegante traje, de cuello y corbata, hecho un dandy,
estaba… ¡Félix! A mi exclamación de alegría y asombro, me replicó en
voz baja, casi cuchicheando: "Shsss, socio, no seas tan efusivo, baja
la voz…. Ahora estoy en el servicio exterior y no me conviene que me
anuncies aquí, tomando cerveza…" Tomé la mía, divertido y al
despedirnos fraternalmente, me fui pensando que aquel personaje seguía
siendo el mismo que conocí y que usaba ahora conmigo una fanfarronada
más de las que era adicto. ¡Este Félix no cambia! ¡Vaya Usted a saber
en que trabaja para ir en facha de funcionario!, me dije.
Pasaron no sé si unos meses o algo más que un año y vi su foto en los
periódicos. Aparecía de bruces sobre el timón, la cara ensangrentada
pero todavía reconocible. En New York había sido asesinado al
Diplomático cubano Félix García, víctima de los mafiosos terroristas
que ampara el Imperio. Solo entonces, presa del desgarrante dolor que
produce perder a un compañero, comprendí que el inolvidable "Félix
Pechuga" no me había mentido.

Regla, octubre 30 de 2012


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De la Revolución iniciada en 1868 y aún inconclusa, soy hijo; a ella me
debo.

Jorge C. Oliva Espinosa. Cubano, nieto de mambises, sobreviviente.
http://jorgecolivaespinosa.blogspot.com
jorgecoliva@gmail.com

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