viernes, 26 de octubre de 2012

CONSTITUCIONES, RECUENTO HISTORICO

Por Jorge C. Oliva Espinosa

Cuando en 1965 comencé a trabajar en la Universidad de la Habana, en
mi doble condición de Técnico Auxiliar Docente de la Escuela de
Ingeniería Mecánica y Secretario de la Escuela de Ingeniería Civil,
ambas pertenecientes a la entonces Facultad de Tecnología, era
Secretario de la Universidad, "Julito", un joven y dinámico abogado,
muy querido por todos los que desempeñábamos similares funciones a
nivel de Facultad y de Escuela. Su carácter jovial, su ético sentido
del compañerismo y su disposición permanente para asesorarnos y
orientarnos en nuestro trabajo, le habían ganado la estima general.
Años después, como estudiante de la Licenciatura, tuve como profesor
de Historia y Teoría del Estado y el Derecho, al prestigioso Profesor
Julio Fernández Bulté, aquel "Julito" que, tiempo atrás, tanto nos
había ayudado a cumplir con éxito las múltiples tareas de Secretario,
desde levantar el acta de un Claustro, hasta la confección y cuidado
de los expedientes académicos. La materia que él impartía estaba
repartida en cuatro asignaturas: Dos de Historia y Teoría generales y
dos de Historia y Teoría del Derecho en Cuba. Recuerdo que el libro o
los libros de textos correspondientes eran tan voluminosos que, con
humor estudiantil, recibieron el mote de "ladrillos". Sin embargo, no
tenían nada de pesados, convidaban a estudiar, eran de lectura amena,
como amenas eran las clases que impartía su autor.
Aquellas materias, particularmente las referidas a lo
particular-nacional, eran un balcón panorámico a las Ciencias
Jurídicas, capaz de enamorar a cualquiera; además, llevaban un mensaje
pleno de patriotismo, al penetrar los entresijos legales que acunaron
nuestra identidad nacional. Allí tuve un primer acercamiento a las
Constituciones que nos dieron los mambises, desde Guáimaro hasta La
Yaya y a las posteriores dictadas bajo el injerencismo, así como las
de la época republicana, cuya cima fue la Constitución de 1940. Las
Constituciones socialistas no se estudiaban, porque aún no se habían
promulgado.
En los cursos siguientes, nos esperaban asignaturas más específicas,
en especial "Derecho Constitucional" que nos obligaría a estudiar, con
sentido crítico, el contenido y esencia de muchas constituciones.
Entrábamos los estudiantes, a través de esta materia, en la entraña de
las distintas Cartas Magnas, donde quedaban al desnudo los méritos y
deficiencias de cada una de ellas. En todas se reservaban acápites
referidos al Estado y su Soberanía y a los derechos y deberes de los
ciudadanos.
A lo largo de su historia, Cuba tuvo numerosas Constituciones y otros
instrumentos similares que normaron su acontecer en un momento dado y
la dotaron de un marco jurídico. La profusión de las mismas a lo largo
del extenso camino, nos obligan al recuento sucinto. Pero antes de
pasar a la sintética enumeración, no debemos olvidar que fue Félix
Varela, al inaugurar su Cátedra de Derecho Constitucional, el
precursor absoluto de estos estudios.
La preocupación por la legalidad fue a la manigua redentora,
acompañando a nuestros padres fundadores. El 10 de abril de 1869 la
asamblea constituyente de la República en armas, proclamó nuestra
primera Constitución, conocida como la Constitución de Guáimaro.
Habían transcurrido apenas seis meses de la clarinada cespedista del
diez de octubre. En esta primera constitución, quedó plasmado el
excesivo celo por conservar libertades que aún no se habían obtenido y
se supeditaban todos los poderes a la Cámara de Representantes. Esta
podía intervenir en las cuestiones puramente militares y mantenía al
Presidente, prácticamente, preso de sus dictámenes. Fue la que vistió
de legalidad la deposición de Céspedes, la que introdujo la
desobediencia, el caos y la indisciplina generalizada que condujo al
Pacto del Zanjón.
Con sus únicos seis artículos salvó nuestra dignidad, la vertical y
lacónica Constitución de Baraguá, proclamada el 15 de marzo de 1878
bajo aquellos mangos de la protesta.
Cuando en 1895 se desata "La Guerra Necesaria" continuadora de nuestra
lucha independentista, los cubanos nos damos la Constitución de
Jimaguayú. Nace la misma, limitando su vigencia a dos años, "si antes
no se alcanza la independencia". Así preveían de corta la lucha los
insurrectos legisladores. Sin embargo, la guerra se prolonga y en
1897, acorde a este dictado, se proclama La Constitución de la Yaya.
Pero la contienda tiene un final no previsto por los mambises: la
intromisión en la misma del poderoso vecino, disfrazada de
intervención humanitaria y que termina con la ocupación militar del
país. Ante la presencia no solicitada, los órganos de gobierno
establecidos por la última Constitución de la República en Armas, se
disuelven y en 1898 se constituye la Asamblea de Santa Cruz del Sur
que intenta representarnos como nación. Nación que ha luchado por
treinta años por convertirse en Estado libre, independiente y
soberano.
El triste epílogo de tanto sacrificio, de tanta sangre derramada, está
pronto para cerrar nuestro drama. El 21 de diciembre de 1898, Tomás
Estrada Palma, ex patriota, naturalizado como ciudadano
norteamericano, falso revolucionario, taimado anexionista y plattista,
trapisondista que sobornó con bonos de la futura República a los
legisladores norteños para que aprobaran la Resolución Conjunta, y que
empeñó así la nación antes de su nacimiento, ese mismo individuo,
traicionando a Martí, disolvió el Partido fundado por éste. No sería
su último acto deleznable. Ocho años después, en 1906, volvería a
solicitar a su admirada nación del norte, que interviniera y ocupara a
su país de origen.
El Ejército Libertador es desarmado y licenciado, y el enfrentamiento
entre Máximo Gómez y la Asamblea de Representantes, trasladada ya al
Cerro, que toma la infortunada decisión de deponerlo de su cargo de
General en Jefe, termina por decretar la disolución del último órgano
representativo que nos quedaba. Desarmados los libertadores, disuelto
el Partido y ausente de representación civil, Cuba caía inerme bajo la
bota militar del Gobierno Interventor. Un general norteamericano
ordena y manda como en casa propia y gobierna el país mediante
"Ordenes Militares". En 1900, el General Leonard Wood convoca a una
Asamblea Constituyente que redactará la Constitución que tendremos en
1902, cuando el 20 de mayo icemos nuestra bandera y creamos que, al
fin, somos una República. Hay que remarcar que esa, nuestra primera
constitución republicana, fue redactada bajo la presión soez del
Interventor y que la misma, aprobada con resistencia y reticencia, el
21 de febrero de 1901, exhibía como apéndice infamante, el rabo de la
Enmienda Platt y venía acompañada por los inconstitucionales tratados
de reciprocidad, impuestos por el nuevo colonizador. Mediante ellos,
400 artículos norteamericanos recibían preferencias arancelarias, a
cambio de recibirlas unos cuantos artículos cubanos. ¡Vaya
reciprocidad!...
Aquella Constitución de 1901, entrada en vigencia en el dos y que el
ladino Tomás quiso modificar para reelegirse, sufrió modificaciones en
1927 y en 1933 para atemperarse a los momentos que vivía la nación. Ya
en 1928 se había promulgado una nueva constitución y en 1934 una Ley
Constitucional. La Revolución pospuesta, había dado su vagido natal en
el 33 y Guiteras estuvo, sin duda, como el gran ausente presente, en
la Constituyente de 1940, la que nos dotó de una Constitución. Fue la
Carta Magna que un Prío desvergonzado calificó de "virgen y mártir,
porque nunca se había puesto en práctica y todos la violaban". La
misma que estuvo en vigencia hasta la madrugada siniestra del 10 de
marzo de 1952. La que convirtió el amanecer del día once en una noche
sangrienta que duró siete años aciagos. Ese día, Batista la sustituyó
por unos espurios "Estatutos Constitucionales". Para que vean el
carácter "constitucional" de semejante engendro, baste señalarles que
mediante los mismos el Dictador nombraba un Consejo Consultivo que
después, como primer mandato, tenía el de nombrarlo a él como
Presidente. Yo te nombro y tú me nombras. He ahí el problema…
En el rebelde bastión serrano, tuvimos cierto ordenamiento jurídico,
lo dieron las órdenes de creación de órganos de representatividad y
las reglamentaciones que se establecieron en los territorios
liberados, sobre todo en el Segundo Frente Oriental Frank País. Y
cuando al fin amaneció aquel día inicial de enero del 59, y nos
iluminó el sol esperanzador de la libertad conquistada y no regalada,
estrenamos un Ministro de Leyes Revolucionarias, Osvaldo Dorticós, el
mismo que después elevamos a Presidente.
No era fácil institucionalizar un país, aún no se ha logrado del todo.
Y no fue hasta 1976, en que el 24 de febrero fue proclamada, luego de
aprobarla en referendo, NUESTRA CONSTITUCION. Una Constitución
Socialista. Fue necesario modificarla el 12 de julio de 1992 ante el
fallecimiento por consunción de nuestros aliados y la reformamos el 26
de junio de 2002, para quedarnos con el texto actual que hoy nos rige.
¿Es perfecta? ¿Estamos conformes con ella?...
Con claridad meridiana y crudeza revolucionaria, señalemos sus
deficiencias: Además del laconismo con que trata los derechos de los
ciudadanos, en ninguna de las Constituciones estudiadas hay una
degradación mayor del concepto de soberanía. Sus artículos 3 y 5 se
contradicen por incongruencia. El tres establece que en el pueblo
reside la soberanía, que la ejerce mediante el Estado, como su
representante; pero en el 5 esta soberanía queda supeditada a un
Partido que está por encima del Estado y de la sociedad que el Estado
representa. Absurdo mayor no se puede encontrar en ninguna
legislación. Esa aberración jurídica debemos eliminarla.
Perdónenme mis lectores los errores técnicos cometidos en esta
exposición. Es que nunca terminé mis estudios de Derecho. Los abandoné
por la necesidad de hacerme Ingeniero.

Regla, octubre 25 de 2012

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