martes, 9 de septiembre de 2014

UN TRASLADO DE ARMAS

--UN TRASLADO DE ARMAS
Por Jorge C. Oliva Espinosa

1953
En la novela (1) conté este episodio de forma muy simplificada, al
narrarlo fui en extremo escueto. En realidad el mismo estuvo rodeado
de detalles que omití por estimarlos inverosímiles y demasiado
novelescos. Entonces no sabía que la vida es la más fantástica de las
novelas. El suceso ocurrió verdaderamente así:
Juan y yo hemos hecho una travesura: les birlamos unas armas a quienes
no iban a utilizarlas (2), pero ahora no sabemos qué hacer con nuestro
botín. Estamos sentados sobre un muro del Prado, los pies colgantes,
de cara a una de sus calles laterales. Por la misma discurre el
tráfico, mientras nos devanamos los sesos en busca de una solución a
nuestro problema. Tenemos que sacar los "hierros" que tenemos en casa
de Juan y debemos hacerlo inmediatamente. Herminia descubrió nuestro
"arsenal" y la escandalera que formó ha enterado a todo el vecindario.
Además, el padre de mi amigo, le exigió tajantemente que las
"desapareciera" de allí, sin importarle los riesgos que ello
implicaba. Esto ha herido mucho a Juan, que comprueba que sus viejos
están aterrorizados y que no les interesa otra cosa que su
tranquilidad. Podemos llevarlas para la Clínica del Estudiante del
Hospital Universitario Calixto García, allí estarán seguras. Pero el
asunto es cómo trasladarlas hasta allá. Las trajimos gracias al auto
de Oscar, que ahora está roto y no contamos con otro transporte; en
guagua o a pie no podemos llevarlas...
De pronto, Juan grita un nombre para mí desconocido y un auto se
detiene junto a la acera. Mi amigo corre hacia el vehículo y yo le
sigo para atrapar el siguiente diálogo:
-¿Para dónde vas, mi socio?...
- Para el Vedado, Juanito. ¿Por qué?...
- ¡Coño! Es que me hace falta llevar una ropa sucia ahí, para El
Calixto a ver si allá me la lavan. ¿Podrías hacerme ese favor?...
-¡Cómo no, viejo! ¿Dónde está esa ropa?
- La tengo ahí, en casa. Parquéate en la próxima bocacalle. Ahí mismo,
al doblar vivo yo.
Y dirigiéndose a mí, que estoy estupefacto, Juan dice:
-¡Vamos, Flaco!
Casi corriendo, nos dirigimos al hogar de mi inseparable compañero,
mientras el desconocido, obediente a su petición, va a estacionarse en
el lugar indicado. Yo por el camino, alarmado, no me canso de poner
objeciones. La sorpresiva solución encontrada no me parece confiable,
pero me apresto a seguirle. En un dos por tres, envolvimos con papel
de periódicos nuestro armamento y amarramos los bultos con un viejo
alambre eléctrico. Las pistolas fueron a dar a nuestras cinturas,
ocultadas por las faldas de las camisas sacadas por fuera del
pantalón, como no es moda usarlas. Estamos agitados por la premura y
así bajamos y salimos en busca del vehículo providencial que nos
aguarda al doblar de nuestra calle. Apenas doblamos la esquina, lo que
veo me deja petrificado de horror. El hombre ha estacionado después de
una guarapera existente a medianía de cuadra y exactamente tras él hay
un auto patrullero de la policía, cuyos tripulantes beben guarapo en
la estrecha acera, frente a la puerta del establecimiento. Por ahí
tenemos que pasar y no sé si las piernas me resistirán. Pero Juan no
se inmuta. Continúa como si nada su camino; pasa por delante de los
uniformados esbirros, y aún le oigo decirles educadamente:
- Con permiso...
Su temerario ejemplo me infunde valor y llego al vehículo, Juan abre
la puerta trasera y tira sobre el asiento su paquete que al caer hace
un ruido metálico, delator de su contenido. Yo entro con mi bulto,
mientras él ocupa el asiento al lado del chofer pasmado, que comprueba
que aquello no es precisamente ropa sucia. Todavía mi amigo tiene
ánimos de sonreírle cuando, sin dejarlo reaccionar, le ordena:
- Anda, arranca, ya podemos irnos...
El auto se pone en marcha y yo, temblando, quisiera empequeñecer hasta
desaparecer engullido por el asiento trasero.

Desde Regla, como siempre, septiembre 10 de 2014
(1) "El Tiempo que nos tocó vivir", Editorial Plaza & Janés, Barcelona 1998.
(2) Pertenecían a la Triple A y eran una parte insignificante del
alijo que nos habían puesto a custodiar.

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De la Revolución iniciada en 1868 y aún inconclusa, soy hijo; a ella me
debo.

Jorge C. Oliva Espinosa. Cubano, nieto de mambises, sobreviviente.
http://jorgecolivaespinosa.blogspot.com
jorgecoliva@gmail.com

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