lunes, 8 de septiembre de 2014

-AQUEL 9 DE ABRIL

--AQUEL 9 DE ABRIL
Por Jorge C. Oliva Espinosa

Hoy retomo los relatos de episodios vividos y que recogí en "EL TIEMPO
QUE NOS TOCÓ VIVIR", mi primera novela testimonial. Lo hago
recordando una fecha que considero aciaga, pues además de signada por
el fracaso, tuvo el altísimo costo de dejar casi descabezado nuestro
movimiento en poblados y ciudades.
Son como las once de la mañana y las sirenas de todas las fábricas del
Cotorro anuncian que ha comenzado la huelga general revolucionaria.
Acorde a los planes, previamente trazados, y sin contar con el
armamento que esperábamos, un grupo de nosotros parte a situarse a la
altura del Reparto Paraíso, en la entrada del pueblo. Es la posición
más comprometida y Guido, nuestro jefe, la asume. Van con él, Manuel
Blanco, Pulmón y Pillería, al que Guido quiere tener siempre cerca.
Manolo, Guillermo y yo, después de sacar a los timoratos y rezagados
de la obra de Antillana, partimos hacia las Cuatro Esquinas. En el
trayecto nos encontramos con El Ráfaga que viene a buscarnos. Ya la
FACUTE y la Cervecería están paradas, nos informa. Manolo parte hacia
la Clínica Modelo donde se ha instalado el puesto médico y nosotros
tres, debemos interrumpir el tráfico frente a la iglesia, a unos cien
metros del cuartel. Guillermo y yo vamos completamente desarmados,
sólo El Ráfaga tiene un 38. Dice algo de esperar un camión de armas,
que vendrá de la Habana y que, en medio del aturdimiento general, no
le entendemos.
El trayecto desde la obra hasta la Central, es un hervidero de
jornaleros que corren hacia sus casas, después de abandonar el
trabajo. Los más decididos y comprometidos gritan consignas, pero la
mayoría huye, como despavorida, al contemplar por primera vez a los
miembros del 26 en plena calle. A todos nos identifican, más que los
brazaletes rojinegros, ahora expuestos en nuestros brazos y las pocas
armas que algunos empuñan, nuestra actitud y proceder, temerariamente,
resueltos. ¡Estamos actuando al descubierto! Se escuchan algunos
disparos no muy cercanos. Marchamos a contracorriente dentro de un
verdadero río humano. Cuando al fin, alcanzamos los portales de "La
Reguladora", la balacera arrecia y su origen se hace evidente. Es a la
entrada, por El Paraíso o El Vedado del Cotorro. Guillermo para un
auto, saca al estupefacto chofer del asiento, atraviesa el carro en la
calle y se guarda las llaves, que aquel no se atreve ni a reclamar.
Por un momento, me hace gracia la expresión de perplejidad con que el
tipo lo mira.
_ ¡Piérdete, hermano, piérdete!
Le recomienda paternalmente el cachazudo Guillermo, a quien la
operación apenas le ha tomado segundos. El aludido no se hace de
rogar. El Ráfaga empuña su arma y sin dejar de mirar para el cuartel,
se baja de la acera y avanza hacia la calle. Se oyen también tiros en
dirección contraria, hacia el Reparto Lotería. Un camión pipa, que
viene de allá, evitando el automóvil atravesado, por poco lo arrolla.
El asustado chofer, apenas consigue detenerse frente al Ráfaga, que le
apunta, sorprendido, a la cabina. Ya son dos vehículos, los que
taponean este tramo de la Central, en el mismísimo centro del
Cotorro. ¡Y si esa pipa fuera de gasolina y no de agua!...
Le digo a Guillermo de la conveniencia de que vaya él a buscar algunos
cocteles, de los que tenemos en su cuarto. Con ellos, por lo menos,
podríamos hacer algo. Incendiar nuestra improvisada barricada, no sé.
Y aquí, estamos inermes. Pero mi amigo se niega:
_Que va, Flaco. A ti yo no te dejo solo en esta esquina ni a matao. Si
quieres ve tú a buscarlos.
No puedo menos que reciprocarlo, negándome yo también a ir. De esta
forma, quedamos los tres con una sola arma, bajo una tensión terrible
y un tiempo que parece que no pasa.
¡Esto así no funciona! Ahorita aparecerán los guardias y obligarán a
abrir los cerrados establecimientos. Y nosotros, que se suponía
diéramos apoyo armado a la huelga, estamos aquí, completamente
indefensos. Esperando un camión de armas que dice El Ráfaga que
viene. Nuestra tensión aumenta. De pronto divisamos a Manolo, que
viene por medio de la calle, pistola en mano y nos grita algo que no
entendemos y que tiene que repetirnos cuando llega a nuestro lado,
desfallecido y jadeante:
_ ¡A perderse todos! ¡Esto se jodió! A la Clínica acaban de llevar a
Efraín herido de gravedad... Se le fue un tiro, a la salida de su
casa. A Guido y los otros, los agarraron y los han metido al cuartel,
todos golpeados. Los que los vieron fueron allá a contármelo... Al
pobre Efraín ahora lo están operando, sin muchas esperanzas de
salvarlo. ¡Tenemos que salir echando de aquí, rápido!...
Apenas dos horas después, el ingeniero nos saca en su jeep, por el
callejón de Charco Jito, rumbo a la calle 100 en construcción, para
dejarnos bien lejos, donde le indiquemos. Ahora, somos la Comisión de
Estudios, que se aleja indiferente del Cotorro convulso, al parecer
ajenos y serenos, como si en realidad, igual que nuestro salvador, no
tuviéramos nada que ver con lo que allá pasa.

Desde Regla, como siempre, septiembre 9 de 2014

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De la Revolución iniciada en 1868 y aún inconclusa, soy hijo; a ella me
debo.

Jorge C. Oliva Espinosa. Cubano, nieto de mambises, sobreviviente.
http://jorgecolivaespinosa.blogspot.com
jorgecoliva@gmail.com

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