jueves, 11 de septiembre de 2014

Fwd: GIRÓN Y UNA OPERACIÓN PREVENTIVA

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From: Jorge C Oliva Espinosa <jorgecoliva@gmail.com>
Date: Wed, 10 Sep 2014 19:06:40 -0500
Subject: GIRÓN Y UNA OPERACIÓN PREVENTIVA
To:

--GIRÓN Y UNA OPERACIÓN PREVENTIVA
Por Jorge C. Oliva Espinosa

Casi concluía la primera quincena de abril, mes de primavera, propicio
para el amor, pero para nosotros cargado de tensión. Teníamos la
certidumbre de que la invasión esperada se produciría cualquier día.
Dormíamos sobre las armas, esperando de un momento a otro el brutal
zarpazo. Barcos de guerra norteamericanos merodeaban nuestras aguas, y
la prensa internacional reportaba la existencia de campos de
entrenamiento en Guatemala, donde miles de hombres se preparaban para
"venir a liberarnos". La certeza fue completa cuando el día 15 fueron
bombardeados nuestros aeropuertos. Era la preparación, el
"ablandamiento" previo, el preludio del ataque. En el entierro de las
víctimas, al día siguiente, Fidel hizo pública la ideología que nos
animaba y dispuso que todas las unidades se pusieran en pie de guerra
para esperar el inminente ataque.
Yo me disponía a volver a mi batallón, pero me fueron a buscar mis
compañeros del Municipio. Venían con un oficial del Ejército a quien
no conocía y me traían una nueva misión que debía realizar con éste.
Una vez en las oficinas del Comisionado Municipal, el oficial se me
presentó como miembro del G2 y me impuso de la operación que debíamos
llevar a cabo con la cooperación de los Comités de Vigilancia de las
cuadras, de forma ¡¡INMEDIATA!! Se trataba de garantizar la
retaguardia. Mientras nuestras tropas combatían al enemigo, debíamos
evitar la acción de una quinta columna detrás de nuestras líneas. Para
ello era preciso "neutralizar" a todos los elementos "potencialmente
peligrosos". Es decir, a aquellos ciudadanos que estimáramos capaces
de brindarle apoyo al enemigo. Él traía una lista de connotados
desafectos y contrarrevolucionarios confesos, residentes en nuestra
localidad. Nosotros, en coordinación con los Comités de Vigilancia,
debíamos completar esas listas y proceder al arresto preventivo de
estos elementos. ¡Menuda tareíta! Comenzamos a visitar los Comités y
en cada uno, nuestros listados se incrementaban. Mi conocimiento de la
población me hizo notar de inmediato un detalle curioso: en aquellas
listas nunca faltaba el marido de la mejor hembra de la cuadra,
tampoco el bodeguero de la esquina, aunque fuera miliciano. A este
último siempre lo incluía. -¡Oh casualidad!- el cliente que más le
debía y al primero, o bien el querido de la mujer o el aspirante a
serlo... Así que, aplicando la justicia salomónica, yo por mi cuenta
incluí siempre en el listado a los denunciantes de estos casos. Cuando
llegó la hora de "la recogida" nos agenciamos algunos camiones y
recorrimos el pueblo montando en ellos a los elegidos que eran
conducidos, sin maltrato alguno, a los puntos de concentración
preestablecidos, como El Quinto Distrito, El Estadio del Cerro, La
Cabaña o la Ciudad Deportiva. Pronto estos lugares se abarrotaron de
detenidos y hubo que organizar además de su vigilancia, el cuidado a
sus elementales necesidades, alimentación, higiene, servicios
médicos, etc. En el transcurso de esta operación, se dieron casos que
hoy mueven a risa y asombro. Reseñaré tan sólo dos de ellos, de los
muchos que presenciamos.
Habíamos instalado nuestro puesto de mando en la antigua estación de
policía de Santa María del Rosario. De allí entrábamos y salíamos en
vertiginosas carreras en busca de nuevos detenidos o de algún
transporte para conducirlos. Estando allí, vimos con sorpresa a una
columna de hombres que, marcando el paso, se acercaban por el borde de
la carretera a nuestro cuartel. La fila se perdía a lo largo del
trayecto visible y parecía una unidad militar, aunque desarmada, que
concurría a reforzar algún punto de nuestras defensas. Cuando se
fueron acercando, pudimos oír las voces de mando "uno, dos, uno", que
daba nuestro inefable compañero "Ráfaga". Pero no. No eran
milicianos. Eran detenidos que él solito conducía en número que
sobrepasaba la centena. Aquel "Ráfaga" inolvidable, que la madrugada
de enero había tomado él solo la estación de policía donde ahora nos
hallábamos, más de dos años después protagonizaba otro insólito hecho.
En esta oportunidad y llevado por su iniciativa inigualable, se había
personado, ametralladora en mano, en la entrada de Antillana de Acero,
a la hora de un cambio de turno y había "seleccionado" tanto del
personal que salía como del que entraba, a aquellos que componían su
lista personal. Eran los detenidos que nos traía como un presente
griego. Nosotros no teníamos en ese momento en qué trasladar a
semejante tropa, ni siquiera dónde albergarla provisionalmente. Nos
fue necesario requisar algunos camiones, incluso los que transitaban
en aquellos momentos por la carretera Central.
El otro caso me ocurrió a mí. Conducíamos en un viaje a los más
revoltosos y recalcitrantes elementos. De muchos de ellos se
sospechaba que pertenecían a grupos contrarrevolucionarios,
organizados para la acción. Los llevábamos al Quinto Distrito, donde
serían interrogados. Dando muestras de rebeldía y creyendo cerca su
victoria, iban gritando sobre la cama del camión "¡Abajo el Comunismo,
abajo Fidel!". Nosotros no podíamos obligarlos a callar y nos era
indiferente lo que pudieran gritar desde su impotente condición de
"neutralizados." Al llegar a un semáforo, la luz roja nos detuvo
momentáneamente y cuando se produjo el cambio y ya nos disponíamos a
proseguir, un ciudadano corrió tras nuestro vehículo, pidiendo
desesperadamente que lo montáramos. El miliciano que vigilaba a los
detenidos y que viajaba con ellos en la cama del camión, nos golpeó
la cabina para que detuviéramos la marcha. Así lo hicimos y nuestro
compañero ayudó a subir al entusiasta espontáneo que, confundido por
los gritos, sólo se enteró de su condición de prisionero cuando,
dispuesto a sumarse a la "rebelión", preguntó: "¿Hacia dónde vamos?"
De esta gran operación preventiva, de la cual nunca se habla, se ha
escrito muy poco y publicado menos. En su puesta en práctica se
cometieron muchos errores y se detuvo a muchos inofensivos ciudadanos;
algunos, guardaron resentimientos por la injusticia de que habían sido
objeto y se convirtieron en verdaderos enemigos. Fue un costo
lamentable, pero la premura que demandaba la operación lo hizo
inevitable. No obstante, se logró mantener nuestra retaguardia limpia
de acciones enemigas, nuestras fuerzas pudieron dedicarse sin otras
preocupaciones, a la liquidación de los invasores y estos no contaron
con ayuda interna alguna. Una vez derrotada la fuerza mercenaria, los
detenidos fueron puestos en libertad; ninguno recibió maltrato físico,
ni tratamiento vejaminoso.

Desde Regla, como siempre, septiembre 11 de 2014




________________________________________________________________
De la Revolución iniciada en 1868 y aún inconclusa, soy hijo; a ella me
debo.

Jorge C. Oliva Espinosa. Cubano, nieto de mambises, sobreviviente.
http://jorgecolivaespinosa.blogspot.com
jorgecoliva@gmail.com



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De la Revolución iniciada en 1868 y aún inconclusa, soy hijo; a ella me
debo.

Jorge C. Oliva Espinosa. Cubano, nieto de mambises, sobreviviente.
http://jorgecolivaespinosa.blogspot.com
jorgecoliva@gmail.com

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