domingo, 10 de agosto de 2014

UN CAPITALISTA ASTUTO

--UN CAPITALISTA ASTUTO
Jorge C. Oliva Espinosa

Tuve oportunidad de conocerlo cuando, en mi obligado peregrinar por
toda la isla, a mediados de 1957 llegué al poblado de El Cotorro y
comencé a trabajar como listero en las obras de la Antillana de Acero.
Entonces él era el Presidente y principal accionista de la "Antillian
Steel Cómpany", subsidiaria de un gran consorcio metalúrgico
norteamericano; aquella sociedad anónima agrupaba a los principales
ferreteros del país y llevaba a cabo la inversión en lo que sería la
mayor fábrica de cabillas de Cuba. Era un hombre muy hábil, su
comportamiento era peculiar y obtuvo del mismo un magnífico resultado,
como verán en este fragmento de mis memorias.
Conduciendo un flamante "Buick, modelo Sabre" del último año, llegaba
muy temprano cada mañana. Parqueaba su carro dentro de la vieja
fabriquita "Cabillas Cubanas", de la que aparecía como dueño, allí
cambiaba su inmaculado dril cien o su fina guayabera de hilo por una
deteriorada camisita de sport y tripulando un "jeep" desvencijado se
dirigía a inspeccionar las obras, distantes unos dos kilómetros. Al
llegar, sus paradas eran continuas. Se detenía para saludar a cada
obrero, inquiría sobre sus problemas y hasta le daba consejos a
algunos; a todos conocía por su nombre y por sus nombres les trataba,
pues tenía una memoria de archivo, se mostraba afable, cordial y
cercano. A este le preguntaba si la mujer ya había parido, al otro si
se había aliviado del dolor de muelas y a un tercero sobre el estado
de salud de su anciana madre. A todos escuchaba y atendía sonriente
cualquier petición que le hacían. Tenía establecida una especie de
"casa de préstamos" de la cual, sin intereses, podía beneficiarse
cualquiera de "sus trabajadores" que le pidiera un anticipo. Atendía
con solicitud la petición, sacaba entonces de su bolsillo una de sus
finas tarjetas de presentación y escribía en ella una nota a su Jefe
de Personal, ordenando le diera "al amigo fulano" un anticipo sobre
sus jornales, a descontarle en tales y tales términos. Como resultado
de esta técnica y debido a los muchos problemas de sus beneficiados,
gran cantidad de trabajadores le debía favores y dinero de sus futuros
salarios. Con esta labor demagógica, con su fachada de buena gente,
lograba que todos se sintieran agradecidos y fueran sus fieles
admiradores. Cuando le era necesario despedir a un trabajador, él
jamás aparecía como el responsable; la función de ejecutor se la
dejaba a su Jefe de Personal y allá iba, suplicante, el despedido a
contarle su desamparo al dueño "amigo". Entonces, aquel empresario
bicho, consolaba al desdichado y le explicaba que él no podía quitarle
la fuerza moral a su empleado, pero que sí podía recomendarlo para que
consiguiera otro trabajo; acto seguido le extendía una de sus
tarjeticas, dirigidas a "quien pueda interesar", donde escribía que el
despedido era un magnífico trabajador. Era todo él una mezcla de
Tartufo y Maquiavelo. Cuando terminaba su recorrido por toda la obra,
volvía a donde había dejado su automóvil y allí cambiaba otra vez de
aspecto y personalidad. En la obra se pagaba semanalmente los viernes.
Y ese día, nuestro capitalista inteligente sabía que sus empleados de
oficina, una vez concluida la jornada, iban a jugarse unas cervezas al
"Bar de la Gallega", situado en la carretera Central rumbo a La
Habana. Allí se aparecía él, como por casualidad, ya con su atuendo de
persona acaudalada; se arrimaba al otro extremo de la barra y pedía
una cajetilla de cigarros americanos. Al marcharse, dejaba paga una
ronda a los jugadores de cubilete.
Con este proceder ganó adeptos en la masa y cuando fue intervenida su
empresa por el gobierno revolucionario, los trabajadores reaccionaron
contra la intervención. No entendían "cómo podían hacerle eso al
pobrecito, si era tan bueno y además era un cubano." No fue fácil
convencer a la masa confundida, ni sencilla la labor encomendada al
Interventor. Me consta que ambas fueron arduas tareas.
Varias décadas después y tras múltiples ampliaciones, "Antillana de
Acero" era una enorme empresa estatal llamada "José Martí", aunque
todos seguían nombrándola con su primitivo nombre. Me contaban algunos
trabajadores que habían tenido a "un compañero Director" al que
apodaron "El Fantasma" (1), pues ninguno de ellos pudo jamás verlo de
cerca ni hablar con él. El dirigente llegaba en su automóvil,
descendía del mismo y entraba a su oficina. Cuando salía de la misma,
con igual celeridad, era para abordar el vehículo y marcharse.
Entonces recordé el actuar de aquel empresario capitalista y pensé
cuánto bien hubiera hecho "nuestro" funcionario si se hubiera
comportado como un legítimo representante del poder de los
trabajadores y hubiera sido con ellos, tan cercano como falsamente se
mostraba el antiguo dueño, sin dudas, UN CAPITALISTA ASTUTO.
1) Posteriormente, me informaron que el apodado "Fantasma" no era otro
que Roberto Veiga, quien antes fuera Secretario General de la CTC.
Esto último no he podido confirmarlo con otras fuentes.

Desde Regla,
Ayer, "La Sierra Chiquita"; ayer, hoy y siempre, bastión de rebelde cubanía.
Agosto 11 de 2014

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De la Revolución iniciada en 1868 y aún inconclusa, soy hijo; a ella me
debo.

Jorge C. Oliva Espinosa. Cubano, nieto de mambises, sobreviviente.
http://jorgecolivaespinosa.blogspot.com
jorgecoliva@gmail.com

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