domingo, 24 de agosto de 2014

LA INEXPERIENCIA

-- LA INEXPERIENCIA*
Por Jorge C. Oliva Espinosa

La lucha clandestina fue una maestra severa que enseñaba a golpes y
que nos cobraba el equivocarnos con extrema crueldad. A muchos alumnos
el aprendizaje les costó la vida. Mi inexperiencia y poca cordura, mi
desespero por "hacer algo", me hicieron cometer errores con
frecuencia; todos mis desaciertos tuvieron su costo y algunos pudieron
haber acabado con mi actividad insurreccional y con la biológica, por
supuesto; si no lo hicieron, debo achacarlo a "la pura suerte", esa
que protege, según dicen, a la inocencia.
Una de mis pifias más graves y que pudo traerme las peores
consecuencias, la consumé recién llegado a Santa Clara. Yo no estaba
dispuesto a convertir La Villa de Martha Abreu en un refugio
tranquilo, alejado de mis compañeros y desvinculado de la lucha contra
el tirano. Tan pronto arribé allí, comencé a buscar contactos. El
puesto de listero, en la obra más importante que se llevaba a cabo en
aquella ciudad, me daba la oportunidad de tratar a muchos trabajadores
y entre ellos, pensaba encontrar quien me vinculara con los grupos que
se mantenían en acción. Así, comencé una labor de "exploración" que
creí cautelosa. La misma se basaba en un método sumamente ingenuo: A
cada uno le preguntaba sus opiniones sobre "la situación" e inquiría
acerca del parecer de sus conocidos. Algunos se mostraban esquivos o
daban criterios que yo interpretaba en sentido contrario; eran, a mi
juicio, los batistianos y los indiferentes. Si me decían que fulano
era "buena gente" ya colegía su adhesión al tirano; si por el
contrario, informaban que zutano era "un loco y un mala cabeza", me
estaban señalando a un posible revolucionario. Muy pocos se decidían a
hablarme con franqueza, para todos yo era un extraño, venido de no se
sabía dónde y que, para colmo, ejercía un cargo importante,
considerado "de confianza" en toda obra.
Mis pesquisas debieron llamar la atención de la dictadura, pues a los
pocos días de andar indagando, se me acercó un individuo muy locuaz.
Decía conocer dónde vivía Quintín Pino, una de las figuras principales
del estudiantado en Santa Clara, y ofrecía llevarme allí y
presentármelo. El individuo me resultaba sospechoso, él daba por
seguro que yo era un estudiante que había huido de La Habana por mis
actividades revolucionarias y se presentaba como alguien deseoso de
colaborar. No obstante despertarme recelos, primó mi ansiedad por
restablecer los contactos y acepté su proposición. Mi aislamiento era
desesperante, me impulsaba a la temeridad. Pensaba que un exceso de
cautela podría hacerme perder la oportunidad de reincorporarme y que
el riesgo era inevitable. Fue así que me presenté en la casa de
Quintín, acompañado por aquel sujeto, a quien todos allí, menos yo,
conocían como un connotado chivato.
En un clima de tensión, inexplicable para mí, Quintín nos recibió
como a marcianos; en la sala de su casa, sin siquiera mandarnos a
sentar. De nada valieron mis palabras de ardor patriótico, ni la
relación de mis conocidos dentro del Movimiento allá, en la Habana; ni
mi disposición a integrarme a los grupos que operaban aquí, en Santa
Clara, para lo que fuera. Tenso, pero firme, Quintín se paró en sus
trece: "él no estaba metido en nada. Todo se hallaba desarticulado,
después que Fidel y los suyos se fueron para México. Ahora, ellos
estaban viviendo bien allá, a resguardo de los peligros de aquí; y
él, Quintín Pino y Machado, no iba a irse para México; iba a seguir
viviendo y estudiando en Santa Clara". Por todo ello, había decidido
mantenerse al margen. Nada podía ni debía hacerse". Semejante
parrafada aumentó mi turbación y desconcierto. Apenas podía creer lo
que estaba oyendo. Aquel, aquello que así hablaba, ¿era el famoso
líder estudiantil de los villareños? A la perplejidad sucedió una
indignación furiosa. Y cuando se lanzó a aconsejarnos "cordura y
tranquilidad", lo mandé para el mismísimo carajo y dando por terminado
el encuentro, con un fuerte portazo abandoné su hogar.
Mi acción de desespero, provocó reacciones inmediatas por parte de la
Dirección del Movimiento en la ciudad e hizo recaer sobre mí,
sospechas más que lógicas. Para desvanecerlas, no fueron pocos mis
esfuerzos ni los trabajos que pasé. Guiado por el deseo de convencer
de mi sinceridad a aquellos compañeros, cometí otros desatinos,
nacidos de mi inexperiencia y que conllevaron nuevos dolores de cabeza
al Movimiento. Cuando, después de innumerables comprobaciones, me
aceptaron en sus filas, ya tenía ganado el merecido sobrenombre de "El
habanero problemático".

Desde Regla, ayer, "La Sierra Chiquita";
Ayer, hoy y siempre, bastión de rebelde cubanía. Agosto 25 de 2014
*Este episodio lo narré, tal como sucedió, en mi primera novela, "El
Tiempo que nos Tocó Vivir", publicada en 1998 por Edit. Plaza & Janés,
Barcelona.
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De la Revolución iniciada en 1868 y aún inconclusa, soy hijo; a ella me
debo.

Jorge C. Oliva Espinosa. Cubano, nieto de mambises, sobreviviente.
http://jorgecolivaespinosa.blogspot.com
jorgecoliva@gmail.com

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