martes, 12 de agosto de 2014

-FELIX PECHUGA

--FELIX PECHUGA*
Por Jorge C. Oliva Espinosa

En la antigua Escuela de Ingeniería Mecánica tuvimos un administrador
estrella. Era capaz de resolver los más variados problemas de
abastecimiento; no importaba que los artículos necesitados estuvieran
desaparecidos del mercado, Félix los conseguía. Usaba para su
eficiente gestión de métodos muy particulares, a veces al margen de la
legalidad. Nos asombraba constantemente con sus éxitos, muchos no
aprobaban la manera en que los obtenía, pero todos reíamos de sus
hazañas abastecedoras. Su actividad le había ganado entre nosotros el
cariñoso sobrenombre de "Félix Pechuga", porque todo lo resolvía a
"puro pecho."
Aquel joven era un torbellino, desbordaba hilaridad y energía. Siempre
le veíamos sonriente, sudoroso, apurado en sus continuos trajines. Sin
ser militar en activo, no se quitaba el uniforme verde olivo, portando
como única arma una agenda ajada por el uso. Así lo veíamos trabajando
en el almacén o salir como un bólido, al timón del único vehículo que
entonces tenía nuestra Escuela: un desvencijado jeep del mismo color
que su vestimenta. Traje completo de militar, incluida gorra y altas
botas, además del artefacto ruinoso que manejaba, completaban la
impresión de estar frente a un miembro de nuestras fuerzas armadas, al
que le habían encomendado labores muy especiales. Esa apariencia, la
explotaba Félix a las mil maravillas, con una imaginación febril.
Tenía madera de actor y la ponía en función de habilitarnos de todo lo
que escaseaba y nos era necesario.
Cuando en las demás Escuelas de la entonces Facultad de Tecnología
faltaban insumos en sus laboratorios, o los profesores no tenían
bolígrafos, en la Escuela de Mecánica nunca carecíamos de ellos. Todo
gracias a la labor incansable de Félix. Parecía un mago o un generoso
dispensador aquel torbellino hecho Administrador. Pero sus artes no
tenían nada de mágico misterio. Él lograba abastecernos de lo
impensable a base de fanfarronadas. Esa era su arma y la usaba con
suma eficacia. Fui testigo de unas cuantas de sus balandronadas.
Cierta vez necesitábamos cristalería para el nuevo laboratorio
químico. Félix tomó el teléfono y marcó un número. Cuando
respondieron, me quedé pasmado con la parrafada que soltó. La guardo
en la memoria: "Mira, te hablan de aquí, de la oficina de Celia...
Planes Especiales... ¿Qué Celia va a ser, compañero?" Luego pidió,
exigió más bien: "Ponme ahí con el que más manda"; a los pocos
segundos continuó fanfarrón: "Fíjate, voy a mandar para allá a mi
chofer con una facturita ahí... Va a nombre de una Escuela de la
Universidad, no importa, ya te estoy diciendo para donde de verdad es...
Ya tú sabes. Si tienes cualquier duda, nos tiras para acá. Si, Planes
Especiales, de Celia... Eso sí, ese material tiene que estar hoy aquí.
"Y sin dar tiempo a reaccionar al que le oía del otro lado de la
línea, colgó. Acto seguido, tomó su gorra del clavo donde la colgaba y
salió hecho una exhalación en su jeep. Antes que transcurriera una
hora estaba de regreso. El trasto andante que conducía venía con los
muelles vencidos por el peso. En su interior se apilaban las cajas
conteniendo los Erlenmeyer, los beakers, retortas y tubos de ensayo
que tanto necesitábamos. Félix había hecho una de las suyas. En otra
ocasión vi como intimidaba al Director de la fábrica Plínex y le
exigía que le entregara a su chofer (que poco después iba a encarnar
él mismo), las mangueras plásticas que requerían para sus experimentos
los compañeros de la cátedra de Hidráulica. Porque nuestro
Administrador estrella no se limitaba a "conseguir" para nosotros, los
mecánicos. También lo hacía en colaboraciones solidarias con las otras
Escuelas de Ingeniería.
Pero un día, Félix desapareció de la CUJAE. Nadie sabía para dónde se
había trasladado. Pasaron los años, yo me fui para la Escuela de
Industrial y más tarde todas las Escuelas se convirtieron en
Facultades y la CUJAE comenzó a llamarse Instituto Superior
Politécnico. De CUJAE trocó su nombre en ISPJAE de tan difícil
pronunciación, que hasta Fidel criticó tal denominación. Recuerdo que
terminaba ya otro curso más. El calor era tan agobiante como las
tareas que nos esperaban siempre al finalizar cada período docente y
escaseaba la energía eléctrica y la cerveza. Ambas tan necesarias para
refrescar los ambientes. Al pasar por un bar del Vedado, con
anterioridad refrigerado y entonces con sus puertas abiertas por el
ahorro de electricidad, vi que había "un tiro de cerveza". Ávido del
espumoso líquido, me acerqué al mostrador y entonces lo vi. Enfundado
en vistoso y elegante traje, de cuello y corbata, hecho un dandi,
estaba... ¡Félix! A mi exclamación de alegría y asombro, me reconvino
en voz baja, como en un murmullo: "Shsss, socio, no seas tan efusivo,
baja la voz.... Ahora estoy en el servicio exterior y no me conviene que
me anuncies aquí, tomando cerveza..." Tomé la mía, divertido y al
despedirnos fraternalmente, me fui pensando que aquel personaje seguía
siendo el mismo que conocí y que usaba ahora conmigo una fanfarronada
más de las que era adicto. ¡Este Félix no cambia! ¡Vaya Usted a saber
en qué anda para ir en facha de funcionario!, me dije.
Pasaron no sé si unos meses o algo más que un año y vi su foto en los
periódicos. Aparecía de bruces sobre el timón de un auto, la cara
ensangrentada pero todavía reconocible. En New York había sido
asesinado el Diplomático cubano Félix García, víctima de los mafiosos
terroristas que ampara el Imperio. Solo entonces, presa del dolor que
produce perder a un compañero, comprendí que el inolvidable "Félix
Pechuga" no me había mentido.

*Esta crónica fue publicada en octubre 30 de 2012





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De la Revolución iniciada en 1868 y aún inconclusa, soy hijo; a ella me
debo.

Jorge C. Oliva Espinosa. Cubano, nieto de mambises, sobreviviente.
http://jorgecolivaespinosa.blogspot.com
jorgecoliva@gmail.com

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