domingo, 1 de marzo de 2015

CÓMO NOS HICIMOS "SOCIALISTAS"

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Para complacer al fraterno Roberto Fernández (no el Retamar), sigo
desempolvando viejos archivos. Aquí les va otro proyecto nunca
terminado; lo comencé a escribir a principios del 2011, en ocasiones
le di continuidad y pensé terminarlo, pero los acontecimientos vividos
me hicieron irlo relegando hasta hoy, que lo rescato del polvo y del
olvido:
Desde Regla, como siempre, marzo 2 de 2015

CÓMO NOS HICIMOS "SOCIALISTAS"
(Un mini-ensayo casi histórico)
Por Jorge C. Oliva Espinosa.

Finales del año 2010
Al finalizar la primera década del siglo XXI, habíamos llegado a una
situación desoladora: A nivel nacional, lo que producíamos no
alcanzaba para cubrir los gastos del país, satisfacer nuestros
consumos y pagar las importaciones más imprescindibles . En la
economía del bolsillo individual, los salarios eran insuficientes para
sufragar los costos de la vida familiar. Mientras lo primero era
consecuencia del bloqueo prolongado, de algunas erróneas decisiones
del gobierno y de la ineficiente administración estatal; lo segundo
era causa a su vez de una corrupción extendida como la verdolaga, de
un deterioro moral que acompañó al deterioro material, resultante
tanto de factores externos como internos. Un contemporáneo, recordando
los tiempos capitalistas que vivimos, se me sinceró con esta amargura:
"Antes unos pocos robaban mucho, ahora muchos robamos cada uno un
poco". Lo cierto era que nadie podía vivir con lo que ganaba por
trabajar, pero todo el mundo había encontrado otra fuente de ingresos,
muchas veces al margen de lo lícito. Paralelamente, las prohibiciones
ya anacrónicas pero vigentes, engendraban ilegalidades que conformaban
la realidad hasta el punto de hacerla parecer irreal, absurda. Los
jóvenes emigraban en estampida y los viejos tuvieron que posponer su
edad de retiro. Los datos demográficos eran alarmantes: la población
iba decreciendo, a la vez que envejecía y los exiguos nacimientos no
garantizaban el reemplazo de la masa laboral. Se había perdido la fe
de los primeros años y con ella, el sentido de pertenencia sobre los
bienes socializados. Lo estatal era de nadie. Sólo se consideraba
propio lo que se robaba al gran propietario ausente que era El Estado,
por el que muchos se sentían robados. Así las cosas, la decepción y el
desaliento ganaron adeptos; la falta de moral, llamada doble moral,
campeó por sus respetos. Lo proclamado en público, se contradecía con
el desahogo en privado. Muchos militantes del partido habían dejado de
ser ejemplo, excepto de hipocresía cuando, fuera de los círculos
partidistas y en voz baja, se expresaban como los más acérrimos
enemigos del gobierno y del sistema. Otros negaban en la acción y en
su vida cotidiana, los ideales que debían encarnar. La falsa
unanimidad proclamada en reuniones y plenos se negaba en intimidad y
pasillos. Los que se sentían "defraudados", "desilusionados",
"decepcionados", proliferaron más que los aquejados por una gripe
estacional. Por doquier afloraron hipercríticos que llamaban a la
reforma, a la revisión, a la admisión del fracaso y algunos,
descaradamente, aconsejaban la rendición. El desorden, los absurdos y
la hipocresía matizaban el ambiente con colores de caos kafkiano.

Nuestro octogenario líder, ya recuperado de delicadas intervenciones
quirúrgicas, se hallaba aparentemente alejado del gobierno, pero una
serie de jóvenes llamados a formarse como relevo, no había logrado
realizarse a su lado. "La maldición del Abicú " parecía impedir que, a
la sombra del robusto tronco, crecieran ni pariguales ni nuevos
brotes. A falta de renuevo, la "Dirección histórica" le sucedía en el
poder personificada por Raúl, nuevo Presidente (también octogenario)
que nos prometía "cambiar todo lo que debía ser cambiado". Después de
tomarse un tiempo para formulación y análisis, capaz de desesperar a
los impacientes, crear expectativas y aparentar inercia, a cincuenta
años de habernos declarado socialistas, se nos plantea un
reordenamiento económico, una reorientación de la marcha, que no tiene
nada en común con los cambios y rectificaciones emprendidos con
anterioridad. La nueva proposición entraña transformaciones tan
profundas que afectarán las estructuras sociales y políticas que, mal
que bien, hemos edificado casi a empellones. Se trata de implantar un
nuevo modelo económico, donde se reduce drásticamente el papel
empleador del Estado, al convertir a cientos de miles de sus actuales
asalariados en trabajadores independientes o dependientes de un
empleador privado, ya sea nacional o extranjero . Sabemos, como parte
de la cultura adquirida en estos años, que al transformar el modelo
económico, cambiará el país todo. Cada una de las esferas de la vida
será afectada. Entre ellas la "conciencia social", parte de la supra
estructura. La influencia de lo económico en lo político y social nos
enfrentará a una sociedad distinta. La introducción de nuevas formas
de propiedad nos dividirá diferenciando nuestros intereses, modificará
la legislación, al elaborar un nuevo orden jurídico que vele por
ellos. Dicho de otro modo: cambiarán la composición clasista de la
sociedad y las relaciones que se establezcan y emanen de ella,
incluyendo las familiares. Veamos: En el sector administrativo es
donde se prevé reducir el mayor número de plazas. Allí, la presencia
femenina es mayoritaria; por lo tanto, muchas mujeres volverán al
ámbito doméstico, que ahora contribuyen a sostener con sus salarios,
para depender del marido . Con ello se transformará la típica familia
actual y muchos hogares regresarán al modelo patriarcal que habíamos
dejado atrás. Así lo aprendí de la doctrina marxista y, aunque se ha
aclarado que el cambio no significará abandonar el camino socialista,
que entre Planificación y Mercado prevalecerá la primera, una serie de
interrogantes se alzan ante mí: ¿En qué consiste el Socialismo? ¿Es
posible su construcción en el mundo de hoy? ¿Es capaz el hombre actual
de construir la sociedad que soñamos? ¿Cómo se construye? ¿Es esto un
repliegue táctico y coyuntural? ¿Qué costo tendrá? ¿Se estarán usando
"las armas melladas del capitalismo " para salvar el régimen que
habíamos escogido? ¿Es nuestro sueño una utopía irrealizable? ... Es
necesario entonces, en primer lugar, poner orden en mis ideas. Se
impone recapitular el camino transitado y meditar...

Según aprendimos de Engels, la propiedad privada trajo como
consecuencia la división de la sociedad en clases. Al socializarla y
convertirla en propiedad de todos, se edificaría un nuevo mundo sobre
bases más humanas y justas, sin poseedores ni desposeídos, sin
explotadores ni explotados, sin opresores ni oprimidos. Ese estadio
superior donde todos se beneficiaran de los resultados de la actividad
humana, mediante una distribución equitativa a su aporte, era el
Socialismo. Marx había previsto que el desarrollo del capitalismo en
los países más avanzados, conduciría al Socialismo. Sus predicciones
aún no se han cumplido. Lenin, en la práctica, lo contradijo al
iniciar su edificación en "el eslabón más débil" del sistema
capitalista mundial, la Rusia semifeudal de principios del siglo XX.
En esto no debe verse herejía alguna. Marx estudió al Capitalismo en
sus inicios, casi recién nacido de la Revolución Industrial; mientras
que Lenin analizó el sistema en una fase ulterior de desarrollo: El
Imperialismo.
En medio de las peores condiciones nació y se desarrolló el Primer
Estado Socialista . Lleno de paradojas, logró convertirse en potencia
mundial para luego desintegrarse aparatosamente a causa de los errores
cometidos por sus conductores. Según palabras de Fidel no explotó,
sino sufrió una implosión minada desde adentro.

Casi sesenta años atrás...
En la Cuba de la segunda mitad del siglo XX, los principales recursos
de la nación estaban en manos extranjeras, el país era un enclave
neocolonial, suministrador de materias primas al poderoso vecino que
controlaba su economía y monopolizaba su comercio. Los gobernantes,
salvo honrosas excepciones, eran simples servidores, siempre atentos a
las señas y órdenes que emitían sus amos del Norte. Incluso, la
reducida burguesía nacional se subordinaba a sus omnipotentes aliados
foráneos y velaba por los intereses de la Metrópoli, porque eran los
suyos propios. Ese Capitalismo importado, sufragáneo, había demostrado
la imposibilidad de alcanzar la verdadera independencia bajo un
régimen donde los intereses nacionales siempre estarían supeditados a
los del Capital extranjero. Era necesario no sólo derrocar la tiranía
instalada en el poder, sino también renovar el sistema para alcanzar,
con el rescate de lo que nos pertenecía, la independencia económica
que garantizara la independencia política. El Capitalismo implantado
en Cuba no había resuelto ninguno de los grandes problemas que
agobiaban al pueblo. Fidel los enumeró en "La Historia me Absolverá "
(El problema agrario, el de la industrialización, el problema de la
vivienda, el del desempleo, el problema de la educación y el de la
salud.)
Sin embargo, influenciados por la omnipresente propaganda yanqui y por
la inexplicable y a veces odiosa actuación de los comunistas del
patio, cuando perseguíamos, mediante la lucha armada, nuestra plena
liberación, estábamos muy lejos de tener como meta la construcción de
un estado socialista. Yanquis y comunistas, de consuno, habían
contribuido a llenar nuestras cabezas de contradicciones y prejuicios.
En los primeros veíamos el poder imperial vampiro de nuestra economía,
al intruso interventor en nuestra guerra independentista, el que había
frustrado el sueño de nuestros libertadores, ocupándonos militarmente
como territorio conquistado, el que nos impuso un primer Presidente a
su conveniencia y un apéndice a nuestra Constitución que nos castraba
como Nación; el Poder que convirtió en un simple protectorado, la
República independiente y soberana "con todos y para el bien de
todos", por la cual nuestros abuelos habían peleado por 30 años. El
mismo poder que volvió a ocuparnos en 1906, el que hizo permanente su
intervencionismo, frustrando la breve esperanza de la Revolución del
33 e imponiéndonos gobiernos serviles a sus designios, el mismo que
respaldaba al tirano que pretendíamos derrocar.
Odiosos de igual manera, nuestra historia nos hacía ver a los
comunistas del viejo partido. Su triste actuación en reiteradas
ocasiones así lo acreditaba. Eran los que expulsaron de sus filas al
fundador Mella; los que, ante la huelga que perseguía el derrocamiento
de Machado en 1933, habían llamado a concluirla; los que boicotearon,
con la creación intempestiva de soviets, al Gobierno de los Cien Días;
los que pactaron con el asesino de Guiteras, los que alabaron la
"vocación democrática y el origen humilde" de Batista, los que
hicieron alianza con él en el 40; los que, renegando de la lucha de
clases que preconizaban, declararon que el imperialismo ya no existía
y, sumisos, adoraron al revisionista Browder, suscribiendo sus
doctrinas; los que expulsaron a César Vilar por no sumarse a la
condena decretada por el Partido contra el asalto al Moncada; los
mismos que se opusieron a nuestra lucha armada, nos acusaron de
"Putchistas" y plantearon como contrapartida una quimérica huelga
general; los que en 1956 enviaron a México a uno de sus principales,
para convencer a Fidel que pospusiera la fecha de su anunciado
regreso, los que orientaron a González Lines no participar en el
alzamiento de Cienfuegos. El Imperio apoyaba al tirano y los que se
titulaban comunistas se oponían nuestro método de lucha y lo
saboteaban. Resultaba entonces natural, que aborreciéramos por igual
al imperio que nos oprimía y exprimía, y a los que se proclamaban sus
enemigos acérrimos y no eran más que fieles servidores de "otro
imperio erigido tras la cortina de hierro". Tal era, en nuestras
conciencias, el resultado de la propaganda yanqui y de las enseñanzas
de nuestra historia republicana: Contradicción de contradicciones. Con
esas ideas nos enfrentamos, desde el mismo día de su nacimiento, al
régimen usurpador que se apropió del poder la madrugada del 10 de
marzo de 1952. Y con ese rollo en la mente combatimos en una guerra
cruel que se prolongó por casi siete años. Ingenuamente, aspirábamos a
construir una sociedad más justa, a instaurar, con un gobierno honesto
y soberano, un capitalismo nacionalista, reivindicador de las capas
más desfavorecidas y menesterosas del pueblo. En esa lucha se consumó
y consumió una parte importante de mi vida.

La Victoria del primero de enero de 1959
Fueron momentos gloriosos, llenos de luz y euforia colectiva. Habíamos
alcanzado la victoria y el porvenir era nuestro. La candidez de
nuestros sueños nos la vino a demostrar, tan pronto triunfamos, la
temprana hostilidad del gobierno norteamericano. No hubo necesidad de
recurrir a la cultura y tradición antiimperialista, firmemente
arraigada en el pueblo; nuestro enemigo secular se encargó de
reiterarnos su identidad. Desde el inicio comenzaron a agredirnos.
Dieron refugio a nuestros asesinos y torturadores y cuando castigamos
ejemplarmente a los que pudimos capturar, nos acusaron de vengativos y
sanguinarios. Ellos, que habían permanecido callados e indiferentes
cuando la dictadura masacraba al pueblo, alzaron su voz "indignada"
contra nuestros actos de justicia soberana y organizaron una campaña
difamatoria contra la Revolución recién nacida. Nos calificaron de
comunistas cuando realmente no lo éramos. Y trataron de ahogarnos en
el terreno económico, cuando dependíamos de ellos para todo. A ellos
vendíamos nuestra azúcar y a ellos comprábamos el petróleo necesario
para producir, movernos e iluminarnos. Nuestro equipamiento industrial
y de transporte era norteamericano, dependíamos de sus repuestos para
mantenerlos funcionando. Incluso eran los suministradores de nuestros
principales alimentos Para comprarles, nada más teníamos un producto
que vender: azúcar. Y ellos, que eran nuestros compradores
principales, redujeron criminalmente las compras de nuestro azúcar,
cuando más falta nos hacía restaurar las arcas de la nación, vaciadas
por la dictadura. Trataban con ello de asfixiarnos y volvernos al
redil de la dependencia económica y la subordinación política. Pero la
URSS nos compró azúcar y nos ofreció petróleo en condiciones más
favorables. Cuando las refinerías norteamericanas, enclavadas en
nuestro territorio, se negaron a refinar el crudo soviético,
respondimos como no esperaban: con la intervención estatal de dichas
refinerías y su ulterior nacionalización. Como represalia, redujeron
aún más las compras que hacían de nuestra azúcar. Y en la URSS
encontramos un comprador sustituto para nuestro producto. De esta
forma, el gobierno norteamericano impulsó la socialización de una
parte fundamental de nuestra economía, la Unión Soviética ganó
nuestras simpatías, y nosotros un nuevo socio comercial del que
copiamos el modelo.
Al asumir el poder, ya habíamos heredado una diversidad de propiedades
de enriquecidos prófugos, que pasaron a manos del Estado para
mantenerse funcionando. Eran algunos centrales azucareros, uno que
otro latifundio, además de unas pocas fábricas, pequeñas y medianas,
cuyos propietarios las habían abandonado en la estampida que sobrevino
al derrocamiento del tirano. Además de volvernos gobernantes, debíamos
convertirnos en administradores. En ambas actividades carecíamos de
experiencia alguna. Para colmo, nos acompañaba una turba de arribistas
y farsantes que nos aturdían con sus "sabios consejos" y no pocas
veces entorpecían la labor gubernamental. Nuestro primer gobierno
"revolucionario" era lo más heterogéneo que se pudiera concebir.
Rodeando a un Presidente anodino e incapaz de ubicarse en la nueva
situación, el Gabinete Ministerial exhibía un amplio abanico de
tendencias. Al lado de genuinos revolucionarios, se encontraban
reformistas, figurones de la seudo intelectualidad, defensores del
viejo orden republicano y hasta representantes de la oligarquía y de
intereses foráneos . Sin embargo, una fuerza emergida de la lucha nos
llamaba a la unión y era nuestra garantía para no retornar nunca más
al pasado: El Movimiento 26 de Julio y su Ejército Rebelde. En el
cumplimiento del Programa del Moncada, irían quedando atrás los
retrógrados y vacilantes. El camino nos radicalizaría y nos limpiaría
de lastres.
En nombre de la unión, aceptamos aquel gobierno que nos acompañó por
un breve trecho. Poco después, en nombre de la unión, disolvimos
nuestro Movimiento para fundirnos con el Directorio Revolucionario 13
de marzo y con el Partido Socialista Popular. Así nació una nueva
organización que agrupaba a todos los que nos autoproclamábamos
revolucionarios: Las ORI (Organizaciones Revolucionarias Integradas),
que quedó estructurada territorialmente (Municipio, Región, Provincia)
con una Dirección Nacional y un Secretario General: Aníbal Escalante,
dirigente que provenía de las filas del Partido Socialista Popular.
Poco después, las ORI se disolvieron para dar lugar al PURSC (Partido
Unido de la Revolución Socialista Cubana) que más tarde se convertiría
en el actual Partido Comunista de Cuba (PCC).

De cómo nos hicimos socialistas
Nuestras diferencias con el Directorio no se reducían a simples
detalles tácticos, pero con los comunistas tradicionales manteníamos
divergencias que incluían tanto el método, como los fines
estratégicos. No todos acudimos a unirnos con iguales miras, a todos
nos quedaba mucho por aprender y más nos faltaba aún, para llamarnos
revolucionarios. Algunos rechazaron tal alianza, terminaron por
desgajarse y luego fueron a podrirse al campo enemigo. Eran los que no
pudieron vencer sus lastres mentales, o los que querían sólo un poco
de revolución, pero no tanta como para mezclarse con los repudiados de
ayer; otros, no deseaban molestar al poderoso vecino. Los que
aceptamos la fusión, tuvimos que olvidar resentimientos, abrir
nuestras mentes, librarnos de prejuicios y superarnos en la marcha.
Aún llamábamos a nuestro ideario "Humanismo", aunque reconocíamos en
él ciertos rasgos socialistas . Los ya unificados "camaradas" nos
señalaban de continuo la inconsistencia del proyecto asumido y
nuestras incoherencias ideológicas; no tardaron en mostrarse
sectarios, discriminarnos y tratarnos con desdén. Todavía los oíamos
con cierto recelo, pero reconociéndoles mayor experiencia, cultura
política y disciplina, terminamos por aceptar sus recomendaciones y
comenzamos a estudiar "Los Fundamentos del Socialismo en Cuba", libro
catequizante escrito por uno de sus principales líderes: Blas Roca .
Se trataba, como supimos después, de una Historia de Cuba, vista a
través del prisma dialéctico llamado "Materialismo Histórico". En
aquellas páginas encontramos muchas verdades irrebatibles. Con
entusiasmo de nuevos conversos, nos dimos a la aceptación y estudio de
la doctrina socialista. Además de aprender Historia y Economía
Política, era necesario adoptar una filosofía e implantar una política
económica. Con la fe intacta de los recién iniciados, sin tener una
idea precisa de lo que era el socialismo y sin conocer a fondo sus
fundamentos teóricos, declaramos: "Somos socialistas, pa'lante y
pa'lante." Además del fervor revolucionario que nos embargaba a todos,
teníamos una confianza absoluta en nuestro guía, confianza que
coreábamos en un pareado: "Si Fidel es comunista, que me pongan en la
lista." Así, con ritmo y estribillos de conga marginal , aceptamos la
doctrina, nos hicimos "socialistas". El pueblo, con una fe ciega y
compacta, siguió tras su líder en pos de un sueño: una sociedad nueva,
la socialista. En aquellos momentos, lo hubiera seguido al mismísimo
infierno si él lo conducía allí. Años después, nos sorprendió al
confesar que nadie conoce aún cuál es la meta a alcanzar, ni el camino
a transitar para llegar a ella.

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De la Revolución iniciada en 1868 y aún inconclusa, soy hijo; a ella me
debo.

Jorge C. Oliva Espinosa. Cubano, nieto de mambises, sobreviviente.
http://jorgecolivaespinosa.blogspot.com
jorgecoliva@gmail.com

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