sábado, 21 de septiembre de 2013

EL PROBLEMA DE LOS NOMBRES

EL PROBLEMA DE LOS NOMBRES
Por Jorge C. Oliva Espinosa

En tiempos muy remotos, cuando los hombres eran pocos y los nombres
para distinguirlos eran muchos, bastaba con designar al sujeto con un
apelativo, casi siempre derivado de alguna característica que se
quería adjudicar al individuo. Así, para referirse a alguien en
particular, era suficiente decir Platón, Sócrates, Anaxágoras,
Eurípides, Fidias u otros. No había confusión alguna, todos entendían
de quien se trataba. Pero la humanidad se fue multiplicando y
expandiendo por todos los confines y comenzaron las repeticiones. Hubo
un Tales en Alejandría y otro Tales en Mileto, un Escipión en Roma y
otro que estaba en África, un Rodrigo en Triana y otro en Aragón; el
problema pudo resolverse de forma sencilla: añadiéndole un adjetivo o
patronímico al nombre. Así, uno de los Tales fue Tales de Mileto, uno
de los Escipión fue conocido como "El africano", aunque era romano por
nacimiento, más blanco que la leche y el primer marinero que dicen nos
avistó, ya era conocido como "Rodrigo, el de Triana". Como esto que
sucedió con griegos, romanos e iberos, se repetía en otras culturas,
los nórdicos echaron mano a similar recurso y así distinguieron a Eric
el Rojo de cualquier otro Eric.
La aparición de la propiedad privada y la subsecuente acumulación
originaria trajeron aparejados asuntos tan delicados como la
paternidad y el Derecho Sucesorio; entonces surgieron las familias con
sus apellidos. Los romanos se distinguieron por sus nombres compuestos
como Marco Tulio Séptimo Andrónico y por sus familias; así fueron
conocidísimas, entre otras, las familias de los Cayos, los Julios y
los Graco. Los apellidos proclamaban la pertenencia del sujeto a un
clan o linaje y garantizaba que descendía de sus fundadores, a pesar
de cualquier liviandad muy frecuente entre las esposas mal
atendidas... Los españoles, muy celosos guardianes de la pureza y
otros valores familiares, añadieron la terminación "ez" al nombre del
padre para distinguir a los hijos que aquel reconocía como suyos. Así
los hijos de Pero, Rodrigo, Martín y Fernando, usaron los apellidos
Pérez, Rodríguez, Martínez y Fernández. Algunos hijos no reconocidos,
acudieron a la geografía para hacerse de algún apellido y surgieron
los del Monte, del Valle, del Río, del Llano, del Lago y demás. Los
vikingos tenían su versión del problema y utilizaron el sufijo "son"
(hijo) añadido al nombre y todo el mundo supo que Ericsson era el hijo
de un tal Eric y Richardson el hijo de Richard, tradición que imitaron
sus descendientes anglosajones. Por cierto, ahora caigo en cuenta que
Edison, el gran inventor, debe haber sido descendiente de un tal
Eddy... En cambio, los eslavos fueron más complicados; ellos, entre
nombre y apellido, usan un patronímico terminado en ich para los
varones y en ova para las niñas, lo que identifica a la prole de uno y
otro sexo como hijos de Iván, pero además dotan de género al apellido
heredado, que será diferente para hijas o hijos. De este modo
encontramos a un Serguei Ivánovich Orlov o a una Svetlana Ivánova
Orlova, hermanitos los dos, hijos del mismo padre.
Como la humanidad siguió creciendo, volvieron a repetirse nombres y
apellidos; ello hizo necesario, en algunas culturas como la nuestra,
el uso de un segundo apellido, mientras en otras dio lugar a una
complicación del nombre o el uso de varios nombres en una retahíla
inacabable como Antonio Felipe Augusto Celedonio Alberto de la
Caridad, lo que quizás se debió a que los padres quisieron quedar bien
con tíos, abuelos y parientes y le pusieron al niño sus nombres. En
nuestro medio insular, caribeño y mestizo, proliferaron los motes y
apodos, algunos pertenecientes privativamente a determinados nombres;
los José fueron llamados Cheo o Pepe, los Francisco Paco o Pancho y
los Jesús se conocieron por Chucho. Todo adobado con sus variantes de
Pepo, Pepito, Pepín, Pepitín, o Panchito, Panchón, Panchín, Paquito,
Paquitín y otros diminutivos, diversidad debida al empecinamiento de
padres ególatras que impusieron al hijo su nombre y lo condenaron de
esta forma a verse siempre disminuido; supe del nonagenario que murió
llamándose Fermincito, el hijo de Fermín. En el otro extremo, contamos
con la original familia de los Alfonso que nombra a sus hijos con
letras del alfabeto. Ha ocurrido también que los apodos volvieron a
repetirse y fue necesario añadirle un adjetivo para diferenciar a
"Chicho el Cojo" o "Pepe el Bizco" de otros Chichos y Pepes. He sabido
de algunos cubanos que tienen igual nombre y apellido que yo, pero que
ejercían profesiones distintas a la mía. Hace poco conocí a otro Jorge
Oliva, ¡vaya coincidencias!, también profesor jubilado y escritor,
pero con la diferencia que este otro es argentino y vive en El Chaco y
yo soy cubano y vivo en Regla. Por los caminos del ciberespacio nos
encontramos y no tuvimos problemas al intercambiar ideas y escritos,
ya que coincidíamos en el pensar y en el modo de apreciar algunas
cosas... Mayor confusión y problema tuvo un amigo mío, por tener igual
nombre y apellido que el reconocido intelectual y Director de la Casa
de las Américas, Roberto Fernández Retamar. Como mi amigo también
escribe, aunque no es tan conocido como su homónimo, uno de sus
artículos fue atribuido al prestigioso hombre de letras. Él no tuvo
culpa alguna del embrollo, pues lo firmó con su nombre y apellido:
Roberto Fernández. Parece que algún oficioso lo tomó como omisión y le
añadió el Retamar, lo que al ser publicado provocó la rápida protesta
de los dos cubanos llamados Roberto Fernández, ya que ambos divergen
en sus criterios sobre nuestra actual situación. Uno, el afamado, lo
hizo para aclarar que no era el autor del escrito y distanciarse así
de cualquier responsabilidad con las críticas que contenía; el otro
para reclamar su autoría. Es muy posible que existan por ahí otros
Robertos Fernández que no sean necesariamente Retamar, por lo que no
es aconsejable que Roberto, nuestro amigo, coloque después de su
Fernández, un rotundo "No Retamar"; es mejor que ponga el García que
tiene como segundo apellido. Vamos a ver por cuánto tiempo esta
diferenciación es efectiva, pues de continuar creciendo la humanidad,
de seguro pronto nos hará falta un tercer apellido para
diferenciarnos. ¡Problemas de los nombres!

Desde Regla,
Ayer, "La Sierra Chiquita"; ayer, hoy y siempre, bastión de rebelde cubanía.
Septiembre 21 de 2013

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