lunes, 12 de enero de 2015

SEÑORAS CLASES

-- SEÑORAS CLASES
Por Jorge C. Oliva Espinosa

Nada en su físico lo delataba. Parecía un hombre común y corriente, de
mediana estatura, unos años por encima de los cuarenta, no muchos,
hablar pausado y dicción nítida; vestía discreta camisa de mangas
cortas y pantalón oscuro. Pero no bien empezaba a hablar,
presenciábamos una transformación, verdaderamente espectacular. Ante
nuestros ojos aparecía un gigante que, cual cíclope, vomitaba fuego
por el único ojo de su M3. Sus palabras se volvían una cámara
cinematográfica que nos iba brindando imágenes del escenario y del
combate mismo. Ya no estábamos en un aula de la CUJAE, sino en el
mismísimo Palacio Presidencial. Cuando "subíamos" las escaleras,
estimó borrosos sus detalles, fue a la pizarra y trazó con tiza la
disposición de las mismas: abiertas a una galería encristalada que era
el perímetro interior del edificio. Pudimos verlas, rodeando un patio
central y apreciar que ascender por ellas constituía un acto suicida
pues, desde el otro lado del patio y a un nivel superior, la
guarnición batía el lugar con fuego mortífero. Y sin embargo, el
tropel de gigantes tomó escaleras arriba. En aquel tramo, los blancos
escalones de mármol se tiñeron con la sangre de varios combatientes.
Solo ocho llegaron a la tercera planta y, acorde al plan, allí se
dividieron en dos grupos que comenzaron a recorrerla, cada uno en
sentido contrario respecto al otro. La misión de los que llegaran
estaba fijada: encontrar a la bestia llamada Batista y ajusticiarla.
Entran y salen de cada habitación por la misma puerta, a ratos gritan
la consigna: "Directorio" que los identifica como los intrépidos
asaltantes a la "Guarida del Tirano". Un teléfono suena sobre una mesa
en el pasillo y es "Peligro", el increíble, quien lo descuelga y
responde con serenidad: "Sí, habla un miembro del comando de asalto,
acabamos de ajusticiar al tirano Batista." Luego cuelga y sigue
combatiendo.
Con la respiración entrecortada, el parque casi agotado, se
reencuentran los dos grupos, ninguno ha cumplido el objetivo; por un
pelo, la bestia ha escapado. Es necesario retirarse y emprender el
mortal descenso; volver a ser las dianas en aquel tiro al blanco en
que se ha convertido un tramo de escaleras. Es "Machadito" quien se
yergue desafiante y con una ráfaga interminable, hace posible el
descenso. Obligados por la lluvia de plomo, la guarnición se protege y
deja de disparar. Son los instantes, los pocos, los únicos que tienen
para pasar por aquel matadero y regresar al segundo piso. De allí a la
planta baja, las escaleras no son abiertas.
Escuchar a Luis ("El Gallego") Goicochea, era acompañarlo en su
heroica acción, era dejar de ser oyentes pasivos y participar junto a
él, compartiendo cada momento de tensión, cada peligro. Y sin embargo,
con modestia extrema, cedía el papel protagónico a sus compañeros; los
héroes eran otros, nunca él. Todo el auditorio permanecía pasmado ante
la secuencia fílmica que eran sus palabras. No puedo calcular el
tiempo que estuvo exponiendo y trasmitiendo vívidas imágenes, pero mi
impresión fue que solo ocupó unos pocos minutos. ¡Aquello sí era una
clase de Historia! Así debían ser las clases con las que pretendíamos
trasmitir al alumnado nuestros conocimientos y experiencias. Era la
primera vez que le escuchábamos y no sería la última. Todas sus
charlas fueron ¡SEÑORAS CLASES!

Desde Regla, como siempre, enero 13 de 2015

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De la Revolución iniciada en 1868 y aún inconclusa, soy hijo; a ella me
debo.

Jorge C. Oliva Espinosa. Cubano, nieto de mambises, sobreviviente.
http://jorgecolivaespinosa.blogspot.com
jorgecoliva@gmail.com

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