jueves, 15 de enero de 2015

DOS LOCOS PELIGROSOS

-- (*)
Por Jorge C. Oliva Espinosa

El "Sanatorio Valdés Dapena", era una clínica privada para enfermos
mentales; estaba en la Carretera Central, en el trayecto entre los
pueblos de San Francisco de Paula y El Cotorro. En la pequeña
instalación, más asilo que clínica, algunas familias pudientes pagaban
por la reclusión de sus familiares trastornados; fue el lugar ideal
para refugiar a aquellos dos hombres, quizás los más buscados por la
jauría batistiana. Para ellos, ya no había lugar seguro en la Habana y
allí a nadie se le ocurriría buscarlos. Fogueados combatientes
clandestinos, estaban perfectamente identificados por los órganos
represivos, pues habían participado en connotados hechos, acciones
temerarias que golpearon a la tiranía y estremecieron a la población.
El ametrallamiento de dos pelotones de la policía, a la hora del
relevo, frente a una estación policiaca, o el atentado al Ministro de
Gobernación, Santiago Rey, eran dos hechos en que se les señalaba como
únicos autores.
Sin embargo, la seguridad que brindaba aquel refugio era temporal y
cada día aumentaba el peligro de una delación. Por ese motivo, al poco
tiempo, se decidió trasladar a ambos combatientes y enviarlos a las
montañas del Escambray, donde ya operaba una guerrilla del Directorio.
Fue así que, uno vestido como enfermero y custodio, el otro
caracterizado como un paciente furioso que viajaba dentro de una
camisa de fuerza, amparados por el certificado médico correspondiente,
aparecieran como remitidos a una clínica de la ciudad de Santa Clara,
donde el último continuaría su tratamiento; de chofer fungiría otro
miembro de la organización. El plan, de una teatralidad suprema, se
cumplía perfectamente en su primera etapa; todos los controles de
carretera fueron burlados y quedaron convencidos de que se trataba de
un caso irremediable de locura. El aspecto descompuesto, la barba
crecida, un babeo constante, los forcejeos desesperados que
acompañaban gritos ininteligibles, alejaban cualquier duda; lo que
nadie podía sospechar, era que debajo de aquellas largas mangas
cruzadas a la espalda, el supuesto orate, apretaba una granada en cada
mano y que cada uno de sus acompañantes llevaba una pistola al cinto.
Todo iba bien hasta llegar a la ciudad matancera de Colón. Allí, el
que hacía de loco exigió un cambio de papeles: ya estaba cansado de
estar amarrado y se le entumecían las manos aferradas a las granadas.
Hubo una fuerte discusión y como ninguno cedió, tomaron la decisión
loca de volver a La Habana y allí morir combatiendo. El destino les
reservó otro final, porque quizás la muerte respeta a los que la
desafían y desprecian. Sus vidas de combatientes, se prolongarían en
otras gestas y en 1967 Gustavo Machín Hoed De Beche moriría en Bolivia
como "Alejandro" el jefe de operaciones en la guerrilla del Che; el
otro, Raúl Díaz Arguelles viviría unos años más para caer,
finalmente, en Angola en 1975, al frente de las tropas
internacionalistas que enfrentaban la agresión de África del Sur.
Fueron dos guerreros excepcionales hasta el fin de sus días.

Desde Regla,
Ayer, "La Sierra Chiquita"; ayer, hoy y siempre, bastión de rebelde cubanía.
Enero 16 de 2015
(*) Este episodio de la lucha clandestina lo relató el combatiente del
Directorio y asaltante a Palacio, Luis Goichochea ("El Gallego"), en
una de sus charlas.
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De la Revolución iniciada en 1868 y aún inconclusa, soy hijo; a ella me
debo.

Jorge C. Oliva Espinosa. Cubano, nieto de mambises, sobreviviente.
http://jorgecolivaespinosa.blogspot.com
jorgecoliva@gmail.com

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