miércoles, 30 de enero de 2013

EL TRATO

EL TRAT0
Por Jorge C. Oliva Espinosa

Idos, al parecer para siempre, son aquellos viejos tiempos en que se
decía "el cliente siempre tiene la razón" y en los que proliferaban
los comercios que tenían por nombre "La Complaciente". Hoy, hasta el
cliente ha desaparecido y la relación entre el sucedáneo de éste y el
dependiente ha cambiado drásticamente. Porque en nuestros días no
existen los clientes o marchantes, se han trasmutado en el consumidor
o usuario. Esos seres molestos que vienen, en el momento más
inoportuno, a turbar la paz y el descanso del que "atiende" el
establecimiento. Es natural entonces, que el esforzado trabajador se
moleste, se irrite y reaccione contra el perturbador. Su primera
actitud es mostrarse osco, no está para responder preguntas y mira al
recién llegado con desconfianza y resentimiento. Si éste persiste en
molestar, vendrán las respuestas en mala forma, soberbias y llenas de
desprecio. En el remoto pasado, el comerciante agradecía la visita a
su establecimiento, daba los buenos días al recién llegado y
amablemente le preguntaba qué podía ofrecerle. Hoy, si el empleado
hace una pregunta, es un ríspido y agresivo "¿Qué quiere?" Todo porque
en su mentalidad se ha creado la convicción de que, al prestarle
atención, le está haciendo un favor al que llega; favor, que los muy
ingratos, no agradecen.
Recién abiertas las tiendas que venden en moneda dura, los empleados
de las mismas nos daban el trato de Señor y dispensaban una amabilidad
rayana en el servilismo, que extrañó a muchos y resultó molesta a
algunos. Eso de que unos billetes convertibles transformaran al
compañero en señor, no me fue agradable. Pero el fenómeno duró poco y
hoy, en esas tiendas, emulan en maltratar al que viene a comprar, con
la misma aspereza que puede recibirse en los comercios donde los
precios son en pesos cubanos. La mayoría de las tiendas llamadas TRD
(tiendas recuperadoras de divisas) son pequeñas, se instalan en
quioscos o en contenedores con ventanillas enrejadas, por donde debe
atisbar el aspirante a comprar y por donde recibirá el producto
deseado, por donde pagará y recibirá su vuelto. En una de mis crónicas
recientes, relaté el incidente que provocó una viejita al reclamar el
cambio recibido. Fue aquí, en Regla, en la tienda situada en la
esquina de Maceo y Céspedes. Como respuesta, la empleada, furiosa,
detuvo la cola y con parsimonia exasperante vació la caja y comenzó a
contar moneda por moneda el contenido de la misma. Todo eso hizo, a
pesar de que la anciana ya había desistido de su reclamación,
consistente en cinco centavos que, según ella, le habían dado de
menos. A las protestas de los que aguardaban, la vendedora gritó
irritada: "No me importa cuánto tengan que esperar, como si son dos
horas." Y la cola esperó, a pesar de que había otras dependientas que
permanecían ociosas. Pero en las tiendas mayores, aquellas que cuentan
con salones para exhibir las mercancías y a los que el público puede
acceder, es donde el maltrato es mayor. Entonces la desconfianza de
que uno es objeto se torna insultante. Te exigen dejar cualquier bolso
que traigas en un guarda-bolsos que no te pedirá propina, pero que te
mirará con roña y desprecio si no se la das. A la salida te verifican
lo que llevas con el comprobante, no vaya a ser que te hayas robado
algo y durante el tiempo que permanezcas dentro, tendrás que llenarte
de mucha paciencia en espera de que te atienda el empleado
correspondiente, a pesar de que, dos metros más allá, detrás del mismo
mostrador, esté otro u otros sin hacer nada. Ayer fui a una de estas
grandes tiendas a comprar un bombillo. Después de pasar por todo el
viacrucis que he narrado, logré que un empleado "me atendiera". Pero
cuando pedí que me probara el bombillo, me replicó que si tenía algún
problema, lo trajera de nuevo y me lo cambiaría. Eso sí, dentro de ese
mismo día. Es decir: De resultar defectuoso, yo tendría que sufrir la
molestia de venir otra vez. Pero él, el empleado, no podía molestarse
en comprobar el bombillo en una toma eléctrica que tenía allí mismo.
La gastronomía que, en otros tiempos, fue considerada un arte: el arte
de servir y de agradar, hoy es la sentina donde se acumulan los malos
tratos y los peores servicios. En lugar del "enseguida lo atiendo,"
dicho con amabilidad, con que nos recibía el antiguo gastronómico
cuando estaba muy ocupado, ahora el dependiente que atiende un número
mucho menor de clientes, nos ordena: ¡Te tienes que esperar!
Pero no es solo en el comercio y la gastronomía donde se ha
entronizado el mal trato, donde está ausente toda cortesía. Basta
llamar al teléfono de cualquier dependencia para comprobarlo. Cuando
respondan, si lo hacen, usted tendrá que indagar si ha comunicado con
el lugar deseado, porque la voz que escuche, en lugar de saludarle e
identificarse, le espetará un escueto: ¡DIME!

Desde Regla,
Ayer "La Sierra Chiquita"; ayer, hoy y siempre bastión de rebelde cubanía.
Enero 31 de 2013


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De la Revolución iniciada en 1868 y aún inconclusa, soy hijo; a ella me
debo.

Jorge C. Oliva Espinosa. Cubano, nieto de mambises, sobreviviente.
http://jorgecolivaespinosa.blogspot.com.es
jorgecoliva@gmail.com

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