sábado, 2 de febrero de 2013

NO CIERREN ESA PUERTA

NO CIERREN ESA PUERTA
Por Jorge C. Oliva Espinosa

Siempre he admirado la profesión del Arquitecto. Es el profesional que
tiene a su cargo diseñar, distribuir y embellecer los espacios donde
realizamos las más variadas actividades, espacios donde transcurre
nuestra vida. Por lo tanto, son los que organizan la misma, para
hacerla más agradable, cómoda y funcional.
Durante mi tránsito de más de tres décadas por la Universidad, tuve
oportunidad de tratar a muchos de ellos y juntos compartimos el
entusiasmo de construir y el privilegio de ser los primeros en
estrenar nuestra ciudad universitaria José Antonio Echeverría, la
CUJAE. Concebida como una verdadera ciudad abierta, campeaban en ella
los grandes espacios; y el hormigón, el aluminio y los cristales,
intercalados con la vegetación, se integraban en un conjunto armonioso
con el entorno natural. Allí naturaleza y creación humana se fundían
en un todo de forma feliz. Los edificios se alzaban sobre pilotes,
dejando libre todo el primer nivel que se extendía hasta donde
alcanzaba la vista. Este espacio era ocupado por canteros y parques
con sus árboles, fuentes y bancos que invitaban al descanso y a la
meditación. En lo alto, verdaderos jardines colgantes unían distintas
edificaciones. Usted podía ir de una dependencia a otra, utilizando
distintas vías, nada se oponía al trayecto elegido, porque todo había
sido proyectado por los arquitectos para garantizar una amplia, total
comunicación y un libre tránsito. Cada local delimitado contaba con
múltiples puertas que facilitaban el acceso y la salida. Las aulas
tenían varias, todas amplias, y la principal cafetería contaba con
seis puertas abiertas a distintas direcciones. A la misma ciudad se
podía acceder por varios lugares, pues no era un recinto cerrado que
contara con puertas o accesos definidos.
Pero todo esto duró poco. Una mano imprecisa y torpe, vino a modificar
el bello paisaje que brindaba el proyecto inicial, merecedor de un
Premio otorgado por la UNESCO. Unas veces, fue la necesidad de
aumentar locales; otras, la iniciativa caprichosa e ignara,
argumentando mayor control y necesaria seguridad. Lo cierto fue que se
fueron levantando paredes en plantas bajas y se fueron cerrando
puertas tanto en ellas, como en los niveles superiores. Si Usted
estaba en el segundo piso de un edificio y quería ir al segundo del
edificio que tenía enfrente o al lado, entonces encontraba que la
puerta que se lo permitía había sido clausurada y que por lo tanto,
tendría que descender hasta los bajos de la edificación y volver a
subir las escaleras del otro. Ya no podía elegir el camino que le
fuera más grato o racional; alguien le imponía otro, lamentablemente
absurdo e incómodo. La misma ciudad universitaria, nuestra CUJAE, dejó
de ser una ciudad abierta y tuvo una única entrada y salida principal.
Pero donde el cierre de puertas se hizo más exagerado, fue en la
cafetería central donde, de seis puertas originales, sólo quedó en uso
UNA. Esta furia por clausurar puertas, no pocas veces se debió al
cumplimiento de medidas dictadas por mentes estrechas que no veían
otras formas de ejercer un control enfermizo, paranoico. Sobre el
asunto, sostuve interesantes discusiones con el entonces flamante y
recién nombrado "Responsable de la Protección Física" (antiguo jefe de
los guardajurados o custodios, llamados más tarde CVP). El mismo
aducía que, contra los robos, que se hacían cada vez más frecuentes,
era imprescindible habilitar una sola puerta y ejercer en ella un
minucioso registro de personas y vehículos. Como su concepto de
control preventivo era bien carcelario, le sugerí, con sorna, que lo
mejor sería cerrar toda la CUJAE; así no habría robo alguno. Por
supuesto, que no captó la intención de mis palabras y me replicó que
"eso no era posible, pues ¿dónde iban los alumnos a aprender y los
profesores a enseñar?"… Años después, durante nuestra participación
en la guerra de Angola, este mismo sujeto me acusó de sostener
correspondencia con el enemigo, porque me vio leyendo una revista
tecnológica surafricana, llegada como novedad a la hemeroteca.
Lamentablemente, compruebo que iguales pensamientos guían hoy a muchos
en practican una especie de culto al encierro, generalizado ya en toda
la ciudad. Así cierran puertas en cualquier comercio, donde limitan la
capacidad de las pocas que permanecen abiertas, dejando una sola hoja
como acceso. Muchas de nuestras bodegas abren una sola puerta, aunque
posean varias. En las grandes tiendas por departamentos, donde eran
amplias y múltiples, han dejado tan solo dos, una para entrar y otra
para salir. También encontramos constreñidas las puertas de entrada y
salida de nuestros escasos ómnibus, con un tubo limitador en la de
entrada y abriendo de forma parcial las traseras.
Espero que esta furia demencial por cerrar puertas, no alcance a las
que permiten la necesaria comunicación de los ciudadanos todos,
especialmente una imprescindible, la que debe permanecer siempre
abierta, entre gobernantes y gobernados.

Desde Regla,
Ayer "La Sierra Chiquita"; ayer, hoy y siempre, bastión de rebelde cubanía,
Febrero 2 de 2013


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De la Revolución iniciada en 1868 y aún inconclusa, soy hijo; a ella me
debo.

Jorge C. Oliva Espinosa. Cubano, nieto de mambises, sobreviviente.
http://jorgecolivaespinosa.blogspot.com.es
jorgecoliva@gmail.com

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