jueves, 17 de enero de 2013

RECUERDOS DE REUTILIA

RECUERDOS DE REUTILIA
Por Jorge C. Oliva Espinosa

Reutilia nació en el batey de un central azucarero. Era la mayor de
una pila de hijos de un obrero que sólo tenía empleo el tiempo que
duraba la zafra: tres meses al año. Así que, desde que levantó dos
cuartas del suelo, ya se afanaba pelando viandas y limpiando calderos,
buscando agua y fregando, cargando a los más chiquitos cuando se
ponían gritones y barriendo el piso de tierra con racimos de palma
desprovistos del palmiche. Cuando apenas le empezaron a salir las
teticas, ya ayudaba a su madre a reforzar los ingresos familiares con
unas pocas pesetas, las que se buscaban lavando la ropa de casi todo
el "personal de confianza" del ingenio. Reutilia, aparte de colaborar
en el lavado, iba de casa en casa, recogiendo la ropa sucia y llevando
la limpia y planchada. Me parece estarla viendo, todavía una vejiga,
con su batica de retazos y sus pies descalzos, cargando enormes atados
de ropas, en su deambular diario por las mejores casas del poblado. En
esos trajines, ya todos la conocían como una muchachita seria,
hacendosa y callada. Nunca la vieron jugar como las demás niñas, ni
siquiera en su patio; en la calle sólo se le veía cumpliendo los
encargos de su madre. Así la conoció la Señora del Administrador, que
la colocó como criada en su casa. Allí Reutilia fregaba, limpiaba,
ayudaba a la cocinera, y hacía cuanto le ordenaban en interminables
jornadas, prolongadas desde el amanecer a la noche, hasta que volvía a
su casa, rendida de cansancio y de sueño. Le daban por su trabajo la
comida y diez pesos mensuales, lo que representaba una enorme ayuda
para su hogar. Una boca menos que alimentar y una entrada fija para
que comiera el resto de la familia. Su laboriosidad y la eficiencia
con que cumplía las tareas, le ganó la confianza de sus patrones, los
que descargaban en ella cada vez más tareas. El tiempo fue pasando,
Reutilia se convirtió, ya hecha una jovencita, en algo así como el
hacelotodo de aquella gente, su sombra y ayuda insustituible. Cuando
el dueño del Central, le encargó a su Administrador la atención de
otros negocios en La Habana, Reutilia se fue con ellos. En la
residencia capitalina, le dieron una habitación para ella sola, la que
quedaba sobre el garaje, el llamado "cuarto de criados" y le
duplicaron el sueldo. También le compraron zapatos y uniformes.
Reutilia se sentía en la gloria. Por primera vez en su vida, tenía un
dormitorio y una cama confortable para ella sola. Como si fuera poco,
también disponía de baño propio, al que accedía desde su cuarto. Cada
mes enviaba un giro postal por diez pesos a sus padres y una carta con
rústica letra, que siempre comenzaba así: "Queridos viejos, queridos
hermanos: Dios quiera que al recibo de éstas se encuentren bien, yo
bien a Dios gracias..." Luego agregaba algo sobre su quehacer diario y
los acontecimientos más recientes, vividos por sus señores, los que
llenaban su admiración y asombro. Así transcurrieron años; el
Caballero y la Señora se hicieron viejos, los niños que Reutilia vio
jugar de pequeños, consentidos por todos, se transformaron en "La
Señorita" y "El Señorito", los nuevos dueños. Reutilia vio mustiarse
sus carnes, convertida ya en la solterona ama de llaves, depositaria
de la confianza absoluta de aquella acaudalada familia y conocedora de
sus secretos. Ellos le habían cedido parte de sus grandes poderes y
ella disfrutaba por primera vez del placer de disponer y mandar a
otros. Era la que administraba la casa, la que contrataba y despedía
al resto de la servidumbre, la encargada de pagarles sus salarios, la
que ordenaba las compras al "grócery", la discreta testigo de las
inclinaciones equívocas de "la niña", (que ya no era tan niña), la
alcahueta y muchas veces involuntaria cómplice del tarambana de "El
señorito"; en fin, casi un miembro más de la familia. Pero solamente
"casi". Ella retribuía aquellas distinciones y poderes conferidos,
considerados privilegios en su fuero interno, con una fidelidad
perruna y con una devoción y entrega totales. El cumplimiento de sus
obligaciones, era para Reutilia el objetivo único de su vida. Fuera de
esto, no existía para ella otro mundo, ninguna otra ambición. Más allá
de los muros de aquella mansión, todo le era extraño y desconocido.
Así, cuando supo que los comunistas se habían cogido los negocios del
Señor y le habían quitado, con los edificios de apartamentos, todas
sus propiedades, Reutilia entendió que aquello era una agresión
gratuita que aquella familia no merecía, una tragedia que le alcanzaba
y que el nuevo gobierno era su enemigo. En reunión familiar, a la que
asistió desde su rincón de siempre, le fue informado que todos
viajarían a Estados Unidos y que ella se quedaría cuidando la casa.
Que sería como las anteriores veces, cuando la familia iba de
vacaciones. Y mientras durara aquella ausencia, que quizás fuera más
larga que las pasadas, ella quedaría al frente, responsable de la
casa. Quizás en esta ocasión, la ausencia de los dueños se
prolongara algo más, tan sólo unos meses, pero al final "los
americanos" pondrían las cosas en su lugar, como había sido siempre, y
ellos volverían. Hasta entonces, todo quedaba al cuidado de Reutilia.
Pero los meses pasaron y se convirtieron en años. Y aunque no recibía
noticias de sus amos, Reutilia seguía esperándolos, cuidando con celo
ejemplar, ya sin servidumbre, la casa y el dinero que le habían
dejado. Parte de ese dinero, lo perdió cuando el canje de moneda, pero
aun así le quedó el suficiente para atender a sus gastos y a los
mínimos requeridos para atender la casa. Un día, un funcionario tocó a
la puerta y le informó que, de acuerdo a las nuevas leyes, aquella
casona, por el hecho de habitarla durante tanto tiempo, le pertenecía
a ella y que debía concurrir a las oficinas de La Reforma Urbana para
formalizar los trámites correspondientes. Reutilia se horrorizó. Ella
no sería cómplice de aquel robo. Los legítimos dueños habían confiado
en ella y ella jamás los traicionaría. Con urgencia, notificó a sus
amos del nuevo atropello y recibió instrucciones de ellos.
Diligentemente, como había hecho toda su vida, cumplió sus órdenes.
Vendió algunas cosas a trasmano, solicitó pasaporte y visa y se fue al
Norte, para seguirles sirviendo allá.
¿Por qué, después de tanto tiempo, recuerdo a Reutilia?... Porque,
tristemente, encuentro que aún existen otras personas como Reutilia.
Son los de alma esclava, que añoran las viejas cadenas con las cuales
nacieron y necesitan un poderoso amo a quien servir.

Desde Regla,
ayer "La Sierra Chiquita"; ayer, hoy y siempre, bastión de rebelde cubanía.
Enero 17 de 2013


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De la Revolución iniciada en 1868 y aún inconclusa, soy hijo; a ella me
debo.

Jorge C. Oliva Espinosa. Cubano, nieto de mambises, sobreviviente.
http://jorgecolivaespinosa.blogspot.com
jorgecoliva@gmail.com

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