martes, 29 de enero de 2013

NI ARTES NI OFICIOS

Por Jorge C. Oliva Espinosa

Para Carlos A. Maru Mesa, que me dio la idea:

A la antigua Escuela de Artes y Oficios fui a conspirar, no como
alumno a aprender un oficio. Porque el que ejerzo desde que tengo uso
de razón, lo aprendí de mi padre que también era plomero. Sí, mi
viejo, que en gloria esté, fue plomero, como lo he sido yo toda mi
vida, en las verdes y en las maduras. Este oficio mío me facilitó la
entrada al 26, a una de las dos células del Movimiento que existían en
Artes y Oficios en 1954. Los muchachos necesitaban niples para las
bombas y acudieron a mí que, por mi trabajo, estaba familiarizado con
los tubos, el seguetearlos y sacarles roscas. Vino a verme un amigo
mío que estaba de lleno en la "cosa" y me hizo el encargo. Me extrañó
su pedido pero, como nunca he sido bobo, cuando lo repitió en una
cantidad ya mayor, le pedí colaborar con ellos. Y así fue mi estreno
como luchador clandestino: como miembro de una de las células del 26
de julio que operaban en Artes y Oficios; aquella Escuela llena de
tradiciones, que ocupaba un vetusto edificio en la calle Belascoaín.
Allí, aparte de ser el que conseguía el material y confeccionaba los
niples, participé en distintas acciones del frente de Acción y
Sabotaje. Puedo decir que mi oficio de plomero, me hizo
revolucionario. Cuando nuestra lucha concluyó, al poner en fuga a
Batista, algunos de mis compañeros se aprovecharon y obtuvieron sus
títulos de graduados, por la punta de sus pistolas, sin haber
terminado nunca sus estudios, ni tener los conocimientos necesarios
para ejercer un oficio. Yo no. No quise sacar provecho de mi
participación y cuando las aguas cogieron su nivel, continué viviendo
de la plomería. Como me ha gustado siempre trabajar bien y soy serio
en mi trabajo, nunca me faltaron clientes y en 1960 abrí mi taller.
Primero en la sala de mi casa y luego en la de mi suegro, que quedó
vacía, cuando murió el pobre viejo. Entonces empezaron mis problemas.
Primero la Reforma Urbana, que dispuso que no podíamos heredar otra
casa, porque ya teníamos una. Ya para entonces mi hija se había
casado, parido varias veces y con su nueva familia había venido a
vivir con nosotros, ya no cabíamos en aquel espacio, y era imposible
pensar en utilizar de nuevo la sala para mi taller. Así me vi
convertido en plomero ambulante. Trabajo nunca me faltó y como soy
hombre de ingenio, monté mis herramientas en un carrito y con él iba a
donde solicitaran mis servicios. Los materiales comenzaron a escasear
y les dejé ese problema a los clientes, que los agenciaran ellos donde
pudieran. De dónde los sacaban no era asunto mío. Pero llegó el año 68
con su Ofensiva Revolucionaria y acabó con nosotros, los que vivíamos
de un oficio. A partir de entonces, tanto los plomeros, como los
albañiles, los mecánicos, los electricistas, hasta los afiladores de
tijeras, si queríamos trabajar teníamos que hacerlo como empleados de
alguna Empresa Estatal; de trabajar por la libre, nada. ¡Miren lo que
son las cosas! La Revolución, a la que yo había contribuido desde la
clandestinidad, para que llegara al poder, una vez asentada en el
mismo, me sumergió de nuevo en la clandestinidad. Porque yo seguí
siendo plomero, pero plomero clandestino, trabajando desde la
ilegalidad. Mis mañas de conspirador, adquiridas en la juventud, me
sirvieron para que no me cogieran nunca en el brinco. Una vez, un Jefe
de Sector se puso pesado y tuve que tocarlo, no con limón, sino con
algunos pesitos que lo hicieron ciego. Y seguí p´alante con la
plomería. Luego vino el "Período Especial", la cosa se puso bien fea
para todos y no había ni donde amarrar la chiva. Yo resolví muchas
veces, haciendo trabajos para algún que otro guajiro, que me pagaba
siempre con viandas y otros productos del campo, para que comiera mi
familia. Esto me hacía moverme con mi terraja y demás hierros hasta
Alquízar, Bauta u otro pueblo más o menos cercano a la Capital.
Gracias a estos viajecitos míos, nosotros pudimos librarla y hambre,
lo que se dice hambre, no pasamos nunca.
Mientras, el Gobierno siguió graduando universitarios y de los viejos
oficios nadie se ocupaba. Aquí todo el mundo quería ser médico,
abogado o ingeniero. Cuba sería un país de letrados y hombres de
ciencia y ninguna familia quería que sus hijos fueran electricistas,
albañiles, mecánicos y mucho menos plomeros. Dejó de formarse el
relevo necesario en cualquier oficio y hasta la vieja y originaria
Escuela se convirtió en otra cosa. Donde único se enseñaban los
rudimentos de algún oficio, era en las llamadas "Escuelas de
Conducta", a donde iban a parar los muchachos descarriados, los que
antes iban al reformatorio.
Pasaron los años y me puse viejo, Fidel también y la Revolución lo
mismo, pero todos fieles a nuestros orígenes. Y llegó Raúl y abrió el
banderín y se volvió a permitir el trabajo por cuenta propia. Ahora,
ya cañengo, saqué mi licencia de plomero y, con mi yerno como
ayudante, sigo trabajando en lo que me gusta y para lo que sirvo
todavía, como Plomero. Claro, que los materiales me los venden, cuando
los hay, al precio inflado a que se los venden a cualquiera. Así que
sigo pidiendo a mis clientes que los pongan ellos, yo pongo mi trabajo
y ya. Y como el material lo compran en moneda dura, yo mis honorarios
los pido también en CUC.

Desde Regla,
Ayer "La Sierra Chiquita"; ayer, hoy y siempre bastión de rebelde cubanía.
Enero 29 de 2013


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De la Revolución iniciada en 1868 y aún inconclusa, soy hijo; a ella me
debo.

Jorge C. Oliva Espinosa. Cubano, nieto de mambises, sobreviviente.
http://jorgecolivaespinosa.blogspot.com
jorgecoliva@gmail.com

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