martes, 10 de febrero de 2015

FÁBULA MEDIEVAL

-- FÁBULA MEDIEVAL
Por Sempronio, el de Regla

Influenciado por mis recientes lecturas y por las noticias que recibo,
se me ha ocurrido escribir la siguiente fábula, situada en un temprano
y antillano medioevo inglés. Dejé volar la más febril fantasía y, como
dice mi hermano Morejón, ahí les va:

El Rey Arturo tenía ínfulas renovadoras, democráticas, quería
cambiarlo todo "sin prisa pero sin pausas"; él no quería continuar la
dinastía de la que era heredero. Pretendía, por el contrario,
encontrar sucesor en algún caballero de la Mesa Redonda, aquellos
incondicionales suyos que habían comenzado como simples escuderos, los
que "habían llegado a la cima, sin haber subido la loma", como dijo
Tony Ávila. Por ese motivo, había mantenido a su hijo Alexander
alejado de la corte. Claro, que lo había criado como corresponde a un
príncipe, asegurándole una posición inalcanzable para otros. Desde su
más temprana infancia, Alexander había sido educado bien lejos del
Reino. Allá vivió y creció, allá recibió educación, cultura, hábitos y
gustos que lo hacían un extraño para sus compatriotas. No obstante,
sus preceptores le apertrecharon de los conocimientos elementales
sobre su tierra de origen; todos muy cuestionables; en definitiva,
eran los que sus educadores poseían. Así cuando, ya adulto, lo
entrevistaron, pudo asegurar que en el reino de su padre, todos eran
felices, que las decisiones de gobierno eran tomadas con la
participación plena de la población, a la cual se consultaba siempre,
que el movimiento sindical era poderoso, libre y contraparte del
gobierno. Eso le permitió desbarrar de las "democracias occidentales,"
donde el poder y la riqueza estaban en manos de una élite y alabar el
camino escogido por su progenitor, el Rey, para generalizar alegría,
abundancia y bienestar. Cuando sus declaraciones fueron divulgadas,
todos se preguntaron, de dónde había salido este enajenado. Pero
cuando el asombro se convirtió en estupefacción general, fue cuando
dijo que "extrañaba las peras y manzanas de la feraz Camelot", únicos
frutos -todos lo sabían, menos él- que en su natal país no se daban.

Desde Regla, estupefacto, febrero 11 de 2015


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De la Revolución iniciada en 1868 y aún inconclusa, soy hijo; a ella me
debo.

Jorge C. Oliva Espinosa. Cubano, nieto de mambises, sobreviviente.
http://jorgecolivaespinosa.blogspot.com
jorgecoliva@gmail.com

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