viernes, 13 de febrero de 2015

-EL AMOR

--EL AMOR
Por Jorge C. Oliva Espinosa

"Con un poco de amor, yo me salvo"... Silvio Rodríguez

Mañana sábado es San Valentín, día del amor. Magnífica oportunidad
para, sin caer en lo cursi, despojarse de todo pudor y meditar sobre
este sentimiento que hace humano al hombre, que le otorga su verdadera
dimensión. Amar parece ser el destino, la meta y el camino; es el
sentimiento que nos une e integra con el universo, que nos convierte
de partícula insignificante en cosmos infinito.

Amor va más allá del amor a la pareja y si por un acto de amor vinimos
a la vida, prodigarlo a todo cuanto nos rodea, naturaleza y sociedad,
es nuestro dulce deber. Amar es la razón de vivir, el sentido de la
vida misma. Se ama a la Patria, a la familia heredada, a la que
creamos, aquella que incluye a los amigos, se ama la obra y la
herramienta y el conocimiento que la hacen posible. Por eso, por tan
inabarcable que es el amor, hoy me voy a limitar al recuento personal
de una de sola de sus aristas, la mal llamada "aventura romántica",
balbuceos con los cuales emprendimos el aprendizaje de AMAR. En este
resumen no encontrarán nada extraordinario, nada que no haya
experimentado cualquier mortal, Es, simplemente, mi historia personal:

Mi primer amor lo deposité en una niña de catorce años, de cuerpo y
mente muy desarrollados para esa edad. Su familia pertenecía a "la
alta clase media", era propietaria de moderno chalé en El Vedado y
socia de un club aristocrático; disfrutaba de un indiscutible
bienestar económico. A mí, "mi pobre aliño indumentario" me delataba
como hijo de una plebe en la cual había nacido diez y siete años
atrás; vivía en un ruinoso edificio que amenazaba desplomarse, en el
populoso barrio de La Punta. Mi futuro se anunciaba más negro que el
plumaje de un totí. De más está decirles que me enamoré como un
idiota, es decir, como todo adolescente. Ella, benevolente, trató de
"elevarme" a su estrato social; logró mi asistencia a una "soirée" de
su club, donde fui recibido con reticencia y hasta con mofa. El solo
hecho de concurrir, significó para mí un trabajo de Hércules, pues
tuve que resolver, además del vestuario adecuado, problemas
financieros que para mí eran insolubles. Aquel idilio no pudo durar
más que un año. ¡Bastante duró! Con maquiavélicos subterfugios, la
avispada chica, me dio el "te voté" y yo me quedé totalmente
desbaratado.

Concluida así mi etapa adolescente, comencé la de mi juventud,
liándome con una muchacha rompedora de esquemas que, además de no usar
ropa interior, gozaba con transgredir cualquier norma social. Fue mi
complemento, mi contraparte enemiga durante once años, (incluidos mis
siete trashumantes bajo la dictadura batistiana) hasta que ella,
también combatiente fogueada, se sintió "atraída por otro hombre".
Sobrevino entonces para mí un tiempo existencialista en que los
romances episódicos se sucedían, sin dejar huellas. Peregriné por toda
clase de mujeres, desde la obsesiva ninfómana hasta la desgraciada que
padecía de anorgasmia; de la histérica a la fría e insensible; de la
chica hippie a la climatérica y seria señora que había decidido "darse
una discreta licencia", una furtiva escapadita de la austeridad en que
vivía. Alguna que otra flor brotó en aquel jardín sin cultivar.

Harto de tanto descubrimiento, traté de reciclar del pasado algunas
imágenes que pervivían como recuerdos inefables. Me atreví entonces a
escarbar en la memoria y fui a buscar algún "viejo" amor que me
confortara. Amas de casa rechonchas y vulgares, que no tenían nada que
ver conmigo, fueron los hallazgos de aquella búsqueda. Como arqueólogo
que remueve ruinas, solo encontré restos de cachivaches viejos y
algunas momias. El tiempo, implacable, había pasado sobre mis
recuerdos, desfigurándolos, o ellas habían dejado de ser lo que
fueron. El regreso a cualquier ayer era imposible.

Y un buen día, ya en plena madurez, me tropecé con mi actual
compañera: una científica que vive para la Ciencia, pero que le ha
sobrado el tiempo para limar mis asperezas, atemperar mi violencia
innata y extraerme la ternura que aún puedo prodigar. Como maga de
cuento infantil, ha logrado transformarme en otro hombre. Con ella
llevo ya cuarenta y tres años de unión apacible y fructífera. A la par
de enriquecer nuestros currículos, hemos logrado formar dos hijos que
son hoy dos profesionales exitosos, adquirimos un yerno que ha sido un
hijo más y nos nació un nieto que nos emboba. El amor nos ha sobrado
para repartirlo entre todos y siempre nos queda, como dice Silvio, un
poco de amor.

Desde Regla, como siempre, febrero 13 de 2015

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De la Revolución iniciada en 1868 y aún inconclusa, soy hijo; a ella me
debo.

Jorge C. Oliva Espinosa. Cubano, nieto de mambises, sobreviviente.
http://jorgecolivaespinosa.blogspot.com
jorgecoliva@gmail.com

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