martes, 18 de febrero de 2014

MI ADOLESCENCIA

MI ADOLESCENCIA
Jorge C. Oliva Espinosa

Eran recientes los primeros vellos en mis axilas y más ronca la voz
que salía de mi garganta; un incipiente bozo cubría mi labio superior,
cuando Batista cercenó el transitar democrático de aquella República
de elecciones cada cuatro años y de repetidas frustraciones. Lo hizo
con el golpe de estado perpetrado en la madrugada del diez de marzo de
1952. Yo era entonces un estudiante de bachillerato, que aspiraba a
matricular la carrera de medicina el próximo curso; tan idealista, que
no reparaba en mi falta de recursos para ello. Mi familia se sostenía
apenas con la pensión de veterana del Ejército Libertador que recibía
mi abuela materna y con el miserable salario de mi madre como
doméstica. Mi abuelo mambí, en un arranque de idealismo, había sido
renuente a gestionar pensión alguna, porque "no había ido a la manigua
a fundar una República a la cual pasarle la cuenta por sus servicios".
Después su viuda, totalmente desamparada, tuvo que gestionar la suya
propia. Así me lo habían contado, cuando indagaba por aquel hombre que
no conocí, que siempre admiré y del que me sentía orgulloso por
haberme legado su estirpe rebelde y su amor a la Patria.
Como estudiante, poseía yo todos los atributos de esa condición:
Inquietud por saber, lector acucioso, iluso soñador proclive a la
bohemia, amante de la poesía y autor de malos versos, tonto enamorado
de Dulcineas inexistentes. En las noches, con amigos del barrio, me
enfrascaba en insomnes tertulias donde se discutía de lo humano y de
lo divino. Pero mi barrio era un barrio peligroso, por los jóvenes que
en él habitaban. Era el barrio de la Punta, colindante con la non
sancta barriada de Colón; y en aquel barrio nuestro, desde el suicidio
de Chibás, existían dos Liceos Ortodoxos, sedes de las dos tendencias,
abstencionista y electoralista, en que se había dividido el Partido
fundado por él. Al doblar de la esquina del Liceo situado en la calle
Consulado, al lado de la caficola, vivía un negrito atlético llamado
Gerardo Abreu, nuestro amigo y contertulio. A Gerardo le gustaba
recitar y aspiraba a ser el continuador de Luis Carbonell, el
"Acuarelista de la Poesía Antillana". Todos los asistentes a aquellas
reuniones noctámbulas, admirábamos las dotes declamatorias de nuestro
amigo, éramos fervientes martianos, devotos de Guiteras y algunos
componíamos versos horribles, verdaderos adefesios, que aspirábamos a
oír en su voz.
Estos antecedentes, se volvieron razones para que, en la mañana del
propio diez de marzo de 1952, aquel grupo de amigos, del cual yo
formaba parte, subiera a la Colina Universitaria, no en busca de
conocimientos, sino en pos de armas con que enfrentarnos al golpe
castrense. Nuestra decisión se fundaba en principios heredados y en un
apego orgulloso a la historia patria. Y a la Universidad entramos, sin
ser estudiantes universitarios. Allí conocimos a jóvenes valiosos que
vivían en otros barrios y compartían nuestros ideales; al ver aumentar
nuestro número, nos sentimos reconfortados y más fuertes, pero también
allí sufrimos las primeras decepciones. Las armas ofrecidas por el
presidente depuesto jamás llegaron; tampoco las que prometió un
senador cojo, combatiente de la guerra civil española, expedicionario
de Cayo Confites y con fama de ex comunista, y todo se resolvió en
rabia e impotencia. Fue muy amargo nuestro regreso al barrio aquella
tarde, pero fue determinante. Habíamos comprendido que era necesario
hacer algo y que éramos nosotros, los jóvenes, los que teníamos que
hacerlo. Por su parte, el pueblo, aquella masa anónima y sufrida,
permanecía indiferente, como aletargado. ¡Era necesario despertarlo!
En cuanta conspiración se gestaba, en cuanto movimiento subversivo
apareciera, nos enrolamos, ansiosos de "hacer algo". Manolito
Carbonell nos "conectó" con la "Triple A", una organización poderosa
en recursos y fantoche en sus actos, que no tardó en darnos una
defraudación más. Después vino el Profesor García Bárcenas, con su
idealismo del Sábado de Gloria, donde pensamos tomar Columbia con la
complicidad de militares en activo. Todo parecía negar nuestras
posibilidades de derrocar la tiranía, hasta la madrugada del 26 de
julio de 1953, en que un grupo de jóvenes, como nosotros, trató de
asaltar los cuarteles de Santiago y de Bayamo. Esos jóvenes
fracasaron, fueron masacrados, pero nos señalaron la ruta. Sin
embargo, desde el 10 de marzo de 1952 hasta el 26 de julio del 53, nos
faltaba mucho por andar y por aprender.
Tuvo que transcurrir el tiempo: un año, cuatro meses y 16 días de
frustraciones y aprendizajes para que identificáramos el camino a
seguir. La sangre de los jóvenes masacrados en la mañana de la Santa
Ana, nos iluminó la senda. ¡Eso era lo que había que hacer! No dudar
ante nuestros escasos recursos y con los que tuviéramos, golpear a la
dictadura en su base de poder: el ejército. Las armas las tenían
ellos, era preciso arrebatárselas en combate; la lección nos venía
desde Agramonte, cuando planteó que lucharía con la vergüenza. Ahora
nos la repetían los "Jóvenes del Centenario". Parecía una decisión de
locos, pero esta vez los locos tenían la razón. Y en cuanto fundaron
su Movimiento, nos incorporamos al mismo. Gerardo fue el primero, ya
se le conocía como "Fontán" y nosotros, sus amigos del barrio, le
seguimos.
CONTINUARÁ...

Desde Regla,
Ayer, "La Sierra Chiquita"; ayer, hoy y siempre, bastión de rebelde cubanía.
Febrero 19 de 2014

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De la Revolución iniciada en 1868 y aún inconclusa, soy hijo; a ella me
debo.

Jorge C. Oliva Espinosa. Cubano, nieto de mambises, sobreviviente.
http://jorgecolivaespinosa.blogspot.com
jorgecoliva@gmail.com

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