lunes, 4 de febrero de 2013

DEL CIELO CAÍDA

DEL CIELO CAÍDA
(Un casi cuento de impura ficción)
Por Jorge C. Oliva Espinosa

Cuentan que Luzbel fue un ángel que se convirtió en demonio y que
Eufemia era una jovencita que creía vivir en una especie de paraíso
terrenal. Ella era una creyente convicta y confesa. Creyente hasta la
médula, la Creyente por antonomasia. Además de creer en la bondad
generalizada, en la igualdad y en la Justicia, ella creía que todos
respetaban la ley; que los jefes eran seres elegidos, llenos de
sabiduría, infalibles e incorruptibles, y que la legislación laboral
protegía a los obreros. En fin, por creer, creía hasta que participaba
en las decisiones que le afectaban y en la existencia de "El Maligno",
un ente muy poderoso que, desde otro mundo, intervenía en los planes,
para que estos no se cumplieran. Las creencias de Eufemia tenían su
raíz en la educación recibida desde su nacimiento. Había nacido y
crecido en una sociedad muy devota, donde la credulidad era obligación
cívica y máxima virtud. En la guardería infantil le enseñaron que los
juguetes eran de todos y que ninguno le pertenecía en particular; las
ropitas que vestía eran idénticas a las de sus compañeritos y todos
recibían igual atención. Más tarde, en la escuela, repitió con los
demás niños que sería cada día más creyente y con sus manitas
infantiles cultivó el huerto escolar que era propiedad colectiva.
Allí, con las primeras letras, le fueron reveladas las grandes
verdades. La primera de ellas: que todo mal tenía su origen en la
propiedad que dividía a los hombres en poseedores y desposeídos. Que
en el paraíso a alcanzar, no habría nada particular, porque todo sería
de todos, abolidos al fin lo mío y lo tuyo, para ser sustituidos para
siempre por lo nuestro. Al cumplir los catorce años ingresó en la CES
(Confederación de estudiantes de secundaria, a la SVC (Sociedad
Vecinal de la Cuadra), en la FJC (Federación de Juventudes Creyentes)
y en la UFD (Unión Femenina de Devotas), comenzó a cumplir las tareas
de todas esas organizaciones y, por supuesto, a realizar los trabajos
voluntarios que convocaba cada una y a pagar sus cuotas respectivas,
como miembro de las mismas. Eufemia se sentía parte integrante de
ellas y, orgullosa, mostraba los carnés que la acreditaban como tal.
Cuando tuvo edad laboral, empezó a trabajar en una fábrica y se
inscribió de inmediato en su Sindicato, al cual también comenzó a
cotizar como afiliada. Al cobrar su primer salario, notó con
desaliento lo exiguo del mismo; la cantidad que recibió le alcanzaba
apenas para sobrevivir. Entonces le dijeron que con la diferencia que
no percibía, contribuía a pagar la salud y la educación de todo el
pueblo. Esto la confundió un poco, porque anteriormente le habían
afirmado que tanto la salud como la educación eran gratuitas. Pero, si
todos contribuían a sostenerlas, ya las estaban pagando con sus
contribuciones. No obstante su desconcierto, ella continuó
participando en todos los trabajos voluntarios que citaban, hacía
guardias y asistía a las reuniones y asambleas. En ellas, Eufemia
comenzó a notar que el representante del Sindicato siempre coincidía
con el de la Administración, en pedir más sacrificios a los
trabajadores. Como respuesta, Eufemia se esforzó más cada día y
aumentó su dedicación al trabajo. Pronto se destacó en su colectivo y
fue estimulada con diplomas y gallardetes; al final, como
reconocimiento, fue nombrada "Trabajadora Ejemplar". Tal distinción le
trajo aparejado un contacto más estrecho y frecuente con los
dirigentes de las organizaciones a las pertenecía. Así pudo enterarse
que casi todos desmentían en privado lo que proclamaban en público,
que derrochaban en perennes fiestas, que ostentaban lujos desconocidos
para la membresía y que tenían un nivel de vida muy por encima de los
demás. No obstante, ella siguió creyendo y pensó que en las próximas
elecciones, elegirían nuevos representantes, verdaderamente honestos y
que practicaran la austeridad. Pero en la reunión de su Célula
Juvenil, les orientaron a todos que era conveniente ratificar en sus
cargos a los que tan mal los desempeñaban y, disciplinadamente, todos
los cuadros resultaron reelectos. Un poco después, cuando informó que
el Administrador se apropiaba de alimentos destinados al comedor, la
reprendieron diciéndole que no debía propagar rumores sin fundamento y
que se cuidara de difamar a un compañero que era ejemplo de
integridad. Todo esto fue debilitando la fe de Eufemia, hasta que un
domingo, en que no había trabajo voluntario convocado por la fábrica,
ni por el SVC, ni por ninguna de las otras organizaciones, quiso ir a
la playa. Era un raro domingo libre y se dispuso a disfrutarlo. Sin
embargo, apenas había transportes y de los escasos que hacían la ruta,
no pudo tomar ninguno por lo repletos que iban. Creyendo en la
solidaridad que le habían enseñado a practicar, se paró en la
carretera a pedir botella(1). Algún automovilista que fuera hacia ese
destino, no tardaría en recogerla. Pero nadie se detuvo ante sus
señales de ayuda, ni siquiera su Director que pasó, rumbo a la playa,
en el carro que la Empresa le tenía asignado. Entonces vio pasar
varios autos que mostraban en sus puertas, los rótulos que los
identificaban como pertenecientes a las organizaciones en que ella
militaba. Eran vehículos de esas entidades y como tales debían dar
servicio a sus miembros. Esperanzada, les hizo señas mostrando sus
carnés. Pero casi todos iban llenos y los que no, siguieron sin
hacerle caso. Al fin, casi al mediodía, pudo tomar un ómnibus y llegar
a la ansiada playa cuando era casi la hora en que había pensado
regresar. Por supuesto que no encontró taquilla desocupada donde
cambiarse, pero no se amilanó por ello. Allí cerca pudo ver unas
mansiones que ostentaban los nombres y logotipos de cada una de sus
organizaciones. Ella era un miembro de ellas y, de seguro que, esta
condición le facilitaría el acceso y disfrute de sus instalaciones. En
alguna podría cambiarse y hasta quizás tomar algún refrigerio. Pero
en todas, los custodios le impidieron el paso. De nada valió mostrar
sus identificaciones. A esos lugares, únicamente tenían acceso los
cuadros directivos de las respectivas instituciones. Fue sólo
entonces, cuando Eufemia cayó de lo alto y dejó de ser creyente.
Aquella frustración dominical y playera se convirtió en la proverbial
gota de agua, capaz de derramar su copa de amargura. La unió con sus
otras experiencias decepcionantes y no creyó ya más. No hubo forma de
volverla a convencer, se dio de baja en todas las organizaciones en
que militaba, devolvió todos sus carnés y se unió a un antirreligioso
grupúsculo subversivo.
Nunca he comprendido, si Luzbel se convirtió en diablo después de
salir del Paraíso o si salió del mismo, porque su conversión tuvo
lugar entre ángeles. De ser éste el caso, no me explico cómo el resto
de la corte celestial aún no lo ha seguido.

Desde Regla,
Ayer "La Sierra Chiquita"; ayer, hoy y siempre, bastión de rebelde cubanía.
Febrero 5 de 2013
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(1) "Pedir botella", cubanismo por "hacer dedo", "pedir aventón."

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De la Revolución iniciada en 1868 y aún inconclusa, soy hijo; a ella me
debo.

Jorge C. Oliva Espinosa. Cubano, nieto de mambises, sobreviviente.
http://jorgecolivaespinosa.blogspot.com.es
jorgecoliva@gmail.com

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