miércoles, 12 de diciembre de 2012

ANTICLERICALISMO

ANTICLERICALISMO, FANATISMO Y OTROS DEMONIOS.
Por Jorge C. Oliva Espinosa.

Está por concluir este 2012. Nuestro gobierno no logra sacar la
economía nacional del atolladero. Hay que reconocerle que ha hecho lo
posible, pero no ha podido. La gran rémora burocrática que se le ha
adherido, le hace sorda guerra. Por otra parte, dependemos del
petróleo venezolano, que malamente pagamos con médicos, y Hugo Chávez
padece de cáncer, una enfermedad terrible que raramente perdona. De
esta manera, con un horizonte incierto para Cuba (hay que recordar que
la oposición antichavista alcanzó un amenazante más del 40%), afloran
polarizaciones. Abundan los radicalismos. De izquierda y de derecha,
mientras una nueva burguesía, encastillada en los resortes del poder,
contempla el desastre, impávida e indiferente. A ella, le da lo mismo;
ya "está hecha," cumplió sus objetivos de enriquecerse, agenciarse una
posición sólida, para ellos y para sus hijos, y nuestro futuro como
nación, no le interesa. Pero debajo bulle un magma volcánico,
sumamente peligroso, presto a estallar y realizarse. Es aquí donde han
de ventilarse nuestros grandes problemas: en la base. Muchos lo saben
y se oyen ya las voces del oportunismo y de los radicalismos rayanos
en el fanatismo. Lo mismo encontramos quienes se declaran anarquistas
furibundos, como otros que, desde un marxismo virginal (inestrenado) o
desde sus antípodas, preconizan el regreso inevitable al capitalismo.
Cada uno pone en sus discursos una gran dosis de pasión. Y el
apasionamiento conlleva el peligro de contaminarse del virus mortal de
los fanatismos.
Hoy, que discuto con creyentes convencidos y altos prelados [1],
quiero dejar establecido desde el principio, que el que estas líneas
suscribe no es un fanático anticlerical. No soy fanático de nada, ni
siquiera del deporte nacional. Me he mantenido distante de cualquier
fanatismo, porque pienso y actúo por convicción y mis convicciones
parten de la razón. La razón mantiene los ojos bien abiertos, en busca
de la verdad, mientras que todo fanatismo es ciego. La razón, crítica
de sí misma, escucha atenta la argumentación ajena y la compara con la
propia, para fortalecer argumentos o refutarla de forma civilizada. Y
el fanatismo, aparte de ciego, es sordo a toda discrepancia. No
obstante, desde niño oí a mi abuela mambisa decir: "Creo en Dios, pero
no en los curas". Con esa declaración, aquella matriarca ejemplar,
dejaba establecida su inconmovible fe religiosa y proclamaba a la vez,
un anticlericalismo radical. Era natural que así pensara. La historia
que le tocó vivir, donde el sacerdote, casi siempre español, era un
furibundo integrista, atento a sofocar, hasta con la delación,
cualquier intento sedicioso, colocaba a la iglesia católica y a mi
abuela en bandos irreconciliables. Ella luchaba por la independencia y
el que decía ser misionero de Dios, predicaba desde el púlpito la
sumisión a los dictados de la Metrópoli colonial. Siendo una guajirita
analfabeta, sus mayores le contaron que en el Camagüey, un cura,
violando el sagrado secreto de la Confesión, entregó a Joaquín de
Agüero al pelotón de fusilamiento. Todo porque aquel patriota
procuraba libertar a Cuba del coloniaje. La inmoral práctica del
"hagan lo que yo digo y no lo que yo hago"; la hipocresía de exigir a
los demás obediencia y aceptar la pobreza como un mandato divino,
mientras ellos ejercían despótico autoritarismo y disfrutaban con
holgura de "los bienes terrenales"; el sibaritismo imponiendo a otros
frugalidad, la soberbia predicando humildad, eso que hoy llamamos
"doble moral" y que es su ausencia total, caracterizaba el
comportamiento del clero que conoció mi abuela.
Cuando crecí, me tocó conocer otra clerecía, sucesora de aquella. La
siempre atenta a las clases poderosas, complaciente con aquellos de
quienes recibía cuantiosas "limosnas," pero olvidados de "los pobres
de la tierra" con los que Martí quiso su suerte echar. De Martí leí
aquellos "Versos Sencillos" que me reafirmaban el repudio familiar que
heredé: "Díganle al obispo ciego/al ciego obispo de España/Que venga,
que venga luego/a mi templo a la montaña." En mi juventud, contemplé
a representantes de la iglesia que cerraban sus ojos ante el crimen y,
con tal de disfrutar las migajas del poder, disimulaban los atropellos
de una tiranía que no titubeaba en victimarlos cuando lo estimara
necesario. Así, cuando el Cardenal Arteaga fue vejado y golpeado por
la esbirrada batistiana, evadió la denuncia del hecho vandálico y, con
su silencio cobarde, se hizo cómplice de sus atacantes. En el pasado
al lado de España; en aquel presente, junto al tirano que
ensangrentaba la Patria. Como excepción ejemplar, el Arzobispo de
Santiago, Monseñor Pérez Serantes, salvó, con su piadosa mediación,
numerosas vidas de revolucionarios. Pero la gran mayoría del alto
clero, se mantuvo aliada al opresor, levantando monumentales iglesias
en Miramar, para sus ricos feligreses; olvidando al campesino
desposeído, paria en su propio suelo. Fueron raros mis contactos con
sacerdotes. El más dramático, en plena lucha contra la tiranía, me
convirtió en secuestrador de uno de ellos. Sucedió así: La madre de un
compañero, católica practicante y moribunda, pedía en sus últimos
momentos recibir la extremaunción. Abandonando mi refugio clandestino,
en la Clínica del Estudiante, fui en busca del clérigo. Pero, para mi
estupor, éste se negó, aduciendo jurisdicciones parroquiales fuera de
su competencia. Yo me había arriesgado al acudir a aquella iglesia y
no podía repetir la osadía, dirigiéndome a otra. Por ello, me vi
obligado a ejercer la violencia "en la casa del Señor" y arrastrar al
sacerdote hasta el lecho de la moribunda. Al lado de este episodio de
mi fárrago juvenil, nada edificante, traté a otros tonsurados con los
cuales me fue posible entablar respetuosas controversias. Guardo grato
recuerdo del franciscano que sorprendió armas nuestras, escondidas en
una sede de "boys scouts" radicada en su templo. Por lo general, eran
sacerdotes ya cubanos. La nacionalidad compartida y el mutuo respeto,
permitían ese acercamiento, aún cuando divergiéramos en opiniones y
creencias. Igualmente, combatiendo junto a mí, tuve a valiosos
compañeros, creyentes convencidos y sinceros. Con ellos también pude
discutir, ya en plan de camaradas, nuestros diferentes criterios.
Siempre he creído, que las creencias religiosas son algo tan íntimo de
una persona, como su vida sexual. Dos aspectos de su ámbito más
privado, donde a nadie le es permitido cuestionarle adhesión y
práctica. No fueron pocos los católicos sinceros que inmolaron sus
vidas en la lucha. Nadie les pidió certificado de sus creencias para
subir al martirologio y a la historia.
Cuando triunfamos, vi cómo de las iglesias salían ataques contra el
incipiente poder revolucionario. Primero velados, en homilías y
sermones; luego abiertas y desembozadas proclamas de una oposición
activamente contrarrevolucionaria. Varios sacerdotes se convirtieron
en periodistas y populares comentaristas, tanto en la prensa plana
como en programas radiales y televisivos [2]. La actividad de estos
políticos con sotanas, no me impidió recordar que en la Sierra, al
lado del ejército rebelde, estuvo el Padre Sardiñas. El escándalo
mayor se produjo cuando, un prófugo, que había asesinado a tripulantes
de un avión comercial, encontró refugio en un templo católico, con la
anuencia protectora de su párroco. El fanatismo, como hierba mala, se
expandía en uno y otro bando. Una inquisición roja, obligó a practicar
en secreto la fe que muchos mantenían. Se discriminó a los creyentes,
se les miró como a enemigos y noté que, curiosamente, los que más
vociferaban contra ellos, eran nuestros incorporados más recientes.
Decían formar a nuestro lado, pero defendían la exclusión, propiciaban
la desunión y así no nos fortalecíamos. Con repugnancia, vi preguntar
en planillas sobre las creencias religiosas del encuestado y si éste
declaraba alguna, era inmediatamente vetado por ello. Por disentir de
estas prácticas fanáticas y no participar en ellas, fui mirado con
recelo y catalogado de "problemático". Algunos de mis detractores de
entonces, están hoy en Miami, mientras yo sigo aquí, fiel a mis ideas.
En Miami también estaban y están, los prelados católicos que se
hicieron cómplices de la turbia y criminal operación "Peter Pan."
Hoy, a mi lado veo, con satisfacción, a fervorosos católicos que,
igual que yo, aportan sus esfuerzos por un socialismo mejor, por el
verdadero. Este sintético recuento no es para argumentar rencores que
no guardo. Lo hago para reafirmar que no soy un fanático, que, al
repasar la historia, soy capaz de colocar, para analizarlos, unos
frente a otros, sin menospreciar a ninguno, hechos, personas y
criterios opuestos. Por encima de las discrepancias, en los hombres de
buena voluntad, siempre pesará más aquello que los une en propósitos
comunes. Hechos recientes vinieron a llenarme de satisfacción y a
demostrarme que estoy en el camino correcto. En medio de compartidas
preocupaciones por nuestro convulso presente, encontré a un Félix
Sautié, católico de firmes convicciones, que no tuvo reparos en
llamarme compañero y amigo. Días más tarde, leí un artículo de
Monseñor Carlos Manuel de Céspedes. Erudición sobrada y autoridad
indiscutible se reúnen en esta respetable persona de larga ejecutoria,
tanto cívica como eclesiástica. Sin desconocer tales atributos,
entendí injusta la evaluación que Monseñor hacía de una figura clave
de La Ilustración. Y, atrevido pero respetuoso, se lo hice saber. El
Prelado me respondió con gentileza y con magnánimo gesto, ahora
procura que se publique mi réplica, huérfana de avales académicos y de
otros blasones, en la misma revista donde apareció el artículo suyo
que originara mi desacuerdo. Gestos de mayor generosidad y
caballerosidad son difíciles de encontrar. Agradecido respondí por el
inmerecido honor y ese provechoso intercambio epistolar, entre dos
fieles descendientes de nuestros libertadores, es una reliquia
histórica que me enorgullece, que atesoro con celo y que dejaré como
herencia a mis descendientes.

Regla, diciembre 11 de 2012
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[1] Me produce legítimo orgullo intercambiar criterios,
respetuosamente, con mi querido amigo Félix Sautié, católico
convencido, y con el venerable Monseñor Carlos Manuel de Céspedes. A
ambos los tengo en gran aprecio.
[2] Los padres Testé y Boza Masvidal alcanzaron tanto "rating" como
Pardo Llada o Conte Agüero en sus respectivos tiempos.



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De la Revolución iniciada en 1868 y aún inconclusa, soy hijo; a ella me
debo.

Jorge C. Oliva Espinosa. Cubano, nieto de mambises, sobreviviente.
http://jorgecolivaespinosa.blogspot.com
jorgecoliva@gmail.com

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