martes, 26 de marzo de 2013

PRETENSIONES

PRETENSIONES

Por Jorge  C. Oliva Espinosa

 

Por suerte está bien lejano aquel oscuro Medioevo, donde un Papa pensó convertir a toda Europa en un estado teocrático y ponerse él a su cabeza. Fueron sueños trasnochados, que el Emperador del Sacro Imperio se encargó de frustrar. A fin de cuentas, este señor tenía el poder de las armas y era el que enfrentaba al infiel para reconquistar la Tierra Santa. Pero tan vanas como las pretensiones papales, fueron los planes imperiales y los intentos cruzados. Obstinadamente, el moro cerraba el paso hacia oriente. Debido a ello, buscando otra ruta, vinieron hacia acá y, sin querer, nos encontraron. Al nuevo mundo llegaron  con la espada y con la cruz como instrumentos de dominación. Con la espada exterminaron a nuestros pueblos aborígenes y en nombre de la cruz destruyeron su cultura, echaron abajo sus templos, quemaron sus códices llenos de sabiduría y les impusieron nuevos dioses. El primero de todos, el conquistador blanco, a quien debían sumisión y acatamiento. Alejandro VI, el papa Borgia, con su autoridad sagrada y en nombre de Dios, dividió el botín entre España y Portugal. Olvidó a franceses, holandeses e ingleses. Otra vana pretensión; estos chicos no se quedaron tranquilos y cada uno hizo algo por conquistarnos. Al final, como buitres en un festín carroñero, todos obtuvieron su tajada. Algunos unas simples islitas, otros grandes territorios. Con torpe unanimidad, se empeñaron en llamarnos indios; no tuvieron en cuenta el poder de resistencia de la nueva raza y el surgimiento de mestizos respondones y levantiscos.

Desde la vieja Europa, no han dejado de soplar los vientos de ansias coloniales. Francia fracasó en su intento de reconquistar a su Saint Domingue, y con la humillante derrota de las tropas napoleónicas a manos de negros, surgió la primera república de América latina. No bien independizadas la mayoría de sus colonias, España pifió en inútiles tentativas de recuperarlas. Y Napoleón III, pareció no escarmentar con el descalabro de su antecesor y embarcó a Maximiliano con sus aspiraciones de Emperador de México; afán anacrónico, que el indio Don Benito sepultó en el Cerro de las Campanas.

Todos los esfuerzos de reconquista por medio de la espada, fueron vanos. Pero aún les quedaba la cruz. La habían dejado bien clavada en las jóvenes tierras y era un bastión colonial afirmado en la religión de los nuevos pueblos. Y con esta arma que les quedaba, siguieron su tarea de dominación. Con esta fuerza, nada despreciable, se opusieron a cuanto gobierno nacional se proyectara como progresista. Los tildaron de impíos y herejes y trataron de volver contra ellos al pueblo que representaban y defendían. Cuando el epíteto de comunista fue acuñado, se lo colgaron hasta a un Jacobo Arbenz. Con mejor olfato, conspiraron contra Cuba y contra la Nicaragua sandinista. Pero otra vez erraron el tiro. Años después, surgió un Chávez creyente en Dios y la Virgen, que se proclamó socialista. Para acometer la tarea de fundar una Venezuela no capitalista, invocó la protección divina, pero obtuvo el respaldo popular. El de un pueblo, tan tradicionalmente creyente, que hasta sus barrios se llaman hoy “parroquias”. Y este Chávez, católico y rojo, continuó la tarea que dejara inconclusa Bolívar: la unión, en apretado haz, de nuestra América. Esa América, que nos dejaron sembrada con más iglesias que escuelas. Llena de riquezas y que sólo miseria dio a sus hijos. La América mestiza, ayer sometida y explotada por nuevos imperios y hoy puesta de pie, lista para alcanzar su total y definitiva independencia.

Contra nuestra unión necesaria, lo han ensayado todo: golpes de Estado, intrigas divisorias, reclutamiento de judas y mercenarios, eliminación de líderes mediante las más variadas técnicas. En su sofisticado arsenal, no queda arma que no hayan utilizado para el magnicidio. Los curiosos cánceres de Lula, Lugo, Cristina, Vilma y el que mató a Hugo, son dignos de estudio y cuando menos de suspicacia. Igual desconfianza, le causa a mi fraternal Sempronio la elección de un Papa argentino. -¿Por qué y para qué, elegir un argentino en estos momentos?- me preguntaba ayer. Si lo que se pretende es sembrar la discordia alrededor de la fe, entre creyentes y no creyentes, ya tenemos lista la respuesta adecuada. Nos la dejó Chávez como legado: ¡UNIRNOS!

 

Desde Regla,

Ayer, “La Sierra Chiquita”; ayer, hoy y siempre, bastión de rebelde cubanía

Marzo 25 de 2013   

(Aniversario del Manifiesto de Montecristi)

 

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